Él caminaba sin rumbo por los solitarios senderos. Solo, callado, sus ropas raídas y desteñidas por el tiempo y la lluvia, sus cabellos sucios y despeinados cayendo sobre su frente morena… sus manos se extendían sin anhelo, esperando la grata misericordia de una ínfima limosna, pero nadie se atrevía. No, nadie se acercaba a ese ser abandonado, condenado a vagar desde niño… todos los corazones y ojos fríos que lo observaban, que lo cuestionaban y amenazaban, todos aquellos que quisieron ayudarlo y no se atrevieron a contradecir los injustos prejuicios de la poco profunda sociedad… todos ellos nunca lo miraron como yo lo hice.
No había nada que pudiese atraerme parcialmente de él. Un rostro sin expresión, un cuerpo sin vida, un alma sin dios… todos decían lo mismo, que él había malgastado su vida, que la había convertido en un chiquero mugroso que culminaría sin sentido. Pero no era así. No, no lo era. Yo lo sabía. Porque lo había observado y algo me lo había dicho: sus ojos. Tenía los ojos claros, rasgados e impactantes en aquel tostado rostro.
Ojos de mirada ausente y profunda, incapaces de ser encontrados, parecían no mirarte. Pero eran tan cargados, tan divinos e irreales que cada vez que los abría algo en mí cobraba vida, se movía y formaba la visión de un alma, un alma perdida, aquella que él había perdido hace tanto…
No me importaba lo que decía la gente de él, lo que mis amigos me repetían cada vez. ¿Qué sabían ellos de él? ¿Qué podían sospechar? Me enfurecía pensarlo, porque no podía responderme. Solo yo sabía que tras aquel rostro sin emociones, un alma solitaria, un ser de carne y hueso se ocultaba, y no solo un vagabundo de raídas ropas y cabello sucio.
Así pensaba yo, sola y alejada en medio de la multitud, viéndolo en aquel rincón como si se tratase de un trapo tirado. Tenía los ojos abiertos, bajos, pensativos de algo incapaz de conocer, insondables.Quizás algún día pudiese descubrir aquello que ocultaba aquel vagabundo, su historia, su ser. Quizás, cuando mi covardía disminuyera, vería sus ojos de verdad, aquellos ojos que a nadie miraban.
Sí, quizás.
Levantó la mirada de repente, tan de repente que no fui capaz de reaccionar. Ni en aquel momento ni en ningún otro. Sus ojos se clavaron en los míos por un segundo, helando hasta la última gota de mi sangre.
Y la belleza de aquellos ojos estalló como una cumbre de infinitas estrellas en mi cabeza, desbordante, como la mar, intensa, maravillosa, inplacable. Nunca había visto nada igual, no era belleza, no, aquello era algo más, era algo celestial, algo divino. Sacramentos, leyendas, religiones, todo quedaba atrás. Incapaz era de creer que había encontrado, aunque solo en una milésima de segundo, parte de aquella alma perdida.
Desperté del ensueño, tan de pronto como me sumergí en él. Él me seguía observando, pero yo me negué a mirar sus ojos. En vez de eso, me concentré de nuevo en el camino. Pude percibir sin embargo, una ligera sonrisa en sus pálidos labios. Sabía lo que había descubierto, y creo que le agradó. Aunque ya no lo miraba, pude presentir su mirada clavada en mi espalda mientras cruzaba la calle.
Si, lo había descubierto. Ya no solo era intuición. Había visto algo en sus ojos. ¿Anhelo? ¿Tristeza? Era imposible desifrarlo, pero no era eso lo que buscaba.
Mientras lo veía desaparecer al bordear una calle, pedí un silencioso deseo. Quizás nunca se cumplirá. Quizás nunca pueda... Quizás... él ya lo sepa...
" Vagavundo, ayúdame a mirarte."
