Prólogo
Natchez, 1805
El sonido de los puños golpeando la carne llenaba la habitación. Hecha un ovillo con los brazos sobre la cabeza, kagome permanecía inmóvil mientras gritos ahogados brotaban de su garganta en carne viva. Su rebelión había sido aplastada hasta tal punto que lo único que quedaba de ella era la firme decisión de sobrevivir a la acometida de su padrastro.
Onigumo higurashi era un hombre de escasa estatura pero constitución muy robusta y, fuerte como un toro, solía compensar con su vigor su falta de inteligencia. Cuando estuvo seguro de que kagome no ofrecería más resistencia, se incorporó con un gruñido de furia y se limpió en el chaleco los puños ensangrentados.
Kagome tardó un minuto en darse cuenta de que onigumo por fin había terminado.
Apartó los brazos con cautela y ladeó la cabeza. Su padrastro se alzaba sobre ella con los puños todavía apretados. Kagome tragó saliva, sintiendo el sabor de la sangre, y logró erguirse hasta quedar sentada en el suelo.
-Bien, ahora ya conoces las consecuencias de desafiarme -masculló onigumo-. Y a partir de ahora, cada vez que se te ocurra aunque sólo sea mirarme con impertinencia, te lo haré pagar muy caro. -Alzó un puño ante el rostro de kagome -. ¿Lo has entendido?
-oui. - kagome cerró los ojos. «Que esto se haya terminado de una vez», pensó febrilmente.
«Que esto se haya terminado de una vez...» Con tal que él se fuera, estaba dispuesta a no hacer ni decir nada.
Fue vagamente consciente del resoplido de desprecio que exhaló onigumo mientras salía de la habitación. La cabeza le dio vueltas mientras se arrastraba hasta su cama y se incorporaba penosamente hasta quedar de pie. Se llevó una mano a la mandíbula magullada y la tocó con mucho cuidado. Un sabor salado le llenó la boca, y se apresuró a escupir. La puerta crujió y kagome le dirigió una mirada llena de recelo, temiendo que su padrastro hubiera vuelto. Sin embargo, era su tía kagura, quien había buscado refugio en otra habitación durante los peores momentos de la rabia de onigumo.
Kagura, conocida por todos como tante, era una de esas infortunadas solteronas que no consiguieron encontrar un esposo cuando estaban en edad de casarse y por consiguiente se veían relegadas a vivir de la siempre incierta caridad de parientes que aceptaban su presencia de mala gana. Sus facciones regordetas permanecieron contrariadas en una mueca de exasperada preocupación mientras contemplaba el rostro contusionado de kagome.
-Estás pensando que merezco el castigo -dijo ella con voz enronquecida-. Sé que lo piensas.
Después de todo, onigumo es el cabeza de familia... el único hombre de la casa. Sus decisiones tienen que ser aceptadas sin cuestionarlas. ¿Estoy en lo cierto?
-Es una suerte que no haya ido más allá-dijo kagura, consiguiendo que su voz sonara a la vez compasiva y condenatoria-. No hubiera podido aguantarlo.-Fue hacia kagome y la cogió de la mano-. Déjame ayudarte...
-Vete –murmuró kagome, quitándose de encima su mano regordeta-. No necesito tu ayuda ahora. La necesitaba hace diez minutos, cuando onigumo estaba golpeándome.
-Tienes que aceptar tu destino sin resentimiento -dijo kagura-. Convertirte en la esposa de naraku Suzuki tal vez no vaya a ser tan terrible como te imaginas.
Kagome dejó escapar un gemido de dolor mientras se subía penosamente a la cama.
-kagura, tú no crees eso. Suzuki es un canalla y un cerdo, y nadie que tenga dos dedos de frente dirá lo contrario. -Le bon Dieu ha decidido por ti, y si es voluntad suya que seas la esposa de semejante hombre... -kagura se encogió de hombros.
-Pero no ha sido Dios quien lo ha decidido. - Kagome clavó la mirada en el umbral vacío-. Fue onigumo. Durante los dos últimos años, su padrastro se había gastado todo el dinero que el padre de Kagome les había dejado después de morir. Para volver a disponer de efectivo y recuperar el crédito perdido, onigumo había dispuesto que midoriko, la hermana mayor de Kagome, contrajera matrimonio con un rico caballero que tenía tres veces su edad. Ahora le tocaba el turno a kagome de ser vendida al mejor postor. Había pensado que onigumo no lograría encontrarle un esposo peor que el que había elegido para midoriko, pero su padrastro había logrado superarse a sí mismo.
El futuro esposo de kagome era un plantador de Nueva Orleans llamado naraku Suzuki. Durante su único encuentro Suzuki había justificado los peores temores de Kagome, com portándose de una manera grosera y llena de prepotencia, y llegando al extremo de, medio borracho, ponerle las manos en el escote en un torpe intento de tocarle los pechos. Eso había parecido divertir muchísimo a onigumo, quien alabó la hombría de aquel ser repugnante.
-¿kagome? –Kagura seguía inclinada sobre ella, llenándola de disgusto con su presencia-. Quizás un poco de agua fría para lavar tú...
-No me toques. –Kagome apartó la cara-. Si quieres ayudarme, haz venir a mi hermana. -
Pensar en midoriko hizo que sintiera un tremendo anhelo de ser consolada. -Pero su esposo tal vez no le dé permiso para...
-Tú díselo –insistió kagome, bajando la cabeza hacia el cabezal cubierto de brocado-. Dile a midoriko que la necesito.
Un silencio sepulcral invadió la habitación después de que kagura se hubiera ido.
Lamiéndose los labios hinchados y llenos de grietas, kagome cerró los ojos e intentó hacer planes.
Los malos tratos de onigumo sólo habían servido para intensificar su determinación de encontrar una salida a la pesadilla en la que se encontraba atrapada.
A pesar del dolor de sus magulladuras, kagome dormitó hasta que el sol de la tarde se hubo desvanecido y la habitación empezó a oscurecerse con las sombras del crepúsculo. Al despertar, encontró a su hermana junto a la cabecera de su lecho.
Midoriko-susurró, al tiempo que sus labios doloridos esbozaban una sonrisa torcida.
Tiempo atrás, midoriko habría llorado ante el dolor de kagome y la habría tomado en sus brazos para consolarla. Pero la midoriko del pasado había sido sustituida por una mujer frágil y extrañamente encerrada en sí misma. Midoriko siempre había sido la más guapa de las dos hermanas, su pelo era liso y de un rubio rojizo mientras que el de kagome era rizado, y la piel pálida y perfecta de Jacqueline contrastaba con las pecas de kagome. Sin embargo, kagome nunca había sentido celos de su hermana mayor, porque midoriko siempre se había mostrado muy cariñosa y maternal con ella. Más, de hecho, que su propia madre, naomi.
Midoriko puso una mano perfumada sobre el cabezal de la cama. Lucía un peinado a la última moda y su rostro había sido cuidadosamente empolvado, pero ningún artificio podía ocultar el hecho de que había envejecido mucho desde su matrimonio.
-midoriko... -dijo kagome, y se le quebró la voz.
El rostro de su hermana estaba tenso, pero reflejaba compostura.
-¿Finalmente ha ocurrido? Siempre temí que terminarías provocando a onigumo. Te advertí que no debías desafiarlo. Kagome se apresuró a contárselo.
-Quiere que me case con un plantador de Nueva Orleans... un hombre al que desprecio.
-Sí, naraku Suzuki-fue la seca réplica de su hermana-. Ya estaba al corriente de ello incluso antes de que Suzuki llegara a Natchez.
-¿Lo sabías? –kagome frunció el ceño, perpleja-. ¿Por qué no me advertiste lo que planeaba onigumo?
-Por lo que he oído decir, Suzuki no es un mal partido. Si eso es lo que quiere onigumo, entonces hazlo. Al menos así te verás libre de él.
-No, tú no sabes cómo es ese hombre,midoriko... -Estoy segura de que Suzuki no se diferencia en nada de los demás hombres -dijo midoriko-. El matrimonio no es tan malo,kagome..., al menos comparado con esto. Mandarás en tu propia casa y ya no tendrás que estar pendiente de maman. Y después de que hayas traído al mundo un par de niños, tu esposo ya no visitará tu cama con tanta frecuencia. -¿Y se supone que he de conformarme con eso durante el resto de mi vida? -preguntó kagome, sintiendo que se le hacía un nudo en la garganta.
Midoriko suspiró.
-Siento no poder servirte de consuelo. Pero me parece que ahora necesitas más la verdad que unas cuantas frases hechas. -Se inclinó sobre la cama para tocar el hombro magullado de kagome, y ésta torció el gesto en una mueca de incomodidad.
Midoriko apretó los labios.
-Espero que a partir de ahora serás lo bastante sensata como para tener cuidado con lo que dices cuando onigumo ande cerca. ¿Podrías intentar al menos fingir obediencia?
-Sí -dijo kagome de mala gana.
-Ahora iré a ver a maman. ¿Qué tal ha estado esta semana?
-Peor que de costumbre. El médico dijo... -kagome titubeó, con los ojos clavados en la extensión de damasco bordado que colgaba sobre el cabezal. Al igual que el resto del mobiliario de la casa, estaba raído y ajado por el paso del tiempo-. A estas alturas, maman no podría levantarse de la cama ni aunque quisiera -dijo con un hilo de voz-.
Todos esos años de fingir que era una inválida y no salir nunca de su habitación la han debilitado. Si no fuese por onigumo, gozaría de perfecta salud. Pero cada vez que él empieza a gritar, ella toma otra dosis de tónico, corre las cortinas y duerme durante dos días. ¿Por qué se casó con él?
Midoriko sacudió la cabeza con expresión pensativa.
-Una mujer tiene que adaptarse a lo que se le ofrece. Cuando papá murió, la juventud de maman ya había quedado muy atrás y hubo pocos pretendientes. Supongo que onigumo le pareció el partido más prometedor.
-Podría haber optado por vivir sola.
-Incluso un mal esposo es mejor que vivir sola. Midoriko se levantó y se alisó las faldas-.
Me parece que iré a ver a maman. ¿Se ha enterado de lo que acaba de ocurrir entre tú y onigumo?
Kagome sonrió amargamente mientras pensaba en toda la conmoción que habían suscitado.
-No veo cómo podría haber evitado enterarse. -Entonces estoy segura de que se encontrará muy alterada. Bueno, con nosotras dos lejos, puede que haya un poco más de paz por aquí.
Eso espero, por el bien de maman. Mientras midoriko se iba, kagome siguió con la mirada a su hermana mayor y se volvió sobre el costado. Le dolía hasta respirar.
-De alguna manera -murmuró con abatimiento-, esperaba un poco más de simpatía.
Cerrando los ojos, se puso a planear febrilmente. No se convertiría en la esposa de naraku Suzuki... sin importar lo que tuviese que hacer para evitarlo.
GLOSARIO
Oui: si
Tante: tía
Le bon Dieu:dios mio
Maman: mama
