Prólogo


El atardecer casi acababa, la gente comenzaba a regresar a sus respectivos hogares; preparándose para el anochecer. Poco a poco muchos vehículos dejaban de transitar las atareadas calles de Tokio, Japón.

El silencio inundo lentamente toda la ciudad demostrando como todos sus ciudadanos ya se encontraban meciéndose en los cálidos brazos de Morfeo.

Solo un estruendoso sonido invadía las calles, la sirena de un camión de bomberos que recorría velozmente la ciudad tratando de llegar a su destino, una pequeña y acogedora casa en llamas.

Los bomberos habían recibido una llamada alarmante de un vecino, informando el estado de dicho hogar. Muchas de las personas que habitaban el vecindario se encontraban observando preocupadamente en la calle o en la protección de sus casas y otros intentaban vanamente apaciguar las llamas alegando que la familia que habitaba la casa se encontraba dentro.

En ese mismo instante un hombre adulto pasaba por el vecindario rumbo a su casa luego de haber trabajado arduamente durante el día. Se sorprendió al ver semejante fuego y escuchó los murmullos de las personas. "Debemos hacer algo", "Ellos se encuentran dentro", "Los bomberos deben apresurarse", "No podemos ayudarlos"…

El maletín que tenía en su mano derecha cayó a la acera provocando un sonido sordo. No podía quedarse sin hacer nada, sería una situación contradictoria hacia su profesión. Corrió lo más rápido que sus largas piernas le permitieron cubriéndose con su abrigo para adentrarse en el jardín de la casa.

Gracias al abrigo pudo abrirse paso sin quemarse, claro debió dejar el abrigo en el suelo ya que se estaba consumiéndose por las llamas. Buscó desesperadamente una posible entrada para verificar los murmullos, mas solo encontró la puerta de vidrio que daba acceso al jardín trasero.

La casa se consumía por el fuego y con el humo se le hacía difícil entrar. No se iba a dar por vencido aunque las posibilidades rápidamente se acababan. La impotencia se instaló en su corazón, dicho sentimiento se esfumó cuando divisó un pequeño cuerpo tapado por los escombros que identifico como trozos de techo que se había derrumbado.

A paso veloz se acercó a la persona, era una niña que se encontraba inconsciente. Estaba herida y cubierta por hollín y cenizas.

Quitó todos los escombros y la tomó con cuidado de no lastimarla más de lo que ya estaba. Se alejó rápidamente del fuego y observó entre sus brazos a la joven. Un poco de sangre caía desde su cabeza y cruzaba el rostro hasta llegar a la barbilla y descender hasta perderse en su cuello y sus ropas.

Los bomberos ya habían llegado, lograron calmar levemente a los vecinos e intentaba apagar las llamas. Ninguno se dio cuenta cuando aquel héroe regresó a la acera, tomó su maletín y camino a paso veloz con un destino fijo; con la chica en brazos.

-Tranquila, yo te curaré y te cuidaré- susurro tanto para sí como para la niña en un leve intento de darle ánimos.

Los llantos de frustración e impotencia de los más allegados a la familia resonaban en todo el vecindario. Ya era tarde, la luna se alzaba en lo alto del cielo, mostrando su redonda y gran forma.

-Ya es tarde, ya debe estar dormido-pensó aquel hombre de blanca piel, de cabello negro como el manto nocturno y de ojos color carmesí como la sangre, mirando su reloj.

A la mañana siguiente las noticias deprimían a más de un individuo. "La residencia de la familia Yuna fue completamente consumida por el fuego, nadie sabe con certeza el origen de las llamas. Lamentablemente, toda la familia se encontraba en casa en ese momento. Kyoko Yuna, Yuusuke Yuna, y Harumi Yuna, los tres murieron en el incendio."

Cada habitante; importante o no, de Tokio se creyó lo que las noticias matutina anunciaba. Solo un hombre, el héroe conocía la verdad. Él único que había logrado salvar a la primogénita de los Yuna.

Se dirigió a la habitación de huéspedes de su hogar donde descansaba la niña, quien tenía vendada la cabeza y otras heridas. El héroe ejercía la profesión de Médico, por ello sin dudarlo la llevó a su hogar y curó sus heridas para así recostarla y dejarla descansar. El hospital acababa de cerrar la noche anterior para que los doctores tomaran un pequeño descanso ya que al día siguiente seria domingo.

-Nosotros te cuidaremos, Harumi Yuna - dijo mientras acariciaba los cabellos castaños de la joven.

Si, a partir de ese día, él y su hijo se encargarían de cuidarla y protegerla, ya que Harumi no tenía a nadie más que la cuidase, ya no más. Aquel simple doctor conocía a la familia, los había ayudado un par de veces. Y ahora ellos se encargarían de cuidarla como un miembro más de su pequeña familia. De su pequeña y especial familia.