Prólogo

Tenía muy poco tiempo. El vestido ya estaba puesto sobre la cama, extendido en toda su belleza, porque aquella prenda era una obra de arte, algo deslumbrante, y sin embargo, abrumadora.

Miré toda la habitación detenidamente. Las flores estaban empapeladas en las paredes de manera suave, delicada. Los tocadores antiguos y los armarios aún conservaban esa gracia de antaño, antiquísimas, pero hermosas.

La luz se colaba débilmente por las ventanas abiertas. Pude escuchar las voces que venían de abajo, todas sonaban muy entusiasmadas y ansiosas. Alcancé a escuchar a Bibi y a Alexandrine, mis primas, soltando alaridos y corriendo por el jardín. Me asomé con cuidado a la ventana y entonces los vi. Sin embargo, no quería que nadie se fijara en mí.

Me puse el vestido en cámara lenta. La tela suave y blanca se apoyó en el suelo de madera con un susurro suave, elegante. Caminé hacia el espejo y giré despacio, observando cada detalle. Luego me dirigí hacia el tocador.

Me estarían esperando abajo, sin duda. Todos querían ver a la novia que por fin había conquistado el corazón de aquel hombre tan bondadoso y único. Pero la calma y la sonrisa que él siempre me dedicaba no eran suficientes en ese momento para lograr remover aquel extraño vacío que sentía dentro de mí.

Tan perdida, tan sola.

La calma y la paz interior se rompieron cuando dos de mis tres mejores amigas ingresaron en la habitación.

-¡Heather! ¿Todavía no te has cambiado? ¡Vamos, apúrate! ¡Sólo tienes media hora!

Reaccioné y me fui al baño con el vestido en la mano. Afuera, Irina y Suzanne me apresuraban, inquietas.

-¡Cuidado, vas a arrugar el vestido!

Era imposible ponérselo tan rápido, pero lo logré. Salí corriendo con los tacos puestos y miré a mis amigas con una sonrisa tímida.

-¿Y?

Los ojos de Suzanne brillaron como chispas fluorescentes.

-¡Divina, Heather! ¡Divina! Ahora siéntate. Les dije a todos que yo te peinaría. He sacado un peinado precioso de la revista…bueno, tú sabes. Vas a quedar perfecta.

-Yo también ayudaré - agregó Irina con una amplia sonrisa -. No te preocupes, todo va a salir bien.

Me sentaron frente al tocador y Suzanne empezó a trabajar con mi cabello de una forma bastante hábil. En seguida ambas se enfrascaron en una conversación que no entendí, pues mis pensamientos no estaban en ese lugar, sino muy lejos, en otra parte del mundo.

Hoy sería el día en el que lo vería después de tanto tiempo. Él llegaría desde Italia con un bronceado adorable, sólo para mi boda, y permanecería aquí por dos semanas para después retornar a las calles de Venecia. Cuando pensé en eso volví a sentir un nudo en la garganta. Algo extraño se movió dentro de mí y fue entonces cuando me perdí por completo en mi propia mente.

Pero, ¿y Michael? Él me esperaba abajo. No podía soportar la idea de estar en plena ceremonia y divisar aquella cabellera castaña entre la multitud mientras me estaba casando con Michael McLean.

No es que no quisiera a Michael, lo adoraba. Para mí él era sol de todas mis mañanas. Era una persona encantadora y con los pies bien puestos sobre la tierra, la persona perfecta para mí.

Pero ese no era el problema. No tenía nada que ver con que él hubiera llegado a mi vida cuando más lo necesitaba, cuando me sentía sola en todos los aspectos, cuando yo era una chiquilla rebelde y él un hombre hecho y derecho, ni siquiera que él tuviera en ese entonces treinta y yo dieciocho.

Sin embargo, ya no era una niña. Tenía veintidós años y estaba a punto de casarme, y cuando eso debería hacerme muy feliz, no lo hacía.

Tampoco comprendía, la sola idea de casarme con él me había parecido increíble hasta hace tan sólo unas semanas, pero conforme se había ido acercando la fecha, el miedo se había apoderado de mí, el miedo y esa extraña sensación de vacío en el estómago, que removía mis entrañas.

-Estás quedando divina, Heather. Michael va a ser el novio más feliz del mundo y tú la novia más contenta - Suzanne suspiró.

-Cuando yo me case, mi boda será por todo lo alto. Habrá un gran banquete y muchas flores - agregó Irina.

-Ya, pero no creo que Stuart esté dispuesto a pagar todo eso.

-Como sea. Oye, Madison. Tu vestido es bellísimo.

-¿Recuerdas a primera vez que se puso uno? Se le rompió la tela.

-¿No fue el cierre?

-Bueno, sí.

-Y adivina qué, Heather, el otro día… ¿Heather? ¿Qué sucede?

-Deberías estar contenta. ¿No te gusta cómo ha quedado el peinado?

-Ah, ya sé - adivinó Irina, chasqueando los dedos -. Estás nerviosa. No tienes por qué. Michael te quiere mucho.

Las miré sin comprender. Quería salir corriendo.

-¿O acaso es…? Oh, no, Heather. ¿Otra vez con eso?

-Tengo miedo - susurré -. Yo no…no sé si quiera…

-¿Temes verlo después de tanto tiempo? ¿Después de todos estos años?

-Ay, Heather. No creo que puedas echarte atrás. Todo el mundo está abajo esperando.

-Sí, sí que puede. Al diablo con los invitados.

-¿Y has pensado en el pobre de Michael? ¿Qué crees que dirá cuando…?

Las miré a través del reflejo del espejo. Ambas tenían los rostros contorsionados por la preocupación.

-Nunca dejaste de quererlo, ¿verdad? - susurró Irina.

Suspiré profundamente. No quería llorar.

-No - susurré -. ¿Qué hago?

En ese momento me sentí como si tuviera dieciocho otra vez.

-No lo hagas, Heather. No le hagas daño a Michael.

-¿No ves que no lo ama? - protestó enfadada Irina.

-Ray ya hizo su vida. Escucha, Heather. Tienes que aprender a hacer la tuya también.

Me puse de pie y clavé mis ojos en la ventana, imaginando lo que estaría sucediendo abajo.

-No lo hagas, Heather - susurró Irina.

-No. Lo haré. Suzanne tiene razón. No puedo hacerle esto a Michael. Si fuera al revés…no me gustaría que me hicieran lo mismo. Adelante.

Suzanne suspiró aliviada, sin embargo, Irina protestó.

-Cometes un grave error. Después te arrepentirás.

Negué con la cabeza, bajando la mirada a mis manos, donde sostenía el ramo de flores.

-No llores. Todo saldrá bien.

-Toma - dijo Irina, entregándome un pañuelo blanco. Parecía resignada -. Que Michael no te vea llorar.

Era curioso, pero ahora dos de mis tres mejores amigas me miraban con tristeza. Avancé muy despacio, concentrándome en cada paso que daba. La gente se había dirigido al jardín en tropel. Cuando yo descendí a la sala, el hermano de mi madre llamado Harold me esperaba al pie de la escalera con una amplia sonrisa.

-¡Vaya! Recuerdo cuando eras un bebé...

-Oh, no. Va a empezar otra vez - susurró Irina.

Yo ya no medía el tiempo. Escuchaba las palabras de mi tío como frases sueltas, pues no entendía su significado. Me armé de valor y sonreí, sabiendo que Michael me esperaba no muy lejos de aquí.

Michael, Michael, Michael, pensé con desesperación.

Hoy era el día de mi suerte, y no tenía nada más que salir ahí y dar el "sí, quiero". Sólo una palabra, tan sólo una, y todo sería distinto.

Respiré con lentitud. De pronto tenía un solo objetivo: caminar hacia el altar, enlazar mi brazo y con él, mi vida, la de Michael.

Michael. Pensé en su sonrisa bondadosa, en aquellos inteligentes oscuros y en que él me inspiraba ternura, cariño, admiración, pero… ¿era realmente amor? ¿O tal vez Irina y Suzanne tenían razón? ¿Quizá estaba intentando olvidar junto a él todo lo demás? Un amor no podía remplazar a otro así de simple, y menos de la noche a la mañana. Entonces, ¿qué debía hacer?

La respuesta ya la conocía, pero no quería admitirla. No me sentía capaz de dar el siguiente paso. Era cobarde.

Corrí la mampara de vidrio y avanzando cada vez más lento, fui a encontrarme con mi destino.