Yo quiero un héroe (Puzzleshipping POV Yugi)
¿Dónde están los buenos hombres,
Ya les dije adiós,
Donde está ese Hércules
Que parte al mal en dos?
¿Queda algún valiente montado en su corcel?
Sin duda aquella prometía ser una velada inolvidable. Las delicadas sedas en colores violetas y dorados caían como cortinas por el enorme salón. Las velas aromáticas le entregaban su esencia al ambiente y lo volvían relajado, místico. Las rústicas paredes contrastaban con los cojines de lino y la vasija de oro, dejando todo en perfecta armonía. Todos los herederos de las familias más nobles del reino habían acudido al lugar, incluso vinieron de otros reinos con la promesa de una futura alianza.
Las aves mensajeras habían hecho llegar la noticia del banquete real de la familia Mutto, en honor al cumpleaños número diecisiete del joven príncipe. El rey, un abuelo amable con sus súbditos y con sus iguales, entró en el gran salón saludando a todos sus invitados, haciéndoles saber que el homenajeado no tardaría en llegar. Sabía que aquella fiesta no era solo para celebrar un año más de vida de su heredero, sino también para encontrarle un buen esposo que lo cuidara, y eso significaba un nuevo soberano para el reino.
Las trompetas de oro labradas a mano y los cascabeles de las bailarinas abrieron un pasillo entre la multitud, dejando ver al joven homenajeado caminando con tranquilidad, siendo escoltado por sus guardias. El pequeño doncel iba descalzo, vestido con sedas y joyas de oro y amatistas, que hacían más profundos sus bellos ojos y más llamativo el brillo de su cabello tricolor.
-Por favor - llamó el Rey, ubicado ya en su trono - Recibid con respeto y admiración al futuro rey de este maravilloso reino, a mi joven heredo, a mi querido nieto ¡El Príncipe Yugi!
Los presentes aplaudieron sonoramente mientras le hacían cumplidos al pasar. La capa violeta del joven ondeaba a cada paso, y las sedas doradas que cubrían sus piernas se pegaban a su piel al andar. El pesado collar de oro que sujetaba la capa era la única prenda que cubría su torso, dejando ver una piel de porcelana que brillaba sensualmente con la luz de las velas. Su cabello rebelde y oscuro no podía ser contenido por la corona de oro y plata, y hebras de su rubio flequillo se escapaban traviesas del agarre. Su paso lento y delicado le daba un aire indefinido entre inocencia y sensualidad. Los jóvenes herederos que se habrían acostado con mujercitas en el pasado sólo habían oído rumores acerca de la belleza inhumana del joven príncipe. Ahora, todos y cada uno de ellos tragaban su saliva ante la imagen que percibían sus ojos. No se los podía culpar: cualquier hombre, por más mujeriego que fuera, siempre caía rendido ante los encantos de un joven doncel virgen.
Yugi observaba a los invitados uno a uno, logrando ver sus intenciones a través de sus ojos. Decir que lo que encontró lo dejó decepcionado era quedarse muy corto. Poder, riquezas, tierras, su nombre tallado en la Cámara de los Reyes era lo único que podía ver. Subió con cuidado los escalones hasta sentarse en el trono más bajo, al lado del rey, lugar que le correspondía por derecho y por nacimiento
-Abuelo - llamó el pequeño - ¿Esto es necesario?
-No voy a vivir toda la vida Yugi - le volvió a aclarar el anciano - Alguien debe cuidar de ti, y quiero encontrar a ese alguien antes de que muera.
-Pero... - volvió su vista a los invitados, quienes ahora llamaban a los esclavos para que enviaran sus presentes al celebrado - Ninguno de ellos es el indicado. Abuelo, tu siempre me has dicho que yo tenía en don de ver como eran en realidad las personas, cuales eran sus verdaderas intenciones. Créeme, lo que ellos buscan no es otra cosa que el poder que esta familia puede ofrecer y el privilegio que les otorgarán al ser el esposo de un doncel.
El anciano rey observó con sabiduría a su nieto. Sin dudas el jovencito tenía razón, entre ellos no se hallaba el indicado, pero los años estaban desgastando su cuerpo y necesitaba de alguien que lo cuidara. Una idea fugaz cruzó por su mente, y a pesar de no ser la más brillante de todas, al menos podría sacar a la luz a aquel caballero que fuese el más apto para el papel de entre todos los invitados.
-Queridos señores - anunció poniéndose de pie - Veo que habéis traído preciosos regalos para celebrar el cumpleaños de mi nieto.
-Son preciosos, de eso no hay duda, mi rey- dijo un príncipe de un reino vecino - Pero ninguna joya podrá nunca estar a la altura de esta joven aparición.
Las palabras del príncipe fueron recibidas con comentarios afirmativos por el resto de los presentes.
-Por ello les propongo un desafío - dijo el rey - Aquel que le traiga a mi heredero el más bello regalo será digno de tomar su mano. Pero no debe ser un regalo cualquiera, como perfumes o joyas. Debe ser algo que merezca estar en las manos de este joven doncel. Debe ser algo sumamente valioso y difícil de obtener. Algo que hubiera estado a punto de quitarle la vida al caballero que lo otorgue.
La sala enmudeció por algunos instantes. Aquel sí que era un desafío difícil, pero sabían que tener la mano del príncipe era una hazaña que todas las familias deseaban tener en su linaje.
-Abuelo ¿Estás seguro? - preguntó Yugi cuando el anciano volvió al trono.
-Si alguien es capaz de enfrentarse a lago que ponga en riesgo su vida para traerte un obsequio, al menos puedo estar seguro que también lo hará a la hora de protegerte - contestó su abuelo.
El doncel solo asintió cerrando sus ojos y volviendo la vista a los invitados. Uno a uno, cada caballero y príncipe trajo sus respetivos regalos al joven. Podían verse joyas de piedras preciosas que solo podían encontrarse en lo profundo de los volcanes de lava hirviendo o en el fondo de los mares. Hubo alguno que inclusive le trajo huevos de dragón fosilizados. Yugi se levantó de su asiento para pasar su mano por la suave superficie, sintiendo el calor emanando de ellos. Pero ese regalo no era suficiente para convencer al rey, y mucho menos lo convencía su dueño, quien no parecía tener heridas causadas por la madre de los huevos al quítaselos.
Hasta que llegó un joven caballero, con armadura de plata e incrustaciones de zafiros. El metal precioso estaba desgastado y doblado en varias partes. La cota de malla también estaba en pésimo estado, como si el hombre hubiera estado enfrascado en muchos combates antes de llegar al palacio.
-Abran el paso - ordenó Yugi al ver al forastero entrar en tan lamentable estado.
Corrió con paso ligero escoltado por sus guardias. El caballero se arrodillo ante él cuando lo vio llegar, y Yugi hizo lo mismo para estar a su altura.
-¿Qué fue lo que le ocurrió, noble señor? - preguntó el príncipe, apartando mechones negros de su rostro cubierto de sudor
-Ninguna joya es digna de usted - dijo el caballero con una sonrisa - Ningún metal precioso alcanza para agasajarlo y ninguna piedra es capaz de hacerle juicio a su belleza. Usted merece algo mucho más valioso que simples minerales que se encuentran en la tierra. Por eso, he hecho un largo viaje en busca del único objeto que mi príncipe puede portar. Le he traído, desde las criptas ubicadas en lo profundo del Bosque Encantado, las piezas del legendario Rompecabezas del Milenio.
Una exclamación generalizada recorrió la sala.
-¡Es mentira! - gritó un príncipe - El Rompecabezas del Milenio es propiedad de los Guardianes del Bosque. Ningún mortal puede tan siquiera pisar sus tierras ¿Y tú vienes aquí creyendo que puedes engañar a nuestro señor con este teatro? ¡Ja! Deberían colgarte por insolente
-El entrar en ese bosque casi me cuesta la vida, en eso te concedo la razón- exclamó el hombre - pero un artículo del Milenio es el único regalo aceptable que puede recibir el príncipe Yugi.
El caballero tomó un pequeño cofre de oro de entre sus ropajes y se los entregó al menor. El joven pudo ver los labrados en el metal, y el Ojo de Horus grabado en el centro. Acarició el cofre y pudo sentir una energía muy poderosa emanando de él. Abrió con sumo cuidado la tapa, dejando al descubierto las piezas sueltas del rompecabezas.
-Puedo sentir su poder a través de mis dedos - dijo el príncipe tomando varias piezas, sus ojos brillaban de la misma manera en la que brillan los ojos de un mortal ente algo divino. Su naturaleza de doncel no solo le permitía ver el corazón de las personas sino la esencia de los objetos - Este es definitivamente el verdadero Rompecabezas del Milenio.
-Entonces es oficial - decretó el rey desde su trono - Tú, joven caballero, le has traído un regalo místico al heredero de este reino. Has arriesgado tu vida para traerlo, y por ende, tu recompensa será grande. Felicidades, ya que te estoy ofreciendo la mano de mi nieto en matrimonio. Confío en que serás capaz de dar hasta tu vida por el.
-En verdad es un enorme placer, que con gusto voy a aceptar.
-Mi rey – llamó uno de los caballeros – Si os place, quisiera presentar un juramento.
-Te escucho – contestó el abuelo de Yugi.
-Se que no soy su prometido, y no lo seré nunca. Pero juro por mis tierras y por mi pueblo que protegeré al joven heredero de todo daño que pueda sufrir. También creo que es una idea que ronda en la mente de todos los aquí presentes: El príncipe es valioso para todos los reinos y dudo que los herederos de las nobles casas piensen lo contrario.
Para sorpresa del menor, los invitados estaban de acuerdo con lo dicho por el caballero. Antes de que se pudiera asimilarlo, su abuelo les había hecho jurar a cada hombre de noble cuna presente en el banquete que protegerían al doncel de todo daño que éste pudiera recibir. El príncipe jamás creyó tener tal impacto entre los hombres, pero sonrió al darse cuenta de la estrategia de su abuelo: colocar a los cuatro reinos para que lo cuidaran cuando él ya no estuviera presente.
Yugi suspiró con pesadez mientras los invitados se marchaban a sus casas luego haber pronunciado el juramento. Le dedicó una sonrisa cansada a su abuelo, antes de retirarse a su cuarto con el cofre de oro aún en sus manos. Cuando una sirvienta se ofreció a depositarlo junto con los otros presentes, Yugi la rechazó, prefería tenerlo consigo, dado que era un regalo de su ahora prometido. La jovencita se retiró con una inclinación, dejando al príncipe solo para que pudiera desprenderse de las sedas y dormir con más comodidad.
Otra vez, las noches en vela soñando estar con el
Yugi depositó una a una las piezas doradas sobre la espaciosa cama, todas en perfecto orden. Un cosquilleo le recorría allí donde el oro tocaba sus manos, sintiéndose algo incómodo por la misteriosa energía que éstas emanaban. Por un momento temió que algo pudiera pasar por haber sacado el Rompecabezas del Milenio del lugar al que pertenecía, recordando instintivamente al joven caballero que se lo obsequió. Recordaba su armadura magullada por fuertes golpes, y la cota de malla empapada con sangre. Debió haber sido una batalla muy dura para obtener esa reliquia; su dueño de seguro que nunca habría dado su brazo a torcer.
"Me pregunto quién habrá sido" pensó en su fuero interno.
"-¡Es mentira! El Rompecabezas del Milenio es propiedad de los Guardianes del Bosque. Ningún mortal puede tan siquiera pisar sus tierras ¿Y tú vienes aquí creyendo que puedes engañar a nuestro señor con este teatro? ¡Ja! Deberían colgarte por insolente"
Aquellas habían sido las palabras de uno de los príncipes del reino vecino. Sus dudas afloraron, y bajo el riesgo de caerse y herirse si no llevaba consigo tan siquiera una vela, decidió caminar hasta la biblioteca. No conocía nada acerca del Bosque Encantado, sólo que los humanos no podían ingresar en el, estaba prohibido. Su curiosidad crecía al imaginar al dueño anterior del Rompecabezas, si de verdad era un Guardián y si ahora estaba buscando cómo recuperarlo.
Abrió la pesada puerta de madera, y para su suerte, las bisagras oxidadas no realizaron ruido alguno que pudiera delatarle.
-No debería estar aquí, mi joven príncipe - Escuchó la voz de un hombre mayor que lo sobresaltó - Los pasillos son traicioneros sin el fuego de la vela, y es muy temprano para que usted quiera tomar sus clases del día.
-No he venido por las clases, Gran Maestre - dijo Yugi acercándose al farol que el anciano mantenía sobre un escritorio - Solo quiero saber más sobre el Rompecabezas del Milenio.
-¿Su obsequio de bodas? - el anciano lo miró antes de tomar un pergamino antiguo, redactado en un idioma que utilizaba los jeroglíficos para su escritura - Es una pieza muy rara en este mundo... y muy poderosa. De los siete artículos del Milenio que pertenecen a los Guardianes del Bosque Encantado y mantienen la paz entre criaturas místicas y humanos, el Rompecabezas es la pieza más poderosa de todas. Se dice que cuando los crearon, el Rompecabezas estaba desarmado, tal y como ahora lo tiene usted en ese cofre. Para los humanos, esos artículos estaban malditos, en especial el que está ahora en vuestras manos. Aquel rompecabezas era imposible de armar para cualquiera que quisiera intentarlo. Muchos probaron su suerte, pero nadie lo logró. Nadie, excepto un joven príncipe. Este muchacho, cuyo nombre se perdió a través de los siglos, reinaba cuando el Bosque Encantado pasaba una época de grandes crisis. Desesperado y habiendo hecho todo lo posible para que mejorar la situación, recurrió a los artículos del Milenio. Él fue el único que logró resolver el Rompecabezas, y por ello, la magia que poseía le otorgó un deseo.
-El que aquellas grandes crisis acabaran de una vez - adivinó Yugi.
-El que aquellas grandes crisis acabaran - repitió el Gran Maestre - El Rompecabezas cumplió su deseo, y él y sus mas fieles vasallos se convirtieron en los primeros Guardianes del Bosque. Como he dicho, el tiempo ha borrado el nombre de éste príncipe, pero todos en el bosque lo conocían como "El Faraón"
-¿"El Faraón"? - repitió el doncel para sí; viendo como el anciano se recostaba en su silla.
-Yo no sé de lo que es capaz el Rompecabezas del Milenio, solo me guío por lo que dicen las antiguas leyendas - el Gran Maestre guardó de vuelta el pergamino - Esta en vuestro sano juicio creer si son ciertas o no, mi príncipe.
-Fantasías o realidades, fue agradable haber conocido un poco más la historia de nuestro bosque - dijo Yugi - Siento haberlo molestado innecesariamente a estas horas de la noche, es momento de que regrese a mi recámara.
-Pues tenga cuidado - el anciano le tendió una vela; el tricolor la tomó con gusto - Y que sus sueños sean tranquilos y reconfortantes.
-Lo serán Gran Maestre, y de nuevo gracias por todo - se despidió Yugi antes de cerrar la puerta e ir prácticamente corriendo de vuelta a su cuarto.
La vela fue a parar a la mesa ubicada al lado de la cama, reflejando su luz en las piezas de oro. Comenzó a tratar de unirlas, fallando constantemente pero sin que eso lo hiciera rendirse. Tal vez eran puras leyendas, pero el quería creer en la fuerza que sentía correr a través de las piezas y confiar en el deseo que podían regalarle si lograba terminarlo. Como la primera vez que sus piezas encajaron completamente. Largas fueron sus noches, ahora en vela con la posibilidad de cumplir su sueño. Un sueño casi infantil, de mujer, pero que necesitaba con toda urgencia.
Hasta que una noche por fin vio su trabajo realizado. El oro brillaba con esplendor a la suave luz de la vela y la forma casi acabada del rompecabezas era una pirámide invertida. Sólo faltaba una pieza, la central, aquella que tenía grabado el ojo de Horus en su superficie. La colocó sintiendo su corazón latir como potrillo desbocado al ver que encajaba a la perfección con el resto de sus compañeras.
La luz producida por el artículo casi lo deja ciego, y en su mente solo cruzaba la idea de concretar su sueño. Su sueño de por fin encontrar a esa persona que permaneciera toda la vida a su lado, a la que pudiera amar y que lo amase. Quería por fin encontrar a su alma gemela.
Yo quiero un héroe
Sigo esperando a mi héroe hasta el amanecer
Muy fuerte será y veloz actuará
Demostrando en batalla frialdad
-Esto no puede estar pasando - se dijo un joven alto, esbelto, de cabello tricolor y ojos lilas - Esto tiene que ser una broma de mal gusto.
-Si ni siquiera puedes vigilar a un rompecabezas inanimado para que no abandone la cripta, no veo el modo en el que puedas proteger a todo un bosque, "Faraón" - se burló un mago de cabellos albinos.
-Bakura - Isis le llamó la atención, harta del comportamiento infantil del mago - Cierra la boca, esto es grave. Alguien ha podido ingresar aquí deshaciéndose de todas las trampas, inclusive de los dragones que pusimos como custodia. Aquí estaban los siete artículos del Milenio, pudo haber sido cualquiera el que resultara robado.
-Pues ese cualquiera es el Rompecabezas y como el descendiente directo del Faraón, Atem tiene que traerlo de regreso.
Isis soltó un suspiro antes de dirigirse al príncipe.
-Ninguno ha tomado juramento todavía. Podemos alertar al resto para que nos ayuden a recuperarlo - le dijo la morena - Aún estamos a tiempo.
-No es necesario - respondió Atem - El bastardo ladrón está en lo cierto. El Rompecabezas ha estado en mi familia desde su creación y luego de la muerte de mi padre era mí deber protegerlo, tanto al artículo como al bosque. No es justo involucrarlos por un descuido mío, así que iré yo solo a recuperarlo.
-¿Y que el resto se pierda toda la diversión? Olvídalo, yo voy contigo - dijo Bakura yendo a buscar su caballo.
-Tú te quedas - dijo Isis, imperativa - El artículo de Atem es el que mantiene a todos unidos. A causa de su ausencia, el resto se debilita y el bosque pierde su protección. Mientras mas guardianes salgan del territorio más débiles se volverán sus barreras. Odio admitirlo pero Atem tiene razón, tiene que ir solo. Por él y por la seguridad de todo el bosque.
El joven tricolor asintió, justo antes de desaparecer por uno de los pasillos de la cripta. Su caballo lo esperaba a la salida del túnel, ensillado y listo para la travesía. Atem se colocó su capa antes de cabalgar por los senderos del bosque, siguiendo siempre el rastro de energía que el Rompecabezas del Milenio dejo a su paso.
Estaba por su cuarto día de viaje cuando sintió el ruido de un campamento cercano. Desmontó y tomo sus espadas, consciente de que no podían ser otra cosa que humanos. Eran la única raza que hacia ese tipo de campamentos. Las criaturas que habitaban ese lugar jamás habían hecho algo parecido.
-¡Hey! ¿Quien eres tú? - preguntó uno de los hombres al verlo llegar armado - Oye te hice una pregunta.
-Pues te contestaré con otra - Atem estaba muy molesto al ver aquella tierra profanada - ¿Quién de ustedes fue el que ha robado el Rompecabezas del Milenio?
Una risa burlona se extendió por el campamento.
-¿Acaso el nene perdió su juguetito? - el mismo hombre se le acercó, haciendo gestos en expresión de burla.
El tricolor afiló su mirada y de un golpe seco y preciso, su espada atravesó de lado a lado el cuerpo del soldado. Con un sonido sordo y amortiguado, las dos mitades del cuerpo sin vida cayeron a sus pies.
-Como habéis notado, no estoy para bromas - el príncipe volvió su vista hacia los demás, quienes ya estaban a punto de atacarle - Así que seré directo y repetiré mi pregunta ¡¿Quién de ustedes se ha llevado el Rompecabezas del Milenio?!
La única respuesta que obtuvo de parte del grupo fue un ataque masivo hacia él. A pesar de ocuparse en no recibir ninguna estocada, pudo ver que sus atacantes vestían armaduras en la gran mayoría de los casos. Distinguía los emblemas de las familias a las que pertenecían, grabadas en sus torsos y en sus yelmos. Reconoció los colores de las capas de los soldados como grupos individuales, percatándose de que cada caballero traía consigo tres soldados.
La espada de Atem era hábil como un felino y veloz como una serpiente. El derramamiento de sangre no alteró en ningún momento su rostro impasible. El filo de la hoja se iba tornando del carmesí de sus víctimas, y las manchas del líquido rojo en su rostro le daban a sus ojos un matiz aún mas aterrador. Jamás había desviado la mirada, ni siquiera cuando era un niño y era su obligación como príncipe hacer acto de presencia en cada evento, tanto en un banquete como en una ejecución. Clavaba los ojos en quien sería su víctima, y no los apartaba hasta que la veía morir. Así le habían enseñado y así tendría que ser. Tantos años, tantos entrenamientos, tanto tiempo sometido a aquello para que en situaciones como esta sólo dominara la mente, no los sentimientos. Así fue entrenado desde niño para proteger el bosque
No pasó mucho tiempo para que aquella desigual batalla terminara. La fogata seguía alumbrando a pesar de todo, lamiendo con su calor los cuerpos fríos de los soldados y caballeros, esparcidos por el claro en contorsionadas y grotescas poses. El ruido suave de las botas de cuero era lo único que se escuchaba en aquella noche sin luna.
Atem recorrió el campamento, revisando todas las tiendas levantadas para ver si ahí tenían escondido el Rompecabezas o al menos obtener una pista sobre su ubicación. Sacó afuera los cofres de ropa, las armaduras intactas, las cestas de comida…
Nada. En ese campamento no había absolutamente nada.
-Si me hubieran dicho que no lo tenían se habrían ahorrado su muerte - masculló el Faraón entre dientes, dispuesto a marcharse.
El llanto de un niño de pecho lo hizo detenerse
Volvió sobre sus talones, reconociendo una pequeña tienda alejada el campamento en general, sumida varias hileras de árboles lejos del claro. Descorrió las cortinas de tela sucia y pudo distinguir, en la esquina más alejada a la entrada, a una mujer de no más de veinte años, arrodillada en el suelo y con el niño en brazos.
-Por favor - suplicó ella en cuento lo vio entrar - Por favor, no nos haga daño, se lo ruego. No hemos hecho nada. Por favor, no nos mate.
"Es una prostituta" pensó Atem al ver las ropas de la mujer. Era muy delgada, casi esquelética, y sospechaba que no había comido en por lo menos dos días. Él era un hombre justo a pesar de su actitud sangrienta durante la batalla, sabía que ella no podría haber robado el Rompecabezas. La mujer apenas si tenia fuerzas para suplicar por su vida. Se acercó a ella, causándole un estremecimiento. Se arrodilló a su lado y acaricio la cabecita del pequeño que lloraba en sus brazos. Los llantos del niño disminuyeron con la caricia; igual los de la madre. Atem le dedicó una sonrisa tranquilizadora a la mujer una vez que los sollozos desaparecieron.
-Necesito ayuda para encontrar algo que me pertenece - le dijo con voz suave, intentando no asustarla.
-El Rompecabezas del Milenio - dijo ella - Le escuché reclamarlo antes de entrar a la tienda. Todos ellos han venido en su búsqueda. El ladrón, un señor vasallo al servicio de un príncipe, vive en tierras áridas yendo hacia el norte, partió esta mañana cuando lo hubo obtenido. Por favor, necesito salir de este lugar, mi hijo necesita comer. Si me muestra el camino hacia el pueblo mas cercano, juro por la vida de mi bebé que lo guiaré hasta el castillo del vasallo. Por favor…
Atem le dedicó una sonrisa antes de asentir. Ayudó a la mujer a parase y tomar algunos alimentos antes de descansar. Al día siguiente, los tres partieron hacia un pueblo cercano a las fronteras con el bosque
Yo quiero un héroe
Esperaré por un héroe hasta que el día llegue a ver
Muy bello será, veloz y brutal y más grande que la eternidad
Llegaron al pueblo en una pieza, como Atem lo prometió. Le pago la estadía en una caverna por algunos días, al menos hasta que encontrara un empleo. La mujer le agradeció con un mapa dibujado en una servilleta, mostrando dónde quedaba el castillo del señor vasallo que se había llevado el Rompecabezas.
Atem partió esa misma noche una vez que se hubo asegurado que el pequeño tendría alimento. Su caballo volvió a la carrera bajo la luz de la luna creciente, siguiendo el camino trazado por la joven en el papel.
Tres días con sus noches se demoró en llegar a la fortaleza. Estaba rodeada por pilares de madera recubiertos con hierro fundido, custodiada por soldados día y noche, como esperando un ataque. "Sabía que ibas a venir" le dijo su conciencia al ver a tantos hombres armados hasta los dientes. Dejó el caballo en un lugar seguro y se dispuso a ingresar dentro de la fortaleza. Para ello fue necesario eliminar a unos cuantos soldados; de una estocada limpia los dejó sin vida delante de las puertas talladas.
Escaló con elegancia hasta llegar a la ventana que daba a los aposentos del noble. Entró sin hacer ruido y corriendo las costosas cortinas de seda. Observó la habitación con detenimiento. Era espaciosa, cubierta de alfombras y mesas que ostentaban antiguos jarrones de dinastías legendarias. El lecho era amplio, cubierto de telas rojas y cortinas de hilo de plata.
El vasallo del que le habló la mujer yacía inconsciente entre los cojines, y soltó un grito al despertar con la espada de Atem en su cuello.
-¡¿Cómo has entrado aquí?! ¡Guardias! - llamó en vano.
-No malgastes saliva llamándolos - Atem chasqueó los dedos, con un poco de magia, haciendo que la puerta se abriera y dejara caer a los guardias con el cuello atravesado - A menos que tengas poderes para regresarlos de sus tumbas.
-Oye, yo no hice nada malo ¿De acuerdo? No se quien eres y tampoco lo que quieres, así que dame esa información y juro que voy a ayudarte.
El vasallo temblaba ligeramente mientras la espada raspaba el vello de su cuello. Sabía que algún día el guardián aparecería. Nada sale del bosque sin que ellos lo sepan, y menos los artículos del Milenio.
Atem presionó aun mas la hoja sobre la piel, causando una herida leve pero sangrante. Las manos del hombre sudaban, al igual que su rostro, y varias de esas gotas saladas fueron a parar al corte, haciéndole escocer.
-Puedo sentir el rastro de energía que ha dejado el Rompecabezas en esta habitación - dijo Atem - ¿Dónde lo tienes?
-Se lo llevaron - dijo el hombre - Atacaron esta fortaleza no hace mucho, inclusive siguen habiendo marcas en las paredes.
El Faraón apretó más el filo de la hoja.
-¿Quién lo tiene? ¿A dónde se lo llevó?
-Está en el reino del Sur - contestó - Lo tiene el príncipe Yugi, lo reclamó como obsequio por su cumpleaños. Lo presentíamos, el príncipe lo buscaba para utilizar su poder. Pronto subirá al trono y quiere ampliar las fronteras de su reino ¡Por eso lo buscaba! Traté de evitar que lo tomara... pero fue inútil.
El vasallo vio como el joven de cabello tricolor tomaba con más fuerzas el mango de la espada. Sentía sus cabellos castaños empapados de sudor y cerró los ojos para recibir el golpe final.
-Gracias por tu ayuda - escuchó decir.
Abrió los ojos a tiempo para ver como Atem saltaba de la ventana de su cuarto sin hacerle ningún daño. Llevó su mano a la herida y sonrió triunfante. Su señor de seguro ya estaría en el reino, sentado en el trono del Sur cuando el guardián llegara. Era el plan perfecto para obtener el reino y arrebatárselo a los Mutto sin necesidad de mancharse las manos. El joven príncipe había firmado su sentencia de muerte al aceptar como obsequio el Rompecabezas del Milenio.
Tras la media noche en un sueño yo lo vi
Algo que no e de alcanzar
Y que trata de alcanzarme a mí
Las espadas sonaban con el sonido metálico que caracterizaba ese tipo de batalla, mientras Yugi observaba el encuentro detrás de una planta de grandes hojas. La armadura de plata y zafiros brillaba como nueva, al igual que la cota de malla. Los ojos pardos de su prometido no despegaban la mirada de su contrincante, dispuesto a cortarle la cabeza en caso de ser necesario.
La atención del joven doncel se posó ahora en el enemigo de su futuro esposo. Vestía ropas de cuero negro ceñidas a su cuerpo y no llevaba armadura. Carecía de yelmo; en su lugar estaba la capucha de una capa igual de negra que llegaba hasta las botas de caña alta. Su ropa ostentaba adornos de oro y plata, en el que se distinguía el Ojo de Horus a la perfección. "¿Será posible que él sea el dueño del Rompecabezas?" se preguntó al reconocer el símbolo.
Con un movimiento ágil, el noble descapuchó al guardián rasgando la tela de la capucha. Los cabellos tricolores del joven, tan parecidos a los del príncipe, se movieron al compás del viento que soplaba. Yugi sintió algo parecido a una punzada al ver sus ojos, de un profundo color violeta, y los mechones de flequillo rubio surcando su mirada de vez en cuando, haciéndolo ver aun mas atractivo.
El guardián, aprovechando que el noble se distrajo tratando de reconocerle, le quitó el arma de un movimiento limpio y apuntó con la punta de su espada la barbilla del hombre.
-Lo único que quiero es que me devuelvan lo que me pertenece - la voz grave del joven hizo estragos en el ritmo cardíaco del príncipe.
-Lo encontrarás en el reino del Sur - le dijo el noble - En la torre principal esta ubicada su recámara. Búscale ahí si quieres encontrarlo...
"¡Príncipe Yugi! ¡Príncipe Yugi, despierte! ¡Príncipe Yugi"
Sintió como era zamarreado y abrió los ojos. Vio a varios de sus guardias entrando en su cuarto, y la alarma de la ciudad no dejaba de sonar con aquel estremecedor grito agudo. Un brillo proveniente de su pecho lo hizo bajar la mirada y concentrarse en el Rompecabezas. Emitía un brillo cegador así que lo envolvió en sus ropas antes de salir de la cama. Observó el paisaje nocturno por la ventana y a los guardias que se movían por el campo como hormigas alrededor de un tarro volcado de miel. Sintió el calor del objeto milenario y lo aprisionó más contra su pecho.
-Príncipe Yugi, debemos ponerlo en un lugar a salvo - le dijo uno de sus guardias mientras lo alejaba de la ventana - Un hombre ha entrado en la fortaleza y trata de ingresar a la torre, no podemos permitirnos que usted esté en peligro.
-Son ordenes del rey, príncipe - lo secundo otro guardia mientras baria la puerta - Por favor, no nos haga llevárnoslo a la fuerza.
Yugi se dejo guiar por los hombres a través de las escaleras hasta llegar a uno de los tantos pasadizos secretos que había debajo del palacio. Según las historias de su abuelo, esos corredores fueron construidos en época de guerra, para esconder tesoros, a la familia real e incluso un ejército si la situación lo precisaba. Estaban recubiertos con rocas llenas de musgo y avanzaban con solo la luz de una antorcha para no caerse. El paso era rápido, apremiante y el príncipe podía sentir la adrenalina de los soldados que lo custodiaban en su propia piel.
Respiró profundamente para poder serenarse y utilizó el calor del Rompecabezas para no tomar frío en los caminos subterráneos y con una tormenta a punto de estallar en la superficie.
Con el trueno llega, con su capa de metal
Será siempre el héroe que quedó en mi corazón
Atem se refugió dentro de los establos para evitar ser alcanzado. La noche se había congelado de repente, y el vaho salía de su boca con cada aliento. Asomó su cabeza para ver si era seguro salir y corrió hasta llegar a las puertas de la torre mayor. Tomó una piedra, con la cual rompió una ventana y entro a la edificación.
Paró en seco al sentir la energía del Rompecabezas justo debajo de sus pies, así que tomó la lanza de una de las estatuas que adornaban la sala y destrozó los mosaicos que cubrían el suelo. Descubrió un túnel subterráneo debajo, por el cual entró siguiendo el rastro el articulo del Milenio.
Cuando los hubo ubicado no dudó en atravesarlos con su espada. Volteó a ver a su siguiente víctima, un muchachito al que no pudo identificar por estar cubierto por un manto de pies a cabeza. El joven salió corriendo en dirección opuesta y Atem no le perdía el rastro. Había visto la luz del Rompecabezas a través de la tela y no lo iba a dejar escapar.
El niño tumbo varias cajas ubicadas en uno de los costados del túnel para obstaculizar a su perseguidor, pero fue en vano. Los pulmones del menor dolían reclamando el aire que les hacia falta. Abrió la puerta que tenia frente sí y sus pies chocharon de pronto con algo suave, pegajoso, y su ropa se vio empapada por la lluvia; la carrera los había llevado hasta uno de los jardines ubicados en medio de las torres.
Atem vio como la ropa mojada del joven se adhería a su cuerpo, dando muestras de las proporciones del muchacho. Lo vio estremecerse por el frío de la lluvia y las curvas delineadas por la tela le daban un aspecto sumamente sensual.
Por el contrario, el jovencito vio el rostro de su perseguidor y reconoció en él el rostro del guardián con el que soñó. El Rompecabezas del Milenio brillaba ahora con más intensidad, y su calor era mucho más palpable. Tragó en seco al ver que era mucho más guapo de lo que recordaba en su sueño. Los relámpagos iluminaban sus facciones de una forma que resultaba atractiva y aterradora a la vez.
Atem decidió estudiar nuevamente al joven bajo la lluvia. Durante la carrera, la capucha que llevaba puesta se había caído sobre su espalda, y ahora su cabello estaba empapado y adherido a su carita de niño. El resplandor que provenía antes de los truenos hacía brillar aun más sus ojos amatistas y producía un halo tenue alrededor de él, causado por el reflejo de los relámpagos en las gotas de lluvia sobre la piel del jovencito. El faraón tragó en seco también al percatarse de la inhumana belleza del niño. Sus manos temblaron sobre la empuñadura de su espada, haciendo que esta cayera al suelo enlodado ante él. Inicio un paso lento, calculado, no quería asustar al menor.
Al verlo acercarse, Yugi quiso retroceder. Dio un par de pasos pero su espalda chocó contra una estatua que adornaba el jardín.
-¡Espera! - gritó Atem al ver como el príncipe intentaba escapar - ¡No quiero lastimarte!
-¿¡Como puedo creerte si has matado a la mitad de mis guardias!? - respondió el joven sacando una espada de quien sabe donde - Te acercas un solo paso más a mi, y juro que te mato.
Esas palabras le hicieron recordar el por que estaba ahí. Ese niño había robado el Rompecabezas del Milenio para usarlo en su beneficio, y como Guardián del Bosque eso era algo que no podía permitir. Con un manotazo tomó su arma del suelo, dispuesto a recuperar lo que pertenecía a su familia por generaciones. Por más angelical que fuera, su crimen reclamaba un castigo.
Lanzó una estocada de prueba, pero no contaba con que el príncipe supiera manejar tan bien la espada. Antes de poder reaccionar, Yugi había realizado un corte profundo en el dorso de la mano de Atem, haciendo que soltara el arma. El mayor retrocedió, tomando la mano herida con la sana, momento en el cual Yugi aprovechó para apuntar con la hoja al cuello del guardián.
-Si intentas utilizar los poderes del Rompecabezas del Milenio para ampliar tu reino, dicho poder terminará por destruirte - le dijo Atem con una sonrisa sobradora, tratando de hacer flaquear al joven.
-¿Eh? - el príncipe parecía no entender - ¡Yo nunca haría algo como eso!
-No te creo - el mayor se puso de pie - ¿Crees que no se que tu mandaste a que te traigan uno de los artículos del Milenio como obsequio de cumpleaños?
-Yo jamás lo pedí - explicó en un susurro - En mi cumpleaños hicimos un banquete para encontrar a alguien que fuese mi esposo. Durante la fiesta mi abuelo, el rey, les pidió a los invitados que trajeran un regalo que por poco les haya costado la vida conseguir. Decía que si alguien era capaz de sacrificarse por traerme algo seria perfecto para protegerme.
Yugi bajó la espada lentamente mientras hablaba. Atem intentaba leer en los ojos del joven algún indicio de que estaba mintiendo, pero no pudo encontrarlo. Esa mirada inocente volvió a cautivarlo una vez más haciéndole creer en sus palabras.
-Si piensas que miento entonces toma - le ofreció el mango de la espada que tenía y que el filo de ésta apuntara a su pecho. Sin el arma y en esa posición, Yugi estaba completamente vulnerable.
El guardián hizo a un lado la hoja ofrecida, y se acercó lo suficiente como para sentirlo estremecerse. Yugi no aparto en ningún momento su mirada de los ojos del faraón, hipnotizado como estaba de la forma en la que era observado.
-No es necesario - le dijo en un susurro a su oído, mientras que con su mano acariciaba con sutileza su mejilla - Te creo.
El príncipe cerró los ojos y suspiro ante la caricia proporcionada. Esa mano pronto viajó hasta su cintura, aprisionándolo contra el pecho el mayor. Inspiró el aroma del guardián mezclado con la lluvia y se sintió bien, a salvo. La mano del jovencito soltó la espada mientras Atem cubría su cuerpo empapado con la capa negra. La lluvia aún caía sobre ellos pero hace tiempo que eso había pasado a segundo plano. Cubrió su cabeza con la tela y lo hizo volver al pasadizo para que no tomara más frío.
-En verdad lamento todo esto - dijo Atem al tiempo que usaba la capa para secar los cabellos mojados de Yugi.
-Al menos te diste cuenta antes de ocasionar una guerra – contestó con una sonrisa y un sonrojo - Si me hubieras matado tendrías al ejército de todos los reinos atacando tu bosque y reclamando tu cabeza.
-¿Y eso por que? – preguntó pícaro - ¿Por que te consideras tan valioso hasta para los hombres de los demás reinos?
-¿Tu por que lo crees? – haciendo alarde de su belleza, Yugi se acercó al rostro del faraón hasta dejar pocos centímetros de distancia entre sus narices, haciéndolo sonrojar
Atem sonrió mientras delineaba el cuello del menor con sus dedos. Sintió el suave suspiro que salio de la boca del príncipe sobre su helada piel; su rostro tomó aún más color. Volvió a mirar al joven de ojos amatistas, volviendo a ver esa belleza inhumana que lo cautivó en un principio. Una punzada le atravesó el corazón; quería besarlo, deseaba besarlo, pero algo se lo impedía, y ese algo era el por qué aquel vasallo de habría mentido acerca de los planes del príncipe.
-Yugi... - llamó sobre sus labios - ¿Por que alguien querría hacerte daño?
El príncipe abrió sus ojos ante la pregunta.
-No lo se ¿Por que preguntas?
-Porque alguien busca matarte sin ensuciarse las manos - explicó.
Yugi unió dos mas dos y dio en la dirección en la que pensaba el guardián. Tomo el Rompecabezas del Milenio en sus manos a la altura de su rostro. Y pensar que su abuelo le otorgó su mano al hombre que ahora quería matarlo, todo por un simple desafío. De seguro desearía nunca haberlo dicho en cuanto se enterara, pero de otro modo nunca hubiera conocido a Atem.
-Quédatelo - le dijo Atem, colocando sus manos sobre las del pequeño - Protegerá a todo aquel que sea inocente.
Yugi le sonrió antes de que el mayor se levantara. El príncipe se puso de pie luego de él, y lo acompañó hasta el jardín ahora que había parado de llover. El suelo estaba resbaloso y Atem sujetó la mano del menor para evitar que se cayera. Amanecía en el horizonte y era hora de irse, así que se volvió a ver al joven para despedirse.
-Actúa como si hubieras escapado por poco de mi - le pidió - No le digas a tu abuelo que planean matarte, puesto que yo estaré ahí para protegerte. Como ya te he dicho, el Rompecabezas protege solo a los inocentes. Se que lo eres y no tienes de que preocuparte, y si me necesitas, solo pídelo y estaré ahí donde quiera que estés.
Yugi se ruborizó ante esas palabras y su rostro se puso del color de un tomate maduro cuando el faraón besó sus labios. El contacto fue breve pero cargado del sentimiento que poco a poco iba naciendo en ellos.
-Así que son ciertas las leyendas que murmuran en el bosque - dijo el mayor sin apartarse mas de medio centímetro de los labios contrarios, respirando su embriagador aliento; volvió a darle un beso corto - Nadie puede resistirse a los encantos de un doncel.
El príncipe abrió los ojos al sentir un vació frente a sí, y vio la silueta del guardián parado en lo alto de la fortaleza, dedicándole una ultima mirada. Yugi también le dedico una sonrisa antes de verlo desaparecer ahí donde el sol comenzaba a nacer por el horizonte. Sonrío para sí, ahora sabía que los milagros existían y que por fin aquel rompecabezas le había concedido el deseo que pidió varias noches atrás
Donde se juntan cielo y tierra tal vez
Donde los rayos caen así
Desde algún sitio hay alguien que me ve desde ahí
Los días pasaron y con ellos también las semanas y los meses. Había cogido un resfrío la noche del ataque y había estado postrado en cama durante tres días. En ningún momento dejo que los siervos se llevaran el Rompecabezas del Milenio para que, según los hombres, pudiera dormir más cómodo. Yugi se negaba a estar separado del objeto mas de lo necesario alegando que era el obsequio de su prometido, que era su deber llevarlo con orgullo.
-Pero no es necesario que lo lleves puesto hasta para bañarte Yugi- le había dicho su abuelo.
El simplemente hacia oídos sordos y no dejaba que nadie se acercara al artículo, ni siquiera para mirarlo. Esa vez estaba en su ventana observando el atardecer, dejando que el sol le alumbrara con sus últimos rayos. Podía sentir la presencia del guardián, ahí donde su piel chocaba con la superficie de oro. Lo prometido era deuda, y de seguro que Atem lo estaría vigilando tal y como lo había dicho.
Mientras, en el bosque, Atem custodiaba todo desde la copa de uno de los árboles más ancianos del lugar. Sonreía como nunca lo había hecho, ya que estaba conectado al Rompecabezas, y por lo tanto, también estaba conectado con Yugi. Reía en silencio por la terquedad del menor a separase del objeto y lo agradecía, así no pasaba ni un solo momento sin saber de su doncel. Porque sí, Yugi era SU doncel, lo había decidido en cuanto vio su angelical apariencia bajo la lluvia, cuanto vio la tenacidad en su mirada al enfrentarlo, los sonrojos cuando lo alababa. Lo había decido en el mismo momento en el que besó sus labios sabor caramelo y que ahora le pertenecían. El que tuviera el artículo que le correspondía era una prueba de que Yugi pertenecía ahora a uno de los Guardianes del Bosque, y nadie debía nunca acercarse a la propiedad de un Guardián del Bosque.
-¿Otra vez pensando en el doncel, Atem? - preguntó Isis desde la suave hierva a las raíces del árbol.
-¿Cómo no hacerlo? - contesto el faraón bajando de la copa - Es una suerte que mi familia pueda estar vinculada a los artículos del Milenio en la distancia ¿Cierto?
-Sino tendrías que elegir entre él y tu deber - dijo la muchacha - Y por lo que veo en tus ojos es una decisión que esperas nunca llegar a tomar.
Atem sonrío al ver que ella le comprendía, y que le había permitido la libertad de acercarse a la torre con la condición de que Yugi nunca se percatara. Quería verlo pero tampoco quería ser un acosador, así que solo miraba maravillado el sueño del niño, velando por su seguridad y también por la del bosque.
Aunque nada es como parece.
Mientras que en el bosque y en el reino todo es color de rosas, para el rey del Norte esa era la peor noticia recibida en los últimos mil años.
-¿¡Cómo que el príncipe Yugi sigue con vida?! - gritó el rey desde la sala del trono.
-Majestad - interrumpió uno de sus señores vasallos - ¿No sería prudente esperar a después de la ceremonia para matar al príncipe?
-Ese reino tiene costumbres muy extrañas - dijo el príncipe, un joven de cabello negro - Desde que una pareja esta comprometida es como si ya estuvieran casados. Los objetos de valor de uno se vuelven propiedad del otro en cuanto se anuncia el compromiso. Si nos deshacemos del príncipe ahora, el reino del Sur me pertenecerá, y eso nos abrirá más posibilidades de tomar control sobre los otros dos reinos restantes.
-Voy a repetir la pregunta - dijo el rey, cansado de tanta palabrería y ninguna solución - ¡¿Cómo es posible que ese niñato siga con vida cuando uno de los Guardianes del Bosque lo estaba buscando para desollarlo vivo?!
-Dicen que el príncipe logro escapar por poco, mi señor - respondió el mensajero temeroso por que la furia del rey recayera en su persona.
-¡Es un Guardián del Bosque, por un demonio! - gritó - ¡Es imposible que un niño, no, UN DONCEL, pudiera escapar de una criatura como esa!
-¿Entonces que solución propones padre? - preguntó el príncipe del reino.
-Ataquen el castillo - decretó sentándose de golpe en el trono - Derrumben la fortaleza, quemen los establos, destruyan el pueblo entero si es necesario pero tráiganme la cabeza de ese niño servida en una bandeja de plata. Si no voy a tener el reino del Sur por las buenas, tendrá que ser por las malas.
Contra viento y marea vendrá
La batalla final
Como fuego en mi sangre lo siento llegar
Otra vez las alarmas de la cuidad lo despiertan en medio de la noche. Un temblor sacude su torre he hizo que Yugi fuera a la ventana para ver que esta pasando. Corrió las pesadas cortinas y descubrió un cuadro aterrador. Los jardines y la fortaleza estaban cubiertos de fuego. Poco mas adelante vio las casas de los aldeanos hechas cenizas y a la gente desesperada corriendo por las calles en busca de un refugio que nunca encontrarán. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver aquel espectáculo, digno de un show de terror. Otro temblor sacude la torra y Yugi toma el rompecabezas entre sus manos, buscando protección. Se alejó de la ventana para no caerse cuando la puerta del cuarto se abrió violentamente y pudo ver al rey cayendo de bruces en el suelo.
-¡Abuelo! - grita el joven, yendo a socorrer al mayor.
-Como ya les ha dicho mi padre a sus hombres, si no podemos obtener este reino por las buenas, tendrá que ser por las malas - dijo el prometido del príncipe apareciendo por el umbral.
-¡Traidor! - grita el doncel sosteniendo al anciano - ¡¿Confiamos en ti y así es como nos pagas?! ¡Debería darte vergüenza!
-No malgastes tu aliento príncipe - dijo burlonamente mientras encendía las telas alrededor de la puerta con la llama de la antorcha - Lo necesitarás.
-¡Espera! - pero ya era tarde.
La puerta fue atrancada desde afuera y no había modo de salir. Yugi embebió dos paños en el agua de una pequeña fuente que tenia al costado de un mueble y le pidió a su abuelo que la coloque sobre su rostro para así evitar inhalar el humo. Abrió las ventanas para que el aire circule pero eso no evitó el avance de las flamas. Trató de apagarlas con las telas que había alrededor pero es inútil. En poco tiempo, ambos integrantes de la familia real se vieron rodeados de un infierno abrazador.
El abuelo de Yugi cayó inconsciente por el humo, y este trata en vano de despertarlo. El humo también esta comenzando a afectar su respiración, que cada ves se hacía mas entrecortada y dificultosa. Con las pocas fuerzas que le quedaban toma el Rompecabezas del Milenio entre sus manos, en un último intento desesperado por salvarse.
"Atem, por favor se que puedes escucharme. Te necesito. Los soldados del Norte han invadido el castillo y nos han encerrado en una torre incendiada. ¡Por favor, escúchame! Por favor Atem, te necesito..."
No pudo decir nada más. El aire era demasiado denso para ser respirado y cayó desmayado junto a su abuelo; en ningún momento sus manos se apartaron del artículo milenario.
Atem ya estaba camino al reino desde antes de que Yugi le enviara el mensaje. Había visto a través del Ojo de Horus grabado en el artículo como la ciudad era consumida por las llamas.
La luna lo guió esa noche, y los árboles retiraron sus raíces del camino. Parecía que el bosque entero quería que llegara tiempo. Su caballo galopó más veloz que en veces anteriores, sintiendo la urgencia de su amo por llegar lo antes posible a su destino.
La batalla era sangrienta. Las estocadas iban de un bando al otro, a veces sin hacer daño, otras, quitando vidas. Nadie detuvo al guardián en su carrera por llegar a la torre donde se encontraba Yugi. Excepto él.
Una flecha por poco le da en el hombro izquierdo del guardián. Sorprendido, Atem detiene su caballo para ver a un caballero vestido de plata y zafiros aparecer por el humo del camino, montado en un purasangre
-Así que tú eres el guardián que debía asesinar al príncipe - dijo el caballero con una sonrisa sobradora.
-Y tú eres quien mandó a engañarme para que lo hiciera - El faraón no tenia tiempo ni paciencia para el juego de palabras.
-Yo no lo llamaría engaño - el sujeto lo estaba desesperando - Mas bien un plan bien elaborado para no mancharme las manos.
Aprovechó la distracción del príncipe del Norte en su monólogo para blandir su espada contra él y voltearlo de su montura. Un verdadero guerrero nunca hacia monólogos de grandeza ante su rival. Solo lo hacia el vencedor cuando tenia la cabeza de su oponente clavada en una pica.
-Tanto alarde y tu armadura no resiste una sola estocada - dijo el faraón mirándolo desde el caballo y apuntándole con el arma, dispuesto a acabarle.
-Si me matas ahora no podrás encontrar a tu amado príncipe antes de que la torre se derrumbe - le dijo el joven.
Atem bajó del caballo sin dejar de apuntarle con el arma. Se agacho hasta quedar a su altura y clavó el filo en el antebrazo del hombre, haciéndolo gritar de dolor.
-¡Dime donde esta! - retorció la hoja dentro de la herida - O tu tortura será aun peor que esta.
-¡En la torre, al lado sur de las caballerizas! - gritó el príncipe - Se esta derrumbando así que date prisa.
El tricolor retiro su espada y volvió a su montura, alejándose lo mas rápido al galope. Había perdido demasiado tiempo, y si el príncipe le había mentido sobre la ubicación de Yugi lo haría sufrir hasta tenerlo rogando de rodillas para que lo matara.
Yo quiero un héroe
Sigo esperando a mi héroe con todo mí ser
Y que seguridad debe estar aquí ya
Debe ser para mi y nadie mas
Atem llegó a donde estaban las caballerizas. Su caballo se descontroló cuando una de las torres incendiadas cayó con estrépito destrozando todo a su paso. Su corazón se oprimió al ver los ladrillos esparcidos por el suelo quemado, imaginándose lo que no quería ni pensar. Acaso esa torre era...
Un rayo de esperanza lo inunda al darse cuenta de que esa no era la torre sur, y que el Rompecabezas del Milenio seguía conectado a Yugi, por lo que significaba que todavía seguía vivo. Volvió su atención al resto de las torres que aun quedaban en pie, ubicando la del lado sur. Se acerca lo suficiente como para ver que los dos primeros pisos sucumbieron ante el peso de la edificación, así que debe escalar para llegar a los aposentos del joven. Subió con cuidado probando cada peldaño hasta sentirse seguro pero de la forma más rápida posible. Sus manos ardían por el calor que los peldaños emanaban al estarse incendiando el interior. Como pudo se colocó unos guantes de cuero para retrasar las quemaduras, y evitando las llamas que salen de alguna grieta ocasional pudo llegar a la habitación del príncipe.
No logra ver con claridad dada la inmensa cantidad de humo presente, así que se agacha con la capa cubriendo su boca y tantea el suelo de la habitación. Su mano choca con algo firme y a la vez blando: un brazo. Se incorpora levemente y descubre el cuerpo, viendo que es el de un anciano que ha caído inconsciente. "De seguro se ha asfixiado" pensó antes de cargarlo al hombro y seguir tanteando hasta que dio con Yugi. Al igual que el anciano, el doncel también estaba desmayado por la falta de oxigeno. Lo tomó por la cintura y se lo echó al hombro, caminó hacia la ventana y saltó al vacío.
Antes de dar contra el suelo de manera desastrosa, agradeció el haber aprendido varios trucos de Bakura, así que con un hechizo simple detuvo la caída a medio metro del suelo antes de que sus pies tocaran la hierba quemada y luego lo deshizo para poder aterrizar. El caballo trotó hacia el y dejó que colocaran al anciano y a Yugi en su montura. Atem tiró de las riendas guiando al animal a una zona fuera de peligro, un callejón que aún no había sido invadido por las llamas ni los soldados.
-Mmm... Cof, cof, cof - El príncipe estaba despertando al sentirse libre del humo; el guardián se dispuso a bajarlos a ambos del caballo.
-¿Atem? Cof, cof - preguntó el pequeño en brazos del mayor.
-Si, soy yo - contestó mientras lo dejaba en el suelo y atendía al rey.
-¿Se encuentra bien? - su voz sonaba preocupada.
-El humo le afectó, pero no es nada grave - aseguró para darle confianza, luego volvió a dirigirse a él - Lo lamento, debí haberlo vigilado mejor. Si tan solo hubiera previsto que hoy atacaría nada de esto habría pasado.
-No te culpes - le sonrió el doncel colocando su mano en el rostro contrario- No había forma de saberlo con exactitud, no te recrimines por algo que estaba mas allá de tus manos.
Atem sonrió ante esa respuesta, cerrando los ojos y restregando su rostro en la mano de Yugi, como un gato que busca mimos.
-Tengo varias cuentas que arreglar - dijo Atem abriendo los ojos - Pero primero, una pregunta que no contestaste cuando nos conocimos ¿Por qué dijiste que si te mataba tendría a los ejércitos de todos los reinos buscando mi cabeza?
-El día de mí cumpleaños mi abuelo les pidió a los presentes que hicieran un juramento: Aunque no fuese esposo de ninguno, nadie tendría el derecho de dañarme, y aquel que lo hiciera recibiría la furia de todos juntos.
-Eres el protegido de los cuatro reinos - aclaró el mayor.
-Podrías ponerlo de esa forma, si te place - contestó.
El guardián acaricio la mejilla del más bajo con cariño. Luego tomó el Rompecabezas del Milenio y se lo sacó del cuello. Yugi lo miraba sin entender.
-¿Atem? - preguntó, dudoso ante la actitud del mayor al quitarle su única protección.
-Nada te pasará si te quedas aquí - besó su frente para calmarlo; el joven suspiró complacido.
Atem se puso de pie seguido por Yugi. El príncipe se negaba a dejarlo irse, pero sabía que él solo no sería de mucha ayuda. Torció la boca en un gesto de desagrado al sentirse inútil por no poder ayudar a su gente y mucho menos a aquel que le había salvado la vida.
-Solo una cosa más antes de que me vaya - las palabras del mayor cortaron el hilo de sus pensamientos.
El joven lo observó, esperando su respuesta. Por otro lado, el mayor volvió a acariciar su mejilla, sonrojándose al ver el tono carmín que estas adquirían dándole una apariencia adorable. Descendió su mano acariciando su cuello, hombros, espalda, hasta llegar a su cintura. Lo empujó suavemente contra su pecho, quería sentirlo, necesitaba sentirlo. Absorbió el aroma de sus cabellos y escondió el rostro en el cuello del menor, causando una aceleración en el pulso cardíaco del príncipe al sentir ese aliento chocar contra su piel.
-Te amo, Yugi - le dijo antes de dar un suave beso en la curvatura de aquel níveo cuello.
Sus labios ascendieron en besitos cortos por la mandíbula, oído, párpados, nariz y mejillas hasta llegar a sus labios, quienes a diferencia de su cuello u rostro, fueron tomados con necesidad y pasión, como si fuese la última vez que se besaran, presintiendo que aquella comparación no distaba mucho de la realidad.
La falta de aire se hizo presente en ambos así que se separaron.
-Atem - murmuró sobre los labios contrarios antes de sentirlos desaparecer por completo.
Abrió los ojos y vio como el mayor corría por las calles incendiadas. Su corazón se contrajo al imaginar la posibilidad de no volver a verlo jamás. Lágrimas de impotencia rodaron por sus mejillas por no ser lo suficientemente fuerte como para ir ahí y protegerlo, o al menos pelear a su lado. "¿¡Pero que estoy pensando?¡" se dijo a la vez que se limpiaba las lágrimas de un manotazo. Puede que no tuviera la capacidad física para combatir, pero tenía la fuerza emocional como para creer en él y que todo saldría bien. Tratando de dominar el nudo de su garganta volvió donde su abuelo, que ya comenzaba a despertarse, atendiéndolo y por sobretodo creyendo que podrían salir adelante.
Muy fuerte será, decidido será y más grande que la eternidad
Yo quiero un héroe!
Atem regresó al pequeño jardín escondido en el que conoció a Yugi. Sonrió para si recordando el momento en que lo tuvo entre sus brazos. El le había dicho del juramento que habían pronunciado los nobles aquel día. Pues bien, ya era hora de que lo cumplieran.
Sus manos rodearon el Rompecabezas del Milenio que ahora colgaba de su cuello. Concentró toda su energía para que su mensaje de auxilio llegara a cada rincón de los cuatro reinos, a cada oído de cada noble que haya estado presente en aquella ceremonia. Era mucho el esfuerzo que realizaba y gotas de sudor corrían por su sien mientras el artículo del Milenio brillaba con intensidad. De a poco, y con más rapidez a medida que pasaban los segundos, la respuesta de los caballeros llegaba a su mente, quienes avisaban a su vez a sus respectivos ejércitos con un solo objetivo: Proteger al príncipe Yugi.
Hizo un esfuerzo más para poder abrir atajos a los caballeros para que llegaran al palacio. De otro modo, el viaje que tendrían que realizar sería de varios días y para ese entonces el castillo ya estaría reducido a ruinas.
El Rompecabezas dejó de brillar y Atem cayó de rodillas, agotadas la mayoría de sus energías. Tomó aire lentamente antes de volver a ponerse de pie y llamar a su caballo, subirse a su montura y volver a buscar a aquel que le había querido quitar lo más importante en su vida.
El pueblo estaba ya casi consumido completamente por las llamas y el ejercito invasor ya estaba tomando rehenes. Apretó las riendas sintiendo impotencia por no poder ser de más ayuda cuando dio con el caballero que estaba buscando. Lo vio saliendo de una taberna en ruinas, llevando consigo una cadena que mantenía atadas por el cuello a varias mujeres indefensas. Lo vio reírse de ellas, de seguro imaginando el destino que les tendría preparado, cuando la cadena fue quebrada por la espada de Atem.
-Así que lo encontraste - dijo el príncipe en cuanto lo vio - ¿Esta vivo... o enterrando entre los escombros?
-¡El que estará enterrado bajo los escombros serás tú, maldita escoria!
El guardián bajo del caballo dispuesto a enfrentarlo en un combate singular. La pelea fue pareja en un principio, pero el cansancio ocasionado por haber utilizado el poder del Rompecabezas fue debilitando sus fuerzas, hasta que calló de rodillas, exhausto, completamente débil y vulnerable.
-Y te dices llamar el Guardián del Bosque ¡JA! - el caballero apuntó con su espada a la nuca del joven - Qué patético.
Atem tenía la vista clavada en el suelo, sin embargo, podía sentir como el príncipe tomaba el impulso necesario para que la hoja atravesara su cuello. Tomó la cadena que sujetaba el artículo, pero necesitaba descansar un poco más para poder utilizarlo. Si tan solo...
El faraón ya se había resignado a la derrota cuando la espada del caballero sonó con estrépito al lado de donde se encontraba. Confundido, miró la hoja en el suelo y luego a su portador, quien sujetaba su hombro, ahora atravesado por una flecha. Se volteó para ver de dónde había provenido cuando vio un centenar de hombres entrando por las puertas principales de la ciudad. Sonrío para si al saber que los nobles habían conseguido llegar a tiempo.
El príncipe retrocedió un par de pasos al ver el descomunal ejército que se alzaba a las espaldas del guardián. Vio con horror como el joven tomaba el Rompecabezas del Milenio y lo colocaba frente suyo, con el Ojo de Horus mirándolo desde el metal precioso.
-Sabes lo que pasa ahora ¿cierto? - preguntó Atem con ironía - Que tengas un buen viaje al Reino de las Sombras.
En un momento el Rompecabezas brilló con furia, para luego atenuarse y descubrir que el hombre ya no se encontraba ahí, sino atrapado en una dimensión maldita en la que se encontraría con una de las muertes más espantosas que un mortal haya podido imaginar.
Cuando Atem giró sobre sus talones ya todo había acabado. Los cuerpos de las huestes enemigas esparcidos por el suelo quemado estaban siendo removidos por los soldados aliados. Hombres del ejército del Oeste ayudaban a los pueblerinos a salir de los escombros y a ponerlos a salvo, proporcionándoles agua, alimento y abrigo. Un joven vestido con armadura negra y cota de malla se acercó al guardián, haciendo una reverencia ante él.
-Hemos escuchado vuestro mensaje y venido tan rápido como nos fue posible - dijo el joven aún arrodillado, quien sin que Atem lo supiese, fue el primero en pronunciar el juramento en la ceremonia - Perdonad que uno de los nuestros le haya quitado lo que le pertenece, y agradecemos profundamente que nos haya ayudado a defender al Príncipe. Por favor, si vais a tomar represalias hacerlo contra nosotros, no contra el doncel.
-Jamás podría hacerle daño al príncipe Yugi - aclaró Atem - ¿Sabes donde está?
-Lo encontramos en el callejón - respondió poniéndose en pie - Ahora esta en una de las tiendas en donde atienden a los heridos. El humo afectó su respiración, pero a salvo de una tos frecuente se encuentra sano y salvo, al igual que su abuelo.
El faraón le pidió al caballero que lo llevara a esa tienda. Cuando corrió las cortinas, no solo vio a Yugi rebosando vitalidad, sino ayudando a los soldados heridos y a los campesinos que habían llegado. Estaba arrodillado frente a un soldado del Reino del Oeste, con una palangana de agua y un pañuelo limpiando las heridas de su rostro cuando lo vio. Sonrió como sólo él sabia hacerlo, y dejando la palangana en el suelo y el pañuelo sobre la frente del hombre, corrió a los brazos del Guardián del Bosque.
-¡Atem! - gritó, rodeando al mayor con sus brazos y apretándose contra su pecho - Estaba tan preocupado.
-No mas de lo que estaba yo por ti, Yugi - contestó devolviendo el abrazo, feliz de sentir que estaba bien.
-Te fuiste tan de repente como la primera vez, que ni siquiera me diste tiempo a responderte - dijo con una sonrisa, separándose del faraón.
Una mano del doncel acaricio su mejilla, mientras la otra aprisionaba su nuca. Sus labios se encontraron otra vez, saboreando las emociones dispersas pero claras en los corazones de cada uno. Un roce inocente que se volvía cada vez más apasionado a medida que el tiempo corría. Tuvieron que separarse luego de poco, pero no por ello rompieron el abrazo, disfrutando del calor que se ofrecían mutuamente.
-Yo... también te amo - contestó con una sonrisa.
-Tengo que irme - dijo Atem sobre los pequeños labios; al menor lo inundó la tristeza - Tu tienes que atender a los heridos y yo a tratar de reconstruir este reino.
Yugi sonrío con alivio ante las últimas palabras del mayor. Realmente le había dado un gran susto y estuvo tentado a golpearlo por asustarlo de esa manera. El menor se separó de él para volver su atención a los nuevos heridos que llegaban, y Atem salió de la tienda para poder ayudar en todo lo que sea posible para que ese lugar volviera a ser lo que un día fue.
/Una semana después/
Los aldeanos lo vitoreaban a cada paso que daba hacia el palacio real. Con ayuda del Rompecabezas del Milenio habían podido reconstruir todas las casas y edificaciones en un tiempo récord. También habían venido los representantes de los reinos vecinos a agradecer al Guardián por su sacrificio.
La sala principal estaba decorada para la ocasión, y una alfombra roja atravesaba la estancia. Los invitados le hacían espacio para que pasara hasta llegar al trono en donde se podía ver a la famita real. El guardián había traído puestas sus mejores galas para la ocasión: Botas de cuero lustrado, su espada pulida enganchada en su cinturón, pantalones negros y una camisa de seda igualmente negra. También traía una capa nueva bordada en hilo de oro, cortesía de los príncipes de los reinos vecinos. Estaba enganchada con un broche de oro, y debajo de la capa y colgado a su cuello estaba el Rompecabezas del Milenio.
Se detuvo ante el rey y el príncipe, haciendo una reverencia. Su majestad traía puesta una armadura de plata y oro, con una capa en color rojo adornando su espalda. Ostentaba una corona de platino y ónice, similar a la que su nieto llevaba puesta. El joven doncel también había sido vestido con maestría: Joyas de oro blanco y diamantes mantenían su capa color nieve ajustada a su cuello. Su torso fue cubierto con un lienzo de lino blanco bordado en plata, traía un cinturón forjado con el mismo metal e incrustado con cristales que sostenían la seda blanca que cubría sus piernas. Un brazalete de platino en cada brazo se unía a otro ubicado en la muñeca por medio de una gasa plateada trasparente. Dichas joyas estaban adornadas con hileras de perlas a su alrededor. Parecía un ángel.
-No sabes lo eternamente agradecido que estoy por vuestra ayuda, noble guardián - dijo el rey levantándose de su trono - Por que hayas protegido a mi gente, a mi reino, y por sobre todo... a mi nieto. Cometí la equivocación de prometerlo a la persona equivocada. Hoy, espero no cometer el mismo error. Hoy, se que por fin hemos encontrado al hombre que se merece la mano de mi nieto.
El faraón observó a Yugi, sentado en el trono, y vio como este le sonreía con cariño.
-Guardián del Bosque, dueño del Rompecabezas del Milenio y protector de todas las criaturas místicas ¿Quisieras aceptar a este joven doncel como tu esposo?
-Yo... - lo observó por un momento y luego bajó la vista, sin llegar a creerse lo que diría a continuación - Por supuesto que acepto.
Yugi salio corriendo a los brazos de Atem en cuanto pronuncio las ultimas palabras. Saltó de dos en dos los escalones que los separaban y se arrojó en sus brazos, llorando de felicidad. El mayor acarició el rostro de su ángel antes de besar sus lágrimas y por último sus labios. No importa que el mundo se acabe, no importa si él debía permanecer en el Bosque Encantado porque ese era su deber. De una u otra forma encontraría el modo de permanecer junto a Yugi. Porque, digan lo que digan el resto de los guardianes, digan lo que digan los antiguos libros y las profecías, su verdadero lugar era permanecer ahí, en los brazos de Yugi.
Antígona: Creo que este fue el más bonito que escribí hasta ahora ¿No? También me parece que es una buena idea que éste sea el que abra todo el fic y no que esté al final, por eso lo cambié de lugar.
Zinger: También fue el capítulo mas lago que has escrito hermanita
Antígona: Cierto, y según mi criterio ha matado toda la imaginación que tengo NECESITO INSPIRACIÓN!
Zinger: Pues dudo que la encuentras en oferta en un supermercado así que esfuérzate. A nuestros lectores, Nos vemos pronto!
Canción: Yo quiero un héroe.
Artista: Shrek 2 (una mezcla de traducciones que encontré para que no se haga tan repetitiva)
Atte.
Los Hermanos Greenwood
