Todo había comenzado en ese pequeño Café a donde iba a comer mientras seguía averiguando acerca de la prueba del Cazador.

Ella lo miró, él la miró. Casi sintió que se detenía el tiempo, lo cual era, se decía, lógicamente imposible. Hasta ese día.

Y luego la camarera tropezó con algo o alguien. Se dio vuelta una taza de café. Muy caliente. En su mano.

Y entre su dolor, las disculpas de la trabajadora y sus maldiciones mentales, vio como ella se acercaba. Luego hizo algo extraño, sintió una sensación tibia en su mano, y ya no le dolía.

Fue automático de su parte. Las gracias, el modo de demostrarlas. Y ella respondió algo que no se lo esperaba.

Y ahí estuvo él en un pub con ella, tomando bebidas, con música bailable de fondo, pero tranquilo.

No era el tipo de lugar que él acostumbraba a ir, menos con alguien que conoció sólo ese día, pero fue agradable. Demasiado agradable para no significar nada.

En ese momento debió haber pasado algo casi apocalíptico, o una alineación de planetas. Porque las palabras salieron de su boca antes de analizarlas.

Se puso de acuerdo para verla a la hora del almuerzo en los días siguientes.

Porque no quería comer sólo. ¡Esa fue la única razón!

O eso creía.