Remasterizado. Así es, el capítulo 1 de Colorful Season ha sido subido de nuevo a Fanfiction en reemplazo del anterior. ¿Por qué? Pues me di el trabajo de revisarlo y arreglar redacción, ortografía e incluir algunas cosillas que podrían hacer de la historia algo más profundo. Con esto, también les quiero pedir disculpas por los asquerosos saltos de párrafos. Me di cuenta leyendo Freezing Dance que se hacían unos saltos horribles en temas que no tenían absolutamente nada que ver, debido a que los separadores que uso en word no se ven aquí. Eso también va incluido en los arreglos que estoy haciendo. Si no lo vieron el mi perfil, avisarles que haré lo mismo con "Donde el cielo y el mar son uno solo" y "Freezin Dance", por lo que aquellos que están esperando capítulos nuevos del último fic mencionado... PIEDAD!
Lo formal, Disclaimer: Los personajes utilizados en éste fanfiction pertenecen al sello de Tetsuya Nomura, Kingdom Hearts, Square Enix.
Y por si lo habían olvidado, para éste capítulo les había dejado Mmm Mmm Mmm Mmm de Crash Tests Dummies. Va con link~
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Enjoy.
Las tardes de otoño son cada vez más frías a través del pasar de los días. El viento sopla fuerte, el cielo se torna rojo, las hojas de los árboles caen por montones con sus anaranjados colores.
La gama de color del rojo y el amarillo se entremezclan formando un paisaje escarlata, hermoso para los ojos de aquellos jóvenes soñadores. Mar de hormonas que se apagan para luego despertar, nuevamente, cuando las flores vuelvan a nacer en primavera.
Arcoiris escarlata
Las calles de adoquín que atraviesan toda Inglaterra están todas cubiertas de hojas y polvo otoñal. En Londres, la gran campana de la Torre de Westminster resuena armónicamente para marcar las doce del medio día; un perfecto Ángelus.
Precisamente ahí abajo, a gran velocidad y sin dimensionar la distancia, un auto arrolla a un joven. Un chillido se escucha en el aire, aquellos individuos que pasaban por ahí se voltearon para ver lo que había sucedido.
-¿Qué sucedió?
-¡Hay alguien ahí tirado!
-¡Juro que no lo ví! Él debió haberse cruzado.
-¿Será un suicidio?
-Está sangrando, pobre chico…
La ambulancia llegó en su rescate siete minutos después del accidente, bastante eficiente opinaban algunos. Ahí lo reanimaron y detuvieron su hemorragia hasta llevarlo al hospital St Thomas, donde le esperaban en urgencias, listo para ser intervenido. La operación era compleja y la vida de éste joven no era segura. Corría peligro. ¿Lograrían salvarle? Parecía una pequeña fractura a simple vista, pero algo más le había afectado. Quizás…
o-o-o-o-o
Pasaron tres días después del accidente y por fin abrió sus hermosos ojos azules. Respiraba con normalidad, lograba moverse con normalidad: sus brazos, su cabeza, su torso. No había problemas problema alguno. Su rubio cabello estaba completamente desordenado –lo cual no le agradaba para nada-, pero en vista de lo ocurrido, no se enfadó ni se molestó en arreglarlo. Miró a su alrededor, aún permanecía en el hospital. ¿Qué sucedió? ¿Cuánto tiempo había permanecido allí?
Todo parecía ir bastante bien. La operación realizada en sus piernas había sido todo un éxito. Ahora descansaba en su cama, preguntándose cómo era posible que estuviera en esa situación.
De pronto pudo recordar el momento del impacto. Sus ojos se tornaron nublosos, dejando caer unas cuantas lágrimas por el susto de pensar que, quizás, jamás volvería a caminar, saltar o correr. Entonces quiso mover sus piernas, pero éstas no respondieron. Su corazón comenzó a agitarse, al igual que su respiración. Las manos ya le sudaban del terror. ¿¡Cómo! No lograba entenderlo, si tan solo fue un atropello… un simple atropello.
-¡Roxas! ¡Despertaste, al fin! –gritó la madre del joven al entrar en la habitación de éste. Se acercó al rubio y lo besó en la mejilla, apretándolo con fuerzas. –Estaba tan preocupada por ti, mi amor. ¡No vuelvas a asustarme de esa manera! –añadió luego de soltar a Roxas. Se sentó en la cama y le miró a los ojos. –No debiste salir tan apresuradamente.
-Lo siento, madre. –se disculpó el rubio agachando la cabeza y escondiéndola entre sus hombros. Quedó en silencio y oculto para esconder su vergüenza. No permitiría que le vieran llorar.
Su madre lo miró durante unos minutos, acompañándolo en su aislamiento; no consiguió entablar diálogo con él. Entendía el shock en el que había quedado su hijo y, al verle su rostro demacrado por el sufrimiento que significaba dejar actividades fundamentales en su vida cotidiana, comprendió que necesitaba estar solo para reflexionar. Acarició el cabello del joven por última vez, besó su frente y se levantó. Caminó hasta la puerta de la habitación y allí le miró detenidamente. Dejó caer unas cuantas lágrimas y se alejó cabizbaja hasta ya no poder verla.
Roxas no se atrevió a levantar la mirada para que no le descubrieran llorando. Permaneció en su cama inmóvil mientras las enfermeras corrían por la gran habitación para cambiar a los enfermos de lugar, bañarlos o llevarlos en sus camillas a sus respectivas operaciones o controles. Uno de los que cambiarían de habitación fue Roxas, quien ya estaba apto para volver a una unidad de cuidados inferior. Amablemente dos mujeres acomodaron la camilla y se lo llevaron a través de los pasillos del hospital hasta una nueva habitación. Esta era más grande que la anterior, y por ende, con más pacientes, los cuales –para el agrado del rubio- eran adolescentes al igual que él. Se secó disimuladamente las lágrimas que quedaban sobre sus mejillas y sonrió levemente a algunos de los pacientes que ahí se encontraban. Miró a su alrededor mientras le acomodaban y pudo notar un mar de sonrisas. Quizás lo suyo no fue tan grave, debía tomárselo con más optimismo.
Su cama quedó instalada junto a la ventana del Hospital que daba a la calle. Al otro lado, un tipo un poco mayor, delgado y alto, de rojos cabellos y profundos ojos verdes. ¿Su nombre? Era Axel, se nombró a penas quedó la cama de Roxas junto a él, no fue necesario preguntarle. Ya llevaba una semana internado en el hospital (según le dijeron las enfermeras), pero parecía estar gozando de excelente salud, por lo que seguramente se iría pronto.
Roxas le miró de reojo, un tanto sonrojado por la situación, y continuó observando al vacío, melancólico. Jugaba con las sábanas enrollando sus dedos en ellas, e intentaba mover sus piernas cuidadosamente, pero éstas le dolían demasiado y tampoco respondían con mucho éxito. Temía que algo le sucediera por moverse inadecuadamente.
-¿Qué te sucedió? –preguntó finalmente el pelirrojo a Roxas, interrumpiendo con el trance de su vecino.
-Me atropellaron. –respondió el rubio sin mayor interés, un poco tímido, y de simple cortesía. Continuó moviendo sus piernas para sentirse completo, pero fue un acto fallido. Suspiró.
-Llevas poco acá, se nota en tu rostro perdido y despistado. Deberás pasar por un buen tratamiento antes de irte. –continuó Axel alegremente, con una enorme sonrisa en su rostro. –Seguramente dejarás el hospital en dos semanas más, pero no te aseguro nada. Todo depende de tu recuperación. Espero te vaya bien en eso.
-Si, lo sé. Gracias. –dijo Roxas cortantemente y con el ceño fruncido, sin mirar a su vecino de camilla. Luego volvió a recostarse y le dio la espalda al pelirrojo dentro de sus sábanas.
Aquel extraño sujeto continuaba mirándole con una esa irritante sonrisa, como si quisiera continuar conversándole. Finalmente el afán de ignorarle hizo que Axel desistiera y volviese a recuperar una postura seria, completamente aburrido. Al igual que Roxas, se recostó.
Afuera, el viento era suave y frío. Soplaba con sutil delicadeza y escalofriante recorrido. Las hojas de los árboles que se encontraban frente a la ventana caían incesantemente danzando en el aire en forma de zig-zag.
Mujeres, hombres, niños y niñas, ancianos y adolescentes, madres, padres, hijos, nietos; Entraban y salían del hospital continuamente. Y, ahora que Roxas estaba junto a la ventana, podía apreciar este ir y venir de una multitud de personas. Junto a él, Axel también podía disfrutar de ese espectáculo, pero más bien parecía que miraba a Roxas todo el tiempo, aún cuando esa no fuese su intención. Y claro que al rubio le incomodaba profundamente que aquel nuevo tipo, de rostro amigable y gracioso, estuviese casi todo el día observándole. Pero no se atrevía a decirle nada, su timidez era aún mayor y prefería aguantar aquella paranoia. Ya dejaría de mirarle, pensaba para sí. Aunque quizás estaba siendo desconsiderado con él.
o-o-o-o-o
La noche ya había llegado y las luces de las grandes habitaciones se apagaban para que los pacientes se durmieran. Algunas enfermeras de turno vigilaban de vez en cuando a los enfermos y hospitalizados, y rara vez se aparecía un doctor para revisar algún malestar puntual.
Roxas tenía los ojos cerrados, pero no conciliaba el sueño aún. En cambio, su compañero se dedicaba a tararear una canción, completamente despierto y animado, y no parecía importarle en absoluto que los demás pacientes estuvieran durmiendo… o haciendo el intento.
-¿No puedes dormir? –dijo repentinamente, susurrando para no despertar al resto (después de haber estado cantando desconsideradamente). Se acomodó al borde de la cama e intentó acercarse a Roxas, apoyando sus manos en el colchón de la cama de éste.
-¿Cómo lo sabes? –preguntó de inmediato Roxas al sentir que Axel le acosaba muy de cerca. Acostado y aún con los ojos cerrados respiró hondo y mantuvo un instante el aire inhalado. Abrió sus cristales dejando caer unas cuantas lágrimas al mismo tiempo que exhaló todo el aire acumulado, entró en desesperación y con olvidada desconfianza continuó: –No puedo dormir. No me acostumbro a estar aquí. Quiero mi cama, mi casa, mi mamá, mis piernas… – y, dicho esto, escondió su rostro bajo las almohadas, quejándose de estar en ese lugar y dejando caer libremente enormes gotas de concentrada sal por sus ojos. Intentó disimularlo, pero el movimiento de sus hombros, acongojado, era ya bastante notorio.
Axel le miraba seriamente, sin atreverse a decir una sola palabra. Contemplaba con lástima al pobre niño llorón, pero sabía que esto no era más que un estado común en todos los primerizos, por lo que intentó animarle con algunas palabras de aliento: es sólo el trauma del despertar, pasará en un tiempo, nada es tan malo. Pero Roxas continuó escondido hasta que le hizo falta el aire; su rostro estaba empapado por las lágrimas, mas quiso ocultar su sufrimiento y endurecer su corazón para mostrarse fuerte ante el pelirrojo. Aún así, éste comprendía lo que le sucedía: extrañaba su vida, su privacidad, y por sobre todo, extrañaba sentirse sano y fuerte, sus piernas y el caminar. Temía lo que podría suceder en el futuro, desconfiaba de los doctores y de su capacidad de recuperación, no creía en poder sanarse a un buen ritmo. Estaba completamente nublado, pero era normal, ya se le iba a pasar. Axel sabía que con algo de optimismo y esfuerzo, cualquier obstáculo es superado. Roxas aún tenía que descubrirlo, pero le ayudaría.
-Volverás en un tiempo. Solo debes dejar de pensar en ello e intentar divertirte. –dijo Axel, volviendo a mostrar esa acostumbrada sonrisa llena de optimismo. –Mírame a mí; yo he pasado los últimos tres años constantemente internado y ya estoy acostumbrado a estas cosas que hacen en los hospitales, a los enfermos, a los doctores. Incluso a la comida que sirven aquí. ¿No se nota? –Se sentó en su cama y rió suavemente, manteniendo el volumen bajo.
Roxas no dijo nada. Le miró con curiosidad, pero no se atrevió a preguntarle la razón por la que permanecía ahí. "Axel se ve completamente bien como para estar pasándose la vida en consultas y tratamientos intensivos", pensó Roxas. Quizás a eso se refería con el optimismo; esa idea de querer estar bien era poderosa, y posiblemente daba resultado con él. ¿Sería así con Roxas también?
Tenía un fuerte impulso por preguntar, pero no lo hizo y deseó no pensar en hacerlo. Además, luego de su tratamiento y de su salida del hospital, no lo volvería a ver más. Incluso era más probable que él se fuera de ahí antes, pues ya se veía bastante fuerte.
Ya era tarde y no habían dormido absolutamente nada. Axel volvió a recostarse bajo las sábanas. Cruzaron últimas miradas queriendo despedirse. Se acomodaron, intercambiaron buenos deseos para la noche y se cerraron sus ojos tranquilamente, esperando a que el sol volviera a salir en la mañana.
Asomase esta estrella diurna débilmente por la ventana que permanecía oculta por unas largas cortinas. Los azules ojos de Roxas se abrieron para comenzar un nuevo día de intenso trabajo con sus piernas; los doctores le habían reservado una hora para examinarle e intentar moverle. Así que las enfermeras, luego del desayuno, lo sentaron en una silla de ruedas y se lo llevaron, a través de largos y fríos pasillos, a un gran salón con extrañas maquinarias e implementos de rehabilitación, cosas que sólo se veían por la televisión.
Otros dos enfermeros, que ahí le esperaban, le tomaron delicadamente por los brazos para levantarlo y le colocaron unos aparatos de metal en las piernas, los cuales deberían darle movilidad o estabilidad. Luego lo ayudaron a caminar, lentamente, hacia dos barandas puestas en paralelo. Casi por inercia, Roxas colocó sus manos en cada una de las barandas y se aferró con fuerza a ellas. Luego, como parecía bastante obvio, intentó mover sus piernas para avanzar, pero resultó bastante complicado el que éstas respondieran a su orden. Frustración. El rubio comenzó a desesperarse por caminar y se esforzó aún más en lograrlo, obligándose a lograr su recuperación de manera instantánea. Pero su impaciencia y forzosa acción lo llevaron a perder el control de sus brazos y golpear su rostro contra el suelo. Rápidamente los enfermeros corrieron a ayudarle, mas Roxas no se dejó y se quedó ahí, tendido en las colchonetas, llorando descorazonado. Su orgullo no le permitía tal humillación. ¿Pero de qué orgullo estaba hablando ahora, si con sólo volver a llorar como un bebé lo había perdido ya? Era necesario que se dejara de estupideces y volviese a intentarlo si deseaba moverse independientemente, sin muletas o silla de ruedas.
Dado ese pensamiento y mínimo ánimo, retomó sus ejercicios y continuó perseverando ante la rendición. Y pasaron dos horas de intenso trabajo, tanto para Roxas como para los doctores y enfermeros, en los que las caídas fueron muchas, al igual que las levantadas. Y sin embargo, el rubio no sintió ningún progreso y volvió a su camilla cansado, completamente destrozado y decepcionado de sí mismo y de la supuesta vitalidad de los jóvenes.
Axel, que estaba bastante atento a la llegada del rubio, le vio arribar a la habitación con notoria amargura. Se preocupó de inmediato por su estado, pero temió hablarle o hacerle alguna pregunta que le incomodase, así que se quedó cayado, oculto bajo las sábanas, observándole detenidamente. A pesar de haberlo conocido hace menos de un día, sentía la obligación de ayudarle y darle apoyo para que se sintiese mejor, pero no sabía como hacerlo y la forma en que se lo tomaría su compañero. Quizás lo mejor era callar y esperar a ver qué sucedía, ser un simple espectador, como lo fue con muchos otros compañeros de habitación en tiempos remotos. Mas sentía una conexión especial con este chico en particular, y sabía que necesitaba algo más que simples palabras de ánimo de un extraño. Le veía completamente vacío, casi como un ser inexistente en esta tierra, una sombra que sólo pasaba por su misma temporalidad. Le hacía falta esa cálida sonrisa por las mañanas. Tal vez, y sólo en pequeñas oportunidades y con muy bajas probabilidades, podría influir con una pequeña cuota de amistad a que Roxas cambiase los ánimos en el encierro.
Durante todo el día, después de las estresantes horas de terapia y trauma, Roxas no habló con nadie más que su madre, quien le fue a visitar después del trabajo. El rubio disfrutó de aquella compañía, mostrándose pleno en su presencia. Pareciera que junto a ella, todas las preocupaciones médicas se disolvieran. No pensaba en nada más que en los cálidos brazos de la mujer, en su dulce aroma y el cosquilleo en las mejillas producido por el cabello ondulado de ella. No fue mucho lo que estuvieron juntos, pero al menos sirvió para sacar a flote la voz del ojiazul.
Justo antes de irse, en silencio sacó de su cartera un cuaderno de hojas blancas y una caja de lápices de grafito de todos los grosores. Esto alegró aún más al rubio, aceptando con ánimo aquel presente y abrazando a su madre con fuerzas, agradeciéndole el gesto. Entonces, ella le besó la frente a su hijo, se levantó de la cama y le dijo con dulce y abrigadora voz que se verían al día siguiente.
A la mañana siguiente, motivado por la idea de comenzar a dibujar, Roxas pidió una mesita con ruedas en la cual apoyarse. La enfermera a cargo se la llevó de inmediato, contenta por el repentino cambio de ánimo del paciente.
Una vez instalado, Roxas comenzó a mirar por la ventana el pasar de la gente, visitas y nuevos pacientes, doctores y enfermeras que llegaban para su turno, ir y venir de autos, hojas secas que danzaban con el aire; esto le sirvió como motivo de inspiración. Dibujaba con gran habilidad, trazos limpios y bien definidos, con negros y blancos intensos, matices muy bien logradas y pulcritud en los bordes. Sin embargo, afuera el color del otoño era de un escarlata vibrante, y éste no podía captar con sus lápices. Eso le llevó a sentirse desmotivado, y dejó de lado su actividad, guardando sus lápices y alejando la mesita hacia su derecha. Ese pequeño descuido hizo que chocara con cama vecina, despertando al dormilón que ahí yacía.
-¡Lo siento!, no fue mi intención lanzarte la mesa. –se disculpó de inmediato Roxas al ver que Axel despertaba de su profundo sueño.
-No te disculpes, no fue nada. –le respondió Axel con una amigable sonrisa mientras se giraba para verle el rostro al rubio. Se acomodó en su cama, apoyando su espalda en las almohadas, y movió la mesita para dejarla justo en el medio, entre ambas camas. En eso, no pudo evitar ver el cuaderno que ahí permanecía, y que había quedado abierto por descuido de Roxas. Por ende, también se percató del dibujo. -¿Lo has hecho tú? –preguntó mirando a Roxas con sorpresa y admiración.
-Pues, sí. Lo hice hace un rato. –añadió el rubio con indiferencia.
-Está muy bueno. Dibujas muy bien.
Ambos se miraron y rieron al instante, aunque Roxas se notaba avergonzado por el comentario del pelirrojo. Gracias a ese pequeño percance, la timidez se fue olvidando, abriendo la oportunidad de conocerse más y conversar por largas horas. Axel era completamente natural, hablando sin temores y siempre con una sonrisa dibujada en su rostro, dispuesto a escuchar todo tipo de comentario y opiniones sin prejuicio alguno. Por otro lado, Roxas era aún tímido, conservador y muy calculador en el correcto uso de palabras.
Mas, aún con esas diferencias, el flujo de palabras que se enviaron mutuamente fue de lo más amistoso y agradable. Pero los doctores interrumpieron su conversación para llevarse a Roxas a una nueva sesión de su tratamiento, lo cual no le agradó para nada al ya traumado joven. Dada la circunstancia, volvieron a cruzar miradas, ésta vez como si fuese una pequeña despedida, hasta que el rubio abandonó la habitación en la silla de ruedas.
Roxas estaba ya completamente instalado, pero su rostro nuevamente se había desfigurado a amargura y angustia, lo que le hacía lagrimear al instante. Pero debía volver a caminar lo antes posible para salir de aquel encierro, de eso estaba seguro y lo lograría más pronto de lo que los doctores esperaban. Así que se afirmó de las barandas, como era parte de la rutina, y comenzó a mover sus piernas con lentitud.
Estaba claro que se iba a ir al suelo reiteradas veces, lo cual le frustraba más y más. Debía seguir, sin importar qué. Las de sudor producto del esfuerzo comenzaban a brotar de su frente; Con ellas, se unieron las gotas de las manos, las piernas, el cuello. Ya estaba cansando, no podía más con éste trabajo.
Roxas comenzaba a rendirse. Había caído al suelo numerosas veces, ya no quería ni levantarse. Permaneció en el suelo recostado, mirando hacia un reloj que permanecía justo arriba de la puerta que conducía al pasillo por el que había llegado, esperando a que llegara la hora de término del tratamiento. Por debajo de sus brazos que cubrían su rostro, pudo notar una silueta caminar. Con ello, una voz familiar se escuchó desde la puerta: ¡Vamos, Roxas! Yo se que puedes, ¡Levántate y continua!
Axel estaba pasando casualmente por ahí para dirigirse a su control. -¡Quiero ver como se mueven esas piernas locas! –continuó gritando desde la puerta del salón de ejercicios, dándole ánimos al joven rubio. Le sonrió airosamente.
Roxas se sorprendió al verle ahí, parado en el umbral, esperando atento a que hiciera caso a sus palabras. Efectivamente, eso le dio la suficiente fuerza para levantarse. El pelirrojo sonreía cada vez más viendo cómo el rubio luchaba por mejorarse, hasta que finalmente Roxas pudo levantarse completamente y dar unos pasos sin caerse. La alegría había vuelto en el rostro de éste, pero no pudo celebrar su avance más que con los brazos y una expresión en el rostro. Y Axel, que aún permanecía ahí para verle caminar, agitó sus manos empuñadas haciendo porras.
Ahora pudo volver a su camilla con alegría, pleno y motivado para seguir avanzando y mejorando. Después de esa última sesión, poco a poco fue sintiendo que sus piernas respondían; ya estaba recuperando la movilidad en sus extremidades. De inmediato pensó en su bicicleta y sus largos paseos por los hermosos parques de todo Londres. También recordó los partidos de fútbol que se organizaban en la escuela, los cuales ya esperaba con ansias. Todas aquellas cosas añoraba luego del accidente, y estaba seguro de que volvería a hacerlo, siempre y cuando siguiera con esa motivación. Debía continuar, más ahora que tuvo un avance significativo, tanto motriz como emocionalmente.
Así pasó la semana, llena de tratamientos, caídas, mejoras, pasos adelante y pasos atrás, controles y exámenes, sonrisas y frustraciones. Roxas ya había logrado una excelente recuperación y se mostraba anímicamente más positivo. Esto último especialmente influido por el apoyo de Axel. Siempre le alentaba, ya sea en la camilla antes de ir al tratamiento, desde el pasillo cuando pasaba por ahí, o en las noches antes de dormir. Esto le significó un gran impulso a Roxas para su recuperación, por lo que estaba muy agradecido.
A pesar del poco tiempo que llevaban de haberse conocido, los buenos momentos que pasaban conversando sirvieron para hacerlos cada vez más cercanos, amigos. En las noches hablaban y dibujaban juntos, en el día –además de sus respectivos trámites- reían y se acompañaban mutuamente con notorio cariño. Permanecían siempre juntos, y si no se veían era porque se los llevaban los doctores por una o dos horas. Las enfermeras jamás quisieron cambiarlos de posición o habitación, pues también disfrutaban con la hermosa escena de verlos sonreír. Juntos disfrutaban ver el caer de las hojas anaranjadas de los árboles otoñales frente a la ventana.
Roxas ya había cumplido dos semanas en el hospital. Según los doctores, producto de su rápida recuperación, ya estaba listo para ser dado de alta. Al enterarse de ello, Axel le hace entrega de una pequeña caja envuelta en papel de regalo. El rubio le miró un poco extrañado y avergonzado, pero aceptó el obsequio y lo abrió de inmediato. Una cajita de delicados lápices un poco usados se dejaba ver por debajo de los restos del papel, lo que hizo que Roxas sonriera por inercia.
-Para que puedas captar los colores en los paisajes. –dijo Axel, luego de que su compañero le mirara con dulce alegría.
-¿Son tuyos? –preguntó Roxas con curiosidad.
-No, son tuyos. Te los regalo. –respondió el pelirrojo con la ya habitual sonrisa. –Vamos, dibuja algo. Siempre hay un sinfín de hermosas imágenes para captar.
Roxas acercó la mesita en la que dibujaba y abrió su cuaderno en una página en blanco. Tomó el color amarillo e hizo un pequeño bosquejo de lo que veía afuera del hospital. Cambiaba los tonos y colores constantemente, difuminando e integrándolos con los dedos. Mientra, Axel se entretenía contemplándole y de vez en cuando se reía solo por el asombro de ver a tan buen artista en el cuerpo de un niño. Roxas le respondía con una risa traviesa, pero siempre mirando su dibujo con atención.
No demoró más de treinta minutos en tomar la esencia de aquel otoño, embellecido con el escarlata Arco iris que ahí afuera envolvía el cielo. Y de todo lo que había dibujado, aquellos colores en rojas tonalidades eran los que más resaltaban en armonía.
Quitó la hoja de su cuaderno y al reverso escribió una pequeña dedicatoria. Luego enrolló su obra y se la entregó a Axel.
Con curiosidad, el pelirrojo aceptó el rollo de papel, lo abrió y buscó en él un mensaje carmesí:
Tu alegría es el motor que me hace andar.
Gracias por tu amistad.
Roxas.
Espero haya mejorado con respecto a lo anterior. Pronto terminaré con el segundo capítulo y lo publicaré.
Saludos y gracias a mis fieles lectores 3
