Disclaimer: Rumiko Takahashi, dueña y señora de todo. Lo único que me deja es la pobre trama y un par de apellidos(?)
Otros derechos: La adaptación de la canción «Se pareció tanto a ti» del grupo salsero «Niche». La idea tan alborotada es de Aomecita Taisho, a quien le dedico esta bazofia con todo el amor de mi kokoro. El resto, es mío (si es que hay algo que me pertenece u.u)
Kikyō, se pareció tanto a ti.
Chapter 1.
El deseo prohibido, o las relaciones extramaritales son algo bastante típico en estos tiempos; la falta de comunicación y el descuido de las mujeres en sus hogares, han llegado a revolucionar las creencias de Japón. Por eso se crearon novelas como: "La mujer de mi esposo" o algo. Y las mentiras, oh las mentiras ¿quién no dice una mentira? Claro, por querer conservar un matrimonio, un amor. ¿Quién no inventa una historieta? Para no más que evitar un desgarre, un dolor.
¿Y quién no se mojaba los labios, con otros se supieran a miel? ¿Quién no se dejaba llevar por el deseo y terminaba siendo infiel?
Que no lo culparan.
Recordaba todo en silencio, como si no pudiera dejar de revivir a cada momento de soledad todo lo vivido aquella noche. La sonrisa tan lúdica, tan parecida a la de su esposa, tan elegante, tan fina, pero a la vez tan sensual y tan niña. Las ropas habían rodado sin compasión, los besos desesperados se habían vuelto demasiado vitales, y el aire, se les había vuelto demasiado mezquino como para dejar que respiraran con facilidad, al momento de mirarse. No deseaba quitarse de la mente ni del cuerpo, cada sensación que había vivido.
Había sido como si la razón se le hubiera ido antes de que la concibiera, o como si de verdad la hubiese deseado antes de quedarse a pensar que estaba engañando a su esposa: a diez años de matrimonio. ¡Pero es que todo era culpa de Kagome, maldita fuera! Se parecía tanto a Kikyō, que no pudo evitar desearla con la misma intensidad con que lo había hecho la primera vez que conoció a su mujer. Pero el tiempo había pasado, y la soledad, la frustración y el problema psicológico de Kikyō lo habían aislado. Y eso, aún le dolía.
Porque la quería.
Había dejado de amarla mucho tiempo atrás, cuando aún había visto la cara de Kagome Higurashi en su vida. Quería a su esposa, todavía la quería, pero ese sentimiento casi doloroso que lo había embargado cuando se casó con ella, se había ido en picada, cuando otros ojos chocolates más claros se le cruzaron por el camino. O mucho antes de eso.
Kikyō era infértil. Claro, había podido lidiar con eso, porque el amor que había sentido por ella era más fuerte en ese entonces. Sería fácil conseguir hijos, adoptarlos, conseguir mujeres que se parecieran a ella para alquilarles su vientre ¡algo! Pero ella no se sentía feliz, ni siquiera con esas opciones podía aceptar el casarse con él. Pero él había sido tan ciego, tan imbécil; a la larga, esa mala decisión le había afectado a los dos. De un tiempo, antes de que Kagome llegara a la empresa como vicepresidenta de la misma, Kikyō no se había dejado tocar un solo cabello.
Claro, ahora entendía por qué Kagome le había quemado la piel solo con tocarle el pecho con el dedo índice.
Su esposa había mejorado con la terapia del psicólogo, y en vez de haberlo recibido como se merecía, se fue al caño con su decepción. Kikyō fue quien echó a perder el amor que aún podía corresponderle, ella misma se encargó de matar todo lo que hacía falta en ese matrimonio, y en vez de preocuparse por mantener vivo lo que quedaba: dejó que todo se le escurriera de las manos. ¡Maldecía! Las malas decisiones de su esposa habían colapsado sus sentimientos. Y él ya no podía hacer nada.
Le dolía, de verdad.
Suspiró rendido, en su cama, mientras escuchaba cómo caía el agua sobre el cuerpo de Kikyō, en el baño. Ya no podía ocultárselo más, tenía que atreverse, tenía que lanzarse a sacar a la luz esos sentimientos tan fuertes que le tenía a otra mujer, a otra que caminaba con su misma rapidez, otra que respiraba su misma eficiencia y coeficiente intelectual, otra que emanaba la misma sensualidad y elegancia con solo mirar, caminar, tocar… otra que le había hecho el amor mejor de lo que recordaba en su vida; una mujer que era tan exactamente parecida a ella. Sólo que un poco más de encanto infantil, lo mismo que lo tenía loco.
Aun así, comparándolas tan cínicamente, no pudo confundirlas al momento de tener a Kagome. Sencillamente eso. Porque estaba entregado a ella sin ni siquiera recordar que era un hombre casado, y que su esposa lo estaría esperando hasta el momento que él llegó: el amanecer.
Pero es que… ¿Cómo resistirse? Si Kagome fue arrastrándolo con la mirada. Desde que llegó a su departamento, con la excusa de los trabajos de la empresa (eso, porque la verdad es que Higurashi se lo había mencionado con una connotación sensual, no sexual, tan alta, que no había podido pensar con claridad lo que le restaba del día). Kagome había creado la atmósfera perfecta: tan sexy que ni siquiera se daba cuenta a simple vista, pero que lo excitaba a niveles impensables, tan inocente que podía notar su deseo con solo respirar, y tan condenadamente suya que no tuvo conciencia de cuándo es que la vio tan cerca de él.
«—InuYasha». Sólo eso: InuYasha.
Le tomó de la nuca, saboreándola como nunca antes lo había hecho con nadie. Se sintió como un jovencito, de nuevo, con las hormonas alborotadas al mil por ciento, como si fuera su primera vez, su primer beso, su primer amor… Sintió el peso, sintió el miedo, sí, de poderse equivocar.
«—No puedo, Kagome. Discúlpame, pero estoy casado…» Como si él mismo se estuviera creyendo la canallada. En vez de ver su rostro entristecer, la vio sonreír, como si ello no fuera obstáculo.
«—Me siento extraña, no lo voy» negar Le había confesado, sin tapujos. Pero cuando sintió el dedo índice femenino, tocarle el pecho, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, pudo dejar ver el deseo y la necesidad que sentía por ella.
Esa experiencia… simplemente no había podido describir las sensaciones. Esa noche de lluvia, que parecía no querer dejar amanecer sólo por ellos. Igual, no se arrepentía a pesar de saber que se había equivocado. Sintió miedo, sí, sintió peso, de quererse enamorar… otra vez.
—Vaya, has dejado de soñar —cuando escuchó la voz de su esposa, se sobresaltó. No esperaba verla tan rápido—. Tranquilo, me demoré en la ducha lo suficiente como para que pensaras con claridad. —Lo miró a los ojos, cuando un brillo de tristeza pasó por su triste mirada—. ¿Tienes algo qué decirme?
¿Qué? Entonces Kikyō… ya lo sabía. Vio a su esposa mirar para la ventana, sin atreverse a prender la luz, para que admirara su figura cubierta por el blusón y toalla que traía en la cabeza. Su semblante sonó duro, y más, porque traía el largo cabello escondido, como para que le pudiera esconder el rostro de su vista. Se sintió incómodo, removiéndose en la cama.
—No. —Se sintió miserable, sí, pero no quería herirla.
—Disculpa —encaró una ceja, mientras suspiraba—. Tus reacciones en la noche, mientras sueñas, y el nombre que repetiste… ¿Crees que soy tonta? —A pesar del dolor que podía sentir, no demostraba temor alguno al hablar. La verdad era que desde hacía mucho estaba preparada para eso, y reconocía que InuYasha había tardado demasiado.
El sonrojo lo invadió, mas la oscuridad de la noche y el brillo de la luna, pudieron esconderlo muy bien.
«Kagome, mientras sueño me delatas.»
—Kikyō —se levantó de la cama, acercándose a ella. La mujer de treinta y dos años, no reaccionó, a más de cerrar los ojos, al sentir el calor de su esposo tan cerca. Aunque ella ya hubiera perdido el suyo propio—. La mañana en la que llegué temprano…
No prosiguió. Pudo sentir de manera clara los labios de su esposa tratar de quemarle los suyos, pero en vez de hacerlo, lo helaron. El corazón le hincó gravemente, cuando cerró los ojos y se dejó llevar por la caricia tan extraña, que había quedado perdida con los años de soledad y abandono casi total que ella misma le había dedicado.
—Todo esto ha sido mi culpa —susurró herida, sin quebrar la voz—. Me encargué de alejarte, a propósito —se recargó en el pecho de su marido, queriendo memorizar el olor y la fuerza de su pecho contra su cuerpo frágil—, y te entiendo.
—Tú no tienes idea…—los ojos se les escondieron bajo el flequillo. En serio le estaba doliendo— de lo que esto me está costando, Kikyō.
Fujirawa se separó de Taishō, para poder mirarlo. Asintió.
—Lo sé. Por eso tengo que decirte algo muy importante —tomó aire, sintiendo el corazón partírsele. InuYasha la observó perplejo, sin moverse—. Quiero el divorcio.
Y él, no supo qué decir.
Continuará…
Muy bien, primero que nada, Aomecita, yo no puedo ir por ahí, quitándole el marido a alguien, sin tener una buena razón, solo porque lo vi más bonito junto a otra. Debes saber que mi estilo no es el de pisotear a Kikyō como vil perra, mientras que InuYasha y Kagome se la pasan pavoneándose por allí, demostrándose el amor frente a la mocosa ex de Taishō. No señor, yo no estoy loca (ya no). Hacía mucho que no utilizaba a Kikyō de esta manera, se siente bien xD De todas maneras, con el trasfondo tan bien puesto que me esforcé por adaptar de la canción, sé que te va a gustar, mujer, sé que me amarás siempre.
El siguiente capítulo contiene tu tan ansiado lemon, así, a mí jodida manera xD y los (tú ya sabes, chamaca, no voy a revelar…) eso es un EWE, como te dije en Facebook ;) por eso espera el próximo tercer capítulo, prometo subir rápido. Hago esto con mucho amor, sabes que de verdad te aprecio, mujer, eres mi DAIK preferida (y pregúntame por interno qué significa eso, deberíamos tener una página xD). Dejando eso de lado: ¡que lo disfrutes, Aomecita, es para ti!
Besos, espero tu review ;)
A las demás nenas que siempre me llenan de hermosos reviews, espero hayan disfrutado tanto como yo.
Saludines :3
