Disclaimer: Ninguno de estos personajes me pertenece. Este es un final alternativo donde nadie muere and nothing hurts. Contendrá slash y posibles heridas graves, enanos malhablados y elfos estirados. Quedas avisado.
La batalla había finalizado hacía ya unas horas, pero aún se encontraban cuerpos moribundos por el campo de batalla. El aire olía a sangre, sudor, muerte. Los enanos, humanos y elfos habían empezado a llevarse a sus heridos hacia zonas más seguras donde podrían tratarlos, aunque eran demasiados y era difícil tener médicos para todos. Se oía a Oin correr entre los heridos del ejército enano. Bilbo, inconsciente, estaba entre varios enanos de la compañía, entre ellos el gran Dwalin, que trataba de quitarse a varios enanos, que intentaban curar sus heridas, de encima, y el pequeño Ori, que a pesar de la negación de Dori y Nori a que participara había acabado colándose en la batalla y estaba severamente herido. Pero en la boca de todos estaban los nombres de los dos príncipes, Fili y Kili, hijos de Dís, que estaban en estado crítico, así como su tío, Thorin. Oin estaba ocupándose de los tres con ayuda de Glóin, pero muchos temían que no fueran a sobrevivir.
Pero cuando Bilbo despertó, todo estaba en calma. Un silencio sepulcral se extendía por la improvisada tienda que hacía de enfermería. A su lado ya no estaba Dwalin. Ori parecía dormido, y Dori velaba por él. Pero la única palabra que salió de la boca de Bilbo, la única que pudo articular hizo que todo enano consciente en aquella tienda se volviera a mirarle.
-¡¿Thorin?!
Su voz estaba agitada. No sabía si había sido verdad o un mal sueño, pero había visto como Thorin había sido herido en batalla y se había desplomado en el suelo. Después de eso, todo se había vuelto negro. No había podido ayudarle, no había podido salvarle. Esperaba aún verle, en algún lado, que saliera entre la maraña de enanos y le dijera que estaba bien y que se recuperara. Pero quien se acercó fue Bofur, con el cabello suelto y desordenado, sin su icónico gorro y con la sonrisa desaparecida.
-Bilbo... Por fin despiertas. - su voz parecía ronca, aunque Bilbo no atribuía la razón a nada lógico; el dolor de su cabeza le impedía pensar.- Si preguntas por Thorin, aún no despierta. Y dudamos que lo haga. Aún estaba vivo.
Aún tenía esperanza, quizá si Aulë quería pasaría de aquella noche. No estaba en su mano, él lo sabía y tenía que aceptarlo, pero aún así necesitaba estar a su lado, pasara lo que pasara.
-Llévame con él.
Quince días con sus quince noches estuvo el pequeño saqueador sentado al lado del Rey bajo la Montaña. Montaña que estaba siendo reconstruida por el resto de los enanos, incluidos aquellos de la compañía que ya se habían recuperado. Habían acondicionado una zona especial para los heridos, entre ellos los tres herederos de Durin y el joven Ori. Éste había despertado hacía ya días, y se recuperaba favorablemente. Había intentado entablar conversación con el hobbit, pero éste parecía sólo tener ojos para el monarca.
Los hermanos habían tenido sus altibajos, pero seguían igual que su tío sin mostrar síntomas de despertar. Su madre se había pasado por allí a visitar a los heridos. Bilbo nunca había visto llorar tanto a alguien. Ni siquiera él había conseguido derramar una lágrima todavía. No se permitía llorar, porque sabía que si lo hacía significaría que estaba aceptando la derrota. Y no pensaba dejar que la muerte venciera, no esta vez. Oía de vez en cuando los lamentos de Dís, que sollozaba cosas en khuz-dul, y lo único que reconocía Bilbo era Frerin, el nombre del hermano de Thorin y Dís. Imaginaba que pedía a Aulë que no permitiera morir a sus hijos como lo permitió con su hermano. Y una vez más, Bilbo se prohibió llorar.
Fue en la decimoquinta noche cuando algo cambió. Los ojos de uno de los herederos de Durin se abrieron. Los del más joven, Kili. Sus heridas, que habían sido más leves debido a que Fili se puso en medio de los golpes, habían conseguido sanar pese a que su corazón se había parado múltiples veces. Fue el único momento en el que Bilbo abandonó la silla al lado de Thorin, se permitió sonreír, tapando a Kili con su propio cuerpo la visión de su hermano, aún amoratado y herido, a su costado.
Y dos días después despertaría Fili, cuando Kili ya podía apoyarse sobre sus propios pies sin resbalarse. El pequeño hobbit no pudo alegrarse más de ver a los hermanos abrazarse - Fili estaba pálido, pues creía haber visto a un muerto, pues pensó que había llegado demasiado tarde para salvar a su hermano-, pero el dolor en su pecho crecía. Ya había pasado demasiado tiempo. Thorin no iba a despertar. Ya se lo había avisado Ori, que ya no estaba en la enfermería. Se lo vaticinó Oin, y trató de convencerle el istar gris. Pero este era el signo que le decía que la esperanza estaba perdida, que no había vuelta de hoja.
Había llegado tarde.
