Los personajes de CardCaptor Sakura pertenecen a las CLAMP. Tanto en historia como en diseño.


PRIMERA PARTE

CAPÍTULO 1

Es de lógica pensar que cuando las madres se entrometen en la vida sentimental de sus hijas,
nada bueno suele ocurrir.

El reloj marcó las tres de la tarde cuando Nadeshiko Kinomoto engullía su tercera pastilla para el dolor de cabeza. Tenía una jaqueca terrible que le invadía toda la zona del hueso frontal del cráneo y martillaba la parte posterior, como si se hubiera golpeado recientemente con una bola de boliche.

El dolor era insoportable y los medicamentos no surgían efecto alguno. Tantos miligramos de ibuprofeno debían ser suficientes hasta para calmar los dolores de parto. Pero no; la jaqueca de la señora Kinomoto, originada por las esclavistas labores hogareñas y la impuntualidad de su hija, no cedía.

Los minutos trascurrieron y ya eran las 3.20 cuando Nadeshiko Kinomoto volvió a mirar el reloj. «¿Dónde está mi hija?», se preguntó conteniendo la impaciencia. Aquella criatura no había heredado las cualidades de la madre. No, no; ni en broma. «¡Se parece a su padre! –espetó la señora– ¡de pies a cabeza!».

Nadeshiko Kinomoto era una mujer bastante escrupulosa. Fue torpe en su juventud, pero el matrimonio y la maternidad la moldearon –como a la mayoría de las mujeres– hasta convertirla en la matrona que hoy en día era: un poco neurótica, posesiva con sus pertenecías, y sumamente atenta y servicial. Era también hermosa, alta y esbelta. Con los cabellos largos, de color gris ceniza, que llevaba atados atrás mediante una cinta de raso que día a día combinaba con el color de su vestido de entonces. Hoy el vestido era color lila. Ayer fue verde esmeralda y mañana, probablemente, será amarillo.

Y así en adelante hasta haberse vestido con todos los colores del arcoíris a lo largo de la semana.

Nadeshiko tenía los ojos grises y muy dulces, aunque no tan comprensivos como los de su esposo. Tenía unos cuarenta y tantos, pero aparentaba unos treinta y pocos. O al menos eso le decían los vecinos, familiares y terceras personas. Y eso mismo procuraba decirse ella, en la intimidad de su mente.

Perfecta: la palabra que mejor la califica. Nadeshiko era perfecta. ¡No como el desastre de su hija! Completamente idéntica a su padre. Excepto, claro, cuando hacía algo bien. Allí sí había heredado las cualidades de la madre, las cuales, curiosamente, siempre eran positivas.

La señora de la casa procedió a esperar por su hija tras la ventana de la cocina, discretamente asomada. Los carros pasaban de largo; ninguno se detenía. No divisaba ni polvo del modesto Toyota azul oscuro que tanto conocía. Tres y treinta, tres y cuarenta… nada que aparecía.

Se desesperó.

Por todos los Cielos, ¿dónde estaba su hija? Oraba para que la pobre no hubiera sido raptada. No podía permitírselo. Si su única hija llegaba a cruzarse con una banda de malhechores, la Mafia o unos extraterrestres, la joven debía de luchar con uñas y dientes para regresar sana y salva a casa, e inmediatamente dirigirse a la tienda La petite store for brides, situada a unos treinta minutos de la ciudad de Tomoeda, con su madre acomodada en el asiento del copiloto (por ello es que la esperaba Nadeshiko), y llevar el nuevo modelo de velo confeccionado únicamente para la futura esposa.

¡La futura esposa! ¡Oh Dios mío, la estaban haciendo esperar! La pobre e indefensa futura esposa, suspirando de ansias y congoja, aguardando su velo. «Una novia no está completa sin un velo» decía Nadeshiko, «por muy moderno, chiquito, simple o minimal que fuese, debía de usarse uno». Sin ese trozo de tela transparente (cuyo significado en los tiempos actuales es insustancial, debido a que las modernas parejas ya guardan conocimientos entre ellos de, además del rostro, otras partes del cuerpo) Tomoyo, la futura esposa, no se vería completa.

Nadeshiko se llevó una mano a los labios. ¡No! ¡No lo permitiría! En un arrebato de desespero corrió hacia la sala, alzó el teléfono inalámbrico, marcó un solo botón y esperó.

Nada de respuesta. Nada de respuesta.

–¿Diga?

–¡Dónde has estado! ¡Te he estado esperando desde hace más de una hora! –escupió la joven señora.

Al otro lado de la línea se escuchó un exhale de fastidio.

–La cita es a las cuatro y media, mamá. No estamos pasadas de tiempo.

–Puntualidad, Sakura, puntualidad –canturreó Nadeshiko–. «Puntualidad» significa llegar al lugar con diez minutos de anticipo. Arribar justamente a la hora está mal visto, ¡y ni hablar de lo que significa llegar con atraso!

Desde donde estaba, Sakura puso los ojos en blanco.

–Había un tráfico atroz. Ya sabes cómo es Tokio, mamá. ¡Qué más quieres que te diga!

Nadeshiko se llevó el dorso de su mano a la frente, con ligero dramatismo.

–Nada, nada. ¡Silencio! No soporto tu desidia –calló, para poder respirar–. Solo dime que estarás aquí mismo dentro de unos pocos segundos, por favor.

–Tranquila, ma. Dame unos cinco minutos. Llegaremos a tiempo…

–¿Tienes el velo? –preguntó la señora.

–Por supuesto. De hecho, gran parte de mi atraso se debió a ese velo: le estaban confeccionando los últimos detalles del bordado. ¡Tienes que verlo, mamá! ¡Quedó precioso!

–Lo haré, lo haré, hija… Si procuras no perder más tiempo. Nos vemos –y trancó.

Bien, ya lo importante estaba confirmado: el velo de Tomoyo se dirigía camino a casa, y fuera de peligro. La chica lo recibiría a tiempo y Nadeshiko muy pronto presenciaría a la futura novia propiamente vestida.

Ah, sí: y su hija, Sakura, también se encontraba bien.

***

El Toyota azul aparcó frente a la entrada de la casa con mucha naturalidad. Sakura se dispuso a apearse, mas la aparición de una Nadeshiko Kinomoto que caminaba hacia ella con desespero, sacudiendo las manos y gritando una serie de «quédates» y «no te bajes del auto», la hizo retomar su puesto frente al volante y poner el motor en marcha.

Maldijo en voz baja: tenía ganas de hacer pipí. También suspiró: no había remedio. Ahora debía aguantarse la necesidad fisiológica hasta saber Dios cuándo. Rezó para que en La petite store for brides hubiera un baño decente, y para que su vejiga no explotara.

–Hablé con Tomoyo, mamá. Todavía no ha llegado a la tienda –anunció Sakura con tono pausado, para tranquilizar a la madre.

Aquella no pareció escucharla y le pidió que acelerara. Sakura soltó un exhale silencioso. Su madre era más cabeza dura que una piedra, por lo que no valía la pena debatirla o llevarle la contraria. De modo que relajó los hombros y encendió la radio. A los tres minutos, Nadeshiko habló.

–¿Y el velo?

–Está atrás, mami. Puedes tomarlo.

Para cuando terminó la frase su madre ya poseía el forro transparente sobre los muslos. Nadeshiko lo abrió con precaución, proponiéndose a no dañar la delicada tela con el filo de sus uñas.

–¡Oh, es una maravilla!

–Lo es –consintió Sakura.

–¡Tomoyo es una excelente diseñadora!

–Oh, sí –le respondió la hija, sin muchas ganas. Ya sabía por dónde iba la cosa.

–¿Sabías que este modelo fue idea de ella, Sakura? –la aludida asintió brevemente–. El modelo original no estaba mal, pero quizá era muy poca cosa. Tomoyo le dio unas indicaciones a la modista y éste fue el resultado. Una obra de arte, sin duda alguna –abrazó el velo como a un hijo–. Me siento tan orgullosa de mi sobrina…

–Lo sé, mamá.

Cada vez que Nadeshiko manifestaba su obvia –mas no admitida– preferencia por su única sobrina, el corazón de Sakura se tornaba agridulce. Amaba a su prima, quien además era su mejor amiga. Pero experimentaba éste déficit de atención por parte de su madre que, la mayoría de las veces, la ignoraba. Sakura conocía muy bien parte del por qué, pero prefería limitarse a culpar a la cantaleta de cuánto se asemejaba a su padre.

–Si por ella fuera ¡se confeccionaría su propio vestido de novia! –remató Nadeshiko, con emoción.

–Ajá –respondió Sakura–. Pero los preparativos la dejan corta de tiempo. No obstante, se ofreció a elaborarme el vestido para el matrimonio civil.

Instantáneamente al oír eso, Nadeshiko Kinomoto abandonó su sonrisa de felicidad y la sustituyó por un ceño fruncido. Miró a Sakura y empezó a mover la cabeza de un lado a otro, en gesto de desaprobación.

–¡Y no debiste permitírselo, Sakura! –la reprendió–. ¡Es su boda, por todos los Cielos! Lo que le sobra a Tomoyo son preocupaciones. No tenía por qué encargarse de una labor tan comprometedora como esa. Te comprabas uno, como el resto de la gente. ¡Ella es un humano, no una máquina! Y no es propiedad tuya, tampoco, como para que le asignes ese tipo de tarea.

–Ella se ofreció, mamá. Ya te lo he dicho.

–¡Tonterías! Era natural que se ofreciera. Después de todo, ella es una de las personas más altruistas que conozco –Nadeshiko sonrió con melancolía–. ¡Pero tú tenías que negarte a aceptar! –concluyó.

La paciencia de Sakura descendió a menos dos.

–Y me negué, mamá; por los Cielos que me negué. ¡Pero ella no me hizo caso! Siguió parloteando sobre lo feliz que la haría si aceptaba usar uno de sus diseños en su matrimonio. Con esa excusa no podía negarme. Prácticamente me chantajeó.

Nadeshiko la fulminó con la mirada.

–No jure en vano, señorita. Nadie en la familia le ha enseñado esas expresiones –miró hacia el frente con evidente decepción–. Es inaceptable que hables de Tomoyo de esa manera. ¡Tu prima! Sangre de tu sangre, quien se ofreció a confeccionarte un vestido en pleno periodo de estrés prematrimonial. Deberías estarle agradecida, Sakura. Ninguna persona es tan santa como ella. Es un alma caritativa, por los Cielos que lo es y, además…

Sakura ya había desconectado para entonces. Le importaba un bledo saber cuán perfecta y especial Tomoyo era. O si iba a ganarse un lugar exclusivo en el Cielo. Y los ángeles. Y los Santos. Todo eso la tenía sin cuidado.

Percibió la carretera y los autos que tenía enfrente para después alzarle el volumen a la radio.

Usualmente era oídos sordos cuando a su madre le entraba la histeria. Transformaba los reproches y oraciones en «blas» sin sentidos que le evitaban una depresión. Recientemente, desde que Tomoyo había anunciado la noticia de su compromiso con el apuesto y también perfecto Eriol Hiiragizawa, Nadeshiko había convertido el largar sarcasmos y agrios comentarios referentes a la vida romántica de Sakura en su pasatiempo favorito. Por alguna razón no le parecía indiscreto –ni mucho menos ofensivo– expresarle a la vecina de enfrente cosas como: «La primera y única boda de los jóvenes de la familia. Claro, eso si Touya decide no casarse con su pareja».

Y Touya era gay.

Entonces, en resumen, lo que Nadeshiko Kinomoto le declaraba a la vecina de enfrente; y al panadero; y al carnicero; y a la señora Montesquieu; y a su instructor de yoga; y hasta a la propia Sakura, era su indeleble seguridad de que su hija, Sakura Kinomoto (A.K.A La Chica sin la Sortija en el Dedo) permanecería solterona y santurrona por el resto de su vida.

Sakura suspiró y empezó a rezar por su existencia.

–El volumen. ¡Baja el volumen! –escuchó decir, de repente, a su izquierda.

Volvió a la realidad.

–Ah, ¿disculpa?

–El volumen, hija. He intentado bajarlo pero no sé cómo…

Sakura alargó un brazo y súbitamente se hizo el silencio. Nadeshiko se enderezó sobre su asiento.

–¡Gracias al Cielo! –emanó–. ¿Pretendías quedarte sorda, también?

También. Utilizó la palabra «también». Con ello las suposiciones de Sakura se hacían ciertas. Para Nadeshiko ella no sólo permanecería solterona y santurrona, sino que, también, sería una sorda. Solterona, santurrona y sorda. Sakura: la sorda, solterona y santurrona del pueblo. Sus amistades la empezarían a llamar «ese a la cubo» ¡Qué desastre!

Decidió sacudirse la paranoia e intentó desconectar una vez más, pero su madre la interrumpió.

–Será una hermosa fiesta, ¿verdad?

Nadeshiko había formulado la oración con tanta dulzura, que la acompañante no creyó que provenían de su mamá. Sin embargo, era la otra persona que ocupaba espacio del auto. Y volvía a hacer mención de la boda de Tomoyo.

Así que debía de ser ella.

–Sí. Lo será –le respondió Sakura, y sonrió.

–Tomoyo se verá preciosa.

De buena gana, Sakura asintió y comentó que Eriol tampoco se vería mal.

–Hacen una pareja perfecta. ¡Quién lo hubiera pensado! –dijo–. Pero es verdad, y muy pronto Tomoyo será más feliz que nunca.

–Es una lástima que no esté aquí para ayudarla con algunos preparativos –advirtió Nadeshiko.

–No obstante regresará dentro de unos días, ¿cierto?

–Sí, el sábado –aclaró la señora–. Para presenciar la cena del domingo.

–Espero tenga energías para entonces. Estoy entendida de que es un vuelo muy largo el que le espera.

–¡Por supuesto, Inglaterra está al otro lado del mundo! –apuntó Nadeshiko, quien en su juventud fue una experta en geografía–. Pero muchas horas de sueño lo repondrán. Además, la reunión es en la noche.

Sakura asintió y cruzó a la derecha.

–¿Vendrán también Touya y Yukito? –quiso saber.

Yukito era la pareja del joven Touya, su hermano. Un chico delicado y respetuoso (sumamente guapo) que contrastaba con lo bestia, huraño y completamente despreocupado que era Touya.

De pequeña Sakura estuvo secretamente enamorada de él. Y hasta se lo confesó. Sin embargo el joven tenía otras preferencias, como es obvio. Y, mucho más tarde, ella tuvo que aceptar que dicha preferencia poseía nombre y apellido.

Hoy por hoy Yukito y su preferencia se encontraban de trotamundos por toda América Latina.

–No –contestó Nadeshiko–. Me llamaron ésta mañana, después de que tú partieras hacia la ciudad. Estaban por tomar un vuelo que los llevaría a Río de Ganeiro.

–Janeiro, mamá –la corrigió Sakura.

–Sí, exacto. En Brasil.

–Pues, me parece fantástico.

Suavemente el rostro de Nadeshiko se filtró de mortificación.

–Les pedí que se cuidaran. Nadie sabe lo que se puede encontrar en el corazón de esas selvas del Amazonas –la señora Kinomoto se preocupaba por los dos jóvenes, como si ambos fueran hijos suyos. Después de todo, Yukito se había criado con la familia–. Te envían saludos.

–Tan bellos…

Permanecieron calladas durante varios minutos hasta que Nadeshiko, sin que nadie se lo pidiera, abordó otra nueva conversación.

–Ya unos cuantos invitados han confirmado su asistencia para la cena del domingo. Si bien faltará una aseguración: la del pariente de Eriol. Pero, según éste último, vendrá.

–Esa es la persona que se hospedará en casa, ¿no? –interrogó Sakura, que no estaba del todo actualizada con el asunto.

Al parecer el joven Hiiragizawa había invitado por anticipado al matrimonio a un pariente o compañero suyo. Al no tener el desconocido residencia en Japón la familia Kinomoto se había ofrecido a otorgarle abrigo. El futuro huésped se había rehusado centenar de veces, pero Eriol y Nadeshiko insistieron y, ante tal vaivén de decisiones, Fujitaka, el padre de Sakura, se vio forzado a tomar la última palabra la cual el distinguido huésped no pudo refutar.

–Los amigos de mi futuro yerno son también mis amigos –había proclamado el orgulloso tío. Aunque siempre hay muy poca verdad en tales dictámenes.

Tomoyo era adorada por la familia y considerada una hija de más. Y no por falta de madre, quien sí existía y hasta asistiría a la boda; sino por simple afición a la muchacha. Por el otro lado Sonomi Daidouji, la mamá de Tomoyo, estaba considerablemente encariñada con Sakura.

Nadeshiko Kinomoto respondió a la interrogante de su hija con un gesto afirmativo.

–... hasta el día de la boda. Si nos es simpático espero y se quede con nosotros un poco más. Confío en Eriol, y no creo que nos adjudique a un loco degenerado. Probablemente es más o igual de apuesto que él.

–¿Sabes su nombre?

La aludida entornó los ojos con sufrimiento.

–Creo haberlo escuchado, pero ya no lo recuerdo.

–¡Ja! Así de extraño será.

Una vez cambiado el semáforo a verde el Toyota siguió derecho.

–Tenemos un par de habitaciones libres. No nos molestaría albergar a alguien más –comentó Nadeshiko.

Sakura frunció el entrecejo.

–¿Por qué? ¿Vendrá más gente? ¿Acaso este invitado de Eriol se verá acompañado por su pareja?

Nadeshiko caviló su respuesta por un momento.

–Umm, no. No creo. Me refería si un miembro de la familia deseaba invitar a alguien más. Ya sabes…

–¿Un amigo de papá, por ejemplo?

–Los que residen en Tokio parecen estar ocupados, y no podrán asistir. Pero no, no me refiero a ellos.

La señora Kinomoto se había puesto seria con rapidez. Miraba a Sakura fijamente, casi sin pestañear; detallándole las expresiones del rostro. La chica se estremeció. Sentía urgencias en devolverle la mirada a su madre, pero debía mantener los ojos estables sobre la carretera. Las manos le empezaron a temblar, lo que indujo a que sostuviera el volante con torpeza.

Sin poder aguantarlo, preguntó:

–¿A-a qué te refieres, ma?

La aludida no dijo nada al instante. Continuó con su militarista inspección, con los ojos decididamente sobre el rostro de Sakura, hasta que, quizá se agotó, y miró el frente. La joven suspiró aliviada: estaba segura que si la inspección duraba un minuto más provocaría un choque.

–Nada –aseguró Nadeshiko con aspereza–. Sería agradable que invitaras a algún amigo, un antiguo compañero, o quizá alguien hace poco conocido.

Sakura no comprendió. Por lo tanto, dijo:

–Chiharu y Yamazaki son amigos míos y de Tomoyo también, ¿confirmaron su asistencia?

Nadeshiko suspiró, exasperada.

–Sí, cariño; sí la confirmaron. Pero tampoco me refería a esa clase de amigos –agregó.

–¿Ah, no?

–No –recalcó–. Sino a una clase de amigo más… privado. Más íntimo.

Sakura sudó la gota gorda. Intuía hacia dónde quería llegar su mamá, pero no estaba segura del todo de estar en lo correcto. Aspiró y exhaló con rapidez tres veces, como preparándose para elevar al aire una pesa pesada.

Entonces preguntó:

–¿Cómo así? –le funcionaba hacerse la desentendida, sobre todo con su mamá.

Nadeshiko alzó ambas cejas y la miró con la arrogancia propia de una madre que siempre está en lo correcto. La siguiente palabra la dijo con mismo tono:

Novio, Sakura. Me refiero a un novio. Deberías de invitar a tu novio a la cena del domingo y también a la boda. No sería mala idea verte acompañada por ese alguien, y conocerlo.

Sakura quedó boquiabierta. ¡Debía defenderse, arreglar ese malentendido! Pero las palabras se le trabaron en alguna parte entre el pecho y la garganta.

–P-pero, mamá –balbuceó–. Yo no tengo un…

No obstante una Nadeshiko Kinomoto hecha una fiera la interrumpió.

–Estoy harta, ¿comprendes? ¡HARTA! –vociferó–. HARTA DE VERTE TODAS LAS NOCHES ENCERRADA EN LA CASA. Y SI NO ES DENTRO DE ESAS CUATRO PAREDES, ¡ESTÁS EN TOKIO TRABAJANDO! ¿CUÁNDO EMPEZARÁS A SALIR CON TUS COLEGAS? ¡HOMBRES! –se apresuró a agregar–. ¡COLEGAS HOMBRES! ¿CUÁNDO TENDRÁS UNA CITA? ESTOY HARTA DE VERTE CON LOS MISMOS MENTECATOS DE SIEMPRE Y SUS RESPECTIVAS PAREJAS. ¿DÓNDE ESTÁ LA TUYA, AH? ¡DIME DÓNDE ESTÁ! O ES RIKA CON ESE HOMBRE QUE LE REDOBLA LA EDAD, O ES CHIHARU Y YAMAZAKI, O ES CON TOMOYO Y ERIOL. ¡SIEMPRE FORMANDO UN TRÍO! ESTOY HARTA DE LOS TRÍOS. QUIERO VERTE EN UN CUARTETO, SAKURA. ¡NO! LA VERDAD ES QUE QUIERO VERTE EN UN GRUPO DE NÚMERO PAR. ¡SIEMPRE NONES! ¡NONES! ¡ERES EL NON, SAKURA! ¡ESTOY HARTA DE QUE SEAS EL NON!

¡Dios mío! La joven soltera no podía darle crédito a sus oídos. A su izquierda su madre clamaba con voz estridente, desahogándose todas y cada una de las molestias que ella, como hija sana y soltera, le producía. ¡Y no podía debatirla! Porque debía estar pendiente de los autos y las bicicletas transeúntes que iban a su encuentro. Y porque era una piche non.

–Quiero verte acompañada por alguien en la boda, Sakura –prosiguió su mamá–. ¡Vive la vida! Tienes veintitrés años y no te conozco un novio desde secundaria. Sal con alguien ¡por Dios Santo! Preséntame a un tal «Chico Pelo Largo» o «Chico Sensible». ¡Lo que sea! «Chico» después de todo, ¡pero preséntamelo! Quiero tocarlo, estudiarlo, interrogarlo. ¡Ni a tu padre le has dado el gusto de espantarte a un pretendiente! Eso no es normal.

–Mamá –consiguió decir Sakura, cuyo rostro anteriormente atolondrado ahora irradiaba un matiz de indignación–: No necesito una pareja en mi vida. Soy feliz tal como estoy.

Mentira, pero igual lo dijo. Sin embargo la señora Kinomoto no creyó a tal alegato, y se rió de él.

–Oh, por favor, Sakura. Nadie puede soportar estar solo tanto tiempo. Somos mujeres y tenemos necesidades.

Oh, oh. Aquella palabra no sonó apetecible. Con las manos y la frente cubierta de una fina capa de líquido perlado, Sakura sintió avecinar un comentario para nada agradable.

–Hasta tu padre y yo tenemos más sexo que tú.

¡Uy! Golpe bajo, señores. Y lo peor es que era verdad.

–¡Hasta Touya con Yukito! –añadió la señora.

Auch, auch, auch. En ése preciso instante Sakura deseó que el mundo se le viniera abajo y la aplastara como a un célibe insecto.

***

La petite store for brides era una tienda que quedaba en las periferias de la ciudad de Tomoeda. No obstante, de «petite» no tenía nada.

Era amplia, de paredes color blanco leche y pavimento de mármol Carrara. Con espejos por doquier para que la purísima novia pavoneara y vislumbrara su también blanco vestido. La iluminación la brindaban diminutos ojos de buey empotrados en los diferentes decorados de yeso que recorrían las esquinas superiores de los muros, adornaban las columnas y a la pieza igualmente de yeso, redonda como una torta, ubicada en el centro de la habitación, de la cual pendía una exagerada y glamorosa lámpara estilo lágrima, de cristal.

La conversación sobre la inactiva vida sexual de Sakura había finalizado apenas el Toyota se hubo aparcado, la chica se hubo apeado, y la madre se hubo vista obligada a reservar opiniones sobre la desfloración del miembro sexual femenino al haber entrado a tal lugar virginalmente blanco. Pese a todo, una visión específica rompió con la tensión originada entre madre e hija, haciéndolas sonreír de oreja a oreja.

En todo el medio de la habitación se hallaba Tomoyo apreciándose frente a los espejos su níveo vestido. No había escena más hermosa e inspiradora. Contra todo aquel blanco el cabello de Tomoyo relucía otorgando tonalidades y reflejos de un azul surrealista. Su piel, a pesar de ser color marfil, brillaba (quizá por efecto y juego de los cristales con las luces artificiales) como si tuviese escarcha y pequeños diamantes incrustados en los poros. El peculiar y lacio flequillo que reposaba sobre su frente se observaba un poco despeinado; probablemente por la siempre tediosa labor de colocarse el vestido. De todos modos, aquel look le confería cierta particularidad: parecía una ninfa de los aires jugueteando con una pieza de ropa muy costosa.

En una de esas, mientras ejecutaba una delicada pirueta, Tomoyo reparó en Sakura y Nadeshiko. Dio el giro completo sobre las puntas de los pies, y su cabello se acomodó aleatoriamente sobre sus hombros desnudos.

–Sakura, tía: ¡ya están aquí! –sonrió.

Se veía muy preciosa. A Nadeshiko se le aguaron los ojos y Sakura le regaló la más dulce de sus miradas a su prima.

–¡Oh, Tomoyo! –gritó la tía–. ¡Serás la novia más hermosa de todo Japón!

La adulada sonrió con modestia.

–Espera a ver a Sakura con su vestido blanco, tía: será la novia más hermosa de todo el continente asiático.

Sakura se sonrojó pensando cuán amable, gentil y exagerada era Tomoyo. Nadeshiko, al parecer, estaba demasiado absorta observando a su sobrina que ni captó el comentario.

–¡El velo! Ponte el velo, cariño. Una novia no es nadie sin su velo.

Tomoyo le sonrió a su tía y caminó a su encuentro. Nadeshiko se apresuró a cortar distancias, no queriendo fatigar los delicados pies desnudos de aquel ángel de ensueño.

–Con cuidado –repetía la amorosa tía mientras sujetaba la tela en la oscura coronilla–: No queremos que se enrede tu pelo.

Con el velo Tomoyo parecía más fabulosa que nunca. No era uno de esos largos, comunes y convencionales modelos. Todo lo contrario. Era de corte asimétrico, por lo que sólo mitad del rostro –el ojo izquierdo y la mayor parte del pómulo– se veía cubierto. La parte posterior consistía en una serie de capas que terminaban, todas, en picos. Para sujetarlas un pequeño gorrito con bordados de pedrería realizaba el funcional trabajo.

–¿Te gusta, tía? –preguntó Tomoyo, danzando frente a los espejos con soltura.

–Está precioso, cariño. Tienes una amplia visión en el diseño. Todo lo que imaginas y creas es hermoso.

–Muchas gracias, tía. Ojalá y también te guste el vestido que le estoy confeccionando a Sakura. Es tipo cocktail, y muy chic. Se verá divina.

«¿Cómo lo hacía?», se preguntó Sakura. ¿De qué manera Tomoyo, más radiante y hermosa que nunca, ignoraba los halagos y centraba la conversación en la belleza de la castaña, sin siquiera vacilar o pensarlo dos veces? Todo lo que le decían parecía tener una conexión con su prima.

Se tumbó en uno de los modernos muebles de líneas redondas, igualmente de color blanco, que estaban ubicados estratégicamente en la petite store. Tomó una revista facilitada al público y empezó a leer la biografía de Bruce Lee.

Al cabo de un segundo la señora Montesquieu –una francesa rechoncha y muy, muy elocuente– apareció de entre los bastidores con una cinta métrica en mano. Se dispuso a conversar con Nadeshiko sobre los futuros arreglos que le haría al vestido de Tomoyo. Todavía faltaba por coser las pedrerías y agregar uno que otro retazo de organza a la abultada falda. El japonés de la señora Montesquieu era horroroso y semi-entendible, pero de vez en cuando Tomoyo procuraba hablar un pausado y dulce francés para dejar las cosas más claras que el agua.

La boda se efectuaría, aproximadamente, dentro de un mes. Primero se llevaría a cabo el matrimonio civil, en el patio posterior de la mansión de Sonomi Daidouji, con prendas tradicionales japonesas. Y luego la ceremonia, al estilo típico europeo, mucho más ostentosa y clásica.

Tomoyo había querido celebrar su boda en Inglaterra, en los verdes y frescos pastos de Cornualles, al Oeste de Londres. Pero enviar a una gran cantidad de japoneses a tierras sajonas por tan solo unos pocos días era una exageración. Una costosa exageración. Así que la luna de miel Eriol y Tomoyo la pasarían primero en Cornualles, consumando una vez más su amor en los muros de un castillo propiedad desde hace siglos de los Hiiragizawas, y después en las cálidas playas de Hawái.

Sakura al ser la mejor amiga de Tomoyo –y su prima– tendría un cargo muy especial en la boda: sería la Dama de Honor, la principal de todas. Otras compañeras de la infancia como Rika y Chiharu (anteriormente mencionadas por la señora Kinomoto) formarían parte del cortejo. Pero Sakura, la única y especial, sobresaldría sutilmente del resto de las muchachas.

Todo había sido, naturalmente, planeado por la tierna Tomoyo. El diseño de los vestidos, sus telas y la modista que los confeccionaría todavía era una incógnita. No obstante Tomoyo lo tenía todo en su cabeza.

–Está todo cincelado aquí –solía decir, dándose unos toquecitos con la yema del índice en la sien–. No te preocupes por ello, Sakura.

Pero como era de esperarse, Sakura se preocupaba. Estaba segura –¡y hasta podía dar fe!– que Tomoyo lo único que tenía cincelado en su redondita cabecita era el modelo del vestido que Sakura (y sólo Sakura) usaría. A los demás no parecía darle mucha importancia.

Incluso en su boda, la extraña Tomoyo procuraría que su prima robara miradas y se llevara buena parte de la atención de los invitados.

Por otro lado estaba el tema de las flores; la torta; el restaurante donde se realizaría la recepción; los regalos para los invitados; los recuerdos de boda; los entremeses y tipo de comida a servir: japonesa e italiana, esta última favorita de Eriol; la decoración del local; las tarjetas; reservaciones; y mil cosas más para las cuales 31 días no parecían abastar.

Mientras ojeaba la revista, Sakura empezó a sufrir escalofríos. Y eso que no era su boda.

–Al vestido tendrán que hacerle un par de arreglos aquí y allá –anunció Nadeshiko Kinomoto, tomando asiento al lado de su hija–. E igualmente al velo.

–¿Fue decisión de Tomoyo? –preguntó Sakura, un poco ida, concentrando la mayor parte de su atención en un párrafo que narraba la maldición de los Lee: Bruce, y su hijo Brandon.

–Ajá. En diferente situación me opondría a la idea: todo está impecable y maravilloso. Pero se trata de Tomoyo, confío en ella. Todo irá de fantasías.

–Qué bien…

Nadeshiko observó a su hija.

–Sakura –comenzó. La interpelada optó por enfocar la vista sobre nada específico–, todavía prevalece mi posición. Quiero verte acompañada en la boda. Quiero fotografiarte tomada de la mano de alguien especial… –pausó por un segundo. Luego continuó–: Por lo tanto, quiero que empieces a tener citas.

–¿Cómo? –la pregunta iba en serio.

–Hija, yo deseo tu bien únicamente. No quiero que estés sola. Me parte el corazón verte tan solitaria.

La joven mamá le acomodó delicadamente un mechón de pelo a su hija detrás de una oreja, como en antaño. Después le aferró ambas manos y dijo:

–Cariño, nada me haría más feliz que verte en un vestido blanco al igual que Tomoyo, preparándote para tu día especial. Quiero que encuentres a tu media naranja y formes una familia. No obstante, no estarás cerca de lograr nada si no empiezas a tener citas –enmudeció a propósito para estudiar la expresión de la más joven de los Kinomotos. No mucho del otro mundo: los ojos verde esmeralda parecían confusos, pero no turbados–. Me propondré buscarte a alguien para el domingo. Tenemos varios días por delante; mientras más temprano empecemos, mejor. Le preguntaré a cada una de nuestras amistades de Tomoeda si conocen a un joven simpático con el cual puedas sintonizar. También puedo enviar solicitudes por Internet. Esas cosas son muy comunes hoy en día.

Sakura, ésta vez, sí puso cara de sufrimiento.

–Ay no, mamá. No quiero… No me siento cómoda para afrontar una maratón de citas. Espérate hasta la boda de Touya, y ya.

El pequeño chiste no le hizo gracia a la matrona de la casa. Le apretó con decisión las muñecas, mirándola con seriedad. Podían darse el lujo de formar una pequeña escena ahora: no había nadie en la habitación. Tomoyo y la señora Montesquieu se habían retirado tras bastidores. Estaban solas madre e hija, y la primera no perdió tiempo para sacarle provecho al momento.

–Sakura Kinomoto: tendrás y asistirás a cada una de las citas que yo, como tu madre, voy a organizarte. No patearás ni berrincharás. ¡No hay pero que valga! Ya estoy decidida. Irás acompañada a esa boda con un chico, ¡cueste lo que cueste!

Oh, Dios mío. ¿Qué iba a hacer la progenie? ¿Llorar? Eso era lo que más quería, como en los viejos tiempos. O correr hacia los brazos de su condescendiente padre y denunciar el abuso fundado por su mamá. Pero ya era adulta, maldita sea. Debía enfrentar sus problemas. Por muy cabeza dura, histéricos y neuróticos que aquellos fuesen, debía de hacerles frente.

No quería salir con nadie ni conocer a un puñado de hombres escogidos al azar por sus atributos cibernéticos. Simplemente quería soltarse del agarre de su madre. Quería escapar de la presión causada, y necesitaba de un hombre para hacerlo.

–Ma-mamá, no… No tienes por qué hacer eso.

–Una razón, Sakura. Dime sólo una razón por la cual, como madre considerada, no puedo.

Ay, habían tantas razones; pero ninguna aprobaría. Sakura debía pensar qué hacer, ¡y ya! Desesperada comenzó a mover los ojos, en busca de una respuesta. Derecha, izquierda, arriba, abajo. Observó la revista: estaba abierta, cediendo la página de un artículo.

¿Sabían chicos y chicas fanáticos del ícono Número 1 de las artes marciales, que Bruce Lee es también conocido como Xiao-Long Li?

El nombre significa "Pequeño Dragón" y lo utilizó como nombre artístico en sus primeras películas ambientadas en Hong Kong. ¡¿No es curioso?!

Curiosísimo, pensó Sakura. «Qué nombre más extraño: Xiao-Long».

Las puntas de sus dedos empezaron a palpitar. Nadeshiko continuaba aferrándole las muñecas, impidiendo la sana circulación de la sangre a sus manos.

–Una razón, Sakura. Sólo una razón –le escuchó decir.

–Ma-mami, yo…

Nuestro Xiao-Long Li es de San Francisco, Estados Unidos de América. Sin embargo vivió en Hong Kong un buen tiempo, protagonizando cantidad de películas de acción.

Por todos los Cielos, ¿estaba en esa revista la respuesta?

–Estoy saliendo con alguien, ma. Desde hace varios días.

Sorprendentemente la presión sometida a sus frágiles muñecas desaparecía con lentitud. Nadeshiko suavizó las facciones del rostro.

–Repite lo que dijiste –ordenó.

Sakura estaba demasiado sumergida en el hoyo como para poder salir.

–Me he estado viendo con alguien. U-un chico, por supuesto. Lo conocí en la capital… No se me antojaba hacerlos sabedores todavía, por precaución a…

–¿Cómo se llama? –interrumpió Nadeshiko, con el ceño fruncido. La mirada de Sakura se posó, una vez más, sobre la revista.

Xiao-Long Li, Xiao-Long Li, Xiao-Long Li.

–Sya-syaoron Li –modificó el nombre. Antes que su madre preguntara algo más, agregó–: Lo conocí en Tokio. Almorzamos juntos un par de veces. N-no te notifiqué nada porque… todavía no es seguro si residirá en Japón.

–¿Está buscando un apartamento?

–Eh. Eh, sí. Por ahora se está quedando en un hotel.

Aplausos por esa, Sakura: «Chico del Hotel» no suena nada mal.

–¿Cómo es? –reclamó Nadeshiko.

Sakura enmudeció.

–Co-cómo… es… es buena gen…

–Me refiero a su aspecto. ¿Cómo es?

–Oh, su aspecto físico. Pues, esto…

Los ojos se le clavaron automáticamente en la revista. Bruce no poseía la clase de fisonomía que atraía a Sakura, pero su hijo Brandon…

–Es más alto que yo, delgado. D-de cuerpo atlético, cabellos y ojos castaños, rostro varonil... Es bastante atractivo –concluyó Sakura.

–Hum –murmuró Nadeshiko–, no suena nada mal. ¿Cómo era que se llamaba, linda?

–Syaoron Li.

La señora entornó los ojos, en gesto pensativo.

–Mmm, algo me suena –permaneció absorta por un tiempo, tratando de recordar dónde había escuchado ese nombre.

–¿En serio? –preguntó Sakura con fingida sorpresa–. No es un nombre muy común –y cerró de un solo manotazo la revista.

–Sí. Creo que lo leí en algún lugar, pero no recuerdo dónde –probablemente en los créditos de una película–. ¡Bah! Me tiene sin cuidado. Estoy muy orgullosa de ti, hija. Puedes llevarlo a la casa el domingo para que lo conozca la familia. Bueno, claro, a excepción de Touya y Yukito.

–Sí, ma. No hay problema.

–Aunque también podríamos hacer un almuerzo mañana…

–¡NO! –gritó Sakura–. No, no, no. P-porque está en Hong Kong. Sí, está allá. Él es de allá y regresará el sábado. Además el domingo es el día perfecto: quiero que nuestra relación reciba una introducción especial.

¿Acaso había usado las palabras «relación» y «especial» en una misma oración? Oh, estaba cayendo bajo. No obstante, Nadeshiko sonrió y la abrazó musitando cuán orgullosa de ella estaba. Al poco instante cruzó la habitación, Tomoyo, vestida con unos jeans y un moderno sobretodo. Las tres chicas se despidieron de la señora Montesquieu y emprendieron camino hasta el Toyota.

–Estoy pensando cocinar una deliciosa crema de champiñones y tofu para la noche del domingo. Nadie es alérgico a las setas, ¿verdad? –preguntó Nadeshiko, mucho más exaltada que de costumbre.

–No –contestó serenamente Tomoyo–. A Eriol le encantan.

–¿Y tú, Sakura?

La interpelada sintió una patada en el estómago. Apretó el volante con ambas manos. Oh, mierda: no había leído sobre las preferencias gastronómicas de los Lee en la revista. Ahora debía responder con raciocinio tal ridícula pregunta. ¡Mierda, mierda, mierda, mierda!

Fijó la mirada en el retrovisor.

–Sakura, ¿conoces a alguien que sea alérgico a los champiñones? –volvió a preguntarle la madre, guiñándole un ojo.

–No –respondió–. A nadie.

–¡Perfecto! Será una noche inolvidable.

Oh, lo sería. Desde hoy, Sakura debía encontrar a un hombre alto; preferiblemente apuesto; proveniente de Hong Kong; con ojos y cabellos castaños; que se llamara Syaoron Li; y que no, no fuera alérgico a los champiñones.

¿Había alguien en el mundo con esas características?


(N. del A): Quería divertirme con esta historia XD. De pronto se me ocurrió la idea y, asombrosamente, la he podido escribir. No tengo altas expectativas con ella: quiero que sea corta, graciosa y sencilla. Espero que este capítulo les haya hecho sonreír. Muchísimas gracias a todos ustedes que lo leyeron de cabo a rabo. ¡Saludos!