En carne propia
Por: Valerie Sensei
Capítulo 1
Ah, los domingos. Aquellos domingos eran lo más esperado de la semana en el Colegio San Pablo. Era la única oportunidad de salir de aquella endiablada escuela que los tenía encarcelados con aquellas estrictas monjas, que algunos pensaban que les gustaba ver sufrir a los chicos con los castigos en la alta torre; con las largas horas de misa; escuchando al cura hablar monótonamente, mientras la Hermana Grey se paseaba por la iglesia observando con rígido celo, que ninguno de sus estudiantes se fuera a dormir en medio de la misma. Además, la Hermana Grey, las monjas y el cura rogaban a Dios y a todos sus santos y ángeles que aquel chico rebelde, Terruce Grandchester, no se fuera a aparecer a arruinar las tan "amenas" ceremonias, que se daban a los estudiantes; en fin, preferían que ese chiquillo rebelde no estuviera allí. También buscaban excusas tontas para castigar a la huérfana ésa, a la Candice White Andley, en los domingos. Ya había tenido éxito en muchas ocasiones, pero al parecer este domingo que se aproximaba les sería imposible inventar una excusa para retener a la rubia.
Ese domingo era especial. Todos lo notaron a la hora del desayuno, al llegar al salón común, en donde sirvieron milagrosamente huevos y tostadas. No la acostumbrada avena desabrida que acostumbraba hacer la Hermana Frígida, perdón, la Hermana Brígida. Todos estaban maravillados. Además, los portones abrieron media hora antes, y ya los carros de las familias de los estudiantes no se hacían esperar. Candy se despidió de Annie y de Patty y se fue en el mismo coche con Elisa, Neal, Stear y Archie. Al parecer, la abuela los quería ver a todos. Aunque no les agradaba la idea de verla, todos obedecieron y fueron de una. Allí la Tía Abuela esperaba con su expresión ultra rígida (parecía que tenía cólicos) y les anunció que tenía un pedido especial del Tío Abuelo William: todos irían juntos a la nueva feria que había llegado al pueblo.
- No entiendo para qué demonios quieren que vayan- dijo entre dientes-, pero así lo ha requerido- comentó la Tía Abuela.
Elisa y Neal no tardaron en protestar. -Las ferias son para la plebe- dijeron a una.
-¡Qué genial!- exclamó Candy, con su acostumbrado súper entusiasmo.- ¡Me encantan las ferias!
-¿Ves por qué no quiero ir a la feria?- le comentó Neal sarcástico a Elisa, a lo que ella respondió con una risotada.
Candy prefirió ignorar a los hermanos Leegan y pensaba en lo bueno que era el Tío Abuelo con ella, al tener la consideración de enviarla a la feria, con lo mucho que le gustaban. Inmediatamente, los chicos, Archie, Stear y Candy, partieron rumbo a su destino. Por otro lado, Elisa y Neal se negaron rotundamente a bajar del coche. ¡Jamás pisarían terreno donde estuvieran expuestos al populacho!
Como era de esperarse, el lugar estaba lleno de kioscos con ricas comidas, tiovivos, una montaña rusa, carpas con la gente más rara que haya podido verse, con gitanos que leen el futuro a través de bolas, de cartas, de las palmas de la mano, de humo y de todo lo que se le cruzara en el camino. Había una casa de misterio, payasos, globos por todos lados, juegos de tiro, juegos para probar la fuerza y otros tantos juegos, que seguramente pasarían todo el día explorando aquel fantástico lugar. Al igual que Candy, Stear y Archie se encontraban felices por asistir. Stear quería tener la oportunidad de subir a la montaña rusa, mientras que Archie sentía una terrible curiosidad por entrar a la casa embrujada. Los tres se divirtieron mucho caminando y explorando; sin embargo, la glotonería atacó el lado débil de los chicos. Se sintieron tan tentados de comer lo que allí veían, que no sólo comieron palomitas de maíz, sino que osaron en probar manzanas con sirope, nieves azucaradas, algodón de azúcar, maní tostado y otras tantas golosinas que les produjeron un fuerte dolor estomacal. Los chicos no podían con el terrible dolor de pansa que les atacaba y corrieron desesperados a los retretes. Candy no tuvo más remedio que esperarlos afuera. Así que quedó embelesada mirando todo a su alrededor. De repente, apareció Neal.
-¿Piensas entrar al servicio sanitario con los varones? ¿Ya te diste cuenta que eres uno más de ellos?
-Bueno, yo entraré al baño masculino, pero tú no puedes negar que tu lugar está en el femenino. ¡Gallinita!
-¡Machona!
-¡Gallinita!
Ambos se gritaban improperios de la manera más casual. Esta dinámica, practicada desde la llegada de la rubia a la casa de los Leegan, se formo parte de la "convivencia" entre estos dos seres, cuando estaban reunidos en familia. El desagrado, que se profesaban el uno por el otro, lo recalcaban en tanto tenían oportunidad para ello. Archie y Stear seguían aun en el servicio sanitario y no saldrían por un buen rato debido al lamentable estado en el que se encontraban. Tenían unos tremendos cólicos que los habían obligado a ir de carreritas. Por otro lado, los gritos de Candy y Neal irritaron a una gitana, que tenía su pequeña carpita cerca.
Zobeida era el nombre de la gitana que salió a ver lo que sucedía en las afueras de su kiosco. Había carteles que reconocían a esta mujer como una dotada de mucha espiritualidad, por leer el futuro en la palma de las manos de aquellos que osaban conocer que les deparaba el destino, y por realizar exitosamente innumerables conjuros mágicos.
- ¡Con el permiso!- llamó la atención de los ultra enemigos. Su voz era firme y autoritaria. –Acaban de espantarme a unos clientes por el tremendo bochinche que ustedes dos tenían formado en frente de mi tienda.- La gitana no dejaba de señalarlos violentamente con el dedo.- Han logrado enfurecerme… ¡Han logrado enfurecerme!- repetía cada vez con una voz mas tétrica. – ¡De alguna forma me tenéis que pagar!- Sus ojos buscaban en otra dimensión la venganza perfecta.
En realidad, Zobeida no era cualquier charlatana. Ésta era consultada por la alta alcurnia de la ciudad de Londres. Ni Candy, ni Neal se imaginaban que la gitana era a menudo visitada a escondidas por la Tía Abuela Elroy. Ésta sentía la urgencia de consultarla con el fin de conocer el porvenir de cada uno de los integrantes de la familia Andley, incluso el de Candy, la cual estimaba sin darlo a conocer. Pero ese tema, es otro cuento…
La anciana, de cabellera larga y grisácea, cerró los ojos y se concentró, masculló algunas palabras ininteligibles y luego recitó lo siguiente:
Desde hoy, Cuarto Creciente,
Cada uno vivirá en carne propia
Lo que el otro vive y siente.
Sólo cuando haya Luna Llena
Sólo cuando sus almas se encuentren
Volverán a su estado de siempre.
Neal y Candy se miraron extrañados. Él se rió a carcajadas, de las cuales ofendieron altamente a la vetusta gitana. Ésta se marchó con su risa diabólica, tremendamente complacida y hablando entre dientes. "Ya verán estos dos tontos", musitaba la anciana. Por otro lado, Candy quedó bastante preocupada. No todos los días se encontraba con una gitana que les echara una maldición, al menos pensaba eso. La rubia sentía un infinito respeto por los gitanos, siempre los encontró misteriosos, ominosos.
Elisa apareció de momento y comenzó con uno de sus afamados berrinches. -¡Quiero irme, maldita sea!- En ese momento, Stear y Archie salían del baño, agarrados de la pansa. –Vámonos, por favor- pidió Archie con la carita roja y sudada.
-Bueno, bueno. Creo que es oportuno que regresemos a la mansión. La Tía Abuela se infartará cuando los vea en ese estado. Y mucho más cuando sepa todo lo que comieron- sentenció Candy.
-Ni lo menciones- suplicó Stear. –En vez de inventar tanto aparato, debería concentrarme en crear un medicamento que cure todo- decía mientras pasaba su mano sobre el estómago.
Candy los llevó a ambos tomados del brazo y los atendió muy cariñosamente por el resto de la tarde. Archie repitió en varias ocasiones; "prefiero estar enfermo siempre y cuando Candy me atienda", lo que causaba risas infantiles entre ellos.
Como habían imaginado, la Tía Abuela estuvo rezongando toda la tarde con el tema de las ferias; además, mencionaba al Tío Abuelo William cada vez que se acordaba de él. Finalmente, los chicos regresaron al colegio San Pablo después de un día tan particular.
Después de haber caminado tanto, Candy se acostó tempranísimo a dormir. La preocupación de la vieja gitana, no se apartó de su mente; mientras, Patty le contó cómo le fue su día: fue a pasear al centro con su querida abuelita. La rubia trató de prestarle toda la atención posible, pero la escena de la pelea entre ella y Neal no se borraba. Seguía vívida. Unas terribles ganas de dormir cayeron sobre Candy, en tanto Patty seguía hablando. Sólo supo que su receptora no estaba prestando atención cuando escuchó unos horribles ronquidos que llevó a Patty a taparse la boca para no estallar de la risa. –Debe estar terriblemente cansada. Es la primera vez que la escucho roncar- se decía la morena.
Un rayo de sol que entraba a la habitación de Candy, molestaba sus ojos y le mostraba el hermoso día que se hacía presente en Londres. Los pajaritos cantaban eufóricamente anunciando la llegada de la mañanada, las hojas de los árboles se movían muy despacio, signo de que apenas había brisa en el ambiente. Todo se anunciaba tan hermoso que Candy sin pensarlo dos veces se levantó, corrió la cortina y abrió las ventanas. -¡Que hermoso día nos ha regalado Dios!- exclamó entusiasmada. Pero justo al decir esto, un estado de perplejidad la sobrecogió. –¡Qué hermoso está el día…!, repitió más despacio. Se dio cuenta que su voz era más ronca. Además, sintió un objeto duro entre sus piernas. Bajó su mano, a tientas, se la metió dentro del pantalón que tenía y sintió lo que ella creía un pene.
– ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
Su grito se escuchó por todo el dormitorio de varones. Éste, casualmente, fue acompañado por un grito de hembra, que provenía del dormitorio de las chicas. Ambos gritos recorrieron infelizmente cada centímetro del Colegio San Pablo, anunciando el aterrizaje forzoso en dos cuerpos ajenos.
