¡HOLAA! Sí, soy un desastre y no, no he abandonado Cuando, sólo tengo un gran bloqueo sobre el nudo del capítulo final. Ahora les traigo un fic que sí está terminado y está divido en dos porque se me hacía mucho publicarlo como un one shot. La otra parte la publico en unas horas porque ahora mismo sólo quiero dormir y todavía tengo que corregirlo. Besos.
N/A: Se darán cuenta que hay saltos de tiempo, por lo que empezamos con unas chicas de 11 años y seguimos con 12, 14, 16, 18, 19 (al menos eso se maneja en esta primera parte).
[JOURNEY]
Emma Swan había conocido a Regina en quinto grado. En quinto grado no se había animado a hablarle, de hecho no hablaba casi con nadie excepto Ruby y August. Pero la había mirado mucho, la había oído hablar y su acento le había parecido gracioso. Poco tiempo después de que hubiera entrado a clases, supo que era de Estados Unidos, de Brooklyn o algún lugar de por ahí. Su acento le pareció raro todo el año.
Regina le había hablado la segunda semana de clases el sexto año y se habían sentado juntas la semana siguiente a ese suceso. Ese día, con los deberes de ciencias naturales terminados, se recostó en su codo y metió el lápiz en su boca mientras miraba a Regina pintar cuidadosamente los dibujos. Tenía el cabello hasta los hombros y era algo ondulado, muy oscuro y pesado como una noche de invierno. Sus ojos eran del color de las barras de chocolate que se comía cada tarde en la merienda, las pestañas eran largas y curvas. El flequillo le tapaba la frente así que no sabía cómo era su frente, pero sí sabía que tenía una cicatriz en el labio y que se la había hecho su gato. Su boca siempre estaba firme, al menos lo estaba cuando hacia deberes, lo que le parecía un siempre porque la maestra era pesada; pero sonreía grande y se reía de forma escandalosa cuando algo le causaba gracia: eso había pasado cuando en el segundo recreo Emma se había enredado con sus cordones y había caído. Un mechón rubio le cayó en la cara y se lo alejó torpemente con la mano.
- Oye, ¿quieres venir a mi casa en la tarde? Vamos a jugar videojuegos o miramos una película.
- Claro, mi papá me lleva – dijo sin despegar sus ojos de sus dibujos.
Emma se quedó callada un rato, la profesora estaba regañando a Killian por haberle echado adhesivo al dibujo de Katherine. Miró a Regina un poco más y suspiró audiblemente, captando la atención de la morena que la miró de reojo.
- ¿por qué eres tan linda? – Regina rió de forma escandalosa y la maestra la regañó, luego de eso lentamente miró el rostro de Emma parte por parte y sonrió.
- Tú también eres muy linda.
Ese año Regina conoció a un tal Daniel Colter o algo como eso y a Emma no le cayó bien, pero a Regina le agradaba y ambos pasaban tiempo juntos también. Quizás a Regina le gusta Daniel, le habían dicho y Emma había rodado los ojos.
- A Regina no le puede gustar alguien porque ella me dijo que es muy inteligente para eso – contestó mientras tomaba su almuerzo y se alejaba de Killian y Lily. Regina estaba almorzando con Daniel y otro grupo de chicos.
Emma tiró su mochila al piso cuando entró en su cuarto con lágrimas en los ojos en la tarde. ¿Por qué Regina prefería a esos tontos? Ellas eran amigas, no esos estirados y menos el idiota cara de rata de Daniel. Su mamá le había preguntado qué pasó pero Emma simplemente le había dicho que Regina y ella habían discutido. Mary Margaret no se tragó ese cuento. Dos semanas después de eso el corazón de Emma se incendió dolorosamente pero no entendió por qué.
- Daniel me dio un beso – le había dicho mientras se sentaba en la cama de Emma, quien se le quedó mirando desde la puerta por largos minutos. Después desvió la mirada sintiéndose rara y cerró la puerta.
- Suena guay – buscó el libro de geografía que había pedido en la biblioteca y trató de olvidarse de eso.
Regina y Daniel duraron un suspiro porque a Daniel le gustó otra chica y Regina se enojó mucho con él, causando una extraña felicidad en el pecho de Emma.
En primer año de secundaria seguían siendo amigas, Regina se pasaba el día con la nariz metida entre libros y diciéndole a Emma que debería dejar de jugar tantos videojuegos y baloncesto y estudiar.
- Te tengo a ti para enseñarme – le dijo con un guiño y botó la pelota varias veces.
Regina volteó los ojos y volvió a meter su cabeza en el libro de lengua. Emma encestó dieciséis veces seguidas esa tarde, lo sabía porque había contado todas y cada una de las veces que la pelota había atravesado el aro, su cabeza no había procesado una sola letra porque su atención estaba dirigida a Emma y sus botes, a Emma y la forma en que se flexionaba antes de tirar, a Emma recogiéndose el cabello a cada rato.
Regina cumplía años antes que Emma así que era técnicamente algo mayor, por lo que cuando Emma reprobó el último trimestre de Biología le había dicho:
- Debo hacerle caso a la gente mayor – en su boletín de calificaciones brillaba un sangriento 4 en biología.
- Eres estúpida, ¿sabes? – le dijo mientras juntaba sus cosas. Emma recostó todo su cuerpo en ella y Regina se giró con las cejas fruncidas y a punto de ladrar. La rubia abrió los despampanantes ojos esmeralda y sonrió juguetonamente.
- Pero me quieres un montón.
- Lamentablemente, y para tu suerte, sí – se inclinó y dejó un beso en su frente. El corazón de Emma jamás se había sentido tan bien… bueno cuando Regina y Daniel habían cortado sí, pero ahora la sensación era tres millones de veces mejor.
Volvieron caminando junto con Ruby y August, hacía frío y no veían la hora de estar en el mullido sofá de la casa de Cora, la mamá de la morena. Alguien le chocó el hombro a Emma, por poco echándola, Regina y Ruby se giraron enojadas.
- Hola, Regina – dijo Robin con esa tonta sonrisa en su cara.
- ¿por qué diablos no te fijas por dónde vas? Casi echas a Emma. – le recriminó Ruby, pasando de él y tomando el brazo de su amiga.
- ¿a…? oh sí, hola – le sonrió con un brillo de maldad en la mirada y la rubia apretó los puños. –. Oye, Regina, ¿quieres venir al cine mañana? – la respuesta fue inmediata y rotunda.
- No.
- ¿qué? ¿por qué?
- Porque voy a pasar la tarde con Emma. Además eres un idiota que huele como si hubiera salido del medio del bosque.
- Sí, hueles a orina de mono – August rió a mandíbula batiente y Regina apretó los labios para no hacerlo.
- Buena esa Emma – le sonrió Ruby y Robin achicó los ojos.
- Tú te lo pierdes, Regina.
- Ve a pedírselo a Zelena, estoy segura que te mandará al diablo de nuevo – sonrió entrecerrando los ojos -. Los oí en la biblioteca, yo no soy segundo plato de nadie, Robin. Menos de ti.
- Eres u…
- Eh, idiota, ¿por qué no te metes conmigo? Lárgate si no quieres volver a casa con la cara desfigurada.
- Parecería más lindo si hicieras eso, Ag – Ruby se encogió de hombros y tiró de Emma -. Ahora si nos disculpa el nene de mamá, nosotros tenemos que irnos.
- Panda de…
- ¡Cállate Robin, nadie te entiende cuando hablas!… du du da da. Parece que te faltaran los dientes – dijo Ruby mientras se alejaban.
Caminaron en silencio un buen rato hasta que Regina abrazó a Emma y le frotó el brazo.
- ¿no te lastimaste?
- No, estoy bien.
- Entonces todo está bien.
Se habían sonreído y fue como si el sol estuviera brillando sólo para ellas esa tarde nublada. Ruby las miró con disimulo y se mordió el labio mientras sonreía. Las nubes se agolparon más oscuras y echaron a correr antes de que lloviera, las risas estallaron cuando August se resbaló con un charco por la lluvia temprana de esa mañana.
Ruby y August se habían ido hacia rato y Emma estaba recostada en la cama de Regina mientras ésta buscaba fotos para terminar de llenar el álbum que la rubia le había entregado la semana anterior. Había fotos de ellas dos, fotos que no debían ser reveladas al mundo, fotos por las cuales Regina había reído y Emma se le había quedado mirando con la garganta ceñida.
- Oye… ¿qué se siente besar?
- ¿qué? – se corrió el flequillo de la cara para verla bien.
- Que qué se siente besar. Quiero saberlo.
- ¿no has besado a nadie?
- Lo sabrías – se apoyó en los codos y la miró con una sonrisa tímida -. Creo que me gusta Killian.
- ¡Emma por Dios! – chilló la morena y puso los ojos en blanco -. ¿es en serio?
- Hablamos siempre que podemos y es muy…
- Es un imbécil que estuvo besándose con Ariel la semana pasada en el patio.
- ¿qué? – el pequeño universo en el que estaba sumida se rompió de golpe pero no dolió.
- Los vi mientras estaba con Jefferson y tú estabas en la cantina – se volvió a las fotos con las mejillas rojas. Su corazón parecía arderle.
- Yo… - se volvió a recostar pero algo no le cuadraba. ¿por qué no le molestaba la idea de Killian besando a Ariel? ¿no se suponía que le gustaba?
Gustar: desear, querer y gozar una cosa.
No deseaba a Killian, era lindo pero no lo deseaba; además ni siquiera sabía qué era eso. No quería a Killian, era amigo pero no se veía como su novia. No gozaba mucho junto a Killian, reían y charlaban pero jamás se sintió del todo bien. No, no le gustaba Killian y por eso no le dolió. Dejó el diccionario en la estantería junto a la cama de Regina y se volvió a recostar. ¿Quién le gustaba? ¿A quién deseaba? Su lista de chicos terminó antes de empezar. Neal era el más rescatable de los chicos que le parecían simpáticos, pero luego nada. Y Neal definitivamente no le gustaba.
- ¿puedo poner música?
- Emma, si te digo que sí o no, terminas haciéndolo.
Eso no era cierto… bueno tal vez sí pero no de tal manera. Al menos le hacía repetir la respuesta tres veces antes de estar segura de hacer lo que se le cantaba. Le gustaba la mirada de Regina cuando se "medio" enojaba con ella porque jamás se enojaba en serio, ni siquiera cuando sacaba a Ciro a jugar en la lluvia. Veces incontables el perro le había saltado encima, llenándola de barro pero jamás de los jamases se había enojado. Simplemente le daba la mirada de Regina para Emma y no le hablaba por quince minutos o menos, porque era tan poco tiempo el que le tomaba a Emma hacerla reír… Sacó su Mp3 y la música suave llenó la habitación. Isn't she lovely? comenzó a sonar unas canciones más adelante y Emma miró instintivamente a Regina. ¿Le gustaba Regina? Entonces ladeó la cabeza y la observó. Regina era hermosa, quería a Regina y le encantaba pasar momentos con ella. Le gustaba pasar todo el día con ella así estuvieran echadas en el patio de su casa sin hablar. Con Regina reía mucho, aun cuando estaba llorando porque Regina la hacía reír de alguna u otra forma; le gustaba abrazarla porque era muy suavecita y olía bien siempre. Le gustaba ir a hacer volar cometas a la plaza, porque en el momento en que su cometa en forma de estrella parecía tocar el sol y Regina se recostaba en ella, totalmente concentrada en su libro; en ése momento sentía que una estrella diferente iba a explotar en su pecho hasta convertirse en un punto rojo que palpitaría y enviaría miles de ondas de energía hacia afuera. Esa enana roja sería su corazón.
Un miedo inentendible la recorrió cuando Regina la miró y le dijo algo. Le gustaba Regina.
El tercer año de colegio se vio lleno de idas y vueltas por parte del papá de Regina que trabajaba en un banco y lo querían de vuelta en la sucursal de Nueva York, también hubo miles de dudas en Emma porque mientras más estaba con Regina, menos tiempo quería estar lejos de ella y los sentimientos eran más fuertes. La miraba siempre y se concentraba mucho en lo que le decía, como si fuera algún asunto importantísimo. Las dudas se basaban en si estaba bien que le gustara su mejor amiga, en si estaba bien que le gustara una chica, qué pasaría el día que quisiera besar a Regina. La noticia del posible regreso del señor Henry había instalado una necesidad de estar junto a la morena, aferrarse a ella como si se le fuera a escapar.
- ¿y qué van a hacer? ¿se van a ir? – preguntó con miedo mientras se sentaban en su esquina favorita del patio de Regina. Las hojas del sauce llorón se mecieron con la suave brisa y Emma arrancó varios trozos de césped. No quería que Regina se fuera.
- No lo sé… yo no me quiero ir. ¿Te imaginas tener que regresar a ese lugar? Hay mucha gente, hay mucho ruido, las horas no son las mismas ni tampoco el clima – se cruzó de brazos con los ojos anegados en lágrimas. El labio le temblaba ligeramente.
- Deja de mentir Regina, tú no te quieres ir sólo por eso – pestañeó rápidamente para ver una efímera sonrisa cruzar la boca de la morena.
- Es la verdad… es todo triste, no como aquí. No me quiero ir.
- Regina… - Emma la empujó suavecito y la morena miró hacia otro lado, dejando caer las lágrimas - ¿Regina?
- No me quiero ir porque no te quiero dejar – sollozó mientras se impulsaba y salía corriendo rumbo a la casa.
Emma se quedó sentada, viendo el espacio vacío donde había estado la otra chica. Sus dedos apretaron las hojas de césped y luego se paró aún sin saber qué hacer. Sacudió la tierra de sus pantalones y fue tras ella después de ver cómo el pasto triturado había manchado sus dedos de verde. Ella también extrañaría a Regina, ella tampoco quería que la dejara.
El cuarto estaba a media luz y Regina estaba acostada boca abajo con la cabeza cubierta por la almohada.
- Emma, vete a tu casa.
- No, no me voy a ir – cerró con cuidado la puerta-, estás llorando ¿cuándo te he dejado yo llorando? Además tus padres no están.
La morena no contestó pero tampoco se movió para darle espacio a Emma. La rubia rodó los ojos y abrió la celosía de la ventana. El aire de fines de verano era asfixiante pero prefería eso al invierno, porque en verano habían cambiado la plaza por las barrancas e iban a hacer volar cometas ahí, sintiendo el aire salado del mar que chocaba con el muro de piedra debajo de ellas, esperando el atardecer para volver a casa. Inglaterra era hermosa por donde se la viera pero en esos momentos, mirando al cielo celeste aclararse por la fuerza del sol, prometía hacer cualquier cosa por ir tras Regina, incluso si eso incluía dejar su país.
- Mueve el culo Regina, me quiero acostar.
- No.
- Eres una terca.
- Y tú una rubia – la almohada le contestó con voz amortiguada.
- Oye, eso no es un insu… oh, eres mala.
- Lo sé.
- Mueve el culo.
- No.
- Está bien – se quitó las zapatillas y se tiró encima de ella, oyéndola quejarse. Su cabeza rebotó contra la pared cuando Regina se movió bruscamente para quitársela de encima -. ¡Mierda!
- Dios, lo siento, lo siento – dijo, acercándose y frotándole donde Emma tenía la mano, había otra cosa que Emma tenía y eran lágrimas en los ojos -. Lo siento.
- Tranquila… - sintió su perfume a frutas llenarle la nariz y la miró a los ojos pero ella no la miraba. Estaba muy cerca. – Tienes los ojos rojos.
- Lo sé.
- ¿Por qué sabes todo?
- Porque soy quien lee y ve noticias y tiene sentido común de las dos, Emma.
- Así que somos dos, eh.
- Sí… - tragó saliva y enredó sus dedos en el pelo de la rubia, frotándole la cabeza con la yema de los dedos.
- Me gusta eso.
- A mí también.
- Me gusta eso y que me lo expliques todo – sonrió mientras se acomodaba mejor. -, que estés siempre junto a mi incluso si es una tontería como volar cometas.
- Volar cometas no es una tontería.
- ¿no?
- Jamás. Es muy importante – respondió con convicción.
- Bien… pues volar cometas no es una tontería, y me gusta también cuando me abrazas y hace frio. Me gusta… que me leas libros que no entiendo y luego los traduzcas al cristiano para mí – Regina volteó los ojos y siguió masajeándole la cabeza. Se le había hecho un chichón -. Me gusta cuando te burlas de Robin – la morena se rió y Emma suspiró -. Eso también me gusta – le apuntó la boca y Regina se sonrojó –, y eso. Me gusta todo lo que se refiere a ti y todo lo que se refiere a nosotras… Mirar el atardecer cuando hace frio y vamos a los barrancas en bicicleta, cuando vemos películas que ya hemos visto cien mil veces y nos seguimos riendo de las mismas cosas… cuando le robamos rosas a tu mama y nos la ponemos en el pelo… cuando intentamos que yo aprenda a maquillarme… me gusta ese dos del que somos parte… - Regina tenía el labio tembloroso de nuevo y Emma tomó su mano para mirarla y luego rozarle los dedos. Bajó la vista un segundo para intentar que las lágrimas se fueran pero fue imposible – Me gustas tú, Regina. Y me gusta que no te quieras ir por mí – levantó la cabeza y la morena sonreía tímidamente -. Eso me encanta.
- Emma…
- Quiero que… seas mi último primer beso en el caso de que te tengas que ir, Regina – susurró antes de acercarse a ella con cautela. Las lágrimas caían por sus mejillas de forma imparable.
Sus labios se presionaron en los de la morena con ternura y ésta la recibió con apremio, besándola de vuelta, tomándole los hombros y acercándose a ella. El sabor salado de las lágrimas no impedía sentir a Regina, a su perfume filtrándose por cada poro de su piel, a Regina entrando en su alma. Fue volar a la altura de su cometa y tocar el sol, recorrer las calles con lluvia de primavera cayendo sobre ella, ver el atardecer junto a Regina en las barrancas. Suspiró contra su boca y la volvió a besar.
- Te quiero.
- Yo también te quiero – susurró, abrazándola y hundiendo su cabeza en su cuello. Emma la tomó por la cintura y se pegó a ella -, yo también te quiero.
El traslado se había demorado por tiempo indeterminado, lo que de una u otra forma era más feo porque de un momento a otro podían llamarlo de nuevo y tendrían que irse. Al menos si tuviera una fecha definitiva podría empezar a contar los días que le quedaban para darle todos los besos y abrazos posibles a Regina. Sentía cómo poco a poco su alma se iba despedazando, extrañándola sin haberla perdido aún. Cerró los ojos un segundo, imaginándose un futuro con ella, todo con ella. Dolía tenerla y saber que iba a perderla.
Emma se quedó frente al espejo, mirando su lado maquillado y su lado sin maquillar.
- ¿para qué quieres que haga esto?
- Porque eres mi novia y me gustaría ver cómo te maquillaría para ir a una fiesta juntas.
- ¿juntas? ¿dirás que estamos juntas?
- Sólo si tú lo quieres – tapó el delineador y se sentó junto a ella.
- Seré la envidia de todos – elevó una ceja y una sonrisa juguetona se formó en sus labios -. Robin me odiará.
- ¡Emma!
- ¡Casi me caigo por su culpa!
Regina la calló con un beso y Emma le rodeó la cintura con un brazo. Llevaban dándose besos desde hacía dos semanas, dos semanas como novias, dos semanas sintiéndose en las nubes.
- ¿tu mamá sabe algo?
- No… tengo miedo.
- Yo también – se alejó de ella y las miró a ambas a través del espejo -. Eres muy bonita.
- Tú también.
Se quedaron en silencio un rato mientras Regina terminaba de maquillarla. Miró cada punto de su cara para no olvidarla. Tenía que tomarle muchas fotos para que estuviera con ella para siempre. Aunque sabía que una cámara jamás tomaría las cosas que más amaba de ella, porque amaba todo de ella pero esas pequeñas cosas que la hacían Regina eran las que amaba más.
- Te voy a extrañar.
- Emma…
- Lo siento.
Regina terminó de ponerle máscara y se alejó con una sonrisa floja en los labios.
- Yo también te voy a extrañar. Pero aún tengo esperanza de que las cosas se arreglen.
- Sólo debo agradecerle al banco que los mandaran para acá… solo eso, el resto no le agradezco nada.
- Emma – rió, sentándose de nuevo y abrazándola.
Amaba hacerla reír, era todo lo que le hacía sentir viva. Su risa seguía siendo escandalosa, pero sólo para ella, con el paso del tiempo Regina se había vuelto más delicada de lo que ya era. Se tapaba la boca al reír y no lo hacía fuerte, sabía nivelar la voz, sabía hacer todo.
Las semanas transcurrieron con lentitud extrema, y Emma lo agradeció hasta que una mañana de sábado fue despertada por su madre que traía el teléfono en la mano.
- Es Regina y quiere hablar contigo.
Regina estaba llorando al otro lado diciéndole que tenían que volver a Nueva York el lunes siguiente. Se quedaron en silencio a través de la línea por mucho rato, Emma sin saber qué decirle porque todo lo que quería hacer era gritar y maldecir al mundo entero, Regina esperando.
- ¿podemos vernos en tu casa e ir a volar el cometa?
- Está bien.
- Te amo.
- Yo también.
Mary Margaret frunció los labios con tristeza al otro lado de la puerta y se alejó lentamente para que Emma no se enterase que había estado escuchándola. Emma pidió permiso, se cambió y tomó su cometa junto con la bicicleta.
- Emma… - le llamó su madre desde la cocina cuando la vio dirigirse a la puerta.
- Volveré en un rato, no nos pasará nada, te lo pro…
- Emma – le urgió y la rubia se acercó a la puerta - Lo siento, cariño, lo siento mucho.
A Emma se le llenaron de lágrimas los ojos y salió corriendo. Regina la esperaba en la puerta con los ojos rojos y el labio tembloroso. Soltó las cosas sobre la acera y corrió a abrazarla, rodeándole la cintura y pegándola a ella, oyéndola pedirle perdón en el oído.
- Nunca será tu culpa, Regina, jamás.
Cora suspiró ante la imagen más pura que sus ojos habían visto jamás, Henry le palmeó el hombro y besó su mejilla.
- Créeme que yo lo siento más que nadie.
- Ni te imaginas cuanto duele verla así.
- Ni te imaginas lo que debe dolerle a ellas.
El aire se sintió más fresco una vez que estuvieron arriba. Emma lanzó la cometa y empezó a correr mientras dejaba que el hilo saliera del carrete. Cuando estuvo a una altura más o menos decente se acercó a Regina y se sentó junto a ella, abrazándola con fuerza.
- Te quiero muchísimo.
- Emma… ¿por qué?
- No lo sé.
- Es todo tan… injusto.
Se quedaron en silencio por mucho rato, el sol iba subiendo cada vez más en el cielo pero no importaba ya. Nada importaba ya. Emma la besó con ternura en los labios, sintiendo una melodía triste sonar en su corazón. Acarició sus mejillas con cuidado al separarse, perdiéndose en la sensación que quería escapársele del cuerpo pero no iba a permitir eso y la volvió a besar, esta vez con más urgencia. No quería que Regina la abandonara en ningún sentido. Se quedaron abrazadas, Regina sobre Emma; el cometa volando sobre ellas cerca del sol.
- ¿alguna vez me buscarás?
- Toda la vida.
- ¿y si no nos alcanza?
- Pues tendremos otra donde seguiré buscándote.
- No quiero que me olvides.
- No quiero que tú me olvides a mí, aunque duela.
- Duele pero bonito y eso fue muy masoquista – le acarició las mejillas y acomodó su cabello oscuro tras sus orejas. -. Amarte duele porque sé que te voy a perder y no quiero eso. No quiero que te vayas porque podrás conocer a más chicas, a más chicos, a más gente que irá empujándome al fondo de la multitud y luego me perderé y tú para mí seguirás siendo todo, Regina, pero viviré con el miedo de no saber si me recuerdas.
- ¿Cómo si quiera puedes pensar en que te voy a olvidar? – su voz se rompió y el llanto apareció de forma silenciosa.
- Todo lo que quiero es sostener tu mano para siempre.
El hilo atado al carrete se soltó y el cometa fue liberada mientras se volvían a besar, las manos de Emma enredadas en el cabello azabache, atrayéndola a su cuerpo, a su boca.
El atardecer cayó sobre la ciudad con pesadez mientras Emma se abrazaba a Regina con todas sus fuerzas, la gente alrededor se movía acelerada en sus propios problemas, ignorando que un par de corazones se resquebrajaban en cada exhalación.
- Tal vez no sostengas mi mano para siempre, pero sí mi corazón, Emma… sí la delicadeza de nuestro tiempo juntas – sonrió mientras se sacaba la cadena que rodeaba su cuello. El pendiente era una pequeña estrella. -. Sé que debe estar donde sólo Dios sabrá, pero tú y yo la tendremos siempre con nosotras, así como nos tendremos una a la otra – sonrió con pesar mientras le mostraba el anillo que llevaba en el dedo. Eran estrellas, todas de distintos colores. Miró la estrella que ahora colgaba de su cuello y vio los pequeños brillos que desprendían. -. Te llamaré en cuanto llegue, tienes mi correo y yo el tuyo. Cualquier cambio te avisaré… volveré en cuanto menos te des cuenta, lo prometo.
- No te asustes si un día aparezco en tu casa – dijo lloriqueando y Cora le palmeó la espalda al acercarse -. Señora…
- Gracias por hacer a mi hija sonreír de esa manera, Emma. Haremos lo posible por volver.
Cora la abrazó y las jóvenes volvieron a abrazarse con el anhelo de un reencuentro rápido. Emma cerró los ojos, deslizó sus labios por la mejilla de Regina y la besó en los labios tiernamente.
- Te voy a ir a buscar.
- Te prometo lo mismo.
El aviso del vuelo a Nueva York resonó en el aeropuerto y se besaron rápidamente antes de que Regina se alejara abrazada a Cora. ¿Por qué las cosas siempre eran difíciles? ¿Por qué le tocó separarse de ella? La mirada de Regina se cruzó con la esmeralda una última vez y un te amo fue susurrado por las dos.
Emma amaneció con el teléfono pegado a la almohada, al otro día apenas había comido y la mayor parte del tiempo se la pasó acostada en la alfombra de la sala con su nuevo amigo electrónico que sonó alrededor de las cinco de la tarde.
- ¿Emma?
- Regina – sonrió y su corazón se aceleró.
- Te extraño.
Las llamadas se sucedían casi a diario, en horarios extraños y con al menos hora y media de parloteo. Sabían que la tarifa telefónica iba a doler después, pero la distancia que cortaba era importante para dos corazones que se encontraban demasiado lejos.
Emma terminó el año escolar con las mejores notas que pudo, sabiendo que eso a Regina le hubiera gustado ver. Se lo contó y recibió muchos besos que hubiera deseado fueran en la mejilla o en los labios. A veces se llamaban solo para oír la respiración de la otra, sólo para eso, para disfrazar la distancia de una cercanía dolorosa.
Regina terminó el colegio con mención honorifica por ser el primer mejor promedio. Emma terminó como una alumna que se esforzó demasiado. Lo celebraron hablando por horas y horas hasta que Regina se quedó dormida y Emma se durmió oyéndola respirar acompasadamente. Ambas habían faltado al baile de graduación por falta de pareja y ganas, por no aclarar que ni siquiera se esforzaron en buscar.
- ¿qué haces? – preguntó con interés mientras se echaba en la cama.
- Estoy viendo nuestras fotos… - sonrió con melancolía a una foto donde Emma está quitándose la crema chantillí que tenía en el cabello cortesía de cierta morena – encontré unas de tu cumpleaños.
- Dios mío… esas fotos son crueles.
- Sí, son mi arma secreta.
- ¿lo son?
- Sí. Podría subirlas a Facebook.
- Estoy jodida.
- Lo sé. Oye, ¿qué dirías de un corte de cabello?
- ¿estás loca?
- No.
- ¿entonces?
- Tal vez un poco.
- Ya me lo creía.
El verano no dio ni una oportunidad de viajar puesto que cada una fue buscando una universidad, preparando los ingresos y el papeleo. Regina entró a la carrera de derecho, Emma a turismo y hotelería. Los horarios de las llamadas empezaron a cambiar, los días también hasta que había semanas enteras en que no se hablaban. Facebook y los demás sitios web agilizaban los trámites de comunicación pero las clases parecían consumirlas.
- Rubia, ¿qué te pasa? – preguntó Lily mientras se sentaba junto a ella en la cama.
- Extraño demasiado a Regina.
- Cariño…
- Lo siento, sé que no te incumbe ni que debería estar llorando tan tarde – murmuró, secándose las lágrimas.
- Yo te voy a enviar a Nueva York en cuanto tenga dinero, ¿oíste? Le cobraré a Regina todo esto.
La rubia sonrió pero el dolor de su pecho no desapareció. Al día siguiente tenían un baile y realmente tenía ganas de ir pero con Regina.
- ¿podrías ponerte en deuda ya y traerme a Regina para mañana?
- Pides mucho, la hora te está afectando. Venga, a dormir que mañana voy a llevarte yo.
- Ruby lo habría hecho.
- Ruby esto, Ruby aquello... ve a buscarla.
- Claro, iré a buscarla a ella cuando no puedo ir ni por mi novia.
Regina cerró el móvil con fastidio al ver la hora y saber que le quedaban tres más antes de volver a casa.
- ¿qué tal si dejas de preocuparte tanto?
- Extraño a Emma, ¿algún problema? Quiero que el tiempo pase rápido, quiero que sea verano e irme.
- ¿en serio vas a irte?
- Sí. No puedo más sin tenerla cerca de mí – susurró, el brazo de Kristin rodeándole los hombros.
- Yo te voy a ayudar.
[Regina Mills]
¿Sigues en la misma dirección?
[Emma Swan]
Sí, ¿por qué?
[Regina Mills]
Ya vas a ver lo que te va a llegar en unos días ;)
[Emma Swan]
¿Eres tú envuelta en chocolate?
[Regina Mills]
Emma, no me jodas -.-'
Emma cerró la puerta del cuarto que compartía con Lily, dándose el pie con una caja cuando giró. REGINA TE AMA resaltaba con fibra roja y dibujos alrededor. Dejó los cuadernos y los apuntes a un lado para tirarse al piso y abrir la caja desesperada con una sonrisa en los labios.
Dentro se encontró con un sweater mullido que tenía el perfume de Regina, ese que tanto había extrañado. Lo mantuvo cerca de su nariz por mucho rato y luego se lo puso. Un frasco de su perfume y cuadros, muchos cuadros con muchas fotos. El corazón de Emma ardía de forma bonita, como en su primer beso, como en cada momento vivido junto a esa mujer. Empezó a colocar los cuadros por todos los lugares posibles.
- ¿por qué hay tanto olor a fruta?
- Es Regina – dijo alegre, mirando con devoción una foto reciente de la morena.
- ¿qué? – miró hacia todos lados y luego frunció la boca - ¿dónde está?
- Oh… no, no vino. Me envió todo esto.
Lily se pasó la tarde preguntándole todo sobre los momentos en las fotos, todo sobre cómo fue estar juntas.
- Tenía la sensación de ser eterna cuando estaba tomándole la mano o tocándole el pelo, como que no había tiempo, que iba a estar con ella siempre, sintiéndome feliz.
- La quieres, eh.
- Ni te imaginas.
- ¿no será raro?
- ¿qué cosa?
- Que ella vuelva y no se conozcan… ya sabes, la gente cambia.
- Hablamos todos los días.
- Emma…
La rubia se sentó mirando al piso, sus dedos jugando nerviosamente. ¿Habría cambiado Regina? ¿Habría cambiado ella? la sola idea de no conocer a la Regina que se había ido hacia dos años la torturaba. ¿Y si sus gestos no eran los mismos? ¿Y si su sabor había cambiado con la distancia? ¿Y si…?
- No, Lily, ella no ha cambiado. Me lo dice el corazón.
Entró al baile con Lily al lado pero no se sintió muy cómoda, había mucha gente pero no quien ella quería. Se imaginó a ambas bailando, disfrutando sin ningún problema, sin miles de kilómetros de por medio. Un muchacho la sacó a bailar pero no duró mucho, su cabeza maquinaba a mil por hora así que se excusó diciendo que quería algo de beber. Encontró una silla cerca de la entrada y buscó su teléfono en la bolsa.
Hola Gina, ¿cómo estás? Sé que es tarde,
pero te extraño. Estoy en una fiesta a la que
Lily me ha obligado a venir. Quisiera que
estuvieras aquí.
La noche se ceñía como un corsé sobre la ciudad, las estrellas estaban firmes allá arriba. Sus pasos se aceleraron en la oscuridad de la entrada de esa conocida casa, sentía su aliento entrecortarse con cada metro que se acortaba. Metros… ¿quién diría? Regina cruzó la sala con una sonrisa enorme en el rostro al reconocer esa cabellera rubia ahora salvajemente ondulada, el corazón se agitaba de forma incontrolable, como un cachorro cuando ve a su dueño después de varias horas.
- ¡Emma! – pero la rubia parecía no oírla así que intentó más fuerte - ¡Emma! ¡Swan!
- ¡Regina! – el grito que recibió en la oreja la hizo despertarse de golpe.
- Con un demonio Graham.
- Lo siento, nena, pero estabas gritando.
- Yo…
- Sé que es por Emma, pero tranquilízate. Ya irás a verla.
- El tiempo parece no correr, necesito irme, la extraño demasiado.
El móvil vibró en la mesa de luz y ambos giraron la cabeza. La sonrisa en los labios de la morena era de nostalgia y alegría a la vez.
- Ha gastado demasiado tiempo en un mensaje para que tú no lo abras y me lo leas ya mismo, doctora Mills.
Regina rodó los ojos y abrió el mensaje mordiéndose el labio. La extrañaba tanto. Ella también quería estar allí, ella quería bailar de su mano, tomarla de la cintura, besar sus labios. Las lágrimas aparecieron y Graham le frotó el brazo.
- El destino las juntó por alguna razón, cariño, no dejes que unos números las separe.
Emma sonrió encantada al recibir la respuesta un rato después.
Hola cariño, estoy bien, y me alegra que tú te estés despejando.
Yo por mi parte tengo trabajos y exámenes en poco tiempo.
Daría todo por estar ahí, pero ya tendremos nuestro propio baile ;).
Te amo, nos veremos en cuanto
menos te des cuenta.
