Disclaimer: Los personajes de Mentes Criminales pertenecen a su creador y a la productora de la serie. El resto de personajes (OC), así como la trama de la historias son míos.
Tiempo: La historia transcurre entre los capítulos 2 y 6 de la tercera temporada, después de la marcha de Gideon y antes de la llegada de Rossi.
Algunas personas están menos preparadas para soportar el fracaso que otras. (Ted Bundy)
Boston. 22:47h
La música sonaba suave, de fondo, mientras la chica iba y venía por la cocina, terminando de hacerse la cena y recogiendo los enseres que ya no utilizaría; con voz queda, tarareaba la canción. Pensaba en el examen que tenía la mañana siguiente en la universidad y en la nota que le habrían puesto en el trabajo de laboratorio de química orgánica.
De repente, la luz se apagó y la música dejó de sonar. La chica se sobresaltó. "¿Un corte de luz?", pensó, mirando al techo. Se acercó a la ventana de la cocina, que estaba frente al fregadero, apartó la cortina y miró al apartamento de enfrente: tenía las luces encendidas.
— Qué raro... —murmuró.
Fue hacia la entrada del apartamento, ya que justo al lado de la puerta había el cuadro de luces general. Abrió el pequeño armario y toqueteó a oscuras los distintos mandos. El último interruptor estaba destornillado de la pared y parecía que habían cortado los cables eléctricos. Un escalofrío le recorrió la espalda y miró a su alrededor, escudriñando las sombras. Fue rápidamente hacia el pequeño comedor para coger su móvil y llamar a la policía cuando un fuerte brazo le rodeó los hombros desde atrás al mismo tiempo que sentía un fuerte golpe en la sien. Se desplomó, inconsciente, en los brazos de su agresor.
— Bienvenida a mi mundo —susurró el desconocido al oído de la chica, antes de besarle el cuello.
* * *
Cementerio antiguo. 00:26h
Las lápidas se elevaban del suelo como mudos lamentos de piedra, insensibles a los elementos, proyectando sombras en la hierba húmeda. Los pasos del vigilante nocturno y el haz de luz de su linterna rompieron el reposo de los que ahí yacían. El hombre hacía una ronda por el cementerio un par de veces durante la noche, hiciese lo que hiciese la climatología; no quería que nadie saltara el muro que separaba el cementerio del resto de la ciudad para perturbar el sueño de los muertos.
La luz de la linterna hacía grandes arcos, barriendo con parsimonia las innumerables tumbas y pequeños mausoleos que había a ambos lados del camino de gravilla. En uno de esos arcos, el haz de luz iluminó uno de los mausoleos más antiguos que allí había, el de una buena familia bostoniana largo tiempo extinguida. En los escalones que conducían a la puerta de entrada, había dos siluetas tumbadas boca arriba.
— ¡Eh, vosotros! ¡Marchaos de aquí! —Gritó el vigilante, acercándose al mausoleo e iluminándolo con la linterna. Las dos figuras no se movieron. El hombre se acercó aún más, andando con rapidez— ¿Qué no me...?
Las palabras murieron en sus labios al comprobar realmente lo que había en la entrada del mausoleo. Sus ojos no podían apartar la mirada y todo su cuerpo se quedó paralizado ante tan dantesca estampa. Las manos se le crisparon, dejando caer la linterna al suelo. El sonido del impacto hizo que el hombre pudiese reaccionar, haciéndole correr entre las lápidas como alma que lleva el diablo hacia la pequeña caseta de la entrada.
La linterna siguió iluminando, impasible, la escena del mausoleo: dos jóvenes, un chico y una chica, cogidos de la mano; se miraban mutuamente a través de sus ojos vacíos y opacos. Estaban muertos. Una rosa roja, fresca, se entrelazaba entre sus fríos dedos.
* * *
Un sótano oscuro. 05:32h
Hacía rato que había recuperado la consciencia, pero no se atrevía a moverse. El pánico le atenazaba el estómago; el frío se le calaba hasta los huesos; el corazón le latía con fuerza, como si quisiera salirle por la boca; sentía el roce de unas cadenas en sus tobillos desnudos. Estaba en un lugar que no reconocía; todo estaba a oscuras aunque, con el rato que llevaba con los ojos abiertos, se había dado cuenta que en aquel lugar unas sombras eran más oscuras que otras. Movió un poco su pie izquierdo para cerciorarse que las cadenas la apresaban; los eslabones crujieron. Fue entonces cuando su corazón dio un vuelco al darse cuenta que no estaba sola.
— ¿Has oído eso? —Murmuró muy bajo una voz femenina. No hubo respuesta— ¡Eh! ¿Has oído eso o no? —Repitió, en un tono más insistente.
— ¡Shhh...! —Replicó otra voz femenina, también en un murmullo— Vas a despertarla.
La chica, aún dominada por el terror, se atrevió a girar un poco la cabeza, intentado averiguar el origen de aquellas dos voces. Le pareció entrever una silueta encogida en el suelo frente a ella, al otro extremo de aquel lugar, y otra a su derecha, también al lado de la pared.
— Tienes razón —respondió la primera voz en un apagado susurro—. No quiero ni imaginar lo que le pasará por la cabeza cuando despierte en esta pesadilla, cuando vea en qué lugar la ha metido.
"Que esto no puede estar sucediéndome a mí", pensó la chica en respuesta.
— ¿Tú qué pensaste cuando te viste aquí? —Le preguntó la segunda voz a la primera con un cuchicheo, tras un momento de silencio total.
La primera voz tardó unos instantes en responder. A la chica se le empezó a helar la sangre con cada segundo de espera.
— Que no iba a salir viva de este sitio —respondió ésta, con voz temblorosa.
* * *
Unidad de Análisis de Conducta, Quantico. 10:53h
JJ salió de su despacho, llevando unas carpetas en su mano, y se dirigió con paso rápido al de Hotch, que tenía la puerta entreabierta. Antes de llegar, pero, oyó como éste hablaba por teléfono y decidió esperar un momento fuera.
— Haley, por favor... Sólo quiero que lo hablemos.
Del otro lado de la línea llegó una respuesta airada antes de que todo terminase con un sonoro golpe. Hotch se quedó unos instantes con el auricular todavía en la oreja, escuchando el rítmico pitido de la comunicación cortada. Después, lentamente, colgó el teléfono. JJ picó un par de veces con los nudillos en la puerta y entró en el despacho.
— Hotch...
Éste parpadeó un par de veces para salir de sus cavilaciones y centrarse en el trabajo. Levantó la cabeza.
— Dime, JJ.
— Boston —JJ le entregó una de las carpetas a Hotch—. Nuestro próximo caso.
Hotch miró unos momentos el contenido de la carpeta.
— ¿Y los demás? —Preguntó sin levantar la vista de los papeles.
— Ya los he avisado. Están todos en la sala de reuniones.
— Bien —respondió Hotch, cerrando la carpeta y levantándose del sillón.
Ambos salieron del despacho y fueron hacia la sala de reuniones. Prentiss y Morgan estaban charlando. Reid leía un grueso libro mientras bebía un humeante café. Todos dejaron lo que hacían y se sentaron alrededor de la mesa cuando Hotch y JJ aparecieron por la puerta; Hotch también tomó asiento. JJ empezó a repartir los dosieres al tiempo que hablaba.
— En Boston han encontrado dos cadáveres en el cementerio antiguo de la ciudad, Robert Spells, de 22 años, y Margaret Fing, de 20. Es el quinto caso en cuatro meses —JJ cogió el mando del televisor y empezó a pasar imágenes por él, mientras los demás ojeaban los dosieres al tiempo que escuchaban lo que les decía JJ—. Las primeras dos víctimas: Susan Lessen, de 18 años, y Charles Gornold, de 20, encontrados en el cementerio que hay detrás de la universidad. Un mes y medio más tarde, Jessie Arnols, de 21 años, y Adam Jones, de 24; también encontrados en el cementerio de detrás la universidad. Dos semanas después, Emma Herns y Jonathan Robins, ambos de 19 años. Y casi un mes más tarde, Lauren McGormak, de 20 años, y Frederick Downs, de 23. Las dos últimas parejas fueron encontradas en un cementerio cerca de las afueras de Boston.
— ¿Las víctimas se conocían entre ellas? —Preguntó Morgan.
— Sólo las dos primeras —respondió JJ—. Eran novios. Aparentemente, las demás parejas no se conocían ni tenían nada en común.
— ¿Cómo los matan? —Inquirió Reid.
— A los chicos los mataron por envenenamiento; arsénico, según los análisis —contestó Hotch sin levantar la vista de su carpeta—. A las chicas les clavaron un cuchillo en el estómago; murieron desangradas en poco tiempo. Según el informe del forense, el asesino se colocó detrás de las víctimas y las apuñaló.
— ¿Cómo si se lo clavara la propia víctima?
— Sí —Hotch cerró la carpeta y se levantó de su silla—. En veinte minutos despegamos. Seguiremos hablando en el avión.
Los demás le imitaron.
* * *
Un sótano oscuro. 10:59h
Hacía ya horas que el silencio se había adueñado de la oscuridad. Aunque no era una oscuridad total: por algún lado, se colaba una débil rendija de luz que convertía la oscuridad en oscura penumbra.
Dos de las chicas respiraban acompasadamente; quizás dormían. Pero la tercera, aún tumbada en el suelo, mantenía los ojos abiertos, resiguiendo una y otra vez esa penumbra que se negaba a revelar en qué lóbrego lugar estaba encerrada. Tenía frío. Quien fuera que la había metido allí dentro, la había despojado de su calzado y de su jersey, dejándole los pies desnudos y la mitad del cuerpo cubierto por una fina camiseta. En su cabeza, no dejaba de repetirse las palabras que había dicho una de las dos chicas que se encontraban en su misma situación: "No iba a salir viva de este sitio". Pero... ¿Por qué no gritaban pidiendo ayuda? ¿Por qué no intentaban liberarse? Quizás se habían rendido de intentarlo o estaban demasiado cansadas y débiles para continuar; no podía entenderlo. Pero ella sería diferente. Ella no dejaría de intentarlo, por más agotada que estuviera: gritaría hasta quedarse afónica, patalearía por soltarse de las cadenas... Sí, lucharía por su vida hasta que no le quedaran fuerzas y, aún así, lo seguiría intentando. Ella no se rendiría; jamás lo haría. Y empezaría ahora mismo.
Movió un pie, haciendo que la cadena crujiera de nuevo. Escuchó; ninguna de las otras chicas parecía que se había despertado. Movió el otro pie, acercándolo a su menudo cuerpo, hasta que pudo incorporarse y sentarse recostada en la pared. Ahora podría trabajar con las manos, intentando encontrar un defecto en las cadenas que pudiese utilizar para liberarse. Empezó a toquetear los eslabones.
— No lo hagas —dijo una voz a su derecha, en un murmullo. La chica se quedó paralizada y no respondió—. Intentas liberarte de las cadenas, ¿verdad?
— Sí —respondió la chica, tras un instante de duda—. ¿Quiénes sois? ¿Por qué no lo intentáis vosotras?
— No podemos. Está prohibido —respondió la voz—. Como muchas otras cosas...
A la chica no le gustó el tono que había utilizado la otra chica. Era de... resignación.
— ¿Cómo cuales?
— Se supone que deberíamos habértelo dicho en cuanto despertases; pero yo, al menos, he preferido que fueras tú quien preguntaras. Y si has hecho la pregunta es porque estás preparada para oír la respuesta.
— No sé si alguna vez estaré preparada para oír esa respuesta, pero... Adelante —la chica intentó darle a su voz un tono de seguridad que no poseía.
La otra chica, que era la que horas antes había iniciado la conversación, tardó unos instantes antes de empezar a hablar.
— Según el hijo de perra que nos tiene aquí encerradas, esto un juego, una prueba o algo parecido, pero pienso que esto no es más que una macabra pesadilla ideada por ese maldito loco. Dice que, como todo juego, éste también tiene sus propias reglas, unas reglas que nos impiden pedir ayuda pero que nos mantienen con vida, al menos de momento. No podemos intentar liberarnos, no podemos gritar ni hacer ruido con las cadenas, como tampoco podemos movernos de donde estamos... —la voz de la otra chica parecía estar a punto de gritar, pero pudo contenerse a tiempo. Tardó unos segundos en seguir hablando— Si incumplimos alguna norma, él, tarde o temprano, lo sabrá y entonces...
La voz de la chica se apagó con las últimas sílabas, como si tuviese miedo a pronunciar las que seguían.
— ¡¿Qué?! —Exclamó la chica, impaciente; no podía soportar la incertidumbre.
— Pues la que incumpla alguna norma, será la elegida —dijo la otra chica con un hilo de voz.
— E... ¿Elegida? ¿Elegida para qué?
— No lo sé. Lo único que sé es que la elegida no regresa aquí. Tú estás en el lugar de la última elegida, Maggie.
— Quieres decir... ¿Quieres decir que la chica que estaba aquí antes que yo...? ¿Incumplió alguna de las normas y que por eso no está aquí?
No lo había querido decir, pero en su cabeza se preguntaba si la tal Maggie estaba muerta. Un fuerte temblor le sacudió todo el cuerpo.
— Sí, incumplió una norma, pero una de las que aún no te he hablado.
— ¿Es que hay más? —La recién llegada no daba crédito a lo que oía.
— Por desgracia, sí. De vez en cuando, a ese lunático le da por atar a un pobre chico en el centro de esta especie de sala y darle una paliza tras otra hasta que una de nosotras sucumbe y rompe las reglas —la chica calló, esperando la pregunta obvia que iba a continuación, pero el silencio fue más elocuente y siguió con la explicación—. No podemos emitir ningún sonido mientras el chico esté aquí; ni siquiera puedes toser, estornudar o tener hipo y mucho menos llorar. Y, mientras le está pegando, puedes taparte los ojos o los oídos, pero nunca ambas cosas a la vez. Te recomiendo que te tapes los ojos; así, de paso, puedes taparte la boca. Aunque debo decirte que los gritos son espantosos, te hielan la sangre.
— Oh, dios mío... —fue lo único que pudo murmurar la chica al comprender lo que le esperaba en ese lugar de los horrores. Se tapó la cara con las manos— Esto es un sueño, esto es un sueño, esto es un sueño... —se repitió para sí en voz queda varias veces.
— No es ningún sueño, es una pesadilla. Y todas estamos en él.
La chica empezó a llorar en silencio.
