El potterverso pertenece a J. K. Rowling. Este fic participa en el reto anual "Long Story 3.0" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black. Hago esto sin fines de lucro.


Nigromante

Wissh

La muerte, siendo tan caprichosa, tiende a tomarse muy en serio sus reglas de juego. Y para seguir huyendo de su destino, Sirius, quien nunca debió haber vuelto, tendrá que enfrentarse a un peón que busca hacer cumplir La Ley de la muerte a toda costa.


Prólogo

Akodessawa

Al ver el variopinto paisaje que se matizó ante sus ojos, luego de tanta alharaca sobre lo tan-impresionante-que-te-quita-el-hipo que era ese lugar, Sirius tuvo que hacer un esfuerzo por detener su extravagante, y nada oportuna, risa para no llamar la atención de la multitud sobre su persona.

Ahí lo único verdaderamente impresionante era el calor. Un ardor tan potente que podría jurar haber perdido por lo menos dos tallas de túnica. ¡Podría incluso haberse deshidratado bajo el poco tiempo que llevaba a merced de ese inclemente sol! ¡Y las moscas! ¡Oh malditas moscas del demonio que le zumbaban al oído! El rancio aroma a desperdicios recalentados las atraía como plaga, un tufo que sin lugar a dudas le acompañaría en lo que restaba de la mañana, justo como las endemoniadas moscas desde que parecían querer pegársele a la piel. ESO sí era impresionante, al menos lo suficiente como para quitarle el hipo al alguien y sustituirlo con nauseas.

¡Joder! A nadie le hace daño recoger un poco…pensó, abanicándose el rostro con el folleto que la guapa jovencita del Hotel le regaló en el desayuno. De cierto modo ahora lo entendía, el por qué su clase evitaba ese lugar como a la Viruela de Dragón. En un principio había creído que los Aurores debían de tener sus razones para tanta reserva con ese lugar. Que la negativa a poner un pie en ese lugar se debía a que fácilmente podían llamar la atención de un muggle sin querer, o que la onda mágica sobre sus cabezas podría poner a chillar sus varitas sin previo aviso frente a un muggle incauto. Más ahora lo veía muy claro: la razón era porque ningún mago realmente cuerdo posaría un pie en ese lugar a no ser que estuviera ebrio.

O demente.

—Un suerte que yo haya perdido ya la cabeza… —murmuró, pensando en lo afortunados que eran aquellos inútiles por tenerlo a él.

Porque de no ser por su psicótica disposición en hacer el trabajo sucio, y claro, por su inusual necesidad de-vida-o-muerte en recorrer el mundo buscando lo que hasta lo momento se le antoja imposible, no estaría allí a merced de ese clima tan seco y poco agradable haciendo el trabajo que el gobierno se encargaba muy bellamente de ignorar. Estaría en mi Villa, bebiendo cocteles con sombrillitas y siendo consentido por bellas mujeres. O al menos esa era la mentira que Sirius se decía así mismo cada vez que se le asignaba una misión. Era desafortunado, pero la verdad era que poseía una indudable e irresistible necesidad por poner su cuello bajo la soga en honor a su encarecida manía de ayudar a otros.

Sólo Merlín sabía de dónde demonios provenía esa vena altruista…

Quizás otra cosa, de la larguísima lista de cosas de mi pasado, de la cual no poseo memoria.

Y con ese hilo reflexivo haciendo ruido en su cabeza, sacudió con más fuerza el feo fascículo en su mano para espantar tanto a sus pensamientos, como a las moscas y el calor.

—La gran farmacia de la Magia Negra —leyó en el prospecto, escrito en francés e inglés con grandes letras rojas sobre un fondo amarillo mostaza donde se veía una serie de fotografías de hombres y mujeres de color danzando, mientras levantaban sobre sus cabezas osamentas humanas y animales—. Que oportuno —Después de todo se pasaba la vida cazando tratamientos médicos.

Además de las alimañas de siempre que los gobiernos mágicos del mundo les deba pereza, o miedo, cazar.

Viendo más a fondo, no había que ser muy inteligente para darse cuenta del engaño, se dijo viendo el folleto. Notar el elaborado teatro que alguien muy seguro de sí mismo, y de sus habilidades para esconderse, montó en ese lugar alejado de la mano de dios. Sonrió, este iba a ser una presa muy interesante, sólo esperaba que al menos tuviera lo que necesitaba. Porque de no ser así, de nuevo estaba ofreciendo sus servicios a precio de gallina flaca y eso, sinceramente, empezaba a hacérsele odioso.

Con indiferencia, Sirius recorrió los extractos del folleto traducidos al inglés, mientras reposaba bajo la sombra de un puesto de "comida", tratando de ignorar la reciente molestia que le estaba produciendo su prótesis en el muslo izquierdo. Aparentemente ese lugar no era apropiado para "cardiacos y supersticiosos", lo cual a él le resultaba mortalmente cómico desde que todos ahí parecían estar en pleno recorrido de un parque temático. Ni tampoco idóneo para aquellos "débiles de coraje y templanza", algo que seguramente un patético publicista mediocre tuvo que haber escrito creyéndose un sabio de la publicidad.

Y aun así lo huelo. Muerte.

Un potente y denso aroma oculto en medio de esa algarabía morbosa y festiva que a él se le hacía tan graciosa. Un olor a terror que se palpaba en el aire. Terror y miedo, desesperación y una agria sensación de dolor que podía incluso olerla bajo el podrido aroma a desechos y excremento de esas calles de tierra bajo el sol del mediodía.

—Ingenioso —dijo, acercándose a un grupo de turistas que recibían una lección sobre las propiedades mágicas del cartílago de cebra. La verdad aplaudía un poco el desempeño, más debía de decir que era un poco obvio, al menos para sus expectativas. Vale, el denso y penetrante aroma a sudor y podredumbre que ambientaba esas calles, lograba maravillosamente enmascarar el verdadero hedor de la magia que allí se conjuraba. Ni el más experto Auror podría adivinar el truco, todos se creían demasiado listos como para saberse embarrados en la trampa. Más él no era un Auror, ni tampoco un real experto, y le parecía muy poco creativo cubrir la muerte con una muerte falsa.

Y te haces llamar El Brujo Invisible…

Sonrió, una sonrisa canina de oreja a oreja y de dientes descubiertos que pasó desapercibida bajo el coro de risas luego del chiste que el Guía turístico hizo sobre cabezas de babuinos y bananas.

Le irritaba un poco haber estado dos años investigándolo ahora que dilucidaba la obviedad de su escondite. ¿Dónde estaba el peligro y la aventura? ¡¿Dónde estaba el desafío que le habían prometido, joder?! Para haber durado DOS años de ardua investigación, cobrándose favores y cortando algunas cabezas en el camino literalmente, por lo menos exigía un verdadero reto en esa caza. ¿No que aquel era un desalmado brujo, capaz de asesinar niños y beber su sangre? Se suponía que este sería un gran desafío, al menos para los Aurores lo era. No por nada llevaban una década tras su búsqueda.

Cualquiera pensaría que están tras… Se detuvo inmediatamente cuando le golpeó en la cabeza una punzada aguda de dolor.

De nuevo un pensamiento involuntario que buscaba traer un recuerdo olvidado a su cabeza. Qué oportuno, pensó, alegre por haber interrumpido el incipiente recuerdo antes de que su imposibilidad por hallarlo en su memoria le produjera migraña.

Su desconocido pasado: otro mal en su lista de males que prefería evitar cuando estaba en medio del trabajo.

Con soltura, y gracias a un indetectable hechizo Ocultador, se unió al grupo que poco a poco empezaba adentrarse en el recorrido por el Mercado, bamboleando su bastón de un lado otro mientras borraba sus huellas con su varita oculta en medio de la pulida madera de su elegante bordón. Calles y calles se abrieron a su paso, todas inundadas por un fabuloso galimatías de dialectos e idiomas que él consiguió disfrutar. Francés, inglés, algunas otras lenguas foráneas y una vasta variedad de jergas locales que él había aprendido a comprender con el paso de los años en sus misiones de trabajo, se elevaron con la intención de hacer del Mercado de Fetiches de Akodessawa un lugar más mágico, pese a la insoportable cacofonía de sonidos que realmente era abrumadora para su recién adoptado grupo de turistas.

Y eso lo hizo sonreír algo conmovido por el entorno.

Lo admitía. Exagerado o no, si no fuera por su varita oculta en el bastón, o la cantidad de VERDADEROS fetiches bajo su camisa y demás conjuros regados en su piel, él también habría caído en la redes de ese mercadeo voraz al igual que sus atolondrados compañeros. Se lo concedía a los muggles. Sin mera consciencia de que tan sólo eran manipulados por un mago oculto entre ellos, realmente conseguían una forma muy creativa de hacer "magia", o de representar lo que ellos pensaban era magia. Siendo él inmune al efecto arrollador tan bien efectuado por esos muy dedicados muggle, le resultaba muy fácil apreciar lo maravilloso y extraño que era la impresión que ellos tenían sobre lo mágico y oculto. Y sólo por eso, sin perder el rastro de su objetivo, Sirius se dedicó a disfrutar un poco el barbárico escenario teniendo incluso el nervio de rechazar una oferta de Dos por Unode un puesto de cabezas reducidas y órganos en formol luego de haber escuchado, previamente, la explicación pertinente sobre sus usos y propiedades en el campo farmacéutico.

—No es la clase de "remedios" que busco, gracias —dijo sonriente, logrando que la mujer entrada en carnes que le ofrecía su producto, se abochornara con tan inusual muestra de caballerosidad. De hecho, la clase de "remedios" que él siempre se hallaba en una necesidad inmediata eran mucho más elaborados que cualquier pócima hecha con órganos en formol—. Ahora que lo pienso, guapa…—dijo, captando de inmediato la atención de la mujer de piel oscura.

—¿Le-le interesaría nu-nuestra…? —empezó sacando con torpeza algo de debajo de su mostrador rustico de madera.

—Lo siento, preciosa, pero me parece que no es lo que estoy buscando —Otra sonrisa y la pobre mujer ya había olvidado que en la manos cargaba un frasco lleno de entrañas de babuino en aceite—. ¿Podrías echarme una mano? —Le guiño un ojo, un verdadero espectáculo para alguien acostumbrado a toscas caras masculinas y nada de cortesía a la hora de dirigirse a ella. Ante aquella insólita muestra de interés que ese atractivo caballero inglés con magníficos ojos de espejo le daba con su sonrisa y galantería, la vendedora estuvo totalmente ignorante del ardid—. Busco a un amigo —murmuró él, recorriendo cada rincón de su mente, escudriñando por el paradero de aquella asquerosa rata cobarde—. Y creo que puedes ayudarme a encontrarlo…

Nada. No había nada.

Merlín…este tipo es bueno. ¿Quién lo diría? Para ser el rey de la obviedad, al menos este Brujo Invisible sabía cómo "hacerse el invisible". Sonrió, le guiño un ojo a la mujer y siguió su camino con su bastón rozando el suelo de tierra. Para cuando cruzó en la siguiente transversal, la comerciante ya se había olvidado de él. Una corrida de chiquillos descalzos persiguiendo una pelota, vestidos en camisetas y pantalones cortos, lo obligo a detenerse antes de acercarse al siguiente puesto que vendía osamentas de animales.

Nada, ahí tampoco había nada. Un grupo de mentes vacías de cualquier rastro mágico presencial. Vale, quizás se había quejado muy pronto de esa misión. Ahora, de la nada, empezaba a tonarse difícil. Realmente eres invisible, hijo de perra.

Pero del "bolsillo especial" de su camisa surgió una delicada tonada de campanillas que atrajo su atención lejos de la misión, incluso de seguir borrando sus huellas con su bastón. Algo que él jamás dejaba de hacer…

—Mierda… —Sacó su reloj y notó con desagrado lo que se avecinaba—. Perfecto. Simplemente maravilloso…

No podía engañarse a sí mismo y decir que desde que despertó se dedicó sólo y exclusivamente a ese trabajo. Hubo un tiempo, muy corto y que se esforzaba por olvidar debido a sus acciones de ese entonces, donde las prioridades de Sirius distaban mucho de ir por el mundo cazando magos oscuros descarriados que los Aurores de distintos países no podían atrapar, como el Brujo Invisible. De hecho, en aquella época sus preocupaciones habían sido más del tipo egoísta. Nada de negocios, sólo prioridades enteramente personales que orbitaban alrededor de su necesidad de descubrir quién era y de dónde venía a cualquier precio. No obstante, desde que su despertar comenzó a pedirle "incómodas" retribuciones que ameritaban una rápida e imperativa medida de salida, aquellas prioridades pasaron a un segundo plano. Un estipendio que, pese al fin encontrar una manera más correcta y "buena" de ir por el mundo buscando la "solución a sus problemas", por cada día que pasaba se hacía más y más difícil de soportar.

Y ahora, a como mucho tenía sólo una hora, quizás menos, antes de que los síntomas aparecieran y el tuviera que pagar su segunda cuota del mes.

—¡Compre, compre! ¡Perfecto para las infecciones estomacales y para vencer a un enemigo! —Gritó el vendedor del puesto vecino despertándolo de su trance. Mostraba a los distraídos transeúntes una monstruosa cantidad de frascos rellenos de fetos de animales, cabezas reducidas y extremidades de monos en vinagre—. ¡Señor! ¡Compre, compre! —Exclamó en un precario inglés que pronto cambio a francés cuando notó a una pareja de ancianos acercarse.

Tentador, pero él realmente no estaba interesado en esa clase de trastos curativos. Incluso, pese a lo peliaguda que se había tornado la situación en cuestión de minutos, encontró divertido lo que un muggle podría creer hacer con dichos ingredientes. ¡Propiedades curativas mi culo! Pensó Sirius con una sonrisa que hacía muy poco por ocultar el dolor y el sudor frío que empezaba a perlar su frente, mientras veía al hombre exhibir su mercancía "mágica" a una pareja francesa que no paraban de fotografiar cuanta roca o cráneo se le atravesara al vidrio de su lente. Soltó un seca carcajada, disimulada por un coro de cacareos histriónicos que unos "brujos" del puesto de al lado soltaron, y guardó su reloj esperando que por esa vez fuera una alerta falsa.

Necesitaba que lo fuera.

Siguió su camino, más se detuvo frente a un puesto repentinamente interesado en la mercancía luego de una súbita revelación que no se le había ocurrido sino hasta ese instante, cuando una lamida de dolor casi lo obligó a quitarse su pierna izquierda falsa de un tirón.

Quizás no fuera mala idea probar con algo más "simple", pensó recordando que pronto se le acabaría su surtida colección de pociones. Ese lugar de jactaba de ser una Farmacia Mágica y aunque fuera atendida por muggles, no perdía nada con intentar rescatar algo útil de la despensa médica del Mago Invisible luego de atrapar su pútrido trasero. Quizás hasta encontraba una mejor receta de Pócima Aletargante que aquella que robó, seis años atrás, en su última misión en el Tíbet. Además, la favorecedora recompensa monetaria que el Consejo de Magos de la Unión de las naciones del África le ofreció por ese trabajo, estaba ya guardada en su bóveda personal y secreta en Praga. Los Aurores ni siquiera notarían la ausencia de algo en la escena del crimen.

Sólo esperaba que no tuviera como ingredientes cabezas de gorilas disecadas o testículos de pigmeo, porque moralmente se negaba a usar en sí mismo algún menjurje que estuviera compuesto por las bolas de otro tipo. Eso estaba, EN TODOS los sentidos, muy pero muy mal. Quizás alguna pizquilla del corazón de un Yeti molido en fluidos de estómago de cabra, o cualquier cosa en el "Nuevo inventario del Nigromante moderno", pero no testículos.

Ni penes.

Los miembros en exhibición, guindados con alambre en una cornisa, tampoco le incitaban a tratar de usarlos como "fármaco alternativo naturista".

—Oiga, señor, ¿se siente bien? —Ensimismado como estaba, Sirius despertó de su auto inducido trance algo pávido de haber sido descubierto con la mirada fija en los miembros enzarzados sobre sus cabezas―. ¿Señor?

No veía bien… Sus ojos de pronto se habían nublado.

Mierda.

—¿Dis-disculpa? —Balbuceó, empezando a sentir la repentina humedad de sudor en su camisa y un temblor involuntario en sus manos—. ¿Qué…qué…? —Las campanillas en su bolsillo, podía escucharlas pese los fuertes latidos de su corazón que habían empezado a ensordecerle.

Minutos, sólo habían pasado un par de minutos…Aún es muy pronto…

—Venga, siéntese —dijo un joven del grupo de turistas que, desafortunadamente, hablaba francés y él en su estado apenas y podía entenderlo—. ¡Alguien llame a un médico! —Exclamó, sujetándolo con fuerza mientras lo ayudaba con mucho esfuerzo a sentarlo en una silla destartalada de plástico que una mujer del mercado acercó para él.

Quiso negarse, sacudirse o siquiera golpear al impertinente chico con su bastón y provocarle una descarga eléctrica con magia, pero se dejó hacer, débil y sintiéndose como de arena. Alguien empezó abanicarle el rostro con un folleto mientras le acercaban una botella de agua, pero él no tardo en rechazar el acto de compasión sintiendo su cuerpo caer en un adormecimiento prematuro.

Muy, pero muy prematuro.

—¡Estoy bien! —logró exclamar cuando una mujer americana en bermudas quiso abrirle "un poco su camisa" para darle aire.

—¿Quiere que lo lleve de nuevo al autobús? —Ni siquiera esperó que respondiera. Apresurado, y mayormente asustado de tener un hombre apunto de un desmayo a su cuidado, el joven Guía llamó a gritos a dos paramédicos que recibían, distraídos a lo lejos, una charla sobre las propiedades de la mano del mono. Dio órdenes que estos no tardaron de obedecer, y aún amedrentados por lo que sea que hubiera aprendido sobre el famoso y maldito artefacto, lo cogieron por debajo de las axilas, desorientado y con la cabeza pendiendo sobre su pecho, para llevarlo en vuelo directo al autobús.

Por suerte su magia jamás le fallaba ante esa clase se circunstancias, por muy peliagudas que fueran. Los tres no llegaron muy lejos. Débil y enfermo, esa no era la primera vez que le pasaba algo así, ni tampoco la última en su largo "historial", por ello, para cuando los dos hombres llagaron a las afueras del recorrido, no cargaban nada más que una figura transfigurada que pronto se volvería humo, al igual que los recuerdos de todas esas personas sobre él.

Lástima que con ese pequeño truco, la poca fuerza que conservaba para siquiera mantenerse de pie se evaporó en el aire.

—Mierda… —Ahora no podía respirar. De hecho, sabía que pronto empezaría a vomitar sangre, sin mencionar que no tardaría mucho en perder la movilidad de la única extremidad inferior que le quedaba—. Bien…así que…estamos jugando…sucio, ¿eh?

De verdad odiaba lo inoportunidad de su condición. Se arrastró sobre el suelo de arena, algo que estaba seguro, pese a su amnésica cabeza, que jamás había hecho,hasta lograr esconderse entre una colección de cráneos de animales y osamentas humanas. Lo último que necesitaba era atraer más atención, eso sólo advertiría a su presa y podría causar un revuelo que él sinceramente prefería ahorrarse mientras estuviera rodeado de tantos muggles.

Discreción, ese era otro de sus muchos otros tantos lemas en el trabajo.

Se ahincó entre la oscuridad y los desechos de ese oloroso rincón, buscando entre sus bolsillos un Aletargante que detuviera al menos por una hora los síntomas…pero ya era demasiado tarde. El hechizo que se había hecho así mismo esa mañana, antes de salir del Hotel a esa pequeña aventura, se había desvanecido mostrando su verdadera piel. Cicatrices, heridas viejas enredadas entre una maraña de símbolos y tatuajes que hacían el trabajo de esconderlo del ojo de algo que jamás podría enterarse de su presencia en ese mundo.

Y sucedió. Primero fue su brazo izquierdo, luego la única pierna que le quedaba y más tarde comenzó a sentir el dolor lacerante en sus entrañas produciéndole arcadas que pronto lo llevaron a vomitar sangre. Desaparecían, como si fueran de humo y luego volvían a aparecer, partes de su cuerpo, tanto internas como externas se desvanecían en el aire trayéndole un insoportable dolor.

Ese era el precio: estar a un paso de la muerte que él ya había evadido...bajo misteriosas circunstancias. Un precio que debía pagar aunque aún no descubriera por qué.

—Me parece que no era necesario llegar a estos extremos para llamar mi atención —habló una voz que lo interrumpió de empezar a soltar alaridos—. Aunque aprecio la imagen. Gracias.

¡Oh, las cosas sólo acaban de mejorar!

En una situación menos bochornosa, se hubiera permitido reír ante lo nefastamente absurda y ridícula que se había convertido su situación en cuestión de segundos. Este trabajo nunca deja de sorprenderme. ¡Merlín no quisiera que él llegara a aburrirse!

—No —dijo, luego de escupir a los pies del otro una buena cantidad de sangre—. Gracias a ti…

Pantalón caqui, sandalias, medias de lana, playera hawaiana y gafas de sol pendiendo del cuello de su camisa, frente a él se había aparecido El Brujo Invisible. Pese al inminente adormecimiento que le producía su hemorragia, y el hecho de que no faltaba mucho para que partes de su rostro empezaran a desaparecer también, sonrió. Una sonrisa que poco a poco se transformó en una perruna carcajada que el otro no compartió.

—Lo…admito… —balbuceó Sirius—. Me…duele aceptarlo…pero debo…reconocer que ese…es un disfraz estupendo… Los Aurores jamás creerían que… siempre estuviste ante sus narices todos estos años.

—Eso habla muy mal de su desempeño, ¿no lo crees?

—Sí… —río—. Lamento…decirlo pero es cierto, no son muy…brillantes…

—Y aun así trabajas para ellos, ¿eh, Inquisidor?

Para el ojo muggle, y el de un mago no tan perspicaz como al parecer eran muchos Aurores, ante él sólo había un turista promedio, de mejillas embadurnadas por protector solar y un pésimo gusto al vestir. Pero la verdad es que él podía ver perfectamente el efecto desilusionador dividir aquel cuerpo en dos mitades. Por un lado, un hombre corriente y regordete y por el otro: un espeluznante brujo de piel oscura, cubierto de pies a cabeza por abalorios sobre una túnica blanca, despidiendo un penetrante aroma a sudor, sangre, miedo y muerte.

Inquisidor…bufó, odiaba el cursi apelativo que las autoridades, y el bajo mundo, le habían otorgado. Era tan…corriente, tan pretencioso. ¡Bah! Te han dicho cosas peores…

Él mismo se había dicho cosas peores.

—Su…pongo que no pude engañarte…¿eh? —masculló—. Eres…el primero que lo…descubre a la primera… Me halagas,…normalmente…sólo lo descubren cuando estoy a punto de rebanarles…el cuello…

Una sonrisa de oreja a oreja, de dientes amarillos y torcidos, se instaló en el negro rostro del Brujo Invisible y él no dudó en devolver la sonrisa ya que, después de todo, allí no estaba al mago oscuro por excelencia que ese pueblucho alejado de la mano de Dios ocultó por tanto tiempo. No, allí estaba un retorcido cobarde con ínfulas de Señor Tenebroso que se había visto atraído por el olor de su sangre.

De haber sabido que esto lo llamaría, me habría desangrando en la comodidad de mi suite. Se dijo Sirius descubriendo inmediatamente la trampa.

—Un pregunta… ¿Por…qué te dicen el Hombre…Invisible? ¿Por…ser una rata…escurridiza? —Sirius se desternilló de la risa, más la sonrisa del otro mago murió en el acto.

—Para ser alguien que está siendo reclamado por la Muerte, hablas demasiado, Inquisidor —Volvió a reír, esta vez ante esas palabras. Una carcajada débil y enferma que permitió que más sangre saliera por entre sus labios. Aquello tampoco pareció hacerle gracia al supuesto "sanguinario" Brujo Invisible por su agraviada expresión entre asco y desprecio —. Me parece que el rumor que corre sobre ti no está del todo correcto —dijo, acercándose hasta hincarse frente al desvalido Sirius—. Me advirtieron de un mago capaz de escapar de la misma Muerte, pero yo sólo veo…¡Aghr!

Una mano que jamás se hubiera imaginado con aquella fuerza en tal condición, le sujetó del cuello apretando su tráquea con una potencia que en cuestión de segundos logró nublarle la vista. Y pese a ello los vio, símbolos que él sólo había tenido la fortuna de haber visto una vez en su vida en una serie de libros de Nigromancia. Una interesante y única colección por la que sería capaz de vender su alma sólo por siquiera ojearlos una vez más, y así estudiar más a fondo los secretos de esos emblemas.

Los mismos que adornaban la pálida piel del Inquisidor.

—¿Sólo ves a un atractivo…y…encantador mago…? —murmuró, concentrando toda su fuerza en vapulear y bajarle los humos al Mago Invisible.

—Un…de…secho del O…tro Mun…do…—masculló, tratando de librarse del mortal agarre pero consiguiendo que sus palabras solo aumentaran la presión en su garganta.

—Oh…ahora sí…me ofendiste… —Si le dieran un galeón por cada persona que le decía "Desecho del Otro Mundo", sería el doble de rico de lo que ya era. Por eso, enojado hasta un nivel cósmico por algo que él aún no alcazaba a comprender, soltó su cuello para sólo propinarle un buen derechazo que esperaba le rompiera la nariz borrándole esa fea expresión de listillo.

Desgraciadamente, no funcionó como quería. Sí, le había roto la nariz además de haberle volado dos dientes, pero el triunfo y la superioridad no se borraron de esa maliciosa mirada.

—Interesante… —balbuceo escupiendo sangre, sonriendo el muy bastardo mientras se sujetaba la sangrante nariz. Tenía enormes y gruesas manos de pálidas palmas que contrastaban con la oscuridad de su piel, con dedos orondos adornados por anillos y demás joyas. Seguramente malditas y con terribles efectos secundarios para cualquiera que se atreviera a robárselas—, es muy interesante. No perteneces a este mundo y aquí estás.

Pese a estar a segundos de desvanecérsele el lado izquierdo del rostro, Sirius consiguió poner los ojos en blanco. Una obviedad dicha. ¡Por Merlín! Odiaba cuando sus objetivos eran tan parlanchines.

—¿Cuál…fue tu primera pista…? —Dijo, aliviado que el sarcasmo no se le hubiera desvanecido así como se le desvanecieron los dedos de sus manos. El otro no respondió, sólo se dedicó a inspeccionar el arduo trabajo puesto en los conjuros que adornaban su piel, aquella que aún no había desaparecido, ignorando el feo ángulo que había adoptado su nariz. Tocó cada símbolo, cada cicatriz, incluso tuvo el descaro de coger los fetiches que pendían de su cuello manchándolos con su sangre—. Jo…der… ¡¿Po…drías dejar…de tocarme…?! ¡Maldición!

—¿De dónde vienes? ¿Quién te trajo de vuelta? ¿Cómo…? —Vale, ahora si lo había enfurecido de verdad. ¡Pero que nervio tenía el mal nacido! —¿Fue el Nigromante, cierto? —Pero aquellas palabras fueron lo único que logró detener a Sirius de soltarle en la cara otro puñetazo pese a que eso sólo lo haría perder el conocimiento.

Así que lo sabe. Estuvo aquí.

No era de extrañar, ese lugar apestaba a muerte. Y teniendo al "Famoso Mago Invisible" frente a sus ojos, ahora realmente sabía que ese indiscutible tufo a muerto no provenía de esas peludas y desagradables axilas. No, aquel aroma que conocía tan bien venía de alguien más.

Con mucha dificultad reunió una buena bocanada de aire, contó hasta diez, y rezó porque esta vez diera resultado y no acabara desmayado antes de tiempo como le pasó una vez en Kioto. Por lo menos había dejado de sangrar, eso significaba que las desapariciones internas se habían detenido.

Concéntrate…Lo tienes dónde lo quieres.

—Así que lo conoces… —una afirmación que esperó ocultara muy bien la pregunta que en el fondo estaba haciendo. Y la mueca desconcertada del Mago le alegró el día: definitivamente había mordido el anzuelo.

—Fue mi maestro —murmuró. Pues hizo un trabajo terrible contigo, pensó. No era el primero que Sirius conocía. De hecho, por muchos años estuvo persiguiéndolos por el mundo, sin embargo ese era el primero que encontraba que lo hacía dudar severamente sobre su origen. Sin embargo, el aroma era inconfundible. Él había estado ahí—. Pero me abandonó —Rabia, una furia tan tangible incluso para él, que logró contener la sonrisa que pugnó por salir de sus labios. Esto está siendo demasiado fácil…—Dijo que era débil, que no merecía ser su pupilo y se largó…

—¡Aww, pero qué nervio tenía el bastardo! ¿Cómo se le ocurrió? —se burló.

—Pero se equivoca. ¡Mira lo que he logrado sin su ayuda! —Obviamente él no veía nada realmente espectacular, pero se guardó los comentarios. De hecho, prefirió guardarse todas las palabras. Ahorrar energías, eso debía hacer. En pocos minutos su cuerpo se rendiría a merced de ese sujeto y necesitaba toda la magia que le quedaba para protegerse mientras estuviera inconsciente—. Dime algo, Inquisidor —Oh, la mofa en sus palabras realmente le irritó, pero hizo lo posible por hacerse el desentendido aunque por dentro le hirviera la sangre—, ¿tienes alguna idea de qué son estos? —Dijo, señalando los conjuros y símbolos en sus brazos.

—No lo sé —mintió y se encogió de hombros—. Me mantienen vivo y oculto, es todo lo que necesito saber.

—Seguro que sí.

Ambos sonrieron. El Mago invisible porque vio cómo el Inquisidor empezaba a perder la consciencia, y Sirius porque llanamente había conseguido justo a tiempo engatusar al pobre diablo.

Nigromante…Ya te tengo…


Esta historia es RARA. No sé de dónde recorcholis salió, pero aquí está. Yo digo que todo se debe a mi ETERNA negación ante la muerte de Sirius en la Orden del Fénix, pero bueno... No diré más. Ya pronto se enteraran de qué va la cosa, y dejarán de mirarme con esos ojitos de "esta mujer se ha fumado un arbusto caducado".

Igual díganme, ¿qué tal? ¿Bien...mal? ¿Qué...? Yo, en lo personal, me siento contenta con este regreso del más allá. Después de CASI UN AÑO sin escribir, me emociona un poquito volver con esta historia. Así que...¿Review...?

¡Ah! Realmente no tiene NADA QUE VER, pero podría decirse que sigue las interrogantes que mi Fic, "Un gran muchacho", abrió al público. (cof cof, esto fue publicidad barata, cof cof)

Wissh

pd. Cualquier error...diré que no tengo un Beta, y estoy buscando uno que me eche una manita :(