Capítulo 1: La ilusión del sueño y la realidad
Saint Seiya ni sus personajes me pertenecen, son de propiedad exclusiva de Masami Kurumada.
"Una ilusión eterna, o por lo menos que renace a menudo en el alma humana, está muy cerca de ser una realidad"
ANDRÉ MAUROIS.
"¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción y el mayor bien es pequeño; que toda vida es un sueño, y los sueños son una realidad"
PEDRO CALDERON DE LA BARCA.
Milo POV
He escuchado por ahí que en muchas ocasiones el mundo de los sueños puede camuflarse con la realidad, haciéndonos dudar de todo lo que somos. El solo reflejo de una escena puede abarcar todo un sentimiento y colarse al interior de nuestra alma. Todo lo que parece resultado de una efímera ensoñación puede volverse una realidad, realidad que puede cambiar todo nuestro destino.
*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*
Una sutil brisa inundaba el ambiente durante esa calma mañana, coronada por tenues rayos de Sol que se entretejían por entre el follaje de los tupidos arboles colindantes al extenso prado.
Un llamado, suave y cariñoso me alertó, volteé de inmediato como acto reflejo, tenía el carcaj sobre una de mis manos, mientras que con la otra repasaba una y otra vez la textura y la suavidad de las plumas que cerraban el final de las flechas que estaban contenidas en el carcaj
—Es bueno que conozcas la textura de tus propias flechas, así como el que seas capaz de lanzar sin vacilación a un blanco en movimiento —susurró la voz a mi lado, proveniente de un elegante hombre de cabellos rojos como el fuego, mirada azul electrizante que destilaban seguridad y soberbia, aunque en esos momentos me veían con beneplácito. Aquel hombre de porte gallardo se acercó hacia mí y pasó sus brazos por sobre mi cintura, depositando sus manos sobre el carcaj; cogió con delicadeza una de las flechas—. Las buenas flechas son resistentes, pero flexibles —mencionó rozando sus dedos por alrededor de la madera del arma.
—Un digno espartano sabe fabricar sus armas —mencioné con un atisbo de orgullo y reproche.
—No te enfades mi pequeño —susurró la otra presencia a mi lado, mientras me abrazaba con más fuerza, pegando su cuerpo al mío, de manera sutil, pero sugerente—. Sé que eres un buen guerrero, digno y el mejor de todos.
Bufé todavía molesto, pero no retiré el agarre de aquel hombre que me hacía estremecer por dentro.
—Siempre discutimos cuando se trata de arquería Dios Apolo…
El aludido se carcajeó, asintiendo a mi afirmación, a la vez que devolvía la flecha al carcaj.
—Bueno, es inevitable discutir cuando algo te apasiona mi querido niño —dijo Apolo besando mi mejilla. Es extraña la sensación que solo su toque puede provocar; mi corazón latiendo desbocado, mi sistema nervioso desconectado de todo razonamiento y control de mi organismo—. Y tú eres una de las cosas que más despierta pasiones en mí.
Logré pegar un suspiro final, guiado por mi irregular respiración y mis mejillas arreboladas. Él siempre me perturbaba hasta cesar cualquier sentido común en mi interior. Todo gracias al profundo amor creciendo en mi corazón
—El tiempo pasa y aún no logro asimilar el hecho de que estemos juntos —cerré los ojos, pensando en todo, en cada momento compartido, y en las escenas que hemos protagonizado, con todo y eso aún no me parece suficiente, deseo pasar una eternidad a su lado viendo su sonrisa.
Apolo agarró con fuerza mi cintura y me giró, dejándome de frente a él, su rostro se acercó peligrosamente a mis labios, tanto que podía sentir su sutil respiración sobre mi rostro. Mi acompasada ventilación se detuvo, mientras mi corazón latía de manera desbocada. Apolo con voracidad tomó mis labios mientras acomodaba sus manos en mi cadera. Solté el carcaj por el arrebatado contacto desparramando por el suelo cada una de las flechas que había elaborado con tanto esmero.
—Mi pequeño príncipe espartano —susurró Apolo cunado se separó de mí, me miraba con inusitada devoción y con amor floreciente en sus ojos, sus siguientes palabras se grabaron a fuego en mi memoria—. Te amo…
Me levanté de golpe en la cama en medio de la noche, la habitación oscura y las gruesas cortinas no dejaban entrar ni el más mínimo atisbo de luz proveniente de la luna que se alzaba aquel día, las sabanas revueltas alrededor de mis piernas y mi cabello desordenado eran la prueba de la agitada noche que había tenido. Aquellos sueños estaban consumiendo mi cordura, los últimos catorce días habían sido un infierno de recuerdos distorsionados y de un sentimiento que quemaba mi corazón. Mi cuerpo sudoroso y acalambrado reclamaba por un descanso satisfactorio, el cual no había podido concretarse hasta ahora. Los sueños eran extraños, imágenes sueltas quedaban en mi mente rondando sin poder darle un sentido claro, en cada ocasión despertaba antes del alba con el corazón latiendo con fuerza, sintiendo un cosquilleo en los labios y una tristeza que no podía entender. Mi mente daba vueltas en las posibilidades y la realidad en la que me encontraba, mi vida como tal, desde hacía mucho tiempo carecía de sentido, y mis fuerzas poco a poco iban desapareciendo…
Me sobé la cabeza con una de mis manos, días atrás me había prometido al menos intentar darle algo de voluntad a mis acciones y tratar derribar la melancolía en la que me estaba imbuyendo. Quité la sabana que me cubría desde la cadera hasta mis piernas, la cama era un total desorden, la cual a regañadientes debería arreglar más tarde. Con tan solo mi ropa interior me encaminé a la cocina, al llegar cogí un vaso de uno de los armarios y abrí el grifo rellenando el vaso hasta el tope. Me bebí el refrescante líquido de un solo sorbo, tanto por el fuego y la sequedad que anidaban en mi garganta, como por el nerviosismo que se incrementaba ante los recuerdos de los sueños en mi mente. Nada de eso parecía tener sentido, nada lo tenía desde que habíamos vuelto. Mi corazón vacío y adolorido no hacía más que recordarme el profundo amor que profesaba por Camus. Un amor que no era correspondido y que solo era visto como una amistad. Para Camus solo era un amigo más…
~.~.~.~.~.~.~.~.~.~.~.~
Apolo, Apolo, Apolo, era el nombre que una y otra vez se repetía en mis sueños, con tal vehemencia y amor que sentía que en cualquier instante me volvería loco. No era normal, los sueños no cobran vida y se instalan en tu día a día, haciéndote dudar de tu cordura.
Suspiré, ¿Qué más podía hacer? Quizás consultarlo con Atena o el Patriarca, pero tal era mi falta de energía que no deseaba hacerlo, además había gran probabilidad que no fuera tomado en serio por ambas autoridades. Aunque en mi interior supiera que estaba equivocado al no recurrir a alguien más, que aquello era algo plausible y tangente que estaba afectando mi vida, no solo eran sueños, había algo más.
Decidí que una ducha helada sería la mejor manera de aclarar mi mente y mantener a raya pensamientos nocivos y nada productivos. Desnudo y con la llave corriendo me metí al interior de la ducha, suspiré de alivio y cierto placer al sentir el agua cayendo sobre mis agarrotados músculos, las noches agitadas habían convertido casi en un hábito las duchas heladas. El frescor de las gotas de agua recorriendo cada parte de mi piel, erizando mis bellos y enfriando mi cabeza era el estímulo que necesitaba para volver a enfocarme y rescatar parte de quien soy. La imagen de la sacerdotisa de Delfos se vino a mi mente mientras pasaba mis manos enjabonadas con shampoo por mi cabello, su presencia extrañamente había coincidido con el comienzo de mis sueños, pero un inicio había descartado la posibilidad de que ella hubiera tenido algo que ver, solo la había visto en una ocasión cuando se presentó por primera vez en el templo Patriarcal.
Fue ahí que nos enteramos de que aquella menuda muchacha de cabello negro, ojos grises y piel nacarada de nombre Alana, no era nada más que la mano derecha de Apolo, muchos creerían que los Dioses no confían en los humanos, y eso es algo que hasta ahora yo mismo hubiera afirmado, teniendo como única excepción a mi señora Atena. Pero los constantes sueños, el nombre de Apolo y la presencia de la mujer, eran un circuito vicioso que no me dejaban descansar.
Salí de la ducha diez minutos después, cuando mi piel ya había igualado la temperatura del agua helada y mi piel comenzó a arrugarse como la de un anciano. Tomé la toalla colgada en el pasamanos y la pasé por todo mi cuerpo secando las escurridizas gotas de agua, para después secar mi rebelde cabello. Al acabar la tarea colgué la toalla a mi cintura para dirigirme rumbo a mi habitación y poder vestirme. Fruncí el ceño cuando sentí el cosmos de la sacerdotisa de Delfos entrar a mi templo, me hallaba desnudo con solo una toalla cubriendo mis partes más íntimas, no era el momento más idóneo para recibir una visita. Me encaminé hacia mi cuarto, pero una voz me interceptó en el pasillo.
—Así que tú eres Milo de Escorpio, eres tal cual como mi señor te describió, al menos físicamente hablando.
La miré sorprendido, entrar a la parte privada de un templo sin la autorización de su dueño era una grave falta de respeto hacia el habitante del lugar, pero parecía que aquello la tenía sin cuidado. Tardé un segundo en dejar de lado mi enojo al procesar las palabras que ella ha pronunciado. ¿Su señor? Parpadeé confundido y con una fuerte presión en el pecho, intuyendo que parte de mis sueños si tenían que ver con aquella mujer y su presencia, una alarma se encendió en mi mente y el nombre de Apolo volvió a resonar. Sentí su mirada escrutadora, analizando mi rostro, pasando por mi pecho para detenerse unos segundos donde mi mano descansaba en el nudo de la toalla, me removí incómodo y un leve rubor se hizo presente en mis mejillas.
—Es de mala educación ver a las personas de esa manera tan fija… es incómodo —dije tratando de no sonar descortés.
Ella sonrió
—Sé que mi visita puede ser inoportuna a estas horas de la mañana, pero necesitaba comprobar con mis propios ojos que fuera usted y gracias a las destinos no nos equivocamos.
Aquello solo logró dejarme más confundido, y con muchas interrogantes formándose a raíz de la nueva información que Alana está proporcionándome.
—¿A qué te refieres? ¿Qué sabes de lo que me está sucediendo?
—Lo siento caballero, pero por ahora es algo que no puedo contestar, solo le puedo decir que pronto alguien vendrá y deberá estar preparado.
Fruncí el ceño y una notoria mueca se instaló en mis labios, eso no me ayudaba, solo era una frase ambigua que dejaba un hueco de inconformidad en mi interior. Su postura y la mirada decidida que colocó era una clara señal de que no importaba cuanto lo intentara, de sus labios no saldrá ni una palabra más. Suspiré con hastío.
A paso lento la vi alejarse de escorpio rumbo a los templos superiores, con ella se iban las posibilidades de averiguar qué era lo que me estaba sucediendo, en mi interior se hizo mucho más patente el temor de que los sueños no harían más que empeorar hasta fundirse con mi realidad. Alana paró su caminar antes de dejar el umbral de escorpio.
—Mi misión aquí en el santuario de Athena ha acabado, pero esta no será la única vez que nos encontraremos Caballero de escorpio, los destinos nos volverán a juntar y espero que en el momento que lo hagan, sepa cuál es la verdadera identidad de su alma.
Quedé boquiabierto con su última declaración, moví un pie en su dirección para detenerla y pedir una mejor explicación, pero estaba había desaparecido caminando bajo la luz de un rayo de Sol que me deslumbró durante algunos segundos y no me permitió divisar su partida. Se había desvanecido como en un sueño.
