Richie no podía soportarlo más.

Había intentado por todos los medios posibles cambiar su modo de actuar para ser menos inmaduro, menos bromista... Menos él. Creía que podra lograrlo y así conseguir merecer el amor de su Eddie.

Pero no. Había vuelto a decaer en su comportamiento deficiente, había dejado salir de su boca comentarios de mal gusto en los que ni siquiera creía... Todo con la intención de hacer sentir mal a su Eds, aquel chico que continuaba a su lado pese a todo lo malo que hacía. Y lo había logrado.

Entonces se había marchado, con los hombros hundidos por la culpa y el remordimiento, deseoso de voltear sobre si mismo y pedir disculpas a su Chico.

Ahora creía que todo había acabado, que ya no valía la pena luchar por algo que se sabía estaba destinado al fracaso. Sus ojos fijos en las baldosas bajo sus pies y sus dientes apretando su labio inferior hasta el punto de sacarle sangre, eran pruebas de ello.

Distraído, y ensimismado como estaba frente a la situación en la que se hallaba, no notó una pequeña "cosa" que estaba en su camino hasta que fue demasiado tarde.

Su pie derecho la pisó y él trasbilló por un momento, completamente desorientado de su entorno.

—¡AYYY!—fue el sonido que escapó de entre sus labios cuando su trasero impactó con el pavimento de la acera. Se arrastró, sin demasiado interés, hasta donde estaba el objeto que le había hecho "descender" de forma tan abrupta: era una lámpara, del tipo de esas en las que se aparecen Genios en las películas de fantasía.

El chico la tomó entre sus manos, frotando con la manga de su chaqueta uno de los lados, donde se podra percibir una capa de polvo bastante interesante que cubría una palabra: "Richie".

La soltó, asustado de repente, pero ya era tarde: un tipo de humo celeste había comenzado a salir por un extremo de la lámpara.

Y cuando menos lo esperó lo tengo delante de si: una figura corpulenta y de sonrisa de labios apretados le miraba desde donde flotaba.

—¿Qué...?—dijo con asombro.

—Tienes un deseo. —murmuró el "hombre".

Richie no podía creerlo: un genio de una lámpara estaba dispuesto a cumplir un deseo suyo. Sin embargo, no se hizo esperar.

—Deseo convertirme en alguien perfecto para mi Eddie, alguien a quien él pueda amar.

Al instante lo sintió: su altura era mayor, sus ojos podían ver sin gafas, era más delgado... No tuvo necesidad de pedirle al Genio un espejo, él se lo ofreció sin quejas, y así pudo observar como su deseo era cumplido. Se había convertido en alguien perfecto, alguien a quien Eddie Kapsbrak pudiera amar... Se había convertido en Bill Denbrough