¡Feliz Navidad!

Descargo de responsabilidad: Skip Beat! no me pertenece, y posiblemente nunca lo haga…


UNA FECHA MÁS

Durante muchos años, para Mogami Kyoko, su cumpleaños no era más que la fecha que debía poner en cualquier impreso o formulario. Unos números que tan solo indicaban el día en que su madre la trajo al mundo.

Un hecho objetivo, solo un dato más. Igual que su nombre, su domicilio, su número de teléfono o el de la cédula de identidad.

Fecha de nacimiento: 25 de diciembre.

La pequeña Kyoko creció sin saber lo que era un cumpleaños, porque el doloroso desapego y constante desprecio de su madre no daban espacio para nada más.

Luego, con los Fuwa, eran días de mucho trabajo en el ryokan, para las parejas japonesas que se recordaban su amor y navidad para los turistas extranjeros. Nadie se acordaba de la niña que los miraba con los ojos brillantes de algo parecido a la envidia o al hambre de cariño y que imaginaba que esas luces resplandecientes, que esas velas y las sonrisas felices, eran para ella.

Y en cada cumpleaños de Shotaro, ella se ponía su mejor sonrisa y fingía que no se daba cuenta de cuán diferentes eran. Fingía que no había un abismo entre ser el hijo de los dueños y ser la niña recogida por lástima.

Así que Kyoko se acostumbró a no esperar nada. Era más fácil así…

Si no esperaba nada, no sufriría, y podría fingir que era cualquier otro día, y no el día en que los demás se alegraban de que existieras, de que formaras parte de sus vidas.

Un día para celebrar que hubieras nacido, y que le importabas a alguien.

Que te querían.

Pero la vida es una cosa curiosa, fíjate tú…

Resulta que en cuanto se libró del peso en su cuello que era Shotaro y empezó a vivir por sí misma —solo por y para ella—, su pequeño mundo empezó a crecer, a expandirse, y su corazón, roto y maltrecho —pero no muerto—, empezó a llenarse de afectos que se tejían con otras vidas, como lazos invisibles, con otros corazones.

—Feliz cumpleaños, Kyoko-chan.

—Feliz cumpleaños, Mogami-san.

—Feliz cumpleaños, Kyoko.

—¡Feliz cumpleaños, Onee-sama!

Maquillaje, hilos de vudú, unos zapatos preciosos, una rosa de leyenda…

Daba igual…

No eran más que cosas, símbolos de su afecto. Porque ese era el verdadero regalo, el cariño que venía con cada presente, y que ella sentía que le desbordaba el corazón. La calidez de sentirse querida.

A partir de entonces, su cumpleaños dejó de ser solo una fecha más, para ser un día que recordaría siempre con el corazón alegre y el alma abierta.

Porque para Kyoko, realmente fue un cumpleaños feliz. Pero —y esto es importante— tan solo fue su primer cumpleaños feliz… El primero de toda una vida llena de amor…