Hola, queridos/as nakamas! Vengo con mi segundo fic del espacio ZoRo que hará que conozcáis el tema sobre el que versan la mayoría de mis fics: Drama. Sí, me considero una romanticona total, pero no me puedo resistir a un buen drama. ¿No sueno un poco rara? A veces me doy miedo.

No me matéis antes de tiempo, por favor! Todavía no tengo decidido el final así que necesito de vuestros reviews para seguir construyendo esta historia que espero os guste mucho.

Disclaimer: Quedé con Oda que me lo daría cuando cumpliera los 18 pero veo que por el momento no parece muy dispuesto.


¿Acaso iba a morir de esa manera? ¿No perdería la vida en mitad de un combate por atacar al enemigo o proteger alguno de sus nakamas? ¿Realmente la vida le tenía reservada esta manera tan agónica e inesperada de fallecer? ¿Por qué así y sobre todo, por qué delante de ella?

-No llores Robin, todo va a estar bien, ¿sí? –no se lo creía ni él pero algo tenía que decir para que su preciosa nakama dejara de llorar como si fuera ella quien estuviera pisando una bomba.

¿Cómo pudo suceder? ¿Cómo no pudo darse cuenta antes de que aquel lugar estaba atiborrado de bombas ocultas entre la hierba? Ah, claro, porque cuando iba con ella olvidaba hasta su propio nombre y se perdía en el océano de sus ojos. Aquel despiste había causado que su pie derecho tomara contacto con una bomba. Lo supo nada más pisarla.

Automáticamente, gritó a su acompañante que detuviera su marcha. Ella volteó, pues caminaba por delante, y cuando lo vio no necesitó una explicación de sus labios. Inesperadamente, rompió a llorar ante el asombro de Zoro. Siempre había tenido la imagen de Robin como una mujer dura y fría a la que las emociones no lograban dominar.

Pero en ese momento supo que, al igual que todo el mundo –incluso él-, el corazón de Nico Robin no estaba hecho de hielo y era capaz de manifestar su dolor sin importarle quien hubiera delante. Mientras Zoro intentaba mantener una actitud serena y tranquila, Robin iba rompiéndose por momentos: su nakama acababa de ser condenado y ella no podía hacer nada para salvarlo.

Robin gritaba pidiendo auxilio pero era imposible que alguien les oyera. Estaban en pleno bosque, alejados de la población de la isla a la que acababan de llegar, así que si Zoro quería salvar la vida su nakama debía ser especialista en desactivar bombas.

En su fuero interno, ella se maldecía por haber permitido que la acompañara a visitar unas ruinas ocultas al fondo del bosque. Debía haberse negado asegurando que prefería estar en soledad pero cuando él se propuso acompañarla no pudo evitar que su corazón se volteara en su pecho y que de sus labios saliera una afirmación.

Por su culpa, Zoro iba a morir.

-Lo siento –dijo Robin con la voz entrecortada por las lágrimas-, es culpa mía.

-¡NO! –sentenció Zoro manteniendo su posición para no activar la bomba antes de que su tiempo establecido acabara-. Escúchame bien porque no pienso repetirlo: la culpa es mía, debería haber estado más atento. Lo que tienes que hacer es calmarte: no quiero que la última imagen que me lleve a la tumba sea la de mi nakama llorando.

Apasionadas lágrimas brotaron de los ojos de Robin, cuyo cuerpo temblaba de miedo al imaginarse una tumba con el nombre de Zoro. El espadachín se maldijo por sus palabras: en lugar de calmarla, lo único que logró fue alterarla aún más.

-Robin, no llores –suplicó-. No debí decir eso, lo siento, soy un pedazo de baka. Lo que tienes que hacer es irte antes de que esta cosa estalle: tú sabrás por qué lugares pisar, no te sucederá nada.

-¡No pienso irme! –gritó Robin como si acabara de injuriarla gravemente- ¡No voy a dejarte!

-Sé realista: ninguno sabemos por dónde puede estar el aparato que desactive esta cosa ni tampoco sabemos en qué momento va a estallar. Vete con Luffy y los demás, cuéntales lo ocurrido y no dejes que vengan: sería inútil, no se puede hacer nada.

-No me pidas que te deje porque no pienso hacerlo.

-¡¿Acaso quieres morir?! ¡Que yo esté sentenciado no te obliga a estarlo tú también!

-¡Si te sucede algo yo…!

-¿Quién anda ahí? –preguntó una voz lejana- Ains no, por favor que no la hayan pisado…

Las pisadas fueron ganando cercanía hasta que hicieron acto de presencia ante los ojos de Robin: con un aspecto nervioso y rozando el ataque de ansiedad, un hombre de avanzada edad, con cabellos grises, ojos color miel y acompañado únicamente de una gran mochila que llevaba colgada a un hombro, se quedó observando la espalda de Zoro con los ojos abiertos.

-No, no…-susurró el hombre.

-¡Ey, venga, por favor! –rogó Robin al hombre mientras Zoro le interrogaba con la mirada con quién hablaba- Por favor, mi nakama acaba de pisar una bomba, venga, ayúdenos, por favor.

-Yo..yo…-el hombre estaba visiblemente conmocionado y se frotaba la frente constantemente- ¿Cuánto tiempo hace?

-Unos quince minutos –respondió Zoro sin voltearse-. ¿Es esto suyo?

-No sabía que fuera a venir nadie, me disponía a retirarlas pero…

-¡¿QUIÉN DIABLOS PONE BOMBAS EN PLENO BOSQUE, ESTÚPIDO?! –Zoro hizo un tremendo esfuerzo por no caminar hacia aquel hombre y desenfundar sus katanas ante él- ¡Quítelas de una maldita vez, ¿por qué no hace nada?!

Robin miraba fijamente al hombre y un frío sudor cubrió su frente cuando vio al hombre observar con horror su propio campo de minas. Algo no marchaba bien…

-Lo siento, lo siento –repitió el hombre-. Algunas de estas bombas están defectuosas…

-¿Qué quiere decir? –preguntó Robin conteniéndose para no dejar inválido al tipo- ¿Cómo defectuosas?

-No logré que algunas bombas conectaran al detonador por completo.

Robin agachó la mirada para evitar que Zoro viera las lágrimas que nuevamente se alojaban en sus ojos.

-Robin, ¿qué dice este tipo?

-Es posible desconectar algunas bombas…-una sonrisa empezó a formarse en el rostro de Zoro ante la posibilidad de ser salvado- pero hay otras que no tienen opción de retorno.

-¿Eso quiere decir que…?

Robin tragó ruidosamente saliva y el hombre se le adelantó en esta ocasión.

-No puedo desconectar todas las bombas y no tengo ni idea cuál está pisando. Para saberlo debería desconectárlas todas y…la suerte será quien decida su destino.

Sí, había una peor forma de morir: la que tomaba la forma de inquietud. ¿Tenía que poner en manos del azar su vida? ¿La estupidez de ese hombre le había condenado? ¿No le quedaba otra que confiar en el destino y esperar a que eso estallara o lo indultara?

-¿Cuándo estallará? –Zoro ya no sentía miedo: su voz reflejaba la calma que su espíritu albergaba, al contrario que Robin, cuya ansiedad aumentaba por momentos.

-Tres horas.

De acuerdo, tenía tres horas para saborear la vida por última vez –quizás- y convencer a Robin de que se marchara de su lado. Como bien había dicho, ella no tenía por qué acompañarle en la desgracia, su hora aún no había llegado.

-No pienso marcharme –volvió a repetir Robin.

Aquello sería más difícil de lo que pensaba.