Titulo: Somebody to love

Pesonajes: Blaine Anderson, Dave Karofsky, Kurt Hummel

Resumen: Dave Karofsky realiza un cambio en su vida después de ser chantajeado para salir del armario. Ahora tiene que enfrentar las consecuencias de ser quien es y romper con los estereotipos a los que están encadenados todos los alumnos de McKinley High.

La redención es un camino complicado pero Dave Karofsky sabrá recorrerlo.

Nota del autor: Mi segundo fic publicado aquí. Tengo poco más de un año escribiendo fics, en su mayoría de la saga de Harry Potte. Pero utlimamente no he podido quitarme de la cabeza esta serie. Les informo que yo nunca dejó un fic sin terminar y tengo días para publicar. En el caso de esta historia será todos los viernas a las 00 hora de la ciudad de México.

Mil gracias a mi beta Winter.


¿Qué es un fantasma?

Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez. Un instante de dolor. Quizá algo muerto que parece por momentos vivo aún. Un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa. Como un insecto atrapado en ámbar.

Cuando leí esas frases en los subtítulos de una película, jamás creí que pudieran llegar a aplicárseme. Hace unos meses estuve a punto de convertirme en un fantasma. Mi vida se volvió oscura, pequeña e insípida. Quería huir de mí, de lo que sentía y de lo que no podía ser. Estaba encerrado en un pequeño armario, rodeado de prejuicios y miedos, y eso me llevaba a actuar irracionalmente.

En mi idiota plan de autodestrucción llegué hasta las garras de Santana López. Después de lanzarle un granizado ella decidió vengarse. ¿Cómo? De la mejor forma que una perra despiadada como ella podía encontrar; directa a mis debilidades… A mi debilidad, de hecho.

Buscó la forma de seducirme sin que yo pudiera negarme; encerrado en el armario como estaba esas oportunidades eran muchísimas. ¿Cómo podía explicar que un tipo sano no quisiera follar con una de las chicas más calientes de la escuela? Así que me tendió la trampa un viernes por la noche y yo caí. Durante una sesión de besuqueo bastante desapasionada, ella lo supo. No había ningún rastro de excitación en mí a pesar de que estaba con ella, con una de las chicas más sexys de todo McKinley High. Bastó una mirada para que Santana López descubriera mi secreto. Y después, vino la amenaza. Se lo diría a todos el lunes a primera hora. Me quedaban cuarenta y ocho horas de vida.

Mi mente autodestructiva trabajó a mil por hora. Fui directo a mi casa y me bebí entera una botella de Jack Daniel's. Nada como un buen whiskey cuando estas pasando el momento más oscuro de tu miserable vida. Después de terminarme la botella, caminé tambaleándome hasta el baño y me miré en el espejo. En ese momento me sentí como el peor ser humano del mundo.

No tenía a nadie, no podía hablar con nadie y sólo quedaba un camino. Miré mi navaja de rasurar, regalo de mi abuelo. Él era un hombre a la vieja usanza y siempre utilizaba navaja para afeitarse y delinear su barba. Mi abuelo había enseñado a mi papá el uso de la navaja y luego me lo enseño a mí. Un año después murió; el cáncer se lo llevó.

Tomé la navaja con mi mano derecha y, de pronto, todo se aclaró para mí. Un par de cortes profundos de forma vertical en mis antebrazos y me desangraría antes de decir Jack Daniel's.

Estuve a punto de hacerlo pero algo vino a mí en ese momento. El instinto de supervivencia, el guerrero que llevo dentro, mi espíritu dañado pero no quebrado, eso que llaman coraje golpeó mi pecho. Siendo un atleta estoy acostumbrado a levantarme, a nunca pensar que la caída es demasiado dura y, en ese momento, en ese justo momento, decidí levantarme. Luchar. Porque yo no iba a morir a los diecisiete y menos por mi propia mano.

Me encantaría decir que después de ese valeroso análisis lloré desconsoladamente sobre el frío piso del baño pero no fue así. El drama no va conmigo. Sólo vomité todo lo que traía en el estomago, me di una ducha y dormí hasta el medio día del sábado.

Después de despertar, tomé mis patines y, sin decirle nada a nadie, conduje hasta la pista de patinaje. Estuve sobre el hielo durante horas. Pensaba en mi futuro, en mis padres, en mis amigos, en todo lo que pude ser y en lo que se me había escapado por comportarme como la persona que no era.

Cerca de la hora de la cena, conduje de regreso a casa. Estaba temeroso pero con el valor suficiente para hablar. Así que después de cenar, y justo cuando teníamos el postre sobre la mesa, se me ocurrió decir las palabras mágicas: Soy gay. Sin preámbulos, sin palabras entrecortadas ni sollozos. Lo dije como mejor me saldría, lo dije cuando tenía los huevos para hacerlo porque, de no ser en ese momento, jamás lo hubiera hecho.

Estaba sentado a la izquierda de mi papá, de frente tenía a mi hermana Cristi y a mi madre. El silencio que se formó después de que hablara fue el momento más tenso de toda mi vida. Sé que aunque pasen los años lo seguiré recordando, sobre todo por las reacciones de mi familia.

Mi padre lanzó un suspiro cansino; era como si hubiera estado esperando eso desde hace tiempo y, francamente, mi papá tenía razones de sobra para pensarlo. Mi expulsión por molestar y amenazar con matar al único chico gay declarado en mi escuela pudo haber sido una gran pista. Cristi me miraba evaluadoramente, esperando que dijera que todo era una broma. Imagino que en cuanto vio mi semblante cambió de opinión. Después me sonrió levemente. Me había ganado la aprobación y el respeto de mi hermanita menor.

Sin embargo, mi madre fue otra cosa. Primero me preguntó si en realidad lo era y, al asentir, empezó a llorar. Ese dolor desgarrador llegó hasta el fondo de mi alma. Mi madre gritó, me empujó y me preguntó: ¿Por qué? Me hubiera encantado tener una respuesta para ella. Mi papá la detuvo cuando empezó a golpearme en el pecho.

Después de que mi hermana se llevara a mi madre, mi papá me llevó al estudio y me dio un gran abrazo, uno de esos abrazos que no había sentido desde los diez años. Yo no pude evitar disculparme con él por ser quien era. Mi papá me sorprendió de nuevo tirando de mí y, mirándome a los ojos, me dijo algo que tampoco olvidaré jamás porque se quedó grabado en mi alma:

Te amo, hijo. Siempre lo haré. No importa quién seas o a quién quieras, siempre serás mi hijo. Y jamás te disculpes conmigo por esto. Eres perfecto, Dave. Una de las mejores cosas que tengo en mi vida, y siempre estaré aquí para ti.

Me abracé a él como nunca, como un niño pequeño que necesita consuelo. Y lloré, lloré como nunca lo había hecho. Lloré para conciliar el hecho de ser un hombre al que le gustan otros hombres y por haberme quitado la losa de la mentira de los hombros.

Cuando el lunes llegó yo estaba preparado para todo. Sucedió al encontrarme en el pasillo con Santana. Ella me gritó que no había sentido nada conmigo durante la noche del viernes y yo le respondí: Soy gay, ¿cuál es el maldito problema? Por una fracción de segundo pude ver en sus ojos algo cercano a admiración y el asombro.

Para el tercer periodo, todo McKinley ya sabía que Dave Karofsky era gay. Un giro muy novelesco: el matón, el homófobo, gay. Vaya cliché.

La noticia trascendió y se comentó pero no hubo muchas consecuencias. Estábamos a una semana de las vacaciones de verano y era normal que dejaran mi historia en un segundo plano. Claro, hubo algún que otro intento de granizado en mi cara, pintaron en mi casillero la palabra MARICA y llamaron a mi casa para decir que era un HOMO.

El verano llegó y mi papá tenía varios planes para mí. El primero de ellos era que viera un terapeuta para controlar mi ira. Así fue como llegué al diván de Patrick, un hombre que podría ser el perfecto imitador de Sigmund Freud. Con traje gris, chaleco, calvo, profusa barba blanca, lentes redondos y pipa. Podría apostar mi camiseta de los 49 a que Patrick no sólo fuma tabaco en ella.

En un principio pensé que Patrick me hablaría de mi sexualidad, pero no fue así. Lo primero que hizo fue preguntarme si ya había visto porno gay. Casi muero de la vergüenza, porque en realidad jamás me había puesto a ver porno gay, tenía demasiado miedo de admitir esos sentimientos. Así que, como primera tarea en mi terapia, tuve que ver porno gay.

Patrick, le debo mucho a ese anciano. Las sesiones cada semana me ayudaron a conciliar todos los aspectos de mi vida, desde el hecho de quién era, hasta el dolor de ver a mi madre alejada de mí por mis preferencias.

Después de mi instrucción en el porno gay, Patrick me pidió que hiciera una lista con los nombres de las personas a las que mi ira hubiera afectado. Una tarea muy difícil.

Obviamente, el primer lugar de la lista lo ocupó Kurt Hummel. Le hice la vida un infierno llamándole marica, homo, bonito; lanzándole granizados; empujándole contra los casilleros; robándole un beso y luego amenazando con matarlo si se lo decía a alguien y, finalmente, el pobre terminó huyendo del McKinley, dejando amigos, a su hermanastro Finn y la individualidad que tengo le gustaba, para terminar en un colegio de niños ricos. En aquellos negros momentos odiaba a Kurt por ser más valiente que yo, por estar seguro de ser lo que era y porque, bueno, tal vez me gustaba…, un poco…, bastante… Aunque eso no importa, Kurt Hummel jamás será para mí.

Volviendo a mi lista, en segundo lugar estuvieron los padres de Kurt. Había escuchado ciertas pláticas de sus compañeros del Club Glee. Al parecer sus padres habían invertido el dinero de su luna de miel para pagar la inscripción de Hummel en la Academia Dalton.

Mis padres llegaron en el tercer puesto de mi lista. No tenía que disculparme por ser gay, pero sí por haberles dado un año de perros con mi expulsión de la escuela después de amenazar a Hummel.

Coloqué a Azimio en el cuarto lugar. Cuando grité en el pasillo de la escuela que era gay mi mirada se cruzó con la de Azimio y pude percibir en sus ojos decepción. Esperaba que me acosara durante esa última semana de clases pero eso nunca sucedió. Él simplemente me ignoró. Azimio y yo prácticamente nos habíamos criado juntos. Su padre trabajaba en la constructora del mío. Los Adams viven al lado de nosotros desde siempre y eso fortaleció mi amistad con él. De una u otra forma le debía una explicación.

Y después de Azimio… Bueno, después de él estaban todos los chicos del Club Glee. A todos los había acosado, maltratado y ofendido, así que debía disculparme.

Al día siguiente de tener la lista fui y me disculpé con mis padres. Luego caminé los pocos metros que me separaban de la casa de los Adams para hablar con Azimio. Toqué y él mismo me abrió. No hubo palabras, sólo me dejo pasar. Caminamos en silencio hasta su habitación, me dio un mando del PS3 y empezamos a jugar Black Ops. En medio de una masacre masiva Azimio empezó a hablar:

Amigo, ¿por qué nunca me lo dijiste?

Lo siento. Tenía miedo. Ni siquiera yo entendía lo que estaba pasando —Azimio negó.

Bro… Yo iba por la vida insultado, diciendo homo, marica, rarito y no decías nada. No, amigo, eso no es justo.

Azimio…

Hey, amigo, eres como un hermano para mí. ¿Crees que el hecho de que te gusten las pollas cambia mi cariño por ti? Sólo lamento haberte insultado sin saberlo y la verdad es que estoy un poco resentido contigo por no decírmelo el primero.

Lo siento. Yo… Sólo… Fue difícil, amigo.

Azimio aceptó mis disculpas. Ese día le hablé de mi encuentro con la muerte y de mi decisión de salir adelante. Azimio, siendo el gran amigo que es, me dijo que me acompañaría en mi viaje de redención. Los siguientes días estuvieron ocupados por peticiones de disculpas a los chicos de Glee. Unos me cerraron la puerta en la cara, otros me escucharon con desinterés y otros me hablaron del arcoíris; sólo Brittany en realidad.

Dos semanas después de que mi viaje hacia la rendición empezara sólo me quedaban cuatro personas en mi lista: Kurt Hummel, Burt Hummel, Carol Hummel-Hudson y Finn Hudson. Había convencido a Azimio para que me dejara hacer esto solo, así que estacioné mi Tacoma frente al taller Hummel y caminé a paso firme hasta el señor Hummel.

En un principio creí que me mataría o que, como mínimo, me reventaría la cabeza con una llave stilson de treinta y cuatro pulgadas. Nada pasó. El señor Hummel me dejó llegar hasta el final de mi disculpa y terminé tendiéndole un cheque que mi papá me había dado. El doble de lo que costaba el curso en Dalton.

El señor Hummel frunció el ceño al ver el cheque y en ese momento casi me corre, pero yo le supliqué que lo aceptara. Le dije que pensara en su esposa y en lo feliz que le haría tener su luna de miel. Burt Hummel aceptó y, extrañamente, terminó empleándome en su taller. Mi papá me había dicho que ese verano tendría que buscar un trabajo y de inmediato pensó en mandarme a la constructora pero, definitivamente, era mejor trabajar en el taller de Burt Hummel. Pensé que eso me ayudaría en mi terapia, servir en un lugar donde sólo fuera Dave y no el hijo del señor Karofsky.

Un sábado, teniendo tres días trabajando en el taller, Kurt llegó para ayudar a su padre con el papeleo y tuve mi oportunidad para pedirle perdón. Porque con Hummel era más que una disculpa; de verdad, de verdad tenía que pedirle perdón. Kurt me miró sorprendido por todo mi proceso pero se mostró reacio a perdonarme tan fácilmente. Claro, yo no esperaba que lo hiciera. ¡Por favor! Había amenazando con matarlo. Sin mencionar el hecho de haber secuestrado su arreglo de pastel de una forma espeluznante. Como ofrenda de paz, le regresé el adorno y prometí no acercarme a él si regresaba a McKinley. Kurt negó y me dijo:

"Estamos en paz, Karofsky".

Ese fue el final para mi viaje de redención. Seguí trabajando en el taller de Burt durante lo que restó de verano pero jamás volví a cruzar palabra con Kurt. Lo veía de vez en cuando con un chico, el mismo que le había acompañado a hablar conmigo después del incidente del beso. Definitivamente ellos eran más que amigos. Una parte de mi se rompió pero otra, una muy grande, me dijo que eso era lo mejor, que Kurt se merecía un tiempo con ese niño bonito.

El verano terminó y ahora estoy aquí, frente al salón de ensayos del coro, en el primer día de mi último año en McKinley. El señor Schuester me ha dado una oportunidad para entrar al coro. Lo busqué a primera hora, le dije que me había disculpado con todos sus chicos y que aun quería mi oportunidad para ser uno de los chicos más talentosos de todo el instituto. Sabía que Kurt y su novio estarían ahí, los había visto al inicio del día tomados de la mano y esquivando los insultos de otros jugadores de hockey y fútbol, pero eso ya no me importa. Esto lo hago por mí; por y para mí. Aunque tal vez la inspiración para presentarme sí saliera de lo que aún siento por Kurt.

Aspiro aire una vez más y exhalo antes de abrir la puerta del salón de ensayos. Los únicos que me sonríen son el señor Schuester y Hudson. Cuando me disculpé con él en verano al principio no me creyó pero, al verme en el taller de Burt, y cuando se enteró de que le había dado un cheque para su luna de miel, las cosas se suavizaron. Terminamos haciéndonos amigos. Finn Hudson es un tiempo sencillo, honorable y noble; virtudes para admirar y respetar.

—Muy bien, chicos, ya conocen a Dave. El año pasado, cuando el equipo de futbol se nos unió, yo invité a Dave para que se quedara permanentemente aquí. Él no aceptó, estaba pasando por un mal momento; pero ahora está aquí, se ha disculpado con ustedes de corazón y creo que debemos darle una oportunidad.

De inmediato Rachel Berry levantó la mano. Berry es una irritante chica obsesionada con la fama y con ser una estrella de Broadway. Es adoptada, sus padres son una pareja gay y ella ha estado enamorada de Finn desde… siempre, creo yo. El año pasado me llamaba homofóbico, pero ahora las cosas son distintas.

—Señor Schuester, no pretendo ofenderlo pero, ¿francamente cree que Karofsky tenga talento? Una cosa es interpretar un zombie, lento, lerdo, tonto y violento y otra es cantar y bailarfrente a centenares de personas en las regionales. Le recuerdo que este año nuestra meta es ganar las nacionales ya que el año pasado los idiotas de Vocal Adrenaline nos robaron el triunfo.

—Claro, Rachel, pero creo que podríamos darle una oportunidad a Dave. Recuerden que nosotros no discriminamos a nadie. ¿O sí?

—El señor Schu tiene razón, Rachel. Karofsky se merece la oportunidad de audicionar —dijo Finn. Gran tipo, de verdad. Tal vez un poco tonto pero bueno, muy bueno.

—Demonios, señor Schu, este tipo amenazó con matar a mi chico. ¿Usted de verdad cree que cambió de la noche a la mañana?

Mercedes Jones, una diva. Por lo que había escuchado el año anterior en mi breve estadía en el coro, Mercedes Jones había tenido un enamoramiento con Kurt durante el primer año en el instituto. Casi muero de la risa, Kurt Hummel no podía verse más gay. Sin ofender, claro. Tal vez esa fue la razón por la que la chica negra me cerró la puerta en la cara cuando fui a pedirle disculpas. Yo fui el matón de su chico.

—Kurt, ¿tú tienes un problema con esto? —El señor Schuester ha dado en el clavo. En este momento quiero saber qué piensa Kurt de esto. Él me dijo que estábamos en paz y yo, de verdad, de verdad quiero unirme al Club Glee. Aunque si él se niega no tendré más remedio que irme. Soy un hombre de palabra y si él no me quiere cerca, no hay nada más que hablar.

—Yo —lo estoy viendo entrelazar su mano izquierda con la derecha de su novio y luego el idiota le sonríe como gesto de confort —, no tengo ningún problema.

— ¿Blaine? — ¿Qué pasa con ese chico y sus estúpidas sonrisas encantadoras? Lo sé, lo sé, hablan mis celos. En realidad no se ve mal tipo.

—Claro que no tengo problemas, señor Schuester. Como usted dijo, todos nos merecemos una segunda oportunidad —¡Coño, no es un mal tipo! De verdad necesito un motivo para odiarlo que no tenga nada que ver con ser el novio de Kurt.

Blaine Anderson, niño pijo, snob y de familia acomodada. Mi papá y el abuelo de ese tío han hecho muchos negocios juntos. Cuerpo perfecto, peinado perfecto, sonrisa perfecta. Baila, canta y es jodidamente PERFECTO. Hummel debe de adorarlo.

— ¿Alguien tiene algún problema? ¿Sam? —el rubio lo niega —. ¿Quinn? —La líder de los porristas tiene unos segundos de indecisión pero la mirada de Hudson termina por convencerla. Aún me pregunto por qué esos dos están juntos. Ella le mintió sobre estar embarazada de él hace dos años; el bebé resultó ser de Puckerman, el mejor amigo de Hudson, y ahora están juntos de nuevo desde finales del año pasado. Pero no creo que se quieran, Hudson puede estar con ella porque es fácil y ella… No es difícil imaginar por qué está con él: Popularidad.

—Está bien, señor Schu, que Karofsky dispare —Noah Puckerman, como yo, fue un matón hasta que también se decidió por el Club Glee. Según algunos rumores, ha estado en la juvenil tres veces. La verdad es que no creo que sea tan duro como pretende. Cuando fui a disculparme con él, me dio un lindo derechazo y luego nos invitó unas Coolers. Azimio, Puckerman y yo terminamos cantando Don't stop believin desnudos en la piscina de la vecina de Puckerman.

— Muy bien —el señor Schuester me está sonriendo afectuosamente —, entonces todo tuyo, Dave —. El profesor se va a sentarse junto a sus chicos y yo vuelvo a respirar profundamente. Giro mi cuello hasta que hace "clic". Tomo una de las guitarras de la banda. Berry hace un ruido estrangulado. Tengo que respirar de nuevo, Patrick me dijo que esto pasaría. Existe la gente irritante y Berry es una de esas personas. Me coloco en el centro del salón y empiezo a tocar. Otro sonido estrangulado de Berry pero eso ya no me distrae.

Mi mirada ya está sobre Kurt. No quería pero lo necesito para cantar como debo; necesito un poco de inspiración y él, justo en este momento, es una gran fuente para mí.

I'm not a perfect person
There's many things I wish I didn't do
But I continue learning
I never meant to do those things to you
And so I have to say before I go
That I just want you to know

La cara de Hummel ha adquirido un color rosa pálido, sus manos, que seguían entrelazadas, parecen temblar un poco. Todos los demás chicos del coro están sorprendidos, lo sé, aunque no los estoy viendo. Toda mi atención está en Kurt. En este instante cantar esto se ha vuelto una necesidad.

I've found a reason for me
To change who I used to be
A reason to start over new
and the reason is you

El príncipe encantador de Kurt voltea su rostro para verlo. Hummel tiene una leve sonrisa en el rostro. Sé que le encanta la atención y en este momento tiene toda la mía. Puedo ser un ex matón pero nunca hay que demeritar el poder de una canción. Hummel lo está disfrutándo aunque no lo admita nunca.

I'm sorry that I hurt you
It's something I must live with everyday
And all the pain I put you through
I wish that I could take it all away
And be the one who catches all your tears
Thats why i need you to hear

Mi voz ha podido quebrarse un poco pero lo he evitado. De verdad quiero decirle esto a Kurt, de verdad me hubiera gustado borrar todo y tener una oportunidad. Pero yo sé muy bien que las cosas no pasan así y que él tiene lo que se merece. Encantador es bueno para Kurt y yo jamás podré acercarme a esa perfección.

Un solo con la guitarra paseando un poco por el salón y por fin puedo notar la reacción de los demás. Todos parecen sorprendidos. Rachel, la chica asiática, y Mercedes incluso parecen conmovidas y observan alternativamente a Kurt y a su encantador chico bonito. Después del solo de guitarra camino hasta quedar frente a Hummel y rematar la canción.

I'm not a perfect person
I never meant to do those things to you

Lo miro con todo lo que tengo en el corazón y él lo sabe. Todos los que están en ese lugar lo ha tenido que ver. Hay un silencio que el señor Schuester rompe aplaudiendo.

—Eso fue… ¡increíble!

—Yo diría apasionante, señor Schuester —no esperaba que Berry hablara, y menos que me dijera un tipo de ¿cumplido?

— ¿Entonces? —Pregunto mirando alternativamente a los chicos y al señor Schuester — ¿Estoy dentro?

—Por supuesto, Dave. Bienvenido al Club Glee —. Con un aplauso general los chicos del coro me dan la bienvenida.

Hudson tiene algo raro en la mirada pero ya me encargaré de eso más tarde. Ahora sólo quiero disfrutar mi bienvenida y, tal vez, sólo tal vez, también disfrutar de la mirada que Kurt me lanza.


La canción de Dave es: The Reason, original de los Hoobastank.