Hola! :)

Antes de todo, gracias por leerme. Este es el primer fanfic que cuelgo y, bueno, no es perfecto ni muy extenso, pero espero que os guste.

En principio será un One-Shot, aunque si me animo escribiré algunos capítulos más.

Nada me pertenece, excepto la trama y lo que no reconozcáis. Gracias a J.K. Rowling por crear este magnífico mundo que nos anima a soltar las riendas de nuestra imaginación.


La Sangre

"Hermano."

Se sentía extraño. La misma palabra era extraña, lejana –sí, muy lejana-. Resonaba en una bocanada de aire, un eco entre las frías y oscuras paredes del pasillo, como un punto de luz que se desvanecía instantáneamente. Una sensación extraña llenó su corazón de... angustia. Hermano. Una palabra que no había usado desde que tenía diez años, tan dulce y feliz que la empleaba; ahora solamente era algo extraño que a su lengua le costaba formular sin sorprenderse. Ahora no era la felicidad quién llenaba su corazón, si no la tristeza y el hundimiento que chocaban contra las paredes palpitantes de sangre.

Sangre. La sangre.

Fue entonces cuando sus oídos se destaparon y los gritos le causaron una angustiosa migraña, fina como un hilo, pero punzante. Sangre, linaje. Alzó la mirada y observó al hombre de cabello negro y ojos grises que alzaba el puño para golpear al chico de cabello negro y ojos grises, apoyado contra la pared. Entonces desvió sus ojos –también grises- hacia la mujer pelinegra y de ojos oscuros que se mantenía al margen de la discusión, apoyando a su marido con toda su razón. Razón. La razón de la sangre. Una estupidez –hasta él lo reconocía-, pero al fin y al cabo era la pura realidad. Y allí llegaba el otro tema: la pureza.Lapureza de la sangre. Otra tontería, pero seguía siendo lo que era, y siempre lo sería, aunque fuese la cosa más equivocada que podría existir en este mundo. ¿Qué era puro? Desde un comienzo hasta al final, ¿Qué?

Toujours Pur

Ese era el lema de la Antigua y Noble casa de los Black. Para muchos –incluido él- era una bendición de la que sentirse orgulloso. Para otros –como Sirius- era una maldición de la que escapar.

Por eso mismo su hermano era la oveja negra de la familia. Por insultar los ideales que ellos veneraban, ahora estaba siendo golpeado por su padre, sangre de su sangre. Era... como golpearse a sí mismo. Podía sentir cada golpe y latigazo que su hermano recibía sin parar. Sirius no pestañeaba; él no pestañeaba. Sólo estaban allí, cada uno en su sitio correspondiente, dejando que los hechos pasasen. Aún así se preguntaba cómo sería estar en el lugar de Sirius, y cómo podía soportar todo eso.

Pero no podía engañarse a sí mismo. Lo sabía de sobras. Sirius quería escapar de la maldición en la que había nacido, y por eso aguantaba el tipo con la cabeza alta y los hombros caídos, aguantando el cuerpo con la espalda enganchada contra la pared, apoyándose por la falta de fuerza que le traicionaba en esos instantes. Su padre, Orion Arcturus Black, amenazó por última vez a su hijo aquella noche, se bajó las mangas y se puso bien el cuello de la camisa blanca, cinturón en mano. Se dio la vuelta hacia su mujer, Walburga Black, y juntos bajaron las escaleras de la segunda planta. Regulus Arcturus Black no los miró mientras desaparecían del campo de batalla, sus ojos estaban demasiado ocupados intentando descubrir los próximos movimientos que realizaría su hermano mayor, Sirius Orion Black. Sólo con los nombres se podía ver que también formaban parte de la tradición.

Sirius se dejó caer al suelo, deslizando la espalda dolorida por la dura pared; los latigazos que había recibido del cinturón de su padre parecían chillar de dolor cuando contactaban con la plana y fría superficie. Ahora estaba con la cabeza gacha, haciendo que sus ojos enfocaran el despeinado flequillo que caía según la posición de su cabeza. Dejó caer las piernas del todo al suelo y se llevó las manos a la cabeza, agarrándose con rabia algunos mechones de pelo y haciéndose daño sin notarlo. Rabiaba de furia y de algo más intenso; odio. Odio por su familia, por esa estupidez de la sangre, por toda esa casa. Odio por todo a lo que era sucumbido por tradición. La discusión con sus padres no paraba de repetirse en su mente, estresándolo. Eso pasaba todos los días, por la mañana, por la tarde o por la noche. Daba igual, pero siempre pasaba. Él hablaba, ellos defendían sus creencias. Después discutían, y peleaban. Él no se quedaba de brazos cruzados, qué va, porque era un Black, y también defendía sus pensamientos y sentimientos. Esto causaba una gran explosión que esas cuatros paredes aguantaban experimentadas, como si estuviesen construidas sólo pare eso y nada más. Para nada más.

"Hermano."

Ladeó la cabeza, sorprendido. Ahora se daba cuenta de que Regulus, su hermano pequeño del que sólo se llevaba un año, había estado presente durante la rutinaria escena. Eso mismo era, una rutina. Se dio cuenta que los ojos grises de Regulus buscaban los suyos, pero no le dio acceso al reflejo de su alma.

Volvió a girar la cabeza y se levantó con esfuerzo, escondiendo algunas muecas de dolor mientras se apoyaba contra la pared y caminaba rápidamente hacia la puerta negra que sostenía su nombre. Giró el pomo plateado en forma de serpiente enroscada; la miró con asco. Su familia siempre había estado en Slytherin y, sin embargo, él había ido a parar en Gryffindor por su alegría y por el disgusto de sus padres y la decepción de su hermano. Se adentró en la oscuridad y cerró la puerta tras suyo, apartándose del mundo al que pertenecía.

Mientras tanto, Regulus seguía parado en medio del pasillo, horrorizado. El rechazo y el sufrimiento que habitaban en los ojos de Sirius se habían clavado como estacas en su corazón, dejándolo sin habla, petrificado. En ese mismo instante se había dado cuenta del mundo en el que vivía su hermano, apartado y sólo, marginado. Sintió rabia y culpabilidad. Él siempre estaba allí, siempre estaba presente al drama familiar que pasaba en esta casa, y nunca había echo nada, ni dicho, ni objetado. Sólo ignoraba la situación y se ocultaba en su burbuja, pero esa noche había sido diferente. Quizás, si no se hubiese quedado leyendo hasta tarde en la biblioteca no se habría cruzado con la pelea de sus padres y Sirius. Quizás, las cosas hubieran seguido normal hasta ahora, pero desde el momento en que esos ojos grises que reflejaban la más pura realidad se habían rozado un segundo con los suyos, la razón sustituyó a la razón, y volvió en sí.

¿Cómo había dejado pasar todo esto?

Sirius se quitó el jersey negro que seguramente estaba manchado por algunas gotas de sangre y lo dejó tirado por el suelo. Se pasó una mano por la espalda y gimió de dolor, notando las heridas en las yemas de los dedos. Un relieve doloroso sobre su piel. Ahora eso le sonaba totalmente horrible. Dejó ir un gruñido de frustración y caminó hasta colocarse enfrente de la ventana, donde podía observar el mundo exterior sin ser observado. La plaza Grimmauld Place número 12 era invisible a ojos de cualquiera, protegida contra los muggles. Una estupidez. Eso sólo conseguía aumentar el odio contra su familia.

El cielo estaba oscuro y sin ninguna estrella, las nubes negras y grises las ocultaban. La lluvia caía violentamente de ese techo nocturno, y se estrellaba sobre la grisácea y lejana calle bordeada por sus aceras, árboles y edificios. Ningún coche pasaba por la calle distorsionada por las gotas de agua que atravesaban el cristal de un lado a otro en distintas direcciones como si se tratasen de ríos desbordados. Colocó una mano sobre el vidrio, y enseguida palpó la fría temperatura que hacía a fuera. Pero él estaba aislado allí, en un sitio protegido del mundo exterior. Eso le entristecía aún más. Se sentía menos libre.

Estaba atado con cadenas a su hogar no tan hogar.

Entonces, al lado de su mano apareció la figura de una chica desconocida que se había parado en medio de la calle. Se había girado en dirección a la casa, y Sirius tubo la impresión que sus ojos se encontraban con los de ella. Entonces se fijó; sus ojos eran azules. Ni eléctrico, ni intenso, ni suave, ni cielo, ni turquesa, ni brillante, ni mar, ni profundo, ni añil. Azul, y por eso mismo le gustaba. Las gotas de lluvia distorsionaban la imagen suavemente, pero sintió algo dentro suyo que nunca antes había sentido. Se dio cuenta de qué era. La chica estaba a fuera, libre. Él allí, retenido entre esas cuatro paredes, condenado.

Observó en silencio a la misteriosa chica, que no apartaba la mirada de él. ¿Podía verle? No, imposible, era absolutamente imposible. Su padre se había encargado de la seguridad de la casa, y era invisible a cualquier ojo. ¿Pero, entonces? La mirada de aquella extraña parecía adentrarse en la invisibilidad de la casa de los Black y encontrarse con sus ojos.

Por una vez se sintió libre.

Toc, toc

No dio permiso, pero igualmente la puerta se abrió. Una grieta de luz entró, y la silueta de su hermano se dibujó en ella. Sirius alzó la mirada, pero no la apartó de la ventana; aún así sintió una punzada de dolor cuando se distanció de la chica que seguía de pie en la calle, encarando la invisible Grimmauld Place número 12. En el margen de la puerta, Regulus se mantuvo en silencio mientras miraba horrorizado las cicatrices que se dibujaban ferozmente en la espalda de su hermano.

Silencio.

Sirius soltó una risa floja que erizó la piel de Regulus, un sonido distante y superficial. Y una palabra, refleja y lisa.

"Ingenuo."