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Sin embargo, la trama es mía.
¡Espero que os guste!
Edward. Ese es su nombre. A veces se le olvida o no quiere recordar.
Sueño. ¿Es un sueño todo lo que se sueña? Aunque, ¿cómo podríamos llamarlo cuando ese sueño se convierte en realidad? Las proezas sólo se atribuyen a unos pocos y entre esos pocos no está él. No es que sea una persona ceniza y oscura, nada más lejos de la realidad. Es un chico como otro cualquiera. Ni más ni, tampoco, menos. Ese chico del que ella jamás se daría cuenta. Jamás se percataría de que ese chico que empeñaría su vida al diablo por verla sonreír... Es él.
Lleva muchos cargos de conciencia a sus espaldas. Una vez se planteó cambiar de vida.
No por ella.
Por todo.
Edward carga munición en su 9 mm. Se coloca la pistola en el interior del cinturón y se la esconde detrás de la americana oscura. Resopla. Se aprieta el nudo de la corbata y frente al espejo, se contempla la barba incipiente de 3 días que ya nace en su barbilla. Se acaricia la nuca y se aparta el cabello cobrizo de la frente.
―Edward, date prisa, tenemos a la rata ―se oye fuera del aseo de una habitación de hotel.
―Sí, sí.
La voz de Edward suena tenue al escapar de sus labios.
La "rata". Es un hombre. O lo que queda de él. Tras las paredes del aseo se sienten las gotas de sangre salpicar en la moqueta. Provienen del escupir de sangre tras los golpes recibidos en el estómago.
Edward sale del aseo y se encuentra con dos hombres corpulentos frente a otro hombre demacrado atado a una silla. El rubio le propina otro golpe.
―Quizá ya es suficiente ―confiesa Edward.
―¿Lo ves lo suficientemente arrepentido? ―pregunta el hombre de cabello oscuro. Es Emmett.
Edward le contempla. La "rata" no puede ni abrir los ojos y estaba casi seguro que ya habría perdido el conocimiento hace unos minutos.
―Sí.
―Yo creo que también ―dice el rubio mientras se limpia los nudillos con una toalla húmeda―. Vamos a avisar a los demás. Tú, Edward, recuerda que el jefe dijo que nos encargáramos de hasta el último detalle. No puede quedar cabo suelto. ¿Nadie te vio llegar, verdad?
Edward aparta la cortina y dirige su mirada a través de la ventana.
―¿Edward?
―No, nadie me vio, Jasper.
Jasper sonríe.
―Tráeme un café caliente antes de salir a la calle. Hace un frío que congela los dedos. Nos iremos pronto.
―No soy tu sirviente.
Jasper carga el cartucho en su pistola. Clac.
―Rápido.
Edward agacha la mirada y sale de la habitación. Están en un hotel de las afueras de Chicago. La noche es muy fría y la luna aguarda arropada entre nubes que amenazan tormenta.
Se sube el cuello de su abrigo beige y suelta un aliento que se convierte en humo denso. Justo al cruzar la calle, entra en una conocida cafetería de la ciudad y pide un café bien caliente.
Al mirar a su alrededor recuerda cómo empezó todo.
Todo empezó con su primer robo a mano armada. Ese momento en el que su cabeza se debatió entre actuar condescendiente o conseguir lo que le faltaba en su vida.
Él creyó que era el dinero.
Quizá no era lo único que le faltaba.
Ella. Y su inmortal recuerdo.
Había matado a mucha gente en su vida. Más de la que podía recordar. Al principio, la euforia era más grande que el arrepentimiento, pero hoy en día, el arrepentimiento le estaba ganando la batalla. Y pese a haber acabado con la vida de mucha gente, no podía acabar con ese recuerdo.
No podía matar ese recuerdo.
No pudo matarla.
Fue un error o un deseo del destino. Sin embargo, no haber apretado el gatillo en ese momento le atormentó para los restos. Se pueden soportar golpes y más golpes. El dolor físico desaparece. El psicológico o el interno, no.
El dolor que le ofrece su recuerdo le daña todo el cuerpo.
Como una puñalada en el corazón.
Al salir de la cafetería se vuelve a alzar el cuello del abrigo para evitar que el viento helado entre en contacto con su piel. Cruza la carretera y se adentra en el vestíbulo del hotel. Le llega un mensaje al móvil. Lo mira y se dirige al ascensor.
Baja hasta el parking.
Allí le esperan dos furgonetas oscuras. Jasper está metiendo a la "rata" encapuchada y atada de manos al interior de una de las furgonetas. Son cinco personas. Cinco hombres trajeados contando con Edward.
Jasper ayuda a uno de ellos a sentarse en al asiento del acompañante. Ese hombre de más edad que tiene que ayudarse de un bastón para caminar es el "jefe". Edward no recuerda su verdadero nombre porque desde que él entró en la organización le han denominado así. Cree que empieza por "C".
Los demás son Jasper, Emmett, James y él, Edward.
Todos entran en las furgonetas. Arrancan.
Se alejan del parking subterráneo del hotel a toda velocidad.
Hay algo que suena pegado a una de las columnas. Un siseo constante. Tiene una enumeración. Es un artilugio. Los números retroceden acercándose al cero.
Cinco... Cuatro... Tres... Dos... Uno.
―Boom ―sonríe Jasper.
La explosión catapulta los cimientos de la estructura del edificio del hotel en todas direcciones y ahora el cielo parece un collage de cemento, humo y fuego. Los cadáveres se amontonan por las calles colindantes y el terror se expande por la ciudad. Algunos vecinos de los alrededores llaman alarmados a los servicios de bomberos y al cuerpo policial del Estado. Los autores del atentado ya están lejos del epicentro de horror. Las furgonetas se alejan raudas y haciendo caso omiso a las señales de tráfico.
Edward mira por el cristal trasero y contempla cómo las llamas se apoderan de la noche de Chicago.
―Ahora tiene que hacer calor ―balbucea Edward.
Los demás ríen. El "jefe" carraspea entre gemidos.
Edward es el único que no emite ningún sonido.
«No soy ningún asesino... Al menos, ya no».
James, que pilota una de las furgonetas, enciende el reproductor de música y el piano de "Lent et douloureux" inunda el interior del vehículo. Contrasta el bello sonido que oyen los tímpanos de Edward con lo que sus ojos visualizan en el exterior. El gentío empieza a salir de sus cálidos hogares para contemplar el origen del estruendo y sus caras se desencajan al presenciar el horror. Edward no puede hacer otra cosa que agachar la mirada.
No es lo bastante fuerte para soportarlo. Aunque los demás no deben darse cuenta.
Las furgonetas transitan carreteras alejadas del núcleo urbano para evitar que la policía o alguna patrulla les detenga en algún control. Ni Edward sabe dónde se dirigen. Observa a la "rata". Presta atención y oye que está hablando en susurros.
Está predicando una especie de rezo.
Está rezando por su vida.
O afrontando su futuro.
La "rata" antes era uno más del equipo. Pero les traicionó y posee más información de la cuenta. No puede vivir.
La información es poder y nadie puede tener más poder que ellos.
Los Cullen.
Las furgonetas oscuras frenan en seco en una carretera alejada de la urbanización. De su interior aparecen los cinco hombres trajeados, entre los que se encuentra Edward. A lo lejos, en un puente que cruza de orilla a orilla del río, una chica de piel blanquecina se sostiene con las manos en la barandilla apuntando su cuerpo hacia el agua.
Está enfadada con la vida.
Decepcionada.
Y no encuentra más escapatoria que hacer que el agua borre su ser.
El río helado absorbería su cuerpo con la sensación de miles de agujas afiladas penetrando su suave y débil piel.
Es de noche y Edward no puede adivinar quién es.
No la conoce pero sabe que si la hubiera visto en algún otro lado se acordaría de ella.
Unas nubes rojizas empapan la noche de un color parecido a la sangre. La silueta pendiendo en el filo de la barandilla del puente cae al vacío. A Edward, a unos metros de distancia, se le detiene el corazón al presenciar el salto. Alguien agarra del interior de una de las furgonetas al hombre encapuchado y lo arroja al asfalto con desprecio. El encapuchado implora por su vida.
Sin dilación alguien acciona el gatillo de un arma de fuego.
Edward se despoja de sus zapatos...
Quizá era la escapatoria que necesitaba.
Corre hacia el puente...
Sabe que está dándole la espalda a su vida y que eso significará la muerte.
… Y se precipita al agua sin meditarlo.
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Tres horas y cuarenta y cinco minutos antes, una chica de tez nívea y cabello oscuro llamada Bella cogía un taxi para acudir a un concierto de rock alternativo.
CONTINUARÁ...
