Disclaimer: no me lucro escribiendo sobre Harry Potter.
Esto es una fic de temática yaoi, es decir, hombre x hombre... si no te gusta, no leas.
Es un two-shoot, sin continuación.
Pareja: RLxDM (RLxLM?)


Solo él me entiende (I de II)

Le había llamado a su despacho, citado para después de las clases. El muchacho ya tenía diecisiete años, y con el tiempo y el sufrimiento, sus rasgos habían madurado, pareciendo cada vez más a los de su padre. No sabía siquiera por qué sus labios habían hablado, pero sí tenía la certeza de que el pequeño Malfoy se acercaba a su despacho, y todavía no sabía qué excusa inventarse.

Después de la guerra, la familia Malfoy no había ido a Azkabán, gracias a la intervención de Harry, defendiendo sus actos en la última batalla. Todos los alumnos de séptimo habían repetido el curso, puesto que hijos de muggles no habían podido acudir, y la mayoría de los estudiantes simplemente intentaban escapar de Hogwarts, demasiado asustados de los Carrow y Snape.

Y ahí estaba ahora: después de haber estado dos meses en San Mungo, la Directora McGonagall le había concedido el puesto de profesor de Defensa contra las Artes oscuras. Los Slytherin y los Gryffindor habían hecho una tregua, al parecer, puesto que ya no había tantas peleas entre ellos y cada cual se dedicaba a aquellos asuntos que le parecían más importantes. Y para Draco sus estudios empezaban a ser su prioridad: desde el principio de curso, sus notas habían mejorado considerablemente.

Y por ello, Remus Lupin le amaba un poco más. Su apariencia aristocrática se parecía cada vez más a la de su padre, pero el profesor no se engañaba: Draco no era Lucius, aquel chico que le había cautivado desde el primer momento que le vio, con once años. Remus se recostó sobre el respaldo de su silla mullida, cerrando los ojos: durante años le había observado desde lejos, esperando que Lucius se diera cuenta de su amor.

Por supuesto, Snape se había metido en medio y, en menos de un parpadeo, Lucius Malfoy y sus amigos se reían de él. Solo en ese momento se dejó llevar por el odio hacia Snape, Malfoy y los Slytherin en general. No obstante, esa belleza asombrosa había sido heredada por el hijo, más no su carácter.

Y cuando a principios de año le observó ser mínimamente gentil con los Slytherin, supo la verdad sobre sus sentimientos: lo que sentía por Lucius solo era atracción, no amor. Su belleza había sido absorbente, pero su carácter siempre había sido arrogante y déspota. Su hijo por el contrario, había conseguido suavizar su carácter; y Remus, con el tiempo, se había enamorado de ese chico amable, gentil, con respecto a su padre, hermoso, y un sinfín de cualidades más.

Unos golpes en la puerta de madera le hicieron salir de su ensoñación: Draco ya estaba allí. Carraspeando, abrió mágicamente la puerta, mientras buscaba su expediente: su coartada, por tonta y usada que estuviera, eran las notas.

- Buenas tardes, profesor Lupin- Draco hizo una levísima reverencia, mientras se sentaba en la silla delante del escritorio, detrás del cual le observaba el licántropo.

- Hola, Draco. Me gustaría- besarte- hablar sobre tus notas.

- Usted dirá, señor- le instó a hablar el rubio.

- Bien...- se relamió los labios, sin saber por dónde empezar. Sus notas eran las mejores de Slytherin, y las terceras mejores, después de Hermione y Harry- Según veo, este curso estás poniendo más empeño en las clases. Desearía felicitarle sobre ello...

- Gracias, señor - dijo Malfoy.

- Y, si no es mucha molestia, me gustaría saber la causa de que se esté aplicando tanto en las materias. Los demás profesores también le elogian por sus notas.

- Me parecen importantes, creo que he madurado en este tiempo.

- Muy bien, señor Malfoy- dijo Remus a su pesar - Eso es todo por ahora.

- Hasta la próxima clase, profesor.

Remus vio como el fruto de su amor se iba, cerrando la puerta tras de sí. El chico había madurado, no cabía duda; ya no era el niño arrogante y elitista de antaño. Sonrió, a pesar de la tristeza que le embargaba: quería verlo, decirle todo lo que sentía por él. No obstante, el chico le era prohibido; un hombre lobo no era bueno.