Capítulo 1: La venganza de Angelina

"… Un ruido sordo me distrajo de mis asuntos. Me di la vuelta y vi la gastada y podrida puerta de la cabaña del viejo Arthur hecha pedazos bajo una bota de cuero con espuelas de plata manchada. El hombre dueño del calzado irrumpió en la decaída casa, provocando que el ambiente se tornara denso con un asfixiante aroma a orines y sudor.

Era Grogan, el hombre más asqueroso y despreciable al oeste del río Missouri. Llevaba las mismas mugrientas ropas de siempre y una barba que le crecía desde hace cuatro días aproximados; supuse que había estado siguiéndome a la velocidad de un torbellino desde que escape de la cueva en "Mina del Diablo". Traía una escopeta en las manos.

-¿Qué es lo que pasará Angelina?- preguntó, siseando y con la quijada apretada.

Me acomodé un tirante de mi emparamada blusa, que se había resbalado por mi hombro. Había entrado justo cuando me disponía a secarme, recé para que no se percatara de la transparencia que provocaba el agua en mi ropa. Pero su mirada lasciva terminó con mis esperanzas.

-¿Cómo te gustaría morir, ángel?- me preguntó mientras asía su arma, apuntándola a mi cuerpo, - ¿al instante como lengua de serpiente, o lentamente como flor de enero?-

Pero era Octubre.

-¡Te matare, no me importa cómo ni cuándo!-, Grogan grito mientras preparaba la carga que estaba destinada a impactar en mí, -¿Dónde está?-

Ni siquiera tuvo que decirme que era lo que exigía, él sabía que yo lo tomé.

El día en el que salí huyendo a lomos de un caballo de su séquito, llevé conmigo la alforja de Grogan. Ahí mantenía guardados todos los papeles de todas las propiedades de Santa Mónica, esa alforja lo hacía el Señor de todo. Debí haber sabido que volvería por ella, en lugar de ver a Jessie en el arroyó pude haber escapado antes de que llegara por mí.

Señalé a mi izquierda con un movimiento de cabeza, el cabello rubio dejó caer unas gotas de agua al suelo terroso.

Cuando pudo ver el lugar en donde permanecía su bolso, pareció tranquilizarse tanto como un enema haría con alguien que sufre de malestar estomacal. Sin dejar de apuntarme, me ordenó quedarme quieta mientras avanzaba con una sonrisa mal hecha hacía su premio.

Pasó a lado mío y me alejé de su alcance; le dije que se fuera, ya tenía lo que buscaba.

Pero el me miró con una expresión tan tenebrosa que mis piernas temblaron.

-Te equivocas, ángel- hizo una pausa para escupir el tabaco que mascaba al suelo, -quítate la ropa, me ordenó, al tiempo que el cañón de su arma volvía a ascender hacía mí.

Titubee y di un paso hacia atrás, confundida, la orden me tomo por sorpresa durante un momento. Pero era claro lo que buscaba, tenía que destruirme a mí también.

Me incliné un poco para poder desatar la cinta de cuero lateral que mantenía mi falda sujeta a mis caderas, era un trenzado un tanto laborioso y el tiempo que ocuparía en desatarlo me parecía suficiente como para pensar en algo que hacer para huir.

La melena rubia se deslizo por mis hombros para cubrir mi rostro, ayudándome a mirar a mí alrededor para formular un escape rápido de las garras de Grogan, sin que él se diera cuenta. Quería quitarle esa mueca perversa del rostro como fuera.

Mi blusa era holgada y estaba mojada, no quise ni pensar en lo que seguramente estaría dejando entrever.

Justo cuando comenzaba a ponerme más nerviosa, mis dedos rozaron con algo metálico detrás de mi muslo derecho, ¡pero claro, la daga de Jessie! Él tenía razón cuando me dijo tenía que llevarla conmigo a donde fuera, sabiendo la clase de bestia que era Grogan.

Lo miré, el bastardo se estaba relamiendo los labios, quería asegurarme de que no sospechaba nada acerca de mi arriesgada estratagema.

-¿Qué esperas?- espetó cuando se percató de mi mirada sobre él.

Continué fingiendo que me desnudaba, deslice mi mano para encontrar el mango de la daga, sujeta a mi muslo por una trenza de cuerda.

Lo miré de nuevo por entre las claras hebras de cabello, me concentre en su pecho. Cerré mi mano, aferrando la empuñadura y la arrojé al lugar en donde palpitaba su corazón, si es que un ser tan despreciable podía poseer uno.

Él soltó un gruñido en cuanto la afilada hoja penetró en su cuerpo. Dejó caer el arma el suelo y se quedó quieto mientras miraba el lugar por donde sobresalía el mango de mi daga, después regresó a mí.

Suspiró y me miró como si estuviera decepcionado, no sabría decir si de mí, por ser una presa demasiado difícil, o de él mismo por no haber podido terminar con todos los míos. Volví a arruinarle el día.

Cayó de boca al suelo.

Ese fue el final de Grogan, el hombre que mató a mi padre, abusó y asesinó a mi hermana, quemó mi rancho, mató a mi perro y robó mi biblia.

Le quite el bolso de cuero, que había mantenido sujeto en la mano y lo pisé en la espalda para asegurarme de que estuviera completamente muerto.

Terminé de vestirme y calzarme para salir corriendo de la vieja cabaña hacía mi caballo; pensé en que el traidor no había relinchado en cuando llegó un extraño, lo aparte de mi mente, era un caballo joven y muy dócil. Me fui a todo galope hacía los cañones.

Pero existía la ley del oeste, y ese malvado tenía hermanos que parecían estar en todas partes. Aparecieron montando delante de mí, hacía mí dirección.

Y ahora, ¿qué podía hacer?, si luchaba no lograría vencerlos, y si trataba de huir me darían alcance en poco tiempo.

Miré a mí alrededor en busca de alguna salida.

De pronto, mi vista se dirigió a la cima de una colina que se elevaba a metros del inminente encuentro. Y ahí estaba, mi amado Jessie.

Al verlo, los bandidos abrieron fuego hacía él. Sobre su caballo, Jessie les respondió de la misma forma, solo que él nunca erraba un tiro y uno a uno cayeron de sus monturas.

Yaciendo ya todos en el suelo, bajó de su punto de vigilancia y yo espolee a mi caballo para ir a su encuentro.

No se había marchado, se había quedado para salvarme de nuevo.

Mi corazón latía impaciente al ver que se acercaba, apenas podía controlar mi deseo de abrazarlo. Ambos bajamos de nuestros respectivos transportes para correr el uno al otro y fundirnos en un abrazó que recordaría hasta el final de mi vida, de nuestras vidas. Como yo era tan pequeña, él podía levantarme con facilidad y me dio vueltas en el aire, era tan alto que mis pies colgaban sin llegar a tocar el suelo.

Cuando pude besar sus labios, supe que jamás volveríamos a separarnos, me tomó en sus brazos y montamos al atardecer. Estaba segura de que pasaríamos el resto de nuestras vidas juntos, para siempre."

Al ver la palabra escrita sobre el papel, la emoción volvió a cobrarle cuentas y más lágrimas afloraron de sus ojos. Se llevó la mano a la boca, sin dejar de llorar, para tratar de acallar sus sollozos, mezclados con gemidos de emoción.

-¡No hay duda, es bueno!- Kagome se felicitó a sí misma.

Se mordió los nudillos mientras seguía llorando. Respiró profundamente, obligándose a controlarse, sorbió la nariz y tecleo en su vieja máquina de escribir: "El fin"

Ahora sí, era oficial, había terminado el libro.