Por más que su memoria diera un paseo en los jardines del tiempo, no lograba recordar el momento exacto en el que su vida se torció, posiblemente ese punto como tal no existía y el declive de su inocencia empezó desde el mismo día que, siendo un niño de Ciudad Verde, decidió emprender su aventura junto a su valiente Charmander. Nadie hubiese podido adivinar que aquel chico algo cobarde que le tenía miedo a los pokémon insecto se terminaría convirtiendo en el líder de la banda criminal más importante y temida de Kanto, ni siquiera él mismo.
Tal vez la razón por la que a veces le daba por pensar en 'tonterías' era que, de vez en cuando, no le llegaba un mocoso con el ego del tamaño de su plantilla laboral ufanándose de que iba a ganar con su inicial de agua (y perder al minuto contra su Rhyhorn con rayo) sino un verdadero entrenador pokémon, alguien en cuya mirada se reflejaba la pasión y el amor por su profesión… alguien que no mostrara el temor de darlo todo en el campo de batalla.
A veces pasaba que esos niños -porque pese a todo no dejaban de serlo- en su inocencia, después del duelo, le decían cosas como: "Me seguiré esforzando para yo también convertirme en un Líder de Gimnasio, señor", y él sólo se reía para sus adentros, como si aquella profesión tuviese algo de divino. Sacó de su gaveta uno de sus habanos caros, se sentó en su silla ejecutiva y contempló la gran ciudad desde la ventana recordando que todo ese mundo le pertenecía.
¿No deseaba él ser un líder? ¿Cuándo fue que se lo planteó? ¿Cuándo fue que eso le dejó de importar?
Fachada para sus actos, sueño de la infancia, ¿¡qué más daba si al final tenía lo que quería!? El fin justificaba los medios.
