Todo comenzó con la lluvia, y todo terminó con la lluvia. Aún puedo recordar, mi cuerpo tendido en el suelo, con las gotas de agua cayendo sobre mi pecho, sin poder respirar ni moverme…
Así comenzó mi encuentro con el asesino, fantasma y sombra que he perseguido y persigo aún hoy, en mis pesadillas. Un encuentro predestinado que se inició dos semanas antes, sin que yo pudiese darme cuenta de lo que había iniciado.
Claramente lo recuerdo, era un soleado día de septiembre del 2006. Acababan de comenzar las clases en la Universidad de Barcelona. Por entonces yo acababa de cumplir los veinte años y los disfrutaba en la medida de lo posible. Para los que no me conozcan, deben saber que mi nombre es David Pla, y por entonces no era más que un estudiante sacándose el máster de periodismo. Mi vida se basaba en la rutina, pero una rutina que yo mismo había confeccionado para ser suficientemente soportable. Entre los quehaceres de esa rutina me había propuesto leer distintos periódicos todas las mañanas, y así me encontraba aquel día, aunque en aquella ocasión buscaba algo concreto entre los pretenciosos artículos y retocadas noticias. Algo distrajo mi búsqueda, algo que llamó inmediatamente mi atención.
"Jeff, el asesino en serie, se cobra una nueva víctima. La pasada noche fue hallado otro cadáver en Barcelona. Se desconocen detalles acerca de las circunstancias que rodean su muerte. No obstante, la falta de pruebas y signos de violencia parecen coincidir con el Modus Operandi del conocido asesino, quien, aún sin identificar, ha sido apodado Jeff por los testigos. El inspector Mario Narváez, quien dirige el caso, se ha negado a dar explicaciones…"
Podría haber continuado leyendo gustosamente, pero la voz de Óscar me devolvió a la realidad.
-¡David! –Me llamó la atención– Recuerda que estamos buscando piso. –Me dijo, sentándose a mi lado con otro periódico.
-¡Perdón, intentaré centrarme! –Le contesté sin más, sabiendo que no eran necesarias más explicaciones.
Óscar Martínez. Él era por entonces mi mejor amigo. Nos conocíamos desde hacía años gracias a cierta peculiaridad que compartíamos, el asma. Recuerdo que él siempre había tenido más problemas que yo, no obstante. A la hora de hacer ejercicio, o soportar altas temperaturas, siempre era él quien terminaba hiperventilándose y sacando su inhalador cada dos por tres. Yo, en cambio, procuré salir adelante y nunca permití que mi asma supusiera un problema en mí día a día. Aún con todo, suponía un estigma para ambos con el que debíamos cargar de vez en cuando.
Óscar tenía mi edad, técnicamente unos meses más joven. Tenía la piel muy clara y la cara algo redonda. Su pelo era totalmente negro, algo abundante, y muy rizado, y sus curiosos ojos eran azul oscuro. Recuerdo que en verano, al darle el sol, se volvían bastante más claros. Siempre llevaba la misma chaqueta negra, ancha y suave, incluso en verano. Él afirmaba que lo que más le gustaba de aquella chaqueta era que podía llevarla en cualquier estación del año.
-Ya sé que no puedes evitarlo, pero por una vez que te pido que me ayudes… –Comenzó a quejarse, mientras se sentaba a mi lado sosteniendo un periódico, sonriéndome– Venga, a ver si encontramos algo cerca de la playa…
Óscar acababa de dar el paso de irse de casa, y estaba dispuesto a encontrar un buen sitio en el que vivir. Mientras tanto, vivía en mi apartamento. Nunca me importó compartir mi solitario hogar con mis amigos, aunque eso no me frenó al preguntarle a qué se debía tan repentina decisión. Prefirió no dar explicaciones, aunque parecía algo molesto. Uno de los mayores defectos de Óscar era su falta de motivación. Desde ciertos problemas en el instituto, le ha costado terriblemente tomar decisiones por su cuenta. Todo por culpa del miedo a las posibles consecuencias. Le resultaba casi imposible arriesgarse ante cualquier obstáculo, y prefería planificarlo todo con antelación. De ahí que me extrañase tanto aquella decisión, pero siempre supe que no se llevaba bien con su madre. De un modo u otro, tal vez fue gracias a mi ayuda que logró ser el mejor alumno de química orgánica en la universidad. Su intelecto era inspirador, tanto que me ayudó también a mí a sacar las mejores notas de periodismo.
-¿Qué te parece este? –Le dije, enseñándole una de las ofertas del periódico La Vanguardia. Óscar le echó un vistazo, y no tardó en responder.
-No sé, creo que es muy pequeño… –Volvió su mirada a su periódico– Busco algo espacioso. Necesito alguna habitación que usar de trastero.
-¿Tantos trastos tienes? –Pregunté de inmediato, sin apartar la mirada de las ofertas. Sabía que Óscar tenía su antigua casa llena de antiguallas y cosas inútiles, pero jamás pensé que quisiera traérselas todas.
-¿Cómo crees que voy a pagarme el piso? Los discos de vinilo se venden caros, ¿recuerdas? –Hice memoria y recordé las cajas llenas de discos de vinilo que heredó de su padre. También recordé lo delicados que eran, ya que rompí uno por error– Una vez los venda, podré pagarme la matrícula y tal vez parte de la hipoteca.
-No sé qué decirte… –Mis ojos volvieron al artículo del misterioso asesino, comprobé bien el nombre que se le había dado, y pregunté a Óscar– Oye, ¿Has leído este artículo sobre "Jeff"?
-Ahora mismo no estoy para mirarme artículos, y tú tampoco deberías… –Al girar la cabeza me pilló de nuevo leyéndolo– Dejémoslo… –Óscar tenía la costumbre de dejar sus frases a medias, algo que me estaba comenzando a contagiar– Ya lo haré yo, visto lo visto.
Sin decir más, Óscar siguió buscando por su cuenta y me vi inmerso en las palabras enigmáticas que algún periodista desconocido pero admirado por mi vena literaria plasmó en aquellas páginas. Siempre me había gustado la deducción, y mi extrema curiosidad lo potenciaba aún más. Recuerdo que un día, en medio de clase, me quedé embobado mirando a la mesa pensando en el artículo. Jeff era un asesino muy curioso. Sin signos de violencia en la escena del crimen, cualquier podría deducir que Jeff conocía a las víctimas antes de finiquitarlas. Aun así la policía lo negó, alegando que un testimonio echaba por los suelos aquella hipótesis.
La víctima explicó cómo, en medio de la calle, su vista comenzó a nublarse y se mareaba, hasta verse en un estado somnoliento en el que solo veía oscuridad. Cómo si de una pesadilla se tratara, relató en detalle cómo caminaba, sin voluntad, siguiendo a alguien que luego identificó con un rostro demoníaco, y sin duda nada humano. Lo único que pronunciaba aquella figura era la palabra "Jeff" una y otra vez. Lo siguiente, que despertó en medio de la calle con mucha gente a su alrededor y el sonido de una ambulancia.
Fue de aquel testimonio que surgió el nombre con el que apodaron al asesino, "Jeff". ¿Era un nombre real? ¿Un seudónimo? Mis pensamientos continuaron obsesos con el artículo durante varios días, hasta que me encontré al final de una clase, embobado, al notar a los alumnos levantándose para irse del aula. Me sorprendí al oír mi nombre en alto.
-¡Pla! –Mi profesor de periodismo, Antonio Jiménez, me llamaba para decirme algo– Acércate un momento. –Alrededor de los treinta y cinco, se trataba de un hombre alto, de cabello negro y corto. Aquel curso se había dejado patillas, y solía vestir con tejanos marrones y camisetas con slogans estampados. Me esperaba apoyado en su mesa, con los brazos cruzados– No he podido evitar verte distraído durante la clase. Algo inusual en ti.
-Perdone, simplemente me desconcentré con un pensamiento que tenía en mente. –Me excusé vagamente, y me respondió con una media sonrisa mientras se giraba para coger sus cosas de la mesa.
-Bien, bien, es bueno pensar, ¡eso mueve los engranajes de la sociedad! –Dijo, levantando el dedo índice– ¡Pero a ver si lo haces en algún momento más apropiado! –Comenzó a colocar los libros y carpetas en su bolsa– No me malinterpretes, mi trabajo aquí es conseguir que apruebes el examen, pero cualquier ayuda es bienvenida. –Terminó, guiñándome un ojo. Le di las gracias, antes de irme de clase. Jiménez era un hombre que gustaba de motivar a sus alumnos con premios simbólicos y charlaba con nosotros cuando podía. Siempre que le publicaban un artículo en algún periódico, yo iba raudo a leerlo. Siempre ha sido una persona que he respetado profundamente.
Salí del aula, solo para notar a alguien dándome una pequeña palmada en el hombro. Al girarme, vi que era Iker Urteaga, un buen amigo que, sin duda, era incapaz de pasar inadvertido.
-¡Hey, David! ¿¡Que tal!? –Me dijo, con su grave voz, aunque de tono suave, y lleno de energía, como era habitual.
Iker era ese amigo que te podía conseguir el número de cualquier persona de la ciudad, si se lo pedías amablemente. Siempre organizando fiestas y con proyectos pequeños que siempre sacaba adelante con sus propias manos, se esforzaba día tras día para darse a conocer, y lo conseguía. Sus brazos habían sido ejercitados en el gimnasio, y le gustaba lucirlos siempre que podía, poniéndose camisetas ceñidas y de manga corta, completo contrario de la ropa que Óscar normalmente llevaba. Iker tenía también unos grandes y expresivos ojos marrones, que en la luz del sol adquirían una tonalidad verdosa. Su pelo corto y negro siempre era decorado con una pequeña cresta bien fijada, a no ser que lloviese. Y gracias a que el verano acababa de irse, había aprovechado para adquirir un sano tono algo moreno.
-Ya sabes, tirando… –Le contesté, por decir algo– ¿Y tú, que tal vas con tus clases de filología? –Iker pasó su brazo sobre mis hombros, y noté como caía su peso.
-Se me hace imposible con este profe… Ya sabes cómo es, hoy nos trata genial, mañana cómo a perros… ¡Pero no puedo quejarme! ¡Fijo que si me quejo nos mete bronca! –Ambos dejamos ir una carcajada entre dientes. Iker era el chico más divertido y agradable que haya conocido nunca. Su pesadez con los mismos temas recurrentes acababan dejándose a un lado y te dejabas llevar por todo lo que organizaba. Al menos, ese era mi caso– Bueno, tío, te dejo, he quedado con unas chicas. ¡Saluda a Óscar de mi parte!
Y nada más despedirse, vi que al final del pasillo Óscar me esperaba con una carpeta en brazos y expresión de decepción. Al acercarme, se puso a caminar a mi lado.
-Ya sabes que no me gusta que estés con él… –Por eso dije que era solo mi caso. A Óscar no le gustaba nada Iker. Algo que, sinceramente, nunca me había importado, pero no podía soportar que me pidiese dejar de juntarme con él. Por desgracia, con el tiempo Óscar se había vuelto algo semejante a mi hermano pequeño, algo que ambos queríamos evitar que se prolongase por demasiado tiempo.
-¿Y ahora me obligarás a no hablar con quien quiera? –Le contesté, retóricamente, aunque oliéndome una respuesta típica de las suyas.
-Iker es igual que los demás, quiere ser tu amigo pero cuando más los necesites te dejará tirado. Tú deberías saberlo mejor que nadie. –Cuando Óscar hablaba de estas cosas adquiría un tono molesto que yo soportaba como buenamente quería y podía. Comprendía que, al fin y al cabo, lo hacía porque se preocupaba por mí, porque conocía mi historia. Y yo, conociendo la suya, trataba de no ser brusco con él.
-Por favor, no empieces con eso, ¡tienes que pasar página! Venga, pasemos a otra cosa… Hoy mi profe ha estado hablando de la prensa amarillista. –Intenté desviar la conversación. La relación entre Óscar e Iker ya llevaba siendo arrastrada desde secundaria. Iker pertenecía al sector de alumnos que se metían con nosotros constantemente. Además era, por así decirlo, el más "popular" de la clase. Algo que ni Óscar ni yo podíamos soportar. Pero al llegar a la universidad descubrimos que era un estudiante más, con los mismos problemas para sacar buenas notas en los exámenes que tendría cualquiera, y parecía haber cambiado de mentalidad en lo referente a los estudios. En un par de ocasiones me pidió ayuda para estudiar, de hecho, y decidí darle una oportunidad. Nunca me he arrepentido.
En medio de la conversación que estaba teniendo con Óscar, me di de hombros con alguien. Al mirar quién era, y para mi sorpresa, vi que se trataba de Víctor Clavero, el profesor de química. Era un hombre alto, de pelo negro y algo largo, siempre vestido con elegantes chaquetas negras y manteniendo una postura erguida y elegante. Sus ojos finos observaban siempre fijamente, y apenas se atisbaba expresión alguna en su delgado rostro. Cuando paseó sus ojos por la pequeña escena que se había creado, me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo.
-Le rogaría, señor Pla, que tuviera más cuidado mientras camina… –Dijo, en un tono neutro y frío. Siempre tuve curiosidad por saber si siempre era así, o solo al salir de las clases. Por lo que tenía entendido, era muy severo, recto y objetivo, hasta el punto de poder ser irritante. Pero en la universidad era muy respetado, pues era de sobras conocido que todos sus alumnos salían de las clases con las cosas claras y bien aprendidas. Ahogado en mis propios pensamientos, no pude responder a su consejo, cosa que Óscar arregló rápidamente.
-Tendrá cuidado la próxima vez, seguro… –Le dijo Óscar, quien sabía perfectamente que era su mejor alumno y siempre le había valorado por ello. Clavero asintió y siguió caminando, sin más dilación. Cuando estuvo lejos, Óscar se dirigió a mí– Sé lo que piensas. No es así siempre.
-Nunca lo he visto de otro modo… –Comencé.
-Yo estoy empezando a conocerlo un poco mejor… Y lo cierto es que me recuerda a mí. Aunque tal vez él sea algo más antisocial.
-¡Vaya, mira que eso es difícil! –Le dije, entre risas. A lo que Óscar me miró de reojo, con una sonrisilla.
Por entonces, mi vida iba bien. Amigos, estudios, rutina… Pero fue mi maldita curiosidad y un poco de ayuda del azar, que acabé metido en algo que me acabaría superando. Simplemente no lo sabía por el momento.
