Prólogo: Life Is Sweeter When It Hurts
Narcissa Malfoy siempre supo cómo sería su vida desde que tenía memoria. Siempre comprendió para qué lado giraría su mundo. Siempre había aceptado su destino… para eso había nacido. Durante su niñez ni su madre o padre habían estado presentes como se suponía tenía que ser, su lugar había sido ocupado por una institutriz, una mujer fría y sádica. En esos años, aquella mujer, la cual su nombre no se molestaba en recordar, le había enseñado cuáles eran las palabras que debían salir de su boca y los movimientos que sus manos debían seguir; le había enseñado cómo debía sentarse y hacia qué lado sus ojos celestes debían mirar. Ella había sido criada para ser una mujer perfecta y calculadora. Le habían enseñado duramente lo justo y necesario para sobrevivir, y luego todo lo demás lo habían llenado con lujos y joyas. Narcissa debía admitir que sus padres habían hecho un buen trabajo llenando los huecos de su interior.
Sin embargo, lo que también le habían inculcado era el odio y desagrado hacia los Muggles. Todos en la familia Black pasaban horas y horas discutiendo sobre cuál sería la mejor forma de exterminar a aquella abominación. En el desayuno, el almuerzo, la cena… siempre se llenaban la boca con las mismas palabras impregnadas de asco hacia los seres de sangre sucia, y su hermana, Bellatrix, era una de las que más adoraba planear ideas para la tortura de esos. Pero aquel tema a ella jamás le había importado, era parte de un gran linaje de sangre pura y desde niña había entendido lo que eso significaba, pero nunca le había dado tanta importancia hasta que su hermana, Andrómeda, había decidido casarse con un Impuro. Desde ese instante, Narcissa había guardado resentimiento a aquel que le había arrebatado a su hermana— aún si había sido con su propio consentimiento—, y, por consecuencia, a todos los de su raza.
Narcissa había elegido no cometer los mismos graves errores que su hermana mayor y a los dieciocho años se casó con Lucius Malfoy, hijo de Abraxas Malfoy, y único heredero de una de las únicas familias más importantes del mundo mágico. Se había unido a él a una corta edad, quizás ilusionada con la perfecta imagen de un futuro más que prometedor, pero en esos momentos ella no lo había amado, sólo lo había admirado por el hombre que era, incluso luego de comprender a quién su esposo le brindaba su lealtad. Pasarían pocos años hasta descubrir sus profundos sentimientos hacia él, pasarían sólo meses hasta descubrir que estaba embarazada.
Un hijo, iba a tener un bebé, su bebé.
Narcissa todavía recordaba cuánta era la felicidad que la había llenado al comprender lo que un hijo significaba. En sólo meses su sueño iba a cumplirse y ella sería madre por primera vez. Había sido tanta la emoción y dicha… tanta que sólo bastó la mirada fría de su esposo para hacerla evaporar. Tal vez ella había esperado otra reacción por parte de Lucius, no algo comparado con la suya, por supuesto, pero quizás hubiera deseado algo de emoción en sus ojos. Después de todo, iban a ser padres, iban a tener un hijo…
Lucius no había cambiado luego de que el bebé, al que habían decidido llamar Draco Lucius Malfoy, naciera. Un hermoso niño rubio como su padre y tan pálido como ella misma, haciendo que unos preciosos y profundos ojos grises resaltaran en el contraste de su fina piel. A pesar de todo, Lucius siempre se había mostrado frío con ella e, incluso, con su propio hijo. Narcissa había deseado desaparecer de ese mundo que había creado y alejar a su hijo del mal que sentía aproximarse.
Pero Narcissa Malfoy había crecido con inteligencia y astucia y, por esa misma razón, había decidido crecer junto a su bebé. Ella había decidido acompañarlo durante su infancia como su madre y padre jamás lo hicieron con ella. Había decidido darle un mundo en el que él pudiera estar lo más cerca que pudiera de la felicidad, aún si luego todo desapareciera. Ella lo había logrado con exactitud, lo había hecho hasta el preciso momento en que la noticia la golpeó inadvertida.
Estaba nuevamente embarazada.
La emoción había sido comparable con su primer embarazo, felicidad y alegría, pero todo duró lo mismo que un sueño. Nada. Narcissa pronto entendió lo que sucedería, ella tendría que darle la noticia a su esposo y él volvería a mirarla fríamente, sin sentimientos. Él volvería a lastimarla sin siquiera decir palabra alguna, de la misma forma que lo había hecho años atrás cuando la noticia del embarazo de Draco había llegado. En ese momento, ella había sentido la terrible necesidad de ocultarle la verdad, pero la idea desapareció tan rápido como llegó. Jamás podría ocultarle algo de esa magnitud a Lucius, no podría, y, aunque quisiera, él siempre terminaría por descubrirlo, aún si faltaban meses para que su vientre comenzara a notarse. Entonces, ella comprendió lo que debía hacer.
Con frialdad se lo dijo.
No recibió nada que no esperara, al contrario, fue todo como ella había imaginado. Y eso dolió demasiado. Mas con Draco había sido diferente. Su bebé era muy pequeño para entender el significado de la palabra hermano, pero aún así había demostrado mucha más emoción que su propio padre.
Narcissa permanecía todo el día junto a Draco, no lo dejaba solo por un segundo. Ella no había sido muy afectuosa o cariñosa con él, pero le daba a entender a su hijo que lo amaba, aún si aquellas palabras no salían de su boca. Ella sentía que Draco lo entendía o, eso deseaba.
Los meses comenzaron a deslizarse tras sus ojos y al instante ella se encontró en su octavo mes de embarazo. Su vientre era demasiado notorio, pero no le importaba. Narcissa no podía soportar la ansiedad de tener a su segundo bebé en brazos, un bebé que sería una hermosa niña como así los sanadores habían afirmado. Jamás podría asegurarlo, pero el día en que supieron que tendrían una niña, ella vislumbró un extraño brillo en los ojos de Lucius, una tenue luz que desapareció a pocos segundos de su aparición. Siempre se preguntó si su mente le había jugado una broma o si, realmente, su esposo había sentido algo con aquella noticia, pero eso nunca lo sabría.
Y cuando el día del nacimiento llegó, cuando otra lucecita nacería para iluminar su existencia… la oscuridad dominó su vida. Todo dejó de tener sentido y cada parte de su mundo comenzó a desmoronarse lentamente, todo cayó al vacío infinito de su interior y su corazón lo hizo por igual. Nada volvió a ser igual desde ese día, absolutamente nada. Ella se hundió en las profundidades de su dolor y se dejó llevar por la agonía, y olvidó por un momento por qué estaba viva. Olvidó cómo se sentía respirar. Olvidó cómo se sentía vivir.
Ahora, seis días después de ese terrible acontecimiento, ella dejó que la magia la llevase donde quisiera, dejo que el destino hiciera lo que quisiera con ella. Dejó que el tiempo siguiera su camino sin ella en él.
Deseó desaparecer y ahora estaba allí.
Abrió lentamente los ojos y lo primero que golpeó su visión fue la fuerte luz del Sol, dejándola cegada por unos segundos. El viento chocó contra su rostro, haciendo que su largo cabello rubio se removiera inquieto en el aire, y el tranquilo sonido del canto de los pájaros caminó dentro de sus oídos perezosamente. Se sintió rodeada por el extraño aroma de pasto recién cortado, de primavera inmadura. No entendía qué había sucedido, ni sabía dónde se encontraba. Todo lo que recordaba era a ella misma, en medio de su habitación, deseando desaparecer de su propia vida, pero eso era todo. No podía comprender qué había sucedido luego.
En un instante, después de que sus ojos se acostumbraran a la luz, pudo entender que se encontraba sentada en lo que parecía ser un simple asiento de piedra, como los que ella tenía en el jardín de la Mansión Malfoy, y, por un momento, creyó que se encontraba allí, sentada frente al enorme parque de su hogar, pero luego sus oídos captaron unas fuertes y alegres risas, y entendió que estaba equivocada. Sus ojos celestes se movieron lentamente, comenzando a analizar el lugar; todo parecía extraño para ella. Era como un enorme campo verde, habían árboles de todo tipo y altura por doquier y vislumbró, entre el grueso pasto, largos caminos de tierra que parecían llevar a muchos sitios. Miles de pájaros volaban extasiados por el cielo azul.
Habían muchas personas a su alrededor, familias enteras, y la mayoría se encontraba sentada en el pastizal sobre mantas de diferentes colores. Todos lucían felices, como sino tuvieran problemas en sus vidas, como si fueran inmunes al dolor. Y con todas sus fuerzas deseó nunca haber dejado la Mansión.
Sus manos se apretaron en su regazo, y, de pronto, no supo qué hacer, se sintió perdida entre tanta tranquilidad. Inconcientemente, su mirada se topó con las figuras de tres niños que pasaron corriendo frente a ella, mientras que uno de ellos llevaba algo amarrado a su mano y sus ojos estaban perdidos en el cielo, corriendo junto a los demás sin siquiera observar por dónde iba. Narcissa rápidamente notó que un fino hilo salía de la mano del pequeño y ascendía hasta terminar en un extraño objeto colorido que flotaba en el aire, tan lejos del suelo que sólo se lo veía como un punto lejano en el cielo. Ella jamás había visto algo como eso, nunca. Tan distraía se encontraba observando el objeto en el aire que no había notado la forma en que esos niños se encontraban vestidos. Sus ropas no eran ni siquiera parecidas a las que ella estaba acostumbrada a ver.
Sus ojos se cerraron fuertemente al caer en la realidad. Las piezas encajaron a la perfección y comprendió horrorosamente en el lugar que estaba.
Se encontraba en el mundo Muggle.
Sintió su corazón empezar a latir velozmente. Jamás había estado allí y jamás pensó estarlo. No conocía nada sobre ellos y lo único que tenía bien claro era que su sangre era tan sucia que repugnaba, pero nada más. No tenía idea alguna sobre sus costumbres y tradiciones. No sabía mucho más, además de que ellos no deberían existir.
Su mano derecha rápidamente se movió por debajo de su elegante túnica negra y sintió su respiración volver a la normalidad al sentir su varita allí, junto a ella. Sintió alivio al comprender que con sólo un movimiento volvería a la Mansión y haría como si nada hubiera sucedido, como si nunca hubiera aparecido allí.
—Hola.
Sus párpados se abrieron al escuchar aquella voz tan infantil como la de Draco y frente a ella la vio. Era una pequeña niña, tendría la misma edad que su hijo, no pasaría los cinco años. Su cabello castaño y ondulado se encontraba atado en dos extrañas coletas a los costados de su cabeza, mientras que vestía un liviano vestido rosa que ondeaba al viento, pero luego sintió su corazón detenerse al observarla bien. La pequeña tenía los ojos más hermosos que jamás había visto, eran castaños pero a la luz del Sol lucían dorados, tan dorados y hermosos que parecían sólo un sueño. Sintió que la niña la deslumbraba con aquella mirada, era como contemplar el interior del más puro ser, era como ver su alma. No podía dejar de observarla y sintió que, aunque quisiera, no podría. Aquella niña tenía algo, algo que la hacía sentir extraña.
Todo a su alrededor había dejado de existir. Había olvidado por un momento dónde se encontraba y quiénes la rodeaban. Había olvidado por qué había sentido tanto miedo y desesperación. Su cabeza dejó de pensar cuando todo a su alrededor se había detenido.
Ella podría haber tenido una niña tan hermosa como aquella. Podría haberla observado como estaba observando a la pequeña. Podría haber sentido una calidez en su interior con sólo contemplar sus preciosos ojos como ahora mismo sentía. Podría haberla abrazado y retenido en sus brazos y no sólo desearlo. Podría haber hecho y sentido tantas cosas con sólo tener a su hija y, sin embargo, sabía que todo quedaría en sueños e ilusiones. Y sin embargo… su hija no volvería.
La niña observó a la hermosa mujer con intriga, pero no se movió de su lugar. Su mamá siempre le había dicho que no debía hablar con extraños, pero esa mujer no era extraña o, al menos, ella sentía que la conocía. Ella sentía que debía hablarle… ella sentía que necesitaba ayudarla.
— ¿Por qué estás vestida así?— preguntó la niña, contemplándola con toda la inocencia que habitaba en una persona de su edad, intrigada por la túnica negra que llevaba Narcissa.
Narcissa la observó fijamente con sus intensos ojos celestes, mas no respondió, sólo quedó perdida en aquellos orbes dorados.
Muggle o no, sentía que no podía apartar la mirada de la pequeña, y, nuevamente, el dolor la golpeó con fuerza. Ella quería llenar el vacío que había dejado su hija y ésta niña había caído perfectamente en ese lugar, pero ella jamás sería su niña ni podría serlo. Todo era simplemente imposible. Tenía que dejar de soñar para despertar de una vez en la cruel realidad. No podía seguir viviendo en ilusiones.
Narcissa comprimió con fuerza sus puños, cortando la circulación de su sangre y volvió cerrar sus ojos, evitando todo contacto con los de la niña. Quería irse, alejarse de ese lugar. Quería regresar a su hogar y ahogarse en su propio dolor. Ni siquiera unos cuantos Cruciatus podrían compararse con lo que estaba sintiendo. Tanto dolor y ella no sabía si podría soportarlo, continuar haciéndolo.
Las risas y carcajadas de los niños a su alrededor comenzaron a infligir más sufrimiento. Sólo eran niños, pero quería que detuviesen aquel sonido. Ella jamás podría escuchar a su hija reír de la misma forma, y esos pequeños parecían querer recordárselo una y otra vez. Por primera vez, deseó que el mundo quedara en silencio, que el tiempo se congelara y que cada persona sintiera lo que ella sentía, que cada persona sufriera su misma perdida, y que todos lloraran por su hija.
De pronto, sintió una suave sensación sobre la fría piel de sus manos, una sensación que causó escalofríos en su cuerpo. En ese instante, sintió algo tan cálido dentro suyo que creyó estar soñando; su interior rebalsó con inquietud. Esas pequeñas manitos sobre las suyas lograron que abriera los ojos y que lo primero que viera fueran esos hermosos ojos dorados, observándola con inocencia y timidez, contemplándola de una manera que hizo su corazón saltar.
Su lado racional le gritó que quitara esas asquerosas manos de las suyas, que obligara a la niña a disculparse por haberse atrevido a tocar a una Sangre Pura, pero no pudo hacer nada de eso. Narcissa, por primera vez en su vida, dejó de lado todos los prejuicios que durante toda la vida su familia le había inculcado y permitió que la niña tocara sus pálidas manos, regalándole una tortuosa calidez.
—Cuando estoy triste, comienzo a observar las flores…— la niña le sonrió fugazmente y sus ojos brillaron aún más—. Ellas siempre calman el dolor.
Narcissa sintió como un nudo se formaba en el medio de su garganta. Sintió que sus ojos comenzaban a humedecerse con lágrimas que jamás saldrían de ellos. Sintió que su corazón se oprimía contra su pecho, buscando desesperadamente una forma de salir de allí. Sintió que sus manos comenzaban a temblar bajo las de la pequeña. Sintió que esas simples palabras lograron penetrar mucho más de lo que muchos intentaron en los últimos días.
Narcissa sintió ganas de llorar junto a la niña.
Sin notar el momento, las manitos de la pequeña se alejaron de las suyas y no entendió por qué, pero desesperadamente quiso que esas manitos volvieran rápidamente sobre las suyas. Sintió el vacío crecer nuevamente en su interior.
Sintió la calidez desaparecer.
Sus ojos siguieron en un deseo desesperado a la pequeña, quien se había alejado corriendo tan rápido como sus cortas piernas lo permitían hacia unos de los tantos árboles en el lugar para luego inclinarse sobre el pasto verde, como si se encontrara buscando algo con terrible ansiedad.
Narcissa tuvo el deseo de decirle que volviera junto a ella, de ordenárselo si era necesario, pero sus labios no se despegaron y su boca continuó cerrada. Contempló a la pequeña con angustia, no quería que se marchara, no quería que la abandonara como su propia hija ya lo había hecho. En ese momento dejó de importarle que aquella niña ignorara todo sobre el mundo mágico en el que ella vivía; ya no importaba si por sus venas corría sangre corrompida. Narcissa quería ver esos hermosos orbes de miel derretida brillar en toda su plenitud, quería que brillaran para ella, sólo así podría olvidar por un momento la oscuridad que rodeaba su vida. Sólo así podría olvidar que su hija estaba muerta.
Repentinamente, como si Merlín hubiera escuchado sus silenciosas plegarias, la niña volteó hacia ella con una brillante sonrisa y empezó a correr de nuevo hacia Narcissa. La mujer pudo decir que su corazón volvió la latir y que sus ojos celestes se iluminaron al ver a la pequeña cada vez más cerca de ella. Necesitaba que el alma pura de la niña limpiara su dolor por sólo un segundo. Contempló sus orbes dorados resplandecer aún más si era posible y esa extraña calidez en su interior se incrementó.
La niña llegó hasta ella con la respiración entrecortada y su pecho bajando y subiendo en busca de oxígeno, pero su preciosa sonrisa jamás desapareció de su delicado rostro, mientras que sus manitos se encontraban escondidas tras su espalda. Narcissa tuvo la necesidad de abrigarla entre sus brazos, de la misma forma que había hecho con Draco cuando él quería dormir, pero no demostró nada, sólo continuó observándola con intensidad, queriendo decirle tantas cosas pero a la vez nada.
—Mi mami me regañará si me encuentra hablando con una mujer extraña— comenzó la pequeña con voz tierna y suave, y observándola con travesura en sus ojos—, pero antes de irme tengo que darte algo muy importante— dijo muy segura y sin borrar la sonrisa.
Narcissa quiso retenerla junto a ella nuevamente, no quería dejar que se alejara. Esa niña no era nada suyo, pero tal vez sí, sí ella…
—Por favor, ¿puedes cerrar los ojos?
El aliento escapó de su boca al oír aquellas palabras. Narcissa sintió tantas ganas de llorar, de arrogarse al suelo y llorar por todo lo que no fue, por todo lo que le fue arrebatado. Por todo lo que pudo haber sido, por todos los hubiera, y por todo aquello que sólo será posible en las profundidades de sus sueños. Nada quedaría en la realidad y eso dolía mucho más. Su vista se nubló y sus finos labios temblaron ligeramente. Era imposible seguir aguantando tanto sufrimiento; nunca podría superar la perdida de su bebé… jamás podría hacerlo.
Sus ojos se cerraron y la tristeza la abrazó.
Todo estaba oscuro pero ella quería contemplar esos ojos, ella quería contemplar a la niña que le había devuelto la calidez por sólo unos pocos minutos. Quería abrir los párpados y contemplarla, pero no pudo. La petición inocente de aquella niña había hondado en el fondo de su interior, había atravesado los recuerdos más fuertes y había llegado a tocar algo dentro suyo.
—Cuando duela, sólo obsérvala…
Su dulce voz recorrió sus oídos con lentitud, marcando un camino de paz hacia su alma. Y luego sintió algo terso y ligero dentro de las palmas de sus manos, algo que tenía un aroma delicado y sereno que la hizo sentir en paz consigo misma. Narcissa abrió los ojos anhelante, esperando encontrarse con esos orbes dorados contemplándola calidamente, pero frente a ella ya no había nadie… la pequeña no estaba. Ella sintió la desesperación comenzar a hacer presencia y la angustia acompañarla en el camino. Sintió que se ahogaba dolorosamente. La buscó con la mirada rebalsada de sufrimiento entre las personas, deseando con todas sus fuerzas hallarla. No lo hizo, no la encontró, pero al bajar su mirada húmeda… la vio.
Allí, sobre sus pálidas y frías manos se encontraba una flor. Sus ojos no creían lo que veían y pensó que todo se trataba de un sueño, mas ella sabía que todo era mucho más real de lo que imaginaba. Era una hermosa y frágil flor blanca, era verdaderamente maravillosa. Tan pulcra como la pequeña que la había colocado allí. La contempló maravillada y, sin poder detenerlo, una lágrima escapó por la esquina de su ojo, cayendo lentamente sobre uno de los pétalos de la flor.
Segundos después, el dolor desapareció.
OOO
Disclaimer: Todo es propiedad de J. K. Rowling, yo sólo juego con los personajes y la trama.
Éste es mi primer long- fic Dramione y espero que les haya gustado el primer capítulo. Si bien más adelante vamos a entender mucho más la trama quiero decir que ésta no va a ser una de esas historias en las que Draco y Hermione se enamoran en un segundo, sino todo lo contrario. Van a pasar muchos capítulos hasta que suceda algo como eso, por eso aviso que éste fic será bastante dramático en ese sentido.
Nos leemos…
