Dulce Introducción al Caos
Zoro, 21 años, estudiante de universidad. Aquel día no tenía nada de especial para él. Como siempre, a pesar del ruidoso despertador, él no conseguía despegarse de las sábanas, y como era costumbre, siempre acababa saliendo a toda prisa de su casa para coger el metro que lo llevaría a la facultad.
El día era espléndido, completamente soleado y sin una nube, lo que hizo mejorar el ánimo de un Zoro que aún refunfuñaba por haber dejado sus cómodas y cálidas sábanas. Su aspecto aquel día, era parecido al de siempre, un poco desaliñado por culpa de su siempre prisa a causa de su amor por Morfeo. Su pelo verde estaba revuelto, vestía pantalones vaqueros claros algo rotos y un poco ajustados, que resaltaban su espléndida figura de cintura para abajo, unas converse bajas y rojas, bastante viejas, que más bien parecían color vino tinto por la suciedad acumulada, y en la parte de arriba una camiseta completamente blanca, muy ceñida, acompañada de una sudadera roja con capucha, listas blancas a los brazos, y con cremallera. Además le acompañaba una mochila azul muy oscuro, muy ajada del uso, donde guardaba algunos libros, apuntes y una bata. Desentonando un poco con su estilo, llevaba tres pendientes de oro en una de sus orejas.
Torció varias calles con prisa, hasta dar con la parada de metro, que en ese momento se encontraba completamente abarrotada de gente que acudía a sus obligaciones. Le irritaba esa situación, era un chico al que le gustaba la tranquilidad, y bajo cualquier circunstancia evitaba el ajetreo, pero en esa ocasión no le iba a ser posible. Bajó corriendo las escaleras, chocando con bastante gente ocupada en sus propios problemas, hasta que llegó a su andén, donde todavía quedaban varios minutos hasta la llegada de su tren. Ese día había tenido suerte y no lo había perdido. En ese momento, una chica se posicionó junto a él.
– Deberías lavar esa bata, está tan sucia que seguramente tenga vida propia – le dijo una chica pelirroja.
– ¿Nami? ¿Qué haces aquí? ¡Ha pasado mucho tiempo! – le preguntó un sorprendido Zoro.
– Mira que eres grosero, ¿Así tratas a antiguas amigas con las que aún tienes deudas? – le replicó la joven soltando un suspiro.
– ¿De..deudas? Yo no recuerdo tener ya nada de eso, maldita, de todas maneras, ¿Cómo sabes lo de mi bata? – dijo Zoro bastante asustado, con la cara pálida.
– ¡Pedazo de baka!, la llevas asomando por la mochila, de no decirte nada, seguramente no llegarías a la facultad con ella... y esto, suma una deuda más a tu incontable lista, que lo sepas.
– Eres una maldita usurera aprovechada, y creo que eso te viene de tu padre el banquero; yo sigo con mi teoría de que todo va en los genes – dijo molesto el peliverde, mirando hacia el panel que indicaba cuánto tiempo faltaba para que llegara el tren.
– ¿Genes? Ya veo... así que al final te saliste con la tuya, y estudiaste Biología; seguramente en tu casa no haya sido muy buena noticia, después de todo, tus padres siempre quisieron que fueras un buen médico, y no un investigador, con suerte – dijo Nami dando a entender que sus posibilidades para serlo, eran bastante escasas.
– Ya ves... – dijo mientras frotaba su mano contra la nuca mirando al andén – la verdad es que tengo poco contacto con ellos por culpa de eso, y yo mismo me estoy pagando mis estudios trabajando en un bar varias noches a la semana. – esto último lo dijo con cansancio en su voz – Por cierto, esa carpeta tan grande... al final, decidiste ¿hacer arquitectura?
– Ah esto... sí, ya sabes, me gustaba dibujar, diseñar, me costó mucho decidirme, es lo que verdaderamente me gusta, pero como mi padre quería una hija sucesora, estuve bastante indecisa entre arquitectura y economía – dijo Nami distraída, dibujando círculos en el suelo con su pie.
– Maldita suertuda. – dijo el chico mientras la mirada con los ojos entrecerrados.
Nami era un año menor que Zoro, pero se conocían desde la infancia, ya que habían sido vecinos. Ambos, venían de familias bastante acomodadas, el padre de Nami era un hábil banquero, mientras que en casa de Zoro, el linaje familiar era de médicos, y Zoro, saliéndose de él se enfrentó a su conservadora familia, razón por la que ahora él mismo se encarga de mantenerse. La chica era alta, aunque no más que él. Tenía un largo cabello pelirrojo ondulado que le llegaba hasta la cintura, y unos enormes ojos marrón miel. Vestía bastante atrevida, llevaba una minifalda a cuadros rosa claro, marrón oscuro y beige, unas medias hasta sus muslos de color beige, una camiseta de tirantes rosa claro, con un borde de encaje bastante escotada, y sobre ésta, una rebeca también de color marrón, al igual que sus manoletinas, y el bolso a juego, donde seguramente llevaba su portátil y apuntes. En una de sus manos llevaba una gran carpeta roja que la delataba como estudiante de arquitectura.
– ¡Mi tren! Ya viene – dijo Nami efusivamente, mientras comenzaba a moverse.
– ¿El tuyo también? – dijo Zoro un poco desconfiado.
– Bakka, estamos en el mismo campus ¿Cómo quieres que vaya si no? – le replicó una Nami sorprendida de que no supiera ni las facultades que formaban el campus en el que estudiaba.
– Sí... lo que tú digas, bueno venga, corre, ya ves toda la gente que hay – le dijo Zoro mirando hacia todos los lados.
La cogió del brazo, y la metió corriendo. De pronto, todo el tren se llenó de gente hasta rebosar, pareciendo sardinas en lata. Se encontraban pegados al cristal, sujetados a un barrote para no caer con los frenazos.
–Dime Zoro, ¿Cómo te está yendo? Nunca fuiste de los más estudiosos, pero eras bastante inteligente, aunque sólo lo demostraras de vez en cuando – dijo Nami mirando hacia arriba, haciendo ademán de recordar algo del pasado.
– No me puedo quejar, es mi último año, y además tengo una beca de investigación – dijo el peliverde bastante orgulloso, mientras miraba hacia el cristal, al oscuro túnel. – ¿y tú?
– Vaya con el peliverde, nunca pensé que fueras a llegar tan lejos, la verdad. – dijo una Nami completamente sincera, con los ojos muy abiertos de sorpresa – Yo por el contrario, no te voy a decir nada nuevo, soy muy inteligente, cosa que ya sabes de sobra, y por ahora soy la primera de mi promoción, pero, ¿sabes qué es lo mejor de todo? ¡QUE NO PAGO NADA DE MATRÍCULA! Por mis méritos, por supuesto – dijo altivamente una Nami que irradiaba luz por todos sus poros mientras que sus ojos tenían una forma.. extraña.
– Tan humilde como siempre – soltó Zoro con resignación y un leve suspiro, mirándose los zapatos.
– ¡Ah! Ya salimos, venga démonos prisa, quedan pocos minutos para las nueve. Te honraré con mi presencia, y te acompañaré hasta tu edificio, tengo que gestionar allí algunos papeles. Mira que tienes suerte, todo el mundo te mirará preguntándose qué hace alguien como tú con una chica tan guapa como yo – dijo una coqueta Nami haciendo alarde de su belleza, mientras miraba a Zoro metiéndole prisa.
– Lo siento, pero voy a pasar antes por los laboratorios a mirar unas cosas que dejé ayer, además, estoy invitado a una conferencia que da una famosa arqueóloga y antropóloga sobre evolución y comportamiento – dijo Zoro con pocas ganas, pues a pesar de que le parecía interesante el tema, tenía mejores cosas que hacer que ver a una señora seguramente muy mayor hablando de cosas de las cuales ya tenía bastante idea.
– Bueno, si tienes otros planes, lo vas a perder tú, da igual, estamos cerca, seguramente nos veamos en breves – dijo Nami sin darle importancia al hecho de ir sola a solucionar el papeleo – No tengo tiempo – dijo mirando su reloj – nos vemos en otro momento, y ¡espero que me pagues lo que me debes! – dijo Nami mientras salía corriendo agitando su mano y sacándole la lengua a Zoro a modo de burla.
– Pasan los años y esas maldita bruja no cambia – pensó Zoro con el ceño fruncido.
Se dio la vuelta, y caminó hasta llegar a unos jardines, los atravesó, hasta que llegó al edificio donde se encontraban los laboratorios. Entró por la puerta, y lo primero que vio fue un gran ajetreo frente al salón de actos. Había un gran cartel que decía "Conferencia de la famosa profesora titular en Arqueología y Antropología Nico Robin. Evolución del ser humano y el comienzo hacia la sociedad". Se paró a mirar por allí, y reconoció a varios de sus profesores hablando con gente desconocida. Esperaba encontrar a alguna señora de bastante edad, para hacerse una idea de cómo sería la persona que diera la charla, pero no encontró ninguna. Por el contrario, se quedó sin aliento al ver a una mujer de unos 30 años, pero que aparentaba bastantes menos, de una belleza indescriptible. Era muy alta, un poco más que él, con una larga melena azabache hasta la cintura, con su frente al descubierto, aunque con un par de mechones caían hacia delante. Tenía una piel clara, unas facciones finas, y sobre todo, unos preciosos y profundos ojos azules. Su cuerpo también era espectacular, tenía un busto muy generoso, y unas larguísimas piernas. Cualquiera hubiera pensado que su lugar no era ese, sino una pasarela de modelos. Vestía para la ocasión, una camiseta de media manga, de encaje negro sobre un fondo dorado muy claro, metida dentro de unos pantalones negros muy ajustados, acompañados de unos tacones altos negros con la plataforma dorada, y de finísimo tacón también dorados. En su cuello lucía un collar bastante ancho dorado, pero ajustado, y en sus manos, varias carpetas muy gruesas que parecían tener muchos documentos.
No podía dejar de mirarla, nunca había visto una chica tan guapa, era hipnótico, pero pensaba, que como no se moviera rápido, iba a parecer un acosador mirándola allí tan fijamente. De repente, ella acabó la conversación con la persona con la que estaba hablando, se dio la vuelta, y se encontró a un Zoro mirándola fijamente. Al principio se sorprendió, incluso se incomodó, pero no pudo evitar, fijarse concretamente en el chico, que le pareció terriblemente atractivo, por lo que le dedicó una enorme sonrisa. En ese momento, Zoro salió de su mundo, y vio que ella se había dado cuenta de él, así que, vergonzosamente, con toda la cara colorada, y sin volver a mirarla, se dirigió corriendo hacia los ascensores, para subir a la cuarta planta.
– ¿Eres idiota o qué? ¿Desde cuando te quedas así de embobado mirando a una mujer? Ni que fuera para tanto... no te puedes permitir distracciones baka, tienes muchas cosas por hacer, y además, la concentración siempre ha sido una parte de tu entrenamiento – Se dijo furioso asimismo, mirando la luz en el techo del ascensor, mientras subía planta por planta.
Salió del ascensor, y entró en uno de los departamentos, a ver cómo había quedado su trabajo del día anterior. Hay que decir, que con la beca que Zoro había recibido, decidió realizar un proyecto sobre cómo utilizar virus para transportar moléculas de ADN a un hospedador. Mezclaba sus dos grandes pasiones en la Biología, la Genética y la Microbiología, por lo que se sentía muy sereno cuando se encontraba en el laboratorio. Además, era un sitio silencioso, donde poder concentrarse, y sin excesiva cantidad de gente molestando. Comprobó los resultados, y se sintió satisfecho al ver que habían sido positivos.
– Menos mal, no lo tendré que repetir de nuevo, esto me hace avanzar mucho – dijo con una leve sonrisa en su cara – ¿Qué hora será?... ¡¿Qué?! ¡¿Faltan diez minutos para las doce?! Mierda, la conferencia empieza ya.
Salió corriendo del laboratorio, y no se esperó ni al ascensor, bajó las escaleras corriendo, y mientras, no puedo evitar pensar en que ella estaría allí, con su hermosa presencia, por lo que decidió darse más prisa, para ver si podía encontrar un sitio cercano a ella. Llegó a la sala de actos, y al entrar por la puerta, la buscó con la mirada por todos sitios, pero no la encontró, por más que la buscaba, no estaba allí.
– Tsk, ¿No estaría aquí para esto? Entonces, ¿Qué hacía hablando con la gente que asiste a la conferencia? Maldita mujer, dónde te has metido... – Zoro suspiró, y aunque no quisiera admitirlo por su orgullo, se sintió algo decepcionado por no encontrarla allí.
Decidió sentarse cercano a la pantalla, para así atender y quitarse de la cabeza a esa maldita mujer de la que ni siquiera conocía su nombre. Avanzó, y se sentó frente a la pantalla en primera fila, junto a otros alumnos, profesores e invitados. De repente, se apagaron la mayoría de las luces de la sala, quedando alumbrado sólo el escenario, apareciendo el decano de la facultad, que dio un breve discurso de introducción sobre esa tal Nico Robin, que no le interesaba para nada a Zoro, porque, seguramente no tenía nada que ver con aquella chica. Pasado un rato, el decano por fin terminó, y dio paso a la mujer cuya conferencia iba a escuchar. Se abrió la puerta, y entró. Zoro no le prestó atención, sacó su móvil y comenzó a distraerse con cualquier cosa, hasta que inevitable la mujer terminó de subir, y se posicionó en el atril, saludando a todos. Aquella voz juvenil, sacó a Zoro de su distracción, subió su mirada, y se encontró con la mujer que quería ver.
– No puede ser, ¡imposible! ¿ella es Nico Robin? Imposible, imposible, ¡imposible! Tan joven, y ¿ahí? ¿esa mujer es acaso un genio? – pensó atónito Zoro, cuyos ojos iban a salirse de sus órbitas.
Ella se sentía algo nerviosa, no había dado muchas conferencias de esa magnitud, aún era joven, e inexperta en esos sentidos, pero intentó serenarse lo más que pudo. Miró al público para ver a qué se enfrentaba, y vio a muchos alumnos, numerosos profesores de esa y otras facultades, y también a varios catedráticos, lo que hizo que se sintiera más nerviosa. En una de esas veloces miradas, se percató de la presencia de cierto joven, ¡en primera fila! y justo delante de ella. No pudo evitar mirarle a los ojos cuando los encontró, sorprendida de verle allí, no lo había esperado, pero eso, la hizo sentirse inesperadamente más tranquila, y no sabía el por qué. Eso le dio la fuerza para arrancar en su discurso.
– Buenas a todos los presentes, ya sabéis de que os vengo a hablar, y muchos dirán, ¿Qué relación guarda aquí la Arqueología? Pues ciertamente la Antropología está muy relacionada con la evolución, y ello implica la Genética, pero el ser humano, es un animal un tanto especial, y también os voy a hablar de comportamiento, el comienzo de los asentamientos, y como los hombres de aquella época no pueden hablarnos en el presente, para eso está la arqueología, porque a través de ella, podemos descifrar su comportamiento, podemos desde el presente proyectarnos hacia el pasado – dijo una Robin cada vez más segura de sí misma, cuya conferencia deleitaba a todos.
Especialmente a Zoro, le gustaba cada gesto de la mujer, sus pasos de un lado hacia otro, el movimiento de su pelo, el sonar de su voz, todo ello hacía que no pudiera atender a otra cosa que no fuera esa conferencia, pero, aún así, no quería admitir que esa mujer le gustaba.
– ¿Por qué has pensado así hace unos momentos? Es guapa, sólo eso. Bueno, también es inteligente, pero sólo esas dos cosas. Quizás por eso cualquiera se sentiría atraído por ella, pero no es nada importante, ni fuerte, simplemente atracción básica. Sí, seguro es eso, disfruta de la conferencia, es muy buena, pero luego sales y sigues con tu vida normal, es sólo una mujer más – se intentó autoconvencer Zoro mientras vertía su interés en la charla.
Todo siguió normal, hasta que de repente, notaron un griterío que provenía del exterior. La gente empezó a cuchichear y a sobresaltarse, los gritos cada vez se hicieron más desgarradores y violentos, y Robin calló para que pudieran escuchar mejor todo eso. Se escuchaban cristales romperse, estanterías caer, muchos, muchísimos gritos de personas, como si estuvieran perdiendo sus vidas, y la gente comenzó a entrar en pánico. Varios encargados de la conferencia salieron para ver qué pasaba mientras otros intentaban mantener la calma en la sala. Zoro tenía un mal presentimiento, su instinto nunca le engañaba, y lo primero que le pedía su cuerpo era salir corriendo de allí hacia un sitio despejado. Estaba inquieto, no podía dejar de moverse en su silla, necesitaba salir de allí. De repente, una de las personas que salió irrumpió en la sala cubierto de sangre, lo que provocó el pánico de la gente. Se encontraba en un estado deplorable, en su cuello, un enorme ¿mordisco? había destrozado sus arterias carótidas, por lo que a la velocidad a la que se estaba desangrando, moriría en pocos minutos. Fue el detonante de la sala, la gente se levantó enloquecida, alterada, pisándose unos a otros, empujándose, llevados completamente por el pánico. Todos buscaban lo mismo, las dos puertas que había en la gran sala. Zoro se maldijo a sí mismo por no haber sido más rápido cuando sus instintos si lo eran, y llegó a la conclusión que entrar en pánico como toda esa gente y saltar encima de los demás no era la solución. Debía esperar una oportunidad, un hueco para correr hacia la puerta. De repente, se acordó de la mujer, se levantó de su sitio corriendo, se volteó, y allí la vio con su rostro totalmente sereno. Es fuerte, pensó. Sin saber por qué, corrió hacia el escenario, subió, y se posicionó frente a ella.
– ¿Vienes? – le preguntó el joven sin ni siquiera pensar en lo que estaba diciendo, sus palabras salían solas, no reflexionaba en lo que decía.
– ¿Cómo? ¿Qué vaya contigo? No sé... ni tu nombre – Dijo Robin con cierta desconfianza. Una parte de ella se hubiera ido sin pensarlo, hubiera agarrado su mano, y hubiera salido corriendo, pero su razón era más fuerte, y a menudo ganaba la lógica.
– ¿Qué importa eso ahora? – dijo el joven sorprendido, tanto de su propia actitud, inesperada para sí mismo, como de la contestación de ella, muy normal en un momento tan anormal.
– ¿Por qué me has preguntado eso? No nos conocemos siquiera, seguramente en esta sala tengas amigos por los que sí preocuparte – dijo la morena duramente, cosa de la que después se arrepintió.
– Como veas, no importa, creo que tienes razón... hasta nunca – le dijo el peliverde, que rápidamente se giró y bajó corriendo del escenario, aprovechando un hueco para salir ágilmente.
– Esp... – no pudo acabar cuando ya lo había perdido de vista – Robin, otra vez así, él sólo, quería ayudarte, no todo el mundo es igual... ¿Verdad? – se dijo reprochándose a sí misma, mientras se mordía su labio inferior y apretaba sus puños.
Salió de su ensimismamiento, y pensó que ya iba siendo hora de darse prisa en salir también. Se descalzó esos incómodos zapatos para correr, y con la elegancia de un pájaro, evitó a todas las personas, hasta dar con la salida. Lo que vio al pasar la puerta era aterrador, sus ojos se abrieron de par en par, todo estaba sembrado de cadáveres desmembrados, el suelo era rojo por toda la sangre vertida, y lo peor de todo, había gente que se comportaba de manera extraña, andaban lentamente, y sus cuerpos se encontraban completamente llagados y parcialmente descompuestos. Era imposible de creer, aquello parecia una historia de ciencia ficción, el escenario de una película de serie B, pero no era así, era real, lo estaba viendo, comprobando con sus propios ojos, aquellos eran... ¡Zombies!. Imposible de creer, si no fuera por la magnitud de todo, pensaría que era una broma de cámara oculta. Rápidamente se repuso, y comenzó a correr evitando todos los obstáculos, pero eran muchos. De buenas a primeras, el edificio empezó a temblar, habían estrellado un camión contra una pared cercana, lo que hizo tambalear la estructura de la zona, produciendo un derrumbamiento.
– ¡Debo darme prisa! Si no me muevo rápido, todos esos escombros caerán sobre mi – pensó nerviosa, muy nerviosa Robin. Sorteó varios, pero distraída con los trozos que caían del suelo, un zombie se dispuso a agarrarla por su pelo atrayéndola hacia él. Robin entró en verdadero pánico, no lo podía hacer allí, había demasiada gente, tenía que valerse de sus dos únicas manos para forcejear con él. Afortunadamente, cogió una de las grandes piedras del suelo, y la estrelló con fuerza contra su cabeza, quedando completamente salpicada de sangre y cubierta de polvo. Eso la tranquilizó, pero no pudo ver lo que se le avecinaba, y de buenas a primeras su mundo se convirtió en silencio y oscuridad.
Un pequeño cascote le golpeó en la cabeza con la mala suerte de que cayó desmallada allí mismo, quedando cubierta de pequeñas piedras, aunque con suerte, no volvió a caer ninguna de gran tamaño.
En otro lugar, Zoro corría casi sin aliento en busca de algo concreto. Sabía cuál era su rumbo lo tenía muy claro, pero sin saber por qué, dio más vueltas de las que tenía planeadas, era obvio que a pesar de conocer el camino, se había perdido. Durante el trayecto, no pudo dejar de pensar en el ridículo que le había hecho sentir aquella mujer rechazando su ayuda de aquella manera en un momento tan delicado. Pensó que era un idiota por perder la concentración y dejarse llevar por ese tipo de sentimientos, que además, no hacía más que convencerse que no tenía. No le gustaba esa mujer, se decía a si mismo.
-¿Qué sucede aquí? Esto es una auténtica locura, es imposible que haya zombies, eso sólo pasa en la literatura y en el cine. Es imposible, pero por otra parte, la evidencia es muy grande, no puede ser una broma – Se decía en voz alta sorprendido contemplando el panorama.
Un panorama desolador, los jardines estaban ardiendo, los coches se encontraban en total desorden en la carretera, muchos, chocados contra las tiendas y edificios, mientras por todos lados los cadáveres sembraban el suelo, la sangre fluía constantemente, y los vivos huían despavoridamente. Los zombies eran cada vez más, y atacaban en numerosos grupos a la alterada gente que allí estaba.
Zoro continuó corriendo, hasta llegar por fin a un edificio anexo al campus con una gran puerta. Estaba abierta y se dispuso a entrar. Mirando el interior, cualquiera sabría que se trataba de un gimnasio, había numerosas colchonetas, espalderas, y demás objetos típicos, pero Zoro no se detuvo ahí, sino que continuó y entró a una sala con una pequeña llave que tenía. Encendió la luz, y frente a él se encontró una magnífica katana cuya vaina era de color blanco
–Wadō ichimonji – susurró lentamente Zoro. La cogió y desenvainó, dejando a la vista una hoja afilada y brillante. Esa espada había sido propiedad de la hija de su sensei, Kuina, una íntima amiga suya, que murió con poca edad debido a un accidente. Ambos soñaban con ser los mejores del mundo en la disciplina del Kendo, y por eso entrenaban muy duro. Cuando Kuina murió, juró realizar ese sueño por los dos, y para ello, su sensei le regaló esa katana. La volvió a enfundar, y se la colocó en la cintura del pantalón. Ya estaba preparado para enfrentar la situación y ayudar a su familia y amigos.
Salió del gimnasio, y corrió hacia la zona del metro, no lo iba a coger, pero esa era la dirección hasta su casa. Para ello, debía pasar de nuevo por delante del edificio de los laboratorios, y al llegar frente a él, sin saber por qué, sintió la necesidad de entrar. No había ninguna razón, simplemente su corazón se lo pedía, y esa vez si decidió hacerle caso. Entró, avanzó unos metros, y se encontró el panorama anormalmente tranquilo, ya no quedaba gente viva por allí corriendo alocada, pero en cambio sí había una gran cantidad de cadáveres, y de zombies que vagaban por la zona. Al parecer, no se percataron de la presencia del joven, que rápidamente desenvainó su katana, y comenzó a cortarlos a todos. Era hábil, muy hábil, y eso se notó en la rapidez en la que hizo su trabajo. Cuando terminó, limpió la hoja y la volvió a envainar. Todo aquello le había salpicado de sangre, en su sudadera no se notaba, pero en lo que quedaba a la vista de su camiseta blanca sí, y varías gotas adornaban también su rostro. Miro hacia los lados, sin buscar nada concreto, pues en realidad ni siquiera sabía que hacía ahí, y de pronto, escuchó un ruido de tos a su izquierda. Se percató de que un camión había impactado contra la pared, provocando un pequeño derrumbamiento, de donde venía ese ruido, y de pronto, la encontró allí, tumbada e indefensa en el suelo, cubierta de polvo y sangre, y rápidamente, acudió a ayudarla. Se puso de rodillas, la tomó y la giro para poder ver así su cara, y se dio cuenta de que estaba consciente. Parecía desorientada, pero aún así ella le reconoció, abrió sus ojos, y en el fondo de su corazón se alegró de verle allí.
– Maldita mujer, ¿Qué se supone que has hecho para acabar así? Mírate, cubierta de sangre y con ese golpe en la cabeza, ¡podías haber muerto! – le regañó un enfurecido Zoro, alterado por verla así.
– Gracias pos salvarme... kenshi-san – dijo con una musical risa. No sabía aún como se llamaba, y como vio que ahora llevaba una katana, decidió apodarle así hasta que lo supiera.
– ¿Kenshi... san? – preguntó Zoro extrañado por el apodo – en fin, llámame como quieras, pero, esta vez, ¿Qué harás? – le preguntó muy serio el peliverde.
- Esta bien, iré contigo – le dijo convencida Robin. El verle ahí le indujo una confianza muy grande en él, tan grande, que incluso le asustó, pues nunca había confiado tanto en alguien.
El espadachín la ayudo a levantarse, y con su pulgar le retiró una gran costra de sangre y polvo que tenía en la mejilla a la morena, y afeaba sus rasgos, aunque claro, eso era completamente imposible, pero, él sintió la necesidad de hacerlo. Ambos salieron por la puerta, y comenzaron a correr mientras sorteaban a los numerosos zombies que los abordaban.
Próximo capítulo: Estado Policial.
He aquí el primer capítulo de mi historia. Zombie Piece ¿lógico no? no se me ocurría nada más original, aunque pensándolo bien, creo que es justo su título. Llevo tiempo amasándola, pero ahora es cuando me encuentro con un poco de tiempo para desarrollarla, y la verdad, estoy bastante satisfecha para ser mi primera historia con la evolución que estoy teniendo. Ya tengo hechos los primeros cuatro capítulos, e hilada la trama para los tres siguientes, pero queda mucho por hacer, y hay muchas cosas que aun tengo que situar y a las que dar formar, por eso prefiero postear poco a poco, para no dejar cabos sin atar, contando también que quiero saber cuál va a ser la aceptación, igual no os gusta cómo lo estoy haciendo, y no me gustaría hacerle perder el tiempo a nadie (juuu). Hablando un poquito de la historia, tiene poco de original, para que me voy a engañar ( D:) son recortes de una cosa y de otra. ¿El por qué de escribir sobre zombies? Os va a hacer gracia, no es por nada de películas y series de modas, fue por una cosa que me pasó durante una clase de Zoología, dando clasificaciones taxonómicas de peces salió el tema de la tetrodotoxina, el veneno del pez globo, y de que se dice que la usan ciertas tribus para dar lugar al "polvo de zombi". Y eso nos lleva a que Zoro en esta historia sea estudiante de Biología, como yo (así tengo la cabeza :S), ¿quién mejor que un biólogo para encontrar la solución a un problema de arma biológica? *guiño**guiño*. Bueno, por otra parte, el nombre del capítulo está basado en una canción de un grupo de mi tierra, Extremoduro, "Dulce Introducción al Caos", de "La Ley Innata" (muuuuy recomendable para escuchar el grupo y el disco), y voy a tomar la dinámica de nombrar todos los capítulos con canciones de este grupo. Tanto si os gusta como si no, por favor, dejad reviews, ya que es la única manera de yo saber como está siendo recibida la historia, y los que escribáis, ya sabéis que es un incentivo para seguir hacia delante. Una cosa más, si no entendéis alguna rallada biológica en este capítulo, o en los que vienen, no dudéis es preguntarme para poder entenderlo todo, pero de todas maneras, no pondré cosas muy técnicas, o si las pongo, serán todas completamente explicadas :)
Un saludo, y espero que os guste el primer capítulo ^^
