Disclaimer: Todos los personajes de Bleach usados en esta historia son propiedad del gran troll Tite Kubo, la historia pertenece a la escritora Christine Rimmer, yo solo la adapté con el fin de entretener a la audiencia IchiRuki que sé les encantará tanto como a mi.
Sin más, disfruten el 1er capítulo ;)
Capítulo Uno
—Ichigo, no puedo casarme contigo.
Ya estaba. Había pronunciado las palabras. Y no bien hubieron salido de su boca, lo único que deseó fue retirarlas. Pero no podía.
Ichigo sacudió la cabeza, con expresión de desconcertada incredulidad.
—¿Qué has dicho? No te he oído bien —su voz grave, una voz que siempre la llenaba de calor con su humor zumbón, carecía ahora de toda nota de hilaridad.
Rukia deseó darse la vuelta, mirar por el ventanal de la casa playera hacia la tranquila extensión de arena, el mar reluciente, la media luna que rasgaba el negro cielo. Pero se obligó a seguir mirándolo a la cara.
—He dicho que no puedo casarme contigo ahora. No puedo pasar por eso en este momento. Al menos, no este sábado, como habíamos planeado.
Se detuvo, buscando una forma de explicarle por qué estaba haciendo aquello.
No se le ocurrió ninguna. Y ella sabía por qué. Era su propio corazón el que estaba en pugna con ella misma. Kuchiki Rukia estaba profundamente enamorada de Kurosaki Ichigo. Pero estar enamorada no era suficiente.
Extendió las manos en un gesto suplicante y añadió débilmente:
—Ha… sucedido todo tan rápido. Simplemente, tengo que echar un poco el freno a los acontecimientos.
Se produjo un horrible silencio. Luego, la expresión anonadada de Ichigo se desvaneció. Sonrió, una sonrisa lenta de las suyas, que expresaba un profundo alivio sin dejar de ser devastadoramente sensual.
—Qué demonios, Rukia. Me has dado un buen susto.
Ella tragó saliva.
—Ichigo, yo…
Él levantó una mano.
—No te preocupes, cariño —dijo mirándola directo.
Rukia podía oír débilmente el golpeteo rítmico de las olas que llegaba del exterior. De pronto, se le ocurrió que las olas sonaban como suspiros largos y voluptuosos. La voz de Ichigo tenía un tono dulce y tranquilizador:
—Lo entiendo. Estás nerviosa —se acercó a ella.
Rukia retrocedió.
—No, Ichigo.
—Ya se te pasará.
—No, es más que eso.
Tenía que obligarse a sí misma a hablar con más firmeza. Y le costaba un considerable esfuerzo cuando lo que estaba deseando era simplemente mostrarse de acuerdo con él, suspirar y dejarse llevar.
—Rukia, escúchame.
Ella hizo acopio de coraje.
No Ichigo. Eres tú el que me vas a escuchar a mí. Desde que nos conocimos, no he tenido ni un momento para pensar a dónde vamos. Me siento como…
Él la interrumpió con irremisible dulzura:
—Venga. Lo que tienes es un caso de nervios prenupciales. Y no hay ningún problema. Lo superarás.
Ichigo siguió presionándola:
—¿Me amas?
Oh, Señor, ¿que si lo amaba? Sí, con todo su corazón. Lo amaba hasta decir basta.
Parecía como si lo hubiera amado desde el primer momento que lo había visto en la cocina de aquella misma casa, exactamente treinta y dos días antes. Había acudido allí a servir una pequeña cena y había acabado completamente colada por el anfitrión.
Él había dicho:
—¿Es usted de Tokio?
Ella se había reído ante su expresión.
—Yo soy Kuchiki Rukia de Tokio. Soy la jefa. Inoue ha llamado diciendo que estaba enferma en el último minuto y no he podido encontrar sustituta con tan poca antelación.
Él había sonreído y a Rukia le había parecido que el mundo entero se iluminaba.
—Bien. Añada un complemento para Inoue cuando me haga la factura.
—¿Y eso?
—Por tener la magnífica idea de ponerse enferma, gracias a lo cual usted y yo nos hemos conocido al fin.
Ella se había sonrojado.
—Está usted loco.
—Tiene razón. Ha sido como si me hubiera golpeado un rayo, cuando he entrado aquí y la he visto ahí, colocando esa enorme gamba en el lecho de hielo picado. Estoy completamente loco, vaya que sí. Loco por usted. ¿Qué va a hacer mañana por la noche?
—Bueno, yo…
—Genial. Entonces ya hemos quedado. Ponga una señal en su calendario. Para mañana… y para el resto de su vida. ¿Qué tal si cenamos?
— ¿Cenamos?
—Eso es. He pensado ya que es de Tokio, podríamos pasar una velada en el restaurante Sant Pau es estupendo y…
Oh, santo cielo. ¿Cómo no iba a enamorarse de él? Había irrumpido en su vida ordinaria y bien organizada con toda la excitación y la magia de un castillo de fuegos artificiales, iluminando sus noches y haciendo de cada uno de sus días una celebración.
Hasta sus hijos lo adoraban. Desde el momento en que los había conocido, había comenzado a mimarlos igual que a su madre. Había planeado una excursión tras otra, sin descanso… al Zoológico, a la Granja de Daio Wasabi.
Y luego habían estado los maravillosos momentos allí, en la Playa de Atami, donde habían estado jugando en la arena hasta última hora de la tarde, antes de ir a casa a cenar y ver una película todos juntos en el vídeo. Tanto Daisuke como Yukiko miraban a Ichigo boquiabiertos y maravillados. Saltaban de alegría a la mera mención de su nombre.
—¿Vas a responder a mi pregunta? —Él cubrió la pequeña distancia que los separaba y le hizo alzar la barbilla con un dedo; Rukia sintió que todo su cuerpo se caldeaba con aquel simple roce—. ¿Me amas?
—Sí —sintió que las lágrimas se le acumulaban en los ojos y aquello la irritó—. Sí que te amo.
—Entonces mantén tu promesa y cásate conmigo. El sábado, como acordamos.
Ella sacudió la cabeza.
—Por favor, Ichigo, trata de comprender.
—¿Comprender qué?
—Ne… necesito más tiempo. Hace apenas un mes que nos conocemos. Y desde entonces, me he sentido como… una peonza. No he tenido ni un segundo libre para pararme a pensar. Ha sido una locura maravillosa e increíblemente romántica, pero…
—¿Pero qué?
—Pero me casé con Renji de la misma forma, habiéndole conocido sólo unas semanas antes. No puedo dejar que eso me ocurra otra vez. Esta vez tengo dos hijos en que pensar. Podría ser terrible para Daisuke y Yukiko tener que pasar por otro divorcio…
— ¿Divorcio? —Dejó escapar un bufido—. No habrá divorcio. Vengo de una familia donde la gente se casa para toda la vida. Y así será nuestro matrimonio.
—Oh, Ichigo. Claro que pensamos así ahora…
Él la cogió por los hombros.
—No lo pienso. Lo sé. Y no soy tu ex marido —su voz tenía ya una nota de crispación.
Y su boca estaba tensa.
Ella hizo un esfuerzo por no flaquear.
—Ya lo sé.
— ¿Entonces por qué me comparas con él?
—Bueno, yo…
— ¿Tú qué? —le estaba clavando los dedos en los hombros.
Ella hizo una mueca de dolor. Ichigo se dio cuenta y la soltó.
Rukia trató de explicarse:
—Sólo quería decir que… la situación es demasiado similar y eso me inquieta.
—¿En qué sentido? —No esperó una respuesta, sino que se dio la vuelta y comenzó a medir a zancadas la habitación—. ¿Acaso soy un cómico ensimismado? ¿Te parezco el tipo de hombre que, después de tener dos hijos, decide que lo de la paternidad no es para él? ¿Crees que voy a largarme en cuanto pueda algún lugar para proseguir una carrera en el mundo del espectáculo… enviando los papeles del divorcio en un rato perdido?
Rukia levantó una mano.
—Déjalo, Ichigo. No es eso lo que quería decir.
Él se detuvo.
—¡Ah, no? —Se dio la vuelta y la inmovilizó en el sitio con una mirada—. Pues ¿qué tal si me cuentas qué querías decir?
—Lo estoy intentando.
Ichigo la miró furiosamente y luego se pasó una mano por el cabello en un gesto de exasperación.
Viéndolo, viendo lo que le estaba haciendo, ella deseó decirle que olvidara todo lo que acababa de decir, que tenía toda la razón, que estaba siendo una tonta. Porque Ichigo era todo lo que una mujer podía pedir. Era un hombre guapísimo y generoso que podía hacer que se le acelerara el pulso con sólo mirarla, que no quería más que su felicidad y la de sus hijos. Y tenía una gran familia en la ciudad de Karakura, una familia a la que se suponía que ella iba a conocer dentro de menos de una semana. Rukia siempre había anhelado ser parte de una gran familia.
Todo parecía un sueño hecho realidad. Era un sueño hecho realidad. Pero Rukia Kuchiki había aprendido por las malas que había que tener cuidado con los sueños. Podían convertirse lentamente en pesadillas.
Ichigo salvó otra vez la distancia que los separaba, aunque esta vez no la tocó. Su mirada escrutó el rostro de Rukia.
—Creo que será mejor que hables, Rukia. Será mejor que te expliques.
—Ya te he dicho…
—¿Todo?
—Bueno…
—¿Hay más, entonces?
—Sí.
—Entonces, habla.
—Muy bien.
Ichigo esperó. Ella eligió las palabras cuidadosamente.
—Me siento como… uno de tus negocios, Ichigo. Me has agasajado y me has obsequiado y ahora estás dispuesto a cerrar el trato. Y se supone que yo tengo que dejarme llevar y ponerlo todo en tus manos. Pero yo no soy un trato. Soy una mujer de carne y hueso. Y necesito más tiempo.
—¿Cuánto tiempo más?
No estaba segura.
—Unos meses. No lo sé. Un buen período, para que podamos conocernos mejor. Para que nos convirtamos en algo real el uno para el otro.
Su expresión de recelo se hizo de dolor.
—No te estás explicando en absoluto. ¿Qué quieres decir, real?
—Quiero decir que es como un cuento de hadas, o algo así. Eres tan atrevido y extravagante…
—¿Y eso es malo?
—No, claro que no. Yo…
—¿Tú qué?
—Me da la impresión de que no puedo seguirte ni la mitad de las veces. Tengo la sensación de que no puedo ofrecerte nada que tú ya no tengas.
—Seré yo quien juzgue lo que tienes para ofrecerme —extendió hacia ella las manos y la atrajo hacia sí.
Con una suave expresión de sorpresa y anhelo, ella se vio apretada contra su cuerpo. Sabía que debía rechazarlo, seguir intentando explicarle lo que él se negaba a entender. Pero la sensación misma de su cuerpo pegado al suyo estaba superando todo lo demás.
—Soy real —dijo él—. Y lo que hay entre nosotros es real, más real que ninguna otra cosa.
—Oh, Ichigo…
Dejando escapar un sonido ronco y ávido, la boca de Ichigo cubrió la suya.
Rukia suspiró. Pugnó valientemente por recordar lo que estaba intentando decirle… ¿qué era? ¿Pero quién podía pensar? Los labios de Ichigo se deslizaron sobre los de ella, mientras la apretaba contra su pecho. Luego, su lengua intentó hacerle separar los labios, que ella trataba de mantener apretados.
—Déjame entrar, cariño… —dijo él dulcemente contra su boca.
Con un suave gemido, ella hizo lo que le suplicaba, abriendo los labios reluctantemente para que su lengua pudiera penetrar y emprender el delicioso tormento. Al cabo de breves segundos, ella se había relajado.
—Dime que me amas.
—Ya sabes que sí.
—¿Sí qué?
—Ichigo…
—Dilo… vamos. Quiero oírlo…
—Te amo, Ichigo —él había posado los labios sobre su garganta; ella gimió—. Te amo, te amo…
—Y te casarás conmigo. El sábado…
—Ichigo…
—Dilo.
—Ichigo, yo…
—¿Qué?
—No puedo.
—Sí puedes.
—No.
Y con aquella palabra los increíbles y deliciosos besos terminaron.
Ichigo les puso fin, como debía haberlo hecho Rukia mucho antes. Él le cogió los brazos, que seguían rodeando su cuello y se los apartó suavemente.
Luego le dio la espalda y se puso a estudiar las olas. Ella sabía que estaba tratando de poner su cuerpo bajo control otra vez, igual que estaba haciendo ella.
Ichigo, sin volverse, dijo ásperamente:
—¿A qué demonios estás jugando, Rukia?
Rukia se frotó las sienes, despreciándose a sí misma. Desde aquella mañana, en que se había mirado al espejo y se había dado cuenta de que tenía que echar un poco el freno antes de acabar en un matrimonio desastroso como había sido el primero suyo con Abarai Renji, había sentido miedo, un miedo terrible a no saber cómo llevar aquella situación.
Y ahora se daba cuenta de que había hecho bien en preocuparse. Lo estaba echando todo a perder. Había contado sus argumentos atropelladamente y sin convicción, como si ella misma no se los creyera… y luego se había fundido entre sus brazos a la primera de cambio.
Con un suspiro muy cansado, dijo:
—No es un juego, te lo juro.
—¿Entonces qué diantres estás tratando de demostrar?
—Nada. Sólo lo que ya te he dicho. Por favor, ¿por qué no intentas entenderlo? Quiero que estemos al mismo nivel. Y tengo la sensación de que aún no lo estamos. Me da la impresión de que, contigo, no puedo evitar dejarme llevar, dejar que seas tú quien se ocupe de todo. Creo que eso es peligroso para mí, como persona.
En aquel momento, él se volvió para mirarla.
—Eso es una locura. Estamos exactamente al mismo nivel, no podemos ser más iguales. Y yo te adoro. Te daré el mundo entero, si me dejas.
—Se trata precisamente de eso. Tengo que conseguir lo que necesito por mi cuenta. Nadie puede hacerlo por mí.
—Muy bien —dijo él con creciente impaciencia—. Consigue lo que necesites por tu cuenta. Y cásate conmigo el sábado.
—Ichigo. No puedo casarme contigo. Ahora no.
Estaban otra vez donde habían empezado.
Excepto que ahora Ichigo estaba empezando a darse cuenta de que ella hablaba realmente en serio. Estaba verdaderamente dispuesta a cancelar la boda.
Y nada… ni su rápido ingenio, ni su encanto, ni su considerable capacidad de persuasión, ni siquiera la forma en que conseguía que todo su cuerpo ardiera con sólo rozarla, iban a hacer cambiar de idea a Rukia.
Desde la primera noche en que la había visto allí, en su cocina, ni siquiera había considerado la posibilidad de que pudiera perderla. Era suya desde el momento en que se había sonrojado y le había dicho que estaba loco y él le había respondido que sí, claro, que estaba loco por ella.
¿Cómo demonios no se había dado cuenta de que la atracción que ejercía sobre él era tan potente? Aquello era horrible. Era una pura agonía.
E Ichigo Kurosaki no tenía por qué soportar agonía ninguna.
Ichigo Kurosaki se tomaba la vida como venía. No era de quienes se entretenían demasiado con los demás. Le gustaba la gente, eso sí. Pero, con la excepción de su Madre, siempre había sido lo bastante listo como para no dejar que nadie llegara a hacerse demasiado importante para él.
Sin embargo, con Rukia, de alguna forma había contravenido sus propias normas. Y ahora lo estaba pagando.
Entonces habló ásperamente, en un tono que muy pocos le habían oído usar.
—Ya estoy harto de esto, Rukia. O seguimos o lo cancelamos. Una cosa o la otra. No pienso esperar el resto de mi vida a que decidas si te apetece ser mi esposa o no.
Ichigo vio cómo sus grandes ojos azul violáceos se dilataban aún más. Sintió una perversa punzada de satisfacción. Ya estaba. Se habían acabado las tonterías. Que se decidiera de una vez por todas.
—Aclárate, Rukia. Y hazlo ahora. ¿Sí o no?
Rukia, que percibió aquel súbito cambio en él, trató desesperadamente de hacerle ceder un poco.
—Ichigo, por favor. Dejémonos de ultimátums. ¿No podemos…?
—¿Vas a casarte conmigo el sábado? —su voz era tan dura como su expresión.
Ella lo miró con expresión suplicante.
—Ichigo, no hagas esto…
—¿Sí o no?
—Si me dieras un poco de tiempo. Si pudiera sólo…
—Sí o no.
—Si me obligas a darte una respuesta ahora, ha de ser no.
Por un momento se produjo el silencio.
—De acuerdo, entonces —dijo en voz baja—. No hay nada más que hablar. La boda queda cancelada.
Rukia se quedó en el sitio, sin creer lo que acababa de oír. Había deseado tiempo. Y él le estaba dando tiempo. Le estaba dando todo el tiempo del mundo. Sin él.
—Ichigo…
Ichigo hizo un gesto cortante con la mano, como indicando que no había nada más que discutir. Y luego se dio la vuelta.
Rukia se quedó mirando su espalda, tratando vanamente de aceptar lo que estaba ocurriendo allí. Había esperado tener problemas para convencerlo. Había sido consciente de que él podía enfadarse. Pero, de alguna forma, había confiado en que finalmente lograría hacerle comprender.
Pero aquello no había ocurrido. En cambio, lo había perdido. Perdido. Oh, Dios, ¿cómo podía ser aquello?
Rukia se miró las manos. Vio que estaba dándole vueltas al anillo de compromiso, con un diamante, que él le había regalado. Obligó a sus dedos a pararse.
—Te… —tuvo que aclararse la garganta—…dejo el anillo aquí.
Él no dio muestras de haberla oído.
Ella susurró su nombre una vez más, ya sin esperanza. Ichigo permaneció inmóvil. Ella se dirigió hacia la puerta y se marchó.
Hasta aquí, tuve que volver a subir la historia por que, la elimine, jajajaja, tonto mouse pad, pero bueno IchiRukis, los dejo, espero hayan disfrutado del capítulo, respecto a la actualización, iré actualizando la historia conforme mis queridos maestros me lo permitan (sólo falta que nos den de latigazos D: ) sayonara y hasta la próxima.
