— Sí, mi señora, yo fui quien le ayudo a escapar.
— ¿Podéis explicarme porqué, Lady Mormont?
— Lady Stark, ambas sabemos de sobra que los soldados borrachos de su hijo le habrían degollado sin dudarlo, su paciencia deja bastante que desear.
— Eso no os da derecho a salvarlo.
— Si vos no secundarais mi idea ya me habríais matado— Anna inclinó la cabeza ante la fría mirada de la dama del norte— estoy asegurando la libertad de Sansa, de Arya y la vuestra.
Lady Stark que la observó de arriba a abajo, Anna sabía que si permanecía un minuto más en aquel campamento, era probable que acabara muerta; Lady Catelyn pareció darse cuenta de lo mismo, así que le dio la espalda y se apoyó en la mesa de estrategias de su hijo Robb.
— Vístete de hombre, — dijo vencida por el peso de las afirmaciones de la muchacha— ¿crees que serás capaz de llevarle sano y salvo a Desembarco del Rey?
— Por supuesto, llegara de una pieza.
Ella se debatió contra los soldados, mordió a dos hasta notar el hueso bajo sus dientes y al segundo le atestó un golpe con toda su fuerza en el estómago. El joven Lannister la miraba compadecido, "cómo si necesitara algo de él"— pensó con suficiencia— pero cuando los soldados la desataron y comprobó que la superaban en fuerza echó de menos la espada del Matarreyes a su lado. No se extrañó cuando le informaron de lo que iban a hacerle a continuación. Pero sí luchó con todas sus fuerzas.
Anna Mormont era una mujer joven y hermosa, con rasgos marcados y profundos ojos azules como todos sus hermanos. Al fin y al cabo era una Mormont y los ojos azules les distinguían del resto.
Ahora el comercio de esclavos les distinguía del resto. Decidió no pensarlo. Su hermano Jorah comerció con sus presos para mantener a su familia y a sus jornaleros durante una mala época que sufrieron sus tierras, pero Ned Stark se enteró de sus acciones ilegales y le encarceló, pero su hermano decidió salvar la vida condenándose al destierro como forma de pago por su deuda.
Jorah había sido su mejor amigo y el mejor hermano, le había enseñado a luchar como un hombre y a disparar con el arco (lo que se había convertido en su pasión). Cuando partió para cruzar el Mar Angosto fue la única vez que Anna lloró en público, pero entonces su hermano la seco las lágrimas y le regaló algo que jamás la había abandonado: su cuchillo de acero valirio.
Dioses, como añoraba a Jorah.
Uno de los soldados la agarró del pelo color caoba y la arrastró lejos de la mirada de Jaime. Entonces Anna comenzó a preocuparse realmente, aquellos hombres eran unas bestias y perder su honor así resultaría doloroso y repugnante. Por fortuna el joven Lannister abrió su boquita de oro para dirigirse al capitán Vargo Hoat.
— ¿Pero sabéis quién es esa mujer?
— No me importa quien sea, lo único que sé es que calentará mi cama esta noche.
— Su nombre es Brienne de Tarth, ¿sabéis cómo llaman a la tierra de los Tarth?
— Las islas azules
— ¿Sabéis por qué? — ni su padre era Selwyn de Tarth, ni sus tierras eran las Islas Azules; pero Anna escuchó atentamente sospechando la estrategia del joven Lannister.
— No
— Aquellas tierras están plagadas de zafiros, y Lord Selwyn Tarth pagaría el peso de su hija en dichas piedras si se la devolvieran viva y con el honor... incólume.
— "Incólume" ¿eh? Bonitas palabras, propias de alguien de tu casa. Pero poco adecuadas para el Matarreyes.
— Cuando pasas tiempo en Desembarco del Rey y tienes un padre como Tywin Lannister aprendes a convivir con ese tipo de palabras.
— Ya veo, y vuestro padre, el señor de Roca Casterly, el hombre más poderoso y rico de los Siete Reinos, ¿También pagaría vuestro peso en oro?
— En efecto — en aquel momento Anna comprendió que esas palabras le saldrían caras.
— ¡Traedla! — a lo mejor el capitán Hoat era menos inteligente de lo que ella pensaba. En ese caso, por desgracia, le debiera mucho al asesino de Aerys Targaryen.
El soldado la devolvió al árbol donde estaba atada y por primera vez se permitió mirar a Jaime con detalle. Se fijó en sus pómulos y barbilla acusada, en sus grandes ojos verdes, en su pelo rubio ceniza empapado y sucio y en su postura: noble hasta el final.
Asintió con la cabeza, agradeciéndole el gesto.
Jaime Lannister no tuvo tiempo para sonreír.
— Prendedle
— ¿Qué...?
— El dinero no puede comprar el placer que voy a sentir ahora, Lord Comandante
Lady Mormont gritó con todas sus fuerzas los insultos que conocía pero no fueron suficientes para que los hombres redujeran al Matarreyes contra un tronco partido, el repulsivo Vargo Hoat se acercara a él y con un golpe seco de su cuchillo le arrebatara su mano derecha. El mundo se detuvo en ese momento para Anna, no había cumplido su juramento y Jaime gritaba como un perro apaleado. Con crueldad y desprecio le dieron una venda y le ataron al lado de ella. Pero lo que más la molestó fue la desdentada sonrisa de Hoat.
— Vendadle lo mejor que podáis.
Anna miró a Jaime Lannister, lágrimas de dolor corrían por sus mejillas y se permitió sentir pena por él, hasta que pensó en Bran. No, el Matarreyes no podía ser objeto de su pena.
Le vendó en silencio, lavándole el muñón con la poca agua que le quedaba para el día y le vendó con todas sus fuerzas para parar la hemorragia. Jaime Lannister grito un par de veces.
— Gracias...
— No hay de qué
— Os pido perdón por mis palabras durante el trayecto— Anna distinguió en su voz la culpa y el dolor.
— No gastéis vuestras fuerzas disculpándoos conmigo Matarreyes— no alzó la cabeza por miedo a tropezarse con sus ojos verdes y quedarse mirándolos ensimismada.
— Habéis gastado toda vuestra agua y mañana no podréis beber.
— He pasado mucha sed, Lannister, y no consideró esto pasar sed— Anna no quería hablarle con condescendencia pero comprendía que para Jaime Lannister perder la mano derecha era como para ella perder el honor— ¿lo he hecho bien?— preguntó mirándole a los ojos cuando termino
— Está perfecto, dudo que se me infecte
Dejó de mirarle, los sentimientos contrarios se apiñaban en su mente impidiéndole pensar con claridad.
No calculó el tiempo que se quedaron espalda contra espalda, cada uno murmurando sus cosas y encomendándose a sus dioses. Pero tras anochecer hubo un momento en el que Jaime, con la mirada perdida se volvió hacia ella.
— Lady Mormont, ¿puedo preguntaros algo?
— Adelante— no tenía sueño así que se volvió hacia el Matarreyes.
— ¿Por qué hacéis esto? ¿Por qué luchar por Rently Baratheon?
— ¿Por qué? — ella dejo de mirarle— a mi familia no le queda nada, Lady Catelyn fue muy generosa convirtiéndome en su dama cuando lo perdimos todo y mi tía Maege se hizo cargo de las Islas del Oso, pero cuando la asesinaron los bandidos de Lannisport decidí que la mejor manera de mantener las tierras de mi prima Alysanne era con mi arco y mi espada y no con mis peinados.
El Matarreyes esbozo una sonrisa.
— Entonces— ¿sois algo parecido a una mercenaria?
— No considero mercenario a alguien que sirve a una sola familia.
Anna Mormont examinó el muñón del joven Lannister con el ceño fruncido.
— No debisteis hablar por mí— dijo pensativa. No quería aceptarlo pero sabía que el hecho de que el Matarreyes no tuviera su mano era su culpa.
— Habríais perdido vuestro honor
— Y vos no habríais perdido vuestra mano.
Jaime Lannister apoyó aún más su maltrecha espalda contra el tronco del árbol que compartían. Fue la primera vez que Jaime observo su muñón, aquel lugar donde debía estar su mano derecha.
— Me temo que esta noche vais a dormir muy cerca de mí— dijo con diversión. Anna sospechó que sólo deseaba hacerle rabiar para no pensar en lo que había pasado
— Mientras no arriesguéis vuestra otra mano colocándola donde no debéis— Anna considero que la segunda sonrisa del Matarreyes era suficiente— podré dormir bien.
— Me parece un buen trato.
Lannister se rebatía en sueños, era el segundo golpe que recibía y Anna no pudo soportarlo más. Se giró hacia el dispuesta a golpearle y despertarle de lo que parecía una pesadilla.
— Cersei, Dioses... lo he perdido todo.
Anna no sabía que contestaba la hermana del Matarreyes, pero él volvió a luchar contra su enemigo invisible.
— No me dejes, solo me quedas tú
Hubo un largo silencio, sin movimientos, casi sin respiración.
— Lo he perdido todo...
Anna le zarandeó.
— Ser Jaime— dijo con indiferencia.
El caballero alzo su única mano para acariciar su rostro femenino, enroscó un mechón de su pelo y aún dormido alzó su cabeza para besarla.
Ella apartó su mano de un golpe, negando con la cabeza, disgustada. Él se despertó con violencia y se dio cuenta del error
— Lady Mormont, yo...
— Aún os queda vuestra vida, Matarreyes. No lo habéis perdido todo.
— Disculpad
— Dormid, e intentad no tener más pesadillas. No soy vuestra niñera.
Él se quedó observándola cuando se dio la vuelta para no mirarle a la cara, y ella cerró los ojos para intentar conciliar el sueño.
— Gracias
Anna asintió, aceptando las palabras del Matarreyes. Mañana serí
