El viento mecía sus cabellos rubios bajo la luz de la luna. En un gran árbol estaba un chico atractivo de ojos verdes contemplando la nada y a la vez todo. Su rostro no mostraba ninguna expresión, pero sus ojos denotaban soledad, tristeza, añoranza... Emociones que un asesino tan brillante como él no debería sentir. Había perdido a su compañero y amigo, Sasori. Aunque lo suyo fuera una relación "amor-odio" como la calificaba Kisame, ambos se tenían mucho respeto y cariño. Pero ahora estaba solo, y para colmo le habían puesto como compañero a ese pesado de Tobi. Eso era demasiado para él.
Su ensimismamiento hizo que no se diera cuenta de que una gran kunoichi se deslizara por el bosque hasta donde estaba él. El objetivo de ésta era matarle, obviamente, así que con un kunai en una mano y su puño preparado por si las moscas en la otra, se dirigió sigilosamente hacia su espalda. Cuando llegó, de un rápido movimiento le agarró el cuello y con el kunai en su garganta susurró.
-Es tu fin...
-Azlo ya por favor.
Esta respuesta sorprendió a la pelirrosada, y más cuando notó algo húmedo en su mano. Estaba llorando. Deidara también se sorprendió. No era muy común llorar en un hombre y, aparte, solo era un compañero... Pero en realidad era más... Era su amigo, casi su hermano. Sakura libró al chico de su atadura y éste, inmediatamente, se giró hacia ella y la miró a los ojos.
-¡AZLO!- repitió casi gritando- ¡NO TENGO NADA QUE PERDER!
Sakura lo único que hizo fue abrazarle. Deidara se sorprendió, pero correspondió con un abrazo también. Pasado un rato, ambos se separaron lentamente.
-Hagamos como que ésto no ha pasado ¿vale?- dijo Sakura
-¿Nada de nada?
-Exacto...
-Entonces ésto tampoco ha pasado...
Lentamente se acercó a Sakura y, rozando sus labios, la agarró de la cintura y la atrajo hacia si, sentándola en sus piernas. La pelirrosada no sabía que hacer, pero terminó cediendo. Como habían dicho, eso no habría pasado. Lentamente ese beso cobró intensidad, sus caricias fueron más salvajes, pero ninguno quería ponerle fin. Esa noche, un asesino de clase S y la discípula de Tsunade, uno de los tres Sannin, se fundieron en uno solo.
A la mañana siguiente, se despertaron a la vez, teniéndo la esperanza de que el otro se hubiera marchado. Al no ser así, se miraron a los ojos, sonrieron y se fueron cada uno por su camino. Lo prometido era deuda: nada había pasado...
