Lights will guide you home. And ignite your bones. And I will try to fix you.

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¿Dónde estaba?

El suplicio del que fue presa desde el inicio del día por culpa de él, había sido sólo un ridículo y exiguo hecho cuando llegó al departamento y no lo encontró ahí.

¿Dónde estás?...

Sabía que el verdadero tormento arribaría cuando saliera de ese inmueble, sin él. ¿Dónde más podría buscarlo?, cavilar era la tarea más compleja que podía ejecutar en ese momento.

Sin embargo, salió de ahí, con paso firme, mirada objetiva y una prontitud en los pasos que hacía creer a cualquiera que tenía una idea de a dónde dirigirse saliendo de ahí.

No sabía. No lo supo desde que cruzó por su cabeza la idea de buscarlo en algún otro lugar si no lo hallaba ahí.

Estaba, poco a poco, siendo presa del pánico otra vez.

No está bien esto.

No había querido advertirlo en el transcurso de su mañana mientras realizaba la guardia en el hospital. Pero el mal presagio que la aguardó desde que, su primer llamada -a las 7 am- no fue respondida por él, fue tomando forma con el paso de las horas.

Porque una llamada a tan tempranas horas del día puede ser, vista desde una posición común, insignificante, pero ya veintisiete no, al menos esas iban hasta medio día.

¿Qué estaba pasando?, ¿por qué pasaba esto justo ahora?

Pudo soportar el hecho de que esas llamadas no fueran respondidas; quizás extravió de nuevo el cargador del teléfono y se quedó sin carga. Pudo también soportar que el pequeño y efímero momento esperanzador, que había llegado a su día al encontrar un mensaje de él, haya concluido de la manera más dolorosa al leerlo.

"No vengas hoy, por favor."

Sólo eso. Sólo esas cinco vacías palabras, sin un característico y propio "te quiero" final. Había algo mal. Una carcomación en el pecho que no era capaz de ignorar.

No perdió cordura por eso, había sido capaz de soportarlo y entender que era necesario procesar los hechos para no cometer una locura al salir de sus horas laborales. Soportó hasta ese momento todo, pero cuando, al salir de cirugía, revisó el teléfono móvil con la esperanza a flor de piel y encontró cinco llamadas perdidas de Mikoto, ya no pudo más.

Un torrente de nervios estalló en su sistema nervioso tal cual juegos pirotécnicos en fiestas de pueblo.

Tenía que salir a buscarlo. El primer lugar al que llegó fue su departamento, hogar de ella y él. Él la esperaba ahí, pasaba todo el día ahí con ella, tenía algunas de sus ropas ahí y unos brazos que siempre lo abrigaban ahí. Y ese día, él no estaba ahí.

El segundo lugar fue el departamento de él. Diferente en todos los sentidos al de ella; este era gris, opaco, insípido...

Tal cual una decadente oficina de penitenciaría.

Ella siempre se lo dijo, nunca le ocultó la opinión que tenía sobre el aburrido estilo que tenía el lugar donde dormía.

Él le contestaba siempre lo mismo; el encanto era que hacía lucir la excentricidad del lugar donde ella vivía.

Era cierto, eran un contraste del otro. El de ella era luminoso, chillante y con colores descoordinados, resaltando salvajemente el rosa, amarillo y verde. El de él era todo lo contrario; tranquilo, pasivo, serio, demasiado gris con azul marino, muy triste también.

Condujo por las calles revisando cada puesto de dulces, cada cafetería, cada librería, incluso había echado un vistazo -desde adentro- a algunas tabernas de la ciudad.

Nada.

La frustración comenzaba a helarle la garganta y empañarle la vista.

Desesperada. Escuchó retumbar esas palabras en su mente con la voz de él. De esa manera cariñosa que sólo él podía expresar... y sólo con ella.

Eran días de calantes fríos e intensas nevadas, pero ese día estaba excesivamente nublado, el aire era violento y muy fresco. Podía jurar ahí mismo que un diluvio estaba por azotar. Tenía que darse prisa.

¿Dónde estarás, amor?

Y si ella no hubiera sido una persona con esa formidable carencia de fe religiosa, diría que la idea que le vino de golpe a la mente en lo que el semáforo cambiaba a verde, había sido producto de una señal divina.

~

No había un alma ahí, sólo aquella que quería encontrar.

No esperaba tampoco que alguien estuviera ahí con ese día de espantoso clima. A pesar de estar en completa soledad, lo buscó ahí. Acertando de manera existosa.

Estaba ahí, en los mismos columpios solitarios de siempre, en los que jamás fueron usados por lo apartados que se encontraban.

Recargado con los codos en las piernas, con la barbilla casi pegada al pecho y vistiendo sólo una camisa negra de franela desgastada. Fumando, el muy estúpido. Pensó al verlo. La rabia que había acumulado, junto con los otros sentimientos durante todo el día, comenzaba a hervir dentro de ella. Quería abofetearlo, decirle lo idiota que era y lo egoísta al tenerla con ese tormento todo el día.

Pero lo vio temblar y todo ese coraje se apagó en automático.

Entonces se acercó y lo vio. Él la vio también, o al menos vio sus zapatos y supo que era ella, no alzó más que la vista y sólo un poco.

-¿Qué pasó, amor?

Hubiera querido que su voz tomara el tono autoritario que había anhelado tanto tener durante el trayecto de camino. Pero no, su voz fue débil, temblorosa y con cierto miedo implícito.

Él no se movió ni habló tampoco. No podía, estaba peor que ella y ella lo sabía, por eso mismo no lo presionó, ya esperaba una reacción así de su parte.

Pasaron varios minutos. La cólera que en ella se había apaciguado un poco al llegar, volvió a reinar su sistema cuando vio que, muy despreocupadamente, él daba una última inhalación al cigarrillo en su mano. Y última, no por haberse terminado el desgraciado rollito, sino porque éste fue arrojado lejos por la mano de ella. Entonces él volteó y la miró a los ojos.

-¿Te volviste idiota o qué, Itachi?, un cigarro... No, ¡varios! -dijo cuando miró la horna de cigarrillos terminados bajo sus pies.

Él sólo bajó nuevamente la cabeza y enfocó su atención en sus manos. Seguía temblando, seguía ahí, en calidad de estatua.

Pasaron otros minutos, entonces él habló:

-Sakura, te pedí que no vinieras.

Quizás, sólo quizás si ella no lo conociera tan bien, ya lo hubiera abandonado o abofeteado ahí mismo. Pero no ella, no así. Lo conocía tan bien como para saber que esas palabras tenían un sentimiento abatido entre líneas. Debía estar demasiado devastado como para decirle algo así.

En cambio, eso sólo la impulsó a quitarse uno de los dos sacos que traía puestos y ponérselo sobre su espalda. Él la miró de nuevo y ella reconoció en sus ojos esa maldita tormenta que lo dejaba igual siempre.

Daño, pena y dolor. Todo junto detrás de ese cristal brillante bajo las negras y largas pestañas.

Cuando estuvo frente a él, de cuclillas, ya no pudo sostenerle la mirada y volvió a agachar la cabeza. Sintiendo esos brazos rodearle el cuello y apegarlo más a ese cuerpo cálido que tanto había necesitado. Pero ni siquiera eso lo hizo reaccionar, se estaba perdiendo dentro de él. Los monstruos hacían su trabajo. Sintió las facciones delicadas y finas de Sakura al roce de su cuello y sus manos sujetándolo con firmeza por la espalda. Ella levantó un poco el rostro y lo pegó al de él, mejilla con mejilla, sintiendo su helada piel y oliendo el impregnado tabaco.

-Feliz cumpleaños, amor.

Susurró en su oído, ocasionando la tan deseada reacción. El cuerpo de él perdió firmeza, encontrando soporte en el de ella. Había sido suficiente para él.

Sakura lo había desarmado de esa manera tan intensa y eficaz que sólo ella poseía.

Se sintió victoriosa al sentir ese peso extra sobre sus hombros. Pero a la vez mortificada, no se había equivocado, algo pasaba.

Y el hombre entre sus brazos parecía haber sido abatido por ese algo.

-Fui a ver a Shisui...

Alcanzó a escuchar, tenía su respiración pegada al oído y aún así había sido el murmullo más tenue que apenas había escuchado.

Se estremeció, eso era lo que pasaba, no eso era una parte importante del acontecimiento del que no fue espectadora.

Se despegó un poco de él y lo miró a los ojos. -Me cuentas en la casa, vamos.- Le dijo dulce y lo incitó a levantarse.

En un principio él pareció renuente a la idea, pero Sakura hizo gala de su dirigente carácter cuando comenzó a lloverles. Por suerte, el auto estaba a unos metros.

Manejó en silencio, sabía el estado en el que se encontraba. No era su Itachi alegre, cariñoso y comprensivo. Era el joven destrozado y triste que varias veces rescató. Cuando se encontraba esperando el cambio de señal del semáforo, volteó a verlo y acariciarle el cabello. Reaccionó.

Sólo ella era capaz de rescatarlo de ese abismo con un roce como ese.

-Le llevé flores blancas.

Dijo despacio, apartando por fin la vista de la ventana para cerrar los ojos y disponerse a dormir.

Su Itachi estaba decaído hasta la última fibra.

~

Llegando a casa se sintió la persona más frustrada del mundo. Sintió ganas de llorar y patalear ante la vida tal cual la cría berrinchuda que una vez fue.

La aflicción y amargura de la que fue víctima cuando entró a la cocina por compresas y miró la tarta de chocolate con las banderillas de 'feliz cumpleaños' fue tan inmesa que creyó ser una conexión espiritual con el clima en esos momentos y era ella el cielo que se encontraba llorando.

Itachi era víctima de una fiebre tan alta que a duras penas -y con ayuda de Sakura- logró salir del auto.

Lo tenía ahora desplomado en la amplia y mullida cama, ridículamente comprada para una habitación tan pequeña. Estaba luchando contra una altísima fiebre desde sabrá dios qué horas. Tosía frecuentemente y hasta hace una hora había dejado de delirar.

Cuando Sakura le desprendió la camisa y lo puso cómodo, notó los estragos de su lucha en ella, impregnadas, secas y de color carmesí.

Se inquietó por eso, se suponía que esos síntomas ya no debería tenerlos. Quería, no... ¡Se moría de ganas por saber todo!

La duda y preocupación la estaban comiendo viva.

No tenía idea de lo que estaba sucediendo. La noche anterior se habían despedido y lo había dejado tranquilo, habían hecho planes para ese día y él estaba radiante en felicidad.

Entonces, ¿qué pasó?

Sabía lo que había pasado, pero quería saberlo de él. Qué pasó con él.

-Sakura...

La llamó en un suspiro cuando lo removió un poco al sentarse en la orilla de la cama. Comenzaba a despertar poco a poco.

-Ssh, tranquilo. Ya estarás bien, mira, ¡la fiebre bajó seis grados!

Habían sido dos, pero Sakura encontró más conveniente mentirle para, según ella, alegrarlo un poco. Él nisiquiera miró el termómetro.

-No, no estaré mejor, Sakura. Mi padre llamó anoche y...

-Lo sé. -Le interrumpió. Se percató del esfuerzo que le llevaba hablar, no debía agitarse ahora. -Acabo de hablar con Mikoto, me contó todo. Descansa ahora.

No lo hizo. Trató de levantarse, inhábil y torpe, pero logró atrapar a Sakura en sus brazos. Hundió su cara en el cuello y se aferró a ella. Lo abrazó, lo cubrió y le hizo saber que ya todo estaría bien.

-Perdóname, soy un imbécil... No quiero que sufras... Y no... No sé qué hacer para que eso no ocurra.

Temblaba, ya no por frío, ni por delirios, temblaba por el sentimiento amargo del que era martirizado. No controló las lágrimas ni el tenue sollozo que soltó entre las ropas de ella.

No sería menos hombre por eso.

-Tranquilo, sólo no vuelvas a asustarme como hoy... Porque, para la próxima, si el cigarro no te mata, lo haré yo.

Dijo acariciando a la par la espalda y la nuca. Sintiendo más blando el cuerpo entre ella y un incremento eventual en la carga de este.

-Te quiero, Sakura.

Dijo en un último suspiro antes de quedar dormido entre sus brazos.

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Continuará..

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¿Qué tal?, mi segunda historia hasta el momento. Por favor, quiero opiniones para seguir, soy muy torpe y carente de experiencia en esto.

Saludos.