Caídas maritales


Akko pensó que ya había aprendido. Quiso hacer alarde. Vino la tormenta, sin embargo. Las brujas que seguían a Serafina Pekkala eran muy hábiles, más que las de Luna Nova inclusive. No tuvieron miedo.

Diana, que iba a la cabeza de la expedición, tuvo que volver murmurando maledicencias. También temblando. Su escoba fue muy rápido hacia donde Akko había caído en la nieve.

—Deberías agradecer que no hay osos con armadura porque están en reunión de alcoholismo. Y que yo insistí en hacerte esos hechizos protectores que tanto dijiste no necesitar —la reprendió, con los brazos cruzados por encima del abrigo de piel que le había dejado su madre. Y que su tía, por suerte, no había llegado a subastar antes de la boda.

No iba a ayudarla a ponerse de pie. Pero al ver a Akko temblar y estornudar, cambió de idea y descendió con brusquedad, quitándose dicho abrigo y colocándolo sobre sus hombros.

—¡Soy una Cavendish ahora! ¿O no? ¡Tú siempre me dices que no honro el apellido que tengo políticamente! Soy la Portadora de la Vara Brillante y lo estoy haciendo ahora. Ruta Skadi solicitó mi presencia.

Diana admiró a Akko con los ojos vidriosos un instante. Se había puesto bella como exigente. Su estado la ayudaba, cubriéndola de una luz más hermosa que la de la aurora boreal.

—Ruta Skadi no sabía de tu situación, solo que habías invocado la Vara. Se lo he comentado y hasta me daría permiso para escoltarte a Luna Nova de regreso.

Akko le enseñó los dientes, indignada. Se sacudía la nieve de la falda y aferraba tan fuerte el palo de la escoba, que Diana pensó que lo quebraría.

Era...adorable.

Independientemente de los presagios y deberes para con las siguientes generaciones. Fue por eso que se casaron.

—¡No volveremos! ¡No te atrevas a decirme que tú puedes y yo no, Diana! Prometimos hacerlo todo juntas —gritó Akko, derritiendo el frío polar con sus aullidos de indignación y pronto, sin duda, atrayendo enemigos.

Pero no haría caso al sentido común. Nunca lo había hecho. Y eso le resultaba bien.

Diana se había fijado así en ella.

Y también la Vara Brillante.

Incluso Ruta Skadi.

Aunque no como Diana.

—Estás embarazada de mi hijo. Volverás a la Academia y me esperarás —dictaminó Diana, aprovechando que se enfrentaban.

Akko se sonrojó profudamente y desvió la mirada.

—A menos que vayas a quitármelo cuando nazca, es nuestro.

Diana ignoró la provocación.

—Volverás con Sucy.

—¡Odias a Sucy!

Odio que me respondas. En especial cuando no tienes razón.

—¡Nuestro mundo está en peligro! Todos los mundos. Y las Brujas en ellos.

—Tenemos prioridades.

—¡Solo porque esté embarazada, no significa que yo sea una inútil!

—Tal vez. Pero incluso cuando no lo estás, te cuesta no ser un desastre.

—¡Si no fuera por mí, ni siquiera serías la líder de tu familia! O la directora de Luna Nova.

Diana se mordió la lengua para no responder. Tragó su orgullo y apoyó una mano sobre el vientre de Akko, ya respirando cerca de sus labios.

—Por favor. Lotte atenderá lo que queda de tu embarazo. No podemos arriesgarnos más.

Pero Akko solo escuchó una cosa.

—¿Esta guerra podría llevar meses? ¿O...?

Años. Siglos. De inquisidores.

—Un campo de batallas no es lugar para una madre.

Akko era muy testadura. Se quitó el abrigo de Diana y sus manos como si estorbara. Simplemente volvió a subirse a la escoba que tanto le costó dominar.

Y le sacó la lengua. A Diana. Su esposa.

—¡Entonces no deberías estar aquí, Diana Cavendish!

Tomó impulso y retomó vuelo. Diana apretó los dientes, entre el shock y la indignación. Increíble...

Resolvió imitarla. Amaba su rebeldía más de lo que temía las represalías.


N/A: Feliz día (y mes) de la madre :) Y si es mamá yuri-mágica, mejor.