N/A: Este fic está basado en el spin-off de Vento Aureo Golden Heart Golden Ring quizás existan spoilers.
2001, Nápoles
Dos jóvenes estaban sentados en la espaciosa habitación de un viejo apartamento ubicado en el barrio español de Nápoles.
Los muebles que los rodeaban creaban una idea del dueño del lugar, como alguien en el que lo práctico se valoraba por encima del lujo, pero que el lujo parecía haber estado siempre presente en su educación y costumbres. Los techos altos, decorados con el tipo de molduras ornamentales que habían sido populares en la construcción de apartamentos a comienzos del siglo XX, tenían grietas reveladas por la falta de pintura fresca durante años.
Libros, muchos de ellos gruesos y distendidos en las esquinas de las páginas por el uso del pulgar, libretas cargadas con escritos del propietario intercalados debajo de sus cubiertas, paredes alineadas sin decoraciones, un escritorio con una computadora portátil y numerosos planos de mapas de la ciudad.
En un extremo de la sala, la mirada del visitante entrante se había dirigido al escritorio repleto de papeles, y una mesa de escribir contigua con más libros. En el otro extremo de la habitación, varias sillas de cuero y de felpa estaban dispuestas alrededor de una mesa de café, bollería de una panadería cercana; y dos tazas con café humeante.
Los dos jóvenes se sentaron en dos de las sillas, compartiendo el café y lo que parecía ser una conversación amistosa.
Aunque ambos hablaban el dialecto napolitano con fluidez, su conversación se conducía en japonés, el idioma nativo del hombre más joven, y lenguaje que Pannacotta Fugo había aprendido a dominar con facilidad en su niñez.
Fugo después de salvar a la pandilla de una muerte segura en Venecia se había marchado, manteniéndose al margen de los hechos que acontecieron después en la lucha contra Diavolo. Con el pasar de las semanas llegó a sus oídos la muerte de sus valorados compañeros, de Buccellati, Abbacchio y Narancia… su mejor amigo. Tal vez debido a la muerte de Narancia, decidió volver a mantener contacto con el último miembro de pandilla además de él, Guido Mista, y también con la persona a la que dedicaba su respeto Giorno Giovanna.
Un observador casual podría haber imaginado que los dos jóvenes se sentaron como amigos en medio de una visita normal.
No se habrían percatado de que Giorno Giovanna estaba sentado como el jefe de Passione, el Don de la organización criminal más poderosa en Italia, y que esperaba agregar a Fugo al número de aquellos sobrevivientes de la pandilla de Buccellati que continuarían en su círculo interno en Passione.
Y, sin embargo, durante los últimos minutos, Pannacotta Fugo había hecho oídos sordos a las palabras del hombre más joven.
Fue durante una pausa silenciosa en su discusión, cuando Giorno finalmente ladeó la cabeza y preguntó:
— ¿Habrías cambiado de elección?,
— ¿En el bando de los buenos y los justos y los héroes?
—Sí,
—Seguiría quedándome atrás,
— ¿Eso quiere decir que tenías miedo?,
—Llámalo como quieras. Yo lo llamo instinto de conservación. Y a lo que hacen los idealistas lo llamo estupidez supina.
— ¿Qué hacemos nosotros los idealistas?
— Ustedes los idealistas…, —Bramó Fugo con algo de resentimiento en la voz—, El instinto de combate. Eso de saltar al vacío como estúpidos sin importar qué, Giorno, eso de tener una moral tan rígida y luchar por ella,
— ¿Acaso no tienes moral?,
—Por supuesto que sí, siempre y cuando sirva para algún propósito,
—Qué propósito hubo en ti, —consultó Giorno, sin verse afectado por el agresivo intercambio de Fugo—, Tú nos ayudaste en Venecia, salvaste nuestras vidas arriesgando la tuya,
Fugo evadió la pregunta—, Giorno, tú conoces la respuesta a eso, —dijo arrastrando las palabras.
—¿Por qué?, —le dirigió a Fugo una mirada penetrante, una mirada a la que pocos sujetos habrían podido escapar—, ¿Y por qué confiaste en un idealista como yo?
Fugo bajó la mirada, mientras la aguda consulta de Giorno Giovanna seguía colgando en el aire entre ellos.
—Existe una docena de razones por las que confié en un soñador como tú, supongo, —Fugo suspiró, mientras debatía si debía explayarse con el joven ante él.
Fugo continuó dudando.
Y, sin embargo, se instó, y tal vez, pensó, su historia podría sacudir la peligrosa determinación de Giorno.
—La razón principal que me hizo actuar como lo hice fue Buccellati, —admitió Fugo tras un par de minutos, con algo de irritación en su voz—, No me importaba ni sus propósitos, ni sus ideales, mucho menos la vida de Trish o mancharme las manos de sangre, si con ello podía protegerlos,
Giorno frunció el ceño, inseguro de lo que vendría después.
Un rastro persistente del cariño hizo que Fugo se sintiera vagamente culpable por criticar los por qué de Buccellati de esta manera, cuando no estaba allí para defenderse.
Excepto que Fugo sabía que no hablaba más que la verdad.
—La sociedad y el mundo en general nunca verían a la gente que ha caído en las sombras con potencial. En lo que a ellos respecta, nosotros, todos, somos escoria que debe ser eliminada. Era sólo... —Fugo buscó la palabra correcta—, somos basura,
Fugo se detuvo para respirar, y miró a Giorno directamente, antes de continuar.
—Mis padres no son personas malvadas, Giorno, fui yo quien destruyó su propio futuro, —continuó Fugo, sus ojos ensombrecidos por una ira fría que siempre parecía asentarse sobre su aspecto cuando hablaba de su infancia—, Me hundí en un abismo y ese abismo me llevó a Passione, —pronunció la palabra de manera asertiva—, por los demonios con los que convivía, los demonios que son parte de mí, de hecho,
Fugo tomó una pausa recordando, para buscar claridad en aquello que trataba de explicar mientras continuaba.
—Nunca se me habría ocurrido que conocería a un hombre en la mafia como Bruno Buccellati, una persona que podía ver el potencial en basuras como yo, una persona que podía tener esa bondad y valor.
La voz de Fugo se redujo a un tono más bajo.
—Pero a medida en que los años pasaron estando a su lado, Buccellati demostró ser demasiado integro para este mundo, —La expresión en los ojos de Fugo cambió con evidente dolor—, Temía que su buen corazón lo llevaría a la muerte.
—Buccellati era un buen hombre,
Fugo asintió en silencio y se recostó en su silla, mientras Giorno hablaba por primera vez desde que él había comenzado.
—Así que. —continuó Giorno—: ¿Respetabas a Buccellati?
Él asintió—, Yo era su mano derecha, él me hizo sentir con un propósito en la vida. Sentía que podía confiar en su juicio, sentía que él podía ser un gran capo. Yo quería protegerlo. Narancia y yo a veces rivalizábamos por su atención..., —su voz se fue apagando al recordar los viejos tiempos, al recordar sus tiempos con Narancia también—, … Todo era perfecto hasta ese día de primavera…
Fugo dejó escapar un pequeño resoplido de risa—, Demonios, Buccellati nos dio a Narancia y a mi la charla de los condones, —La voz de Fugo maduró con una mezcla de emoción y afecto al recordar los viejos días con la pandilla, los días con Narancia, Buccellati, Abbacchio y Mista, quienes habían remendado los trozos de su corazón durante esos tres años.
—Fue Buccellati quien me hizo comprender el bien y el mal; fue Buccellati quien me hizo aprender a moderar mis estallidos de ira, fue Buccellati quien me hizo sentir escuchado, y fue Buccellati quien nos devolvió un propósito en la vida a cada uno de nosotros. Buccellati me aceptó con un Stand que sólo trae la muerte, incluso cuando no aprobaba actuar como sicarios.
—¿No aprobaba matar a los enemigos?, —Giorno quería saberlo.
Él negó con la cabeza—, Sobre todo, Buccellati nos repetía que éramos la escuadra de escolta, jamás asesinos, —respondió, lentamente, recordando—, Me pregunté miles de veces cómo podía compensar lo que Buccellati había hecho por nosotros, creí que si era un capo le otorgaría poder y status, lo haría feliz, pero yo estaba equivocado,
Fugo elevó la mirada ahora hacia Giorno, mientras sonreía, recordando, pero la sonrisa se fue apagando, lentamente sus ojos volvían al suelo.
—Pero sus virtudes fueron lo que le llevó a morir,
—¿Qué quieres decir?, —sondeó Giorno.
Fugo miró, sin ver, su café, perdido en sus recuerdos.
Era gracioso cómo hablar sobre Buccellati le había devuelto algo de dolor en el corazón que creyó muerto y la confusión que había sentido cuando se separó de ellos.
La voz de Fugo se tornó dura.
—No estás consciente de la realidad fueron las palabras que creo usé aquel día, —Fugo suspiró—, Y ahora sé que él estaba más consciente de la realidad que yo,
Fugo dejó de hablar y Giorno entretanto tomaba su tiempo para estudiarlo en silencio.
Ciertamente, fue edificante aprender la profundidad de la conexión que existió entre Fugo y Buccellati.
En cambio los profundos ojos rojizos de Fugo estudiaron el azul intenso de Giorno.
Evidentemente, existían similitudes de personalidad entre Giorno y Buccellati.
Fugo se reprendió a sí mismo por no haber percibido esto antes.
—Y tú, así que ahora quieres continuar ese deseo fantástico de Buccellati, ¿eh?,
— ¿Tienes un problema con eso, Fugo?,
—No, —Fugo frunció los labios, casi con desdén—, Es imprudente, por supuesto; estúpido, peligroso, pero… bien intencionado, —Liberó un pequeño resoplido—, Había olvidado lo sensibleros que pueden ser los idealistas a veces,
Giorno escuchó el retintín implícito en el tono del otro joven.
Estaba aquí para intentar mejorar la vida de Fugo, de que regresara con Mista y él, pero en cambio Fugo se estaba mofando, pensó indignado.
Se preguntó, fugazmente, si podía asustarlo primero con GE.
—Pero sabes…, Giorno, —y aquí Fugo miró a Giorno con su mirada inquebrantable, la mirada de un hombre que no temía a nada porque lo había perdido todo, y decía verdades de las que otros preferirían esconderse—: He vivido en el mundo de la mafia demasiado tiempo, y no estoy tan seguro de que la división de drogas y sus beneficiarios acataran tus nuevas reglas,
—…,
— ¿Recuerdas la leyenda de las sirenas, Giorno?, —continuó Fugo, su voz asumía la cadencia de un suspenso de ensueño.
—Sí, por supuesto, —respondió Giorno, evocando recuerdos de cuentos infantiles de la mitología griega—, En la Odisea de Homero. Las sirenas atraían a los navegantes a su muerte.
Fugo asintió ante la respuesta afirmativa de Giorno, pero elaboró como si él no hubiera proporcionado una—, Eran mujeres hermosas, con voces tan gloriosas como su aspecto, —se reincorporó de su asiento—, Aun si los hombres sabían que iban a morir por ellas, saltaba al mar para alcanzarlas, —continuó Fugo—, no podían resistir la seducción de sus melodías.
—…,
—La ambición es la canción de nuestra sirena, Giorno, —explicó Fugo, inclinándose hacia adelante para fijar sus ojos, una vez más, en Giorno cuando su voz se hizo más baja y más enfática—, Durante años, ha atraído a los hombres que deseaban obtener poder en los océanos mortales de Passione...
—… Y una vez atrapados por las olas de nuestro océano, —continuó Fugo, con su voz ahora peligrosamente suave y, sin embargo, de alguna manera poética—, estos hombres, inevitablemente, están condenados a perecer…,
—… Pero es la música de la ambición la que los corrompe, —continuó Fugo, mientras sostenía a Giorno con la mirada—, Y es la ambición, y esa sed de poder, —afirmó—, lo que alimenta la locura que amenaza a Nápoles ahora mismo.
—A veces, —concluyó Fugo, con una voz que se había convertido en algo más que un susurro apremiante—, los sueños son una llama que necesita ser extinguida,
Por unos momentos la habitación quedó en silencio, mientras las palabras de Pannacotta Fugo parecían resonar entre ellos.
Giorno trató de hacer a la ligera el discurso del otro joven.
—Creo que acabas de cambiar tus analogías del agua al fuego, Fugo, —dijo con la mirada seria.
El acento encubrió cuán genuinamente perturbado estaba con el análisis de Fugo, ¿O acaso se trataba de una advertencia?
¿No había hecho Fugo en el hotel, esa noche de masacre en Venecia, casi exactamente lo mismo?
Una advertencia.
Fugo estaba sonriendo ahora, disfrutando de la forma en que parecía haber obtenido toda la atención de Giorno.
—Ah, pero si se trata de agua o fuego, cualquiera de las dos puede matar a un hombre, ¿no es así?, —sonrió, deleitándose con la inteligencia de Giorno tanto como Giorno de la suya.
Al inclinarse en su silla, Fugo se preparó para expresar su punto de vista al relatar los eventos de un incidente reciente que podría haber golpeado el miedo en el corazón de él mismo en otras épocas.
Para Fugo, serviría simplemente como la evidencia que usó para apoyar la elección de aquella noche en la que vio por ultima vez a Narancia y el resto de sus ex compañeros con vida.
—La semana pasada, por ejemplo, —comenzó Fugo en tono de conversación—, recibí dos ataques enemigos.
Las cejas de Giorno se alzaron, sorprendido tanto por el número como por la manera casual de referencia del otro joven.
Fugo elevó la taza de café y bebió antes de continuar—, Uno llegó, en la mañana, un usuario de stand: el que, por cierto, —intervino—, está vinculado a la división de drogas, —explicó con desprecio—, Dieciséis personas murieron debido a una bomba que explotaron en una de nuestras plazas,
Giorno frunció el ceño ante el nombre y archivó la información que Fugo acababa de darle para futuras referencias.
¿La división de drogas finalmente se había atrevido a salir de su escondite y comenzó a atacar?
¿Acaso Fugo conocía información importante?
¿Estaba involucrado?
Fugo estaba lo suficiente absorto en contar su historia para no sentir la ansiedad acelerada detrás de la expresión quieta de Giorno mientras continuaba:
—Indicó antes de morir que si continuabas, ellos harían estallar Nápoles como cenizas de volcán a los cielos,
Fugo dejó su taza y frunció el ceño ante el recuerdo, su expresión no revelaba ningún indicio de miedo, solo irritación y un rastro, tal vez, de ira.
—Después del almuerzo, supongo que habría sido poco antes de las quince horas, —continuó, con el mismo tono infaliblemente sardónico—, Recibí un segundo ataque.
Giorno miró al suelo por un momento, pensando en la división de narcóticos, en los clanes y sus intereses, y en la forma en que parecía haberse trazado un nuevo ajedrez. Él no era ingenuo, sabía que Passione pasaría por este tipo de enfrentamientos en su reestructuración. El juramento que hizo a Buccellati estaba grabado en su memoria permanentemente, pero la historia de Fugo estaba otorgando forma a este nuevo enemigo.
Por el momento, sin embargo, Giorno volvió su atención a Fugo.
Pensó que era imposible no sentirse un poco impresionado por el misterio y la oscuridad que envolvía a este joven.
Y por no ser molestado, más allá de toda medida, por la obstinación que tenía.
—¿Eso no confirma mi argumento de que podría ser el momento para regresar con nosotros?
—No, no es así, —respondió—, Me indica que tiempos más violentos se acercan, y que se requerirán varios medios para enfrentarlos, —continuó Fugo, mirando con severidad a Giorno—, confieso que tengo fuertes reservas acerca de cuán profundamente involucraste a Buccellati y el resto en este sueño suicida tuyo. Pero… tú eres ahora el jefe y tu seguridad o la de Mista no pueden ser puestas en peligro, —le regañó—, Eres necesario para la finalidad que Buccellati deseó, —agregó, pronunciando la palabra necesario con especial énfasis.
—¿Y tú no eres necesario, también, Fugo?, —replicó Giorno, llevando la conversación de regreso a donde había comenzado.
No había sirenas cantando violencia, pensó Giorno con impaciencia; y los méritos de sus propias razones para actuar como lo hizo fueron irrelevantes si simplemente alimentaron la historia de Fugo.
La conclusión para Giorno era que Fugo debía venir con ellos y salvarse a sí mismo.
—Puedes tener un propósito en el nuevo Passione, Fugo, —susurró Giorno, su voz serena fue una promesa de futuro y paz—, Fuiste la mano derecha de Buccellati, salvaste mi vida y la de Mista, eres un hombre muy inteligente. Podrías ayudarnos a ese futuro por el que murieron Buccellati, Abbacchio y Narancia,
Fugo vio la preocupación en los ojos del joven jefe de Passione.
Pero él no pudo ser conmovido.
Sentándose firmemente en su silla, el joven reafirmó su decisión, en el mismo tono bajo y enfático que había empleado antes para evocar mitos y verdades.
—No puedes salvarnos de tu propio sueño,
