La tarde moría lentamente, el viento jugaba con su cabello, mientras ella intentaba grabar cada sensación en su memoria. El suave oleaje, el olor a salitre inundando su olfato, el murmullo de las olas deleitando su oído, las cálidas caricias del sol griego sobre su piel. Y sus ojos… sus ojos abarcaban todo lo que podían, cada detalle de aquel lugar tan conocido la fascinaba. Quería que todo aquello se grabara en fuego en su memoria y la desesperación comenzaba a hacer presencia. Su vista repaso una de las rocas que rodeaban aquel oasis, la marea estaba demasiado alta y ocultaba la entrada al lugar más mágico de todo el santuario. Era una lastima no poder volver a verlo.
Avanzo por aquella calzada y tomo la mascara de metal entre sus manos. Cuanto la había detestado, pero en los últimos meses había entendido su función. Protegía la pureza de los sentimientos que había experimentado y que estaba dispuesta a defender hasta el final, para que jamás tuvieran que ser manchados al expresar algo que no se sentía. La dejo resbalar por su mano hasta caer en un golpe seco en la arena, ya nunca más la necesitaría. Avanzo unos pasos mas, su costado izquierdo comenzaba a dolerle nuevamente y sentía algo húmedo empapar con lentitud sus ropas. Lo ignoro. No era más que un recordatorio que aun seguía con vida y que realmente se encontraba en su paraíso terrenal.
El sol la cegó por unos momentos obligándola a detenerse un poco antes del lugar donde las olas se rompían, fue en ese momento cuando lo vio. Se encontraba de espaldas, esperando que ella le alcanzara. Su melena azul se movía en todas direcciones y su figura era tan impotente como la recordaba. El rostro de aquel chico voltio con lentitud hacia ella y le sonrió, pero no alcanzaba ver su mirada, el sol se lo impedía. Le tendió una mano y ella intento alcanzarlo, pero antes de poder tocarlo, la mano del peliazul se esfumo en la nada.
El ya no volvería, ella tendría que alcanzarlo.
Cerró sus ojos conteniendo el llanto y lo recordó todo, tan nítido como si lo estuviera viviendo...
Todo empezó aquella noche donde la desgracia se había hecho paso entre la gloria y la embriagadora fascinación de aquel espectáculo mágico. Ella no tenía más de siete años y ocupaba el mejor puesto de todos. Tras bambalinas. Por un lado observaba a los bailarines ir y venir buscando sus ropas y repasando algunas partes de sus futuras actuaciones. Afinando los últimos detalles. Todo era un hermoso caos con el nerviosismo como sentimiento en común.
A su otro lado, la elegancia cobraba vida con cada nota musical, los grupos de baile interpretaban aquellas melodías, parecían volar y encantaban a cada persona de la audiencia. Su madre se encontraba sola en esos momentos, danzando en aquel escenario como si nadie la estuviera mirando, hipnotizando a todos con los velos que se movían a su voluntad. La música parecía adaptarse a ella en aquella danza de siete velos.
Su padre, estaba dentro del grupo de músicos, orgulloso tocaba para su mujer. Era una gran noche para la pequeña familia.
Su madre entro a los vestidores apresurada. Su actuación había sido un éxito y tenía unos segundos para recuperar el aliento y cambiar su vestido, antes de salir a su última presentación… el caos que hasta hace unos momentos era incluso divertido, se intensifico y los gritos comenzaron a escucharse. El piso se movió sin cesar y las paredes temblaban votado los espejos que cargaban.
Las personas en la butacas fueron las primeras en huir, a conglomerándose en las salidas y llamándose a gritos.
Cuando la gran araña de cristal que colgaba en el techo cayo, en las sillas, todo empeoro. El pánico se intensifico y los gritos no la dejaban siquiera pensar. Abandono su puesto y salió corriendo en busca de su madre, pero las personas no dejaban pasar y no podía seguir el camino que tanto quería.
El suelo volvió a temblar con mayor intensidad.
—¡Terpsícore!
El lejano grito de su madre llego hasta ella, pero no sabia donde estaba. Se encontraba siendo arrastrada por la marea de personas. Un grito más a su espalda, la ayudo a dar con la localización de sus padres. Corrió en contra de aquellas personas que buscaban con desesperación salir del establecimiento.
—¿Niña hacia donde vas?
Voltio y miro a uno de los músicos que trabajaban con su padre y antes que ella se diera cuenta, la tomo en brazos, buscando el camino correcto para salir de ahí.
—¡Mama! ¡Papa! — Grito con todo lo que sus pulmones podía. Los observaba en medio de aquel caos, tan cerca había estado de ellos. Las lágrimas comenzaron a nublarle la vista, pero nunca dejo de ver ese punto donde los encontró, aquella imagen jamás se podría borrar de su mente. Su padre se miraba tan hermoso investido con aquel traje de gala y la manera protectora en la que abrazaba a su esposa, que aun llevaba las ropas orientales que le daban cierto misticismo, representaba toda la protección y cariño que la había rodeado desde el momento en que nació.
Los gritos cesaron de golpe para ser sustituidos por el desconcertante sonido de las sirenas de los bomberos y ambulancias, y el aire puro inundo sus pulmones.
—Espera aquí. — ordeno el señor que la había sacado, dejándola con uno de los paramédicos.
Era revisada sin cesar, hasta que un estruendo llamo la atención de todos. El teatro colapso y una nube de polvo cubrió todo el sitio.
Sin pensarlo dos veces salió corriendo con las lágrimas resbalando por su rostro sin cesar.
Fue detenida por alguien que no ni siquiera miro y grito con desesperación. Estaba segura que si llegaba podía hacer algo ¡¿Por qué nadie se lo permitía? Una cálida sensación cubrió todo su cuerpo y sin percatarse había conseguido librarse del amarre de aquel desconocido.
Sus fuerzas mermaron súbitamente y todo a su alrededor se volvió oscuro. El tiempo que permaneció así jamás lo supo y tampoco le intereso, para sus ojos, el mundo se había derrumbado con el teatro, entonces ¿Por qué podía sentir un cálido hormigueo sobre su frente?
—Se encuentra bien. — dijo la voz de una mujer cerca de ella. — pero logro quemar una considerable cantidad de cosmos en un par de segundos. Es normal que esta tan agotada.
—Fue una suerte para nosotros — alego ahora un hombre. — si no lo hubiera hecho, encontrarla hubiera sido mucho mas difícil.
El quejido de la niña los enmudeció y la atención de ambos se centro en ella. La mirada esmeralda repaso al joven frente a ella, con suma desconfianza y luego se centro en la mujer. Aquel rostro de metal la espantaba, y retrocedió instintivamente.
—Tranquila — dijo el joven peliverde. — Hemos venido a ayudar.
—Hemos venido por ti — aclaro esta vez la mujer de la mascara de plata.
—¿Quienes son? Yo no los conozco.
—Soy Héctor caballero de Perseo y ella es Egle amazona de Ophiuchus. Somos guerreros de la diosa Athena y ella te ha bendecido con su poder para formar parte de sus guerreros.
—Yo no soy una guerrera… — retrocedió hasta encontrarse corriendo de nuevo al teatro… no había nada.
—Vamos no lo hagas mas difícil. — La guerrera se acercó hasta ella, tomándola de la mano son suavidad. — aquí no queda nada.
—¿Mis padres…? — la pregunta murió en su garganta, no quería saber la respuesta de todos modos, prefería tener un poco de esperanza. Miro a la amazona y si percatarse sujeto más fuerte la mano que le ofrecía. — ¿A dónde me llevaran?
—Al santuario de Atenea. ¿Quieres ir por tus cosas? — la mascara plateada solamente le devolvía la imagen de su propio sufrimiento. Jamás la olvido. Asintió lentamente.
En menos de un par de horas el mundo de esplendor al que siempre había pertenecido, era ahora un montón de ilusiones que se atoraban en su pecho impidiéndole hablar y un extraño le hablaba de las grandeza de los guerreros intentando convencerla de que aquel era su verdadero destino mientras viajaban a través de las cicladas.
No abandonaría sus sueños. — se prometió a si misma mientras aferraba un viejo cuaderno a ella y miraba con determinación el destino final de aquel inesperado viaje. Según el caballero de Perseo sobre aquellos acantilados se encontraba la orden más poderosa sobre la tierra, los guerreros de la diosa de la guerra justicia.
Sin que el caballero lo notara, su atención había sido captaba por una pequeña calzada de arena que descansaba entre murallas de piedra. Parecía imposible de llegar, pero luego lo miro a él por primera vez.
Un chico peliazul recorría tranquilamente un camino camuflajeado por la negra roca, no parecía importarle en absoluto la suave lluvia que caía sobre el, concentrado únicamente en el camino y por supuesto en no resbalar. Lo siguió con la mirada todo el tiempo que el recorrido del barco se lo permitió.
—A pesar que ese es el santuario no anclaremos hasta un puerto que queda cerca de Rodorio, es un pueblo muy bonito, te va a encantar. ¿Terpsícore me estas escuchando? — Pregunto confuso Héctor.
—Si. Claro. — respondió rápidamente volteando hacia el chico. La risa amortiguada de la amazona llego hasta ella.
—Hasta la chica se aburrió de tanto parloteo. — comento mordazmente. Héctor la fulmino con la mirada pero no había manera de saber si a la amazona aquello lo intimidaba o no.
