¡Hola a todos! ¿Cómo están? Aquí vengo, (Sé que no es La Revolución de la Rosa, pero estoy en plan de actualización, don't worry), con un fic completamente diferente a todo lo que haya hecho hasta ahora. Quizá al principio no se note, y quizá incluso parezca muy similar en su estructura a la mayoría de los fics que hay de esta pareja, pero espero con el tiempo se vaya notando la marca distintiva, la "originalidad" que me esforcé en otorgarle a la historia. Espero que se sorprendan, ese es básicamente uno de los objetivos principales de este trabajo. Y sin más preámbulos aburridos, los dejo leer. Espero les guste (: ¡Gracias!
Disclaimer: Rose, Scorpius, sus cuestionables parientes y demás personalidades reconocidas pertenecen a J. K. Rowling. Lo demás, humildemente, me pertenece a mí.
Ron no quería a Scorpius Malfoy cerca de su hija, pero alguien tenía otros planes. Una muchacha inocente y un joven manipulable en medio de una disputa que siempre les será ajena. Una venganza, tres corazones rotos y una historia que no se deja olvidar. La tormenta está por llegar.
Capítulo I
Presagio
(Parte I)
Ella alzó la vista y contempló los densos nubarrones que empezaban a formarse en el cielo esa noche. Pronto romperían a llover, había aire de tormenta. Se acomodó la capa sobre los hombros, y se estremeció cuando una corriente de aire frío le alborotó el cabello e hizo ondear su ropa. El viento cortaba en aquel páramo desierto, era cual látigo en la piel, escozor en los ojos.
Sabía que él vendría. Si ella estaba allí, era simplemente por eso.
Él se apareció a pocos metros de distancia. También llevaba una capa, que se agitó tras él mientras iba hacia ella. Cuando él se detuvo, y estuvieron frente a frente, ella se dio cuenta de que ninguno de los dos parecía capaz de hablar.
–Ya estoy aquí–Murmuró él, y sus ojos brillaron incluso en la penumbra.
–Lo sé.
Hubo una breve pausa.
–Tú me llamaste–Volvió a hablar al ver que ella se quedaba callada.
–Lo sé.
– ¿Y entonces qué? –Insistió él, ligeramente exasperado. Quizá intuía lo que venía. No, se rectificó ella. No tenía ni idea– ¿No vas a decir nada?
Claro que ella iba a decirlo. Tenía que hacerlo. Y sin embargo, al tenerlo allí frente a ella, sentía que no podía. Odiaba la maldita idea de decir adiós. De decirle adiós.
–No quiero–Ella suspiró, cerrando momentáneamente los ojos.
–Entonces no digas nada–Murmuró él, y pronto ella sintió sus labios calientes contra los suyos. Se envolvieron en un beso fugaz, tórrido y que llenó su mente de matices de rojo, de volátiles figuras de calor, de deseo. De amor, con algo de ese azul que dolía tanto, el regusto agridulce de la despedida pendiente.
Él la tomó en sus brazos, y de pronto todo dio vueltas, y ella supo que él la estaba llevando, que la conducía hacia ese lugar que era suyo, de él, y de ella, de los dos. Una cama, y una chimenea encendida. Se amaron. Se amaron con la locura de dos adolescentes que habían dejado de ser hacia un tiempo, quizá más pronto de lo que habría cabido esperar. Todo fue desesperación, y agonía doliente y al mismo tiempo deseada, y una pasión desaforada, desatada que quemaba por dentro y por fuera. Ella dio vueltas, y las lágrimas llenaron sus ojos y los desbordaron cuando llegó a la cima del mundo y luego se desplomó. Y él la miraba con esos ojos que centelleaban en la negrura misma, y ella tuvo que decirlo. Lo dijo, sin pensarlo, porque si lo pensaba no iba a decirlo nunca:
–Voy a casarme.
Él la miró sin poder creérselo. Ella apretó los labios para contener los sollozos que le explotaban en la garganta. No hizo falta que preguntara con quién, ni por qué. Él ya lo sabía. Y desde luego, tendría que haberlo pensado antes. Y sin embargo…
–No puedes–Murmuró él, con la voz rota, los ojos con un brillo distinto.
–Sí puedo. Quiero–Dijo ella, y él alzó una mano en su dirección, como si pretendiera pegarle una bofetada.
–No es verdad–Sin embargo, dejó caer ambas manos, levantándose de la cama, alejándose de ella, desesperando en su negación. Su silueta se recortó contra la ventana, el cielo negro y plomizo– ¡No es verdad, maldita seas! –Le gritó, y ella percibió el desgarro en su voz, el dolor en el insulto. Un relámpago los iluminó fugazmente, vaticinando la tormenta. Un mal presagio.
–Lo siento. Lo siento–Repitió ella, y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.
– ¿Cómo puedes hacerme esto? –Gritó él, y al mismo tiempo un trueno puso el cielo a temblar– ¿Cómo puedes hacernos esto a los dos?
– ¿Y qué más me queda? ¿Qué puedo hacer? –Preguntó ella en lugar de responderle, también a la desesperada. Rompió a llover, las gotas haciéndose oír en el tejado– ¿Esperarte a ti? –Dijo, un resto de mofa en medio del llanto– ¡No puedo deberte mi vida!
– ¿Y qué hay con la mía? ¡Mi vida siempre has sido tú!
– ¡No sigas! –Sollozó ella– ¡Basta!
– ¡No! –Se acercó velozmente hacia ella y la tomó por los hombros– ¿Después de todo lo que te he prometido, y lo que me has prometido tú?
– ¡Él me ama…! –Rehuyó la mirada nacarada de él, mas la tomó por el mentón.
– ¡Yo te amo más, y lo sabes!
– ¿Y qué íbamos a hacer? –Cerró los ojos. No quería mirarlo–Ya no queda nada, se acabó. Es lo mejor para los dos. Sabes que esto no tiene futuro, es por mi bien–Se armó de valor y lo miró a los ojos, una parte de ella sabiendo que sería quizá la última vez. Un rayo rasgó el cielo y llenó de luz los ojos de él, ahora sin brillo alguno–, por tu propio bien.
Se miraron por un instante, un instante de lágrimas y desolación. Luego, lentamente, él la soltó. Se apartó de ella en silencio, sin mirarla. Empezó a vestirse, y luego apenas le dedicó una mirada al preguntarle:
– ¿Cuándo?
Ella respiró hondo, preparándose para que la calma aparente acabara y la tormenta volviera.
–Cuando amanezca.
Él no respondió enseguida, pero sus ojos relumbraron con un brillo herido, ardiente y al mismo tiempo gélido que pronto se apagó.
–Yo no te conozco–Murmuró, desapareciendo y dejándola sola. Ella se abrazó a sí misma y rompió a llorar más violentamente, con los truenos y rayos como única compañía.
…
El ruido imperaba en el andén nueve y tres cuartos aquella mañana de primero de septiembre. Rose entornó los ojos e intentó distinguir algo, o a alguien, en medio de aquel todo que representaba el vapor, las siluetas desconocidas y el bullicio de carcajadas de niños y sonidos dispares de las mascotas.
– ¿Tú ves algo en medio de este lío, Rosie? –Le preguntó su padre, que caminaba a su lado tan perdido como ella.
–No–Confesó Rose esbozando una sonrisa pequeña al mirarlo–. Estamos igual de perdidos.
Ron Weasley conservaba el cabello y las maneras sencillas de su juventud. Llevaba las patillas más largas y bajo sus ojos se dejaban ver unas ligeras arrugas, pero por lo demás estaba igual que siempre. Sólo sus ojos, antes de un azul vivaracho, ahora lucían un tinte más bien melancólico.
–Yo no estoy perdido–Protestó él–. Estoy seguro de que vi a mamá hasta hace un minuto…
–Eso dijiste hace al menos quince minutos idénticos, papá–Terció Rose sacudiendo la cabeza, pero Ron no le hizo caso. Aún a los dieciséis años había momentos en que se sentía más sensata que su padre, aunque no por eso dejaba de ser divertido–. ¿No trajiste tu celular?
–Ah, sí, claro–Masculló su padre, empezando a rebuscar en el bolsillo de su pantalón. Extrajo el aparato y lo miró con la duda pintada en el semblante–. ¿Segura que esto funcionará aquí?
– ¿La verdad? No–Rose tomó el celular de la mano de Ron y empezó a marcar el número de su madre–. Pero no perdemos nada con probar, ¿Cierto? –Escuchó el tono dos veces, y a pocos metros de ambos reconoció la melodía exasperante que su madre había elegido para su tono de llamada–Por allá–Dijo Rose, guiando a Ron, y en pocos minutos encontraron a su madre y a su hermano.
– ¡Estábamos buscándolos! ¿Dónde se habían metido? –Exclamó Hermione al verlos.
Ya desde la niñez Rose había sido idéntica a su madre. Ambas de rasgos suaves y mejillas color durazno, la joven sólo tenía el color rojo de su padre en el pelo. Sus ojos eran grandes y brillantes, y aunque eran azules, no eran como los de Ron, sino más claros, casi grises. En ellos brillaba la misma inteligencia de su madre, aunque ligeramente eclipsada por una inocencia nata. Hermione, en cambio, si bien los años la habían tratado bien, tenía en los ojos una sombra, un vestigio de algo triste.
–A papá le pareció ver al tío George–Explicó Rose encogiéndose de hombros–. Fuimos a verlo y entonces…nos perdimos.
–Te digo, cabeza dura, yo sabía perfectamente dónde estaba–Insistió Ron en tono de broma. Hermione sonrió.
–El cabeza dura aquí eres tú.
–Además ni siquiera era el tío George–Se quejó Rose, aunque seguía sonriéndole a su padre, ligeramente divertida con la situación.
–Bueno, en eso tienes razón–Reconoció Ron con una sonrisa culpable–. Pero era muy parecido, de verdad… ¿Y a ti qué te pasa? –Le preguntó a Hugo, quien recorría la estación con la mirada, ajeno a la conversación.
Hugo tenía los ojos azules de su padre, aunque sin la picardía. En su conducta siempre había toda un aura de serenidad, desde su postura prolija hasta el cabello ondulado y castaño bien acomodado sobre la frente. Resultaba extraño verlo inquieto como en ése momento, mirando hacia todas partes al tiempo que golpeaba el suelo con la punta del zapato. Dio un respingo cuando su padre lo llamó con voz más fuerte de lo normal.
– ¿Qué? –Paseó sus ojos de un lado al otro, y luego carraspeó–. Busco a Lily, y los demás.
– ¿Qué es eso de "los demás"? –Protestó Hermione. Rose entornó los ojos. El tono de voz en la respuesta de Hugo no la había convencido, pero prefirió no decir nada. Intercambiaron una mirada, pero ella no supo si su hermano había entendido o no–A la gente por su nombre.
–Sí, bueno… ¿Cómo esperas que los nombre a todos? –Preguntó Hugo, no sin razón, pero Hermione no pudo contestarle, ya que en ese momento apareció Lily, junto con "los demás", como había dicho Hugo.
Albus se acercó a Rose con una mueca entusiasta. La gente nunca se cansaría de repetir que era completamente idéntico a su padre, pero su prima estaba totalmente convencida de ver diferencias, en su opinión más que evidentes. Albus tenía el espíritu de un potrillo lleno de brío, un positivismo que la vida nunca le había regalado a Harry Potter.
– ¿Tienes todas tus cosas? –Le preguntó el muchacho sonriéndole–. Yo me compré un gato.
– ¿Un gato? –Repitió Rose sorprendida– ¿Y eso cuando?
–Ayer–Repuso Albus muy alegre–. Le puse Patricio.
–Patricio–Rose echó el rostro ligeramente hacia atrás, completamente desprevenida–. Es español, ¿Cierto?
–Ajá. Es magnífico, tienes que verlo–Aseguró Albus, lleno de orgullo–. James lo odia, pero puedo decirte que fue instantáneo, y mutuo por lo demás. Patricio no puede ni verlo.
–Es una bola peluda y gorda–Dijo Lily con rotundidad, acercándose a ambos muchachos. Se había recogido el cabello en una coleta alta, y rodó los ojos al mencionar al gato de su hermano, quien por cierto se mostró muy ofendido. De pelirrojo y fino cabello y rasgos delicados, Lily era una muñeca en los múltiples sentidos de la palabra–. No tiene nada de especial, Albus exagera. Aunque es muy cariñoso. Es comprador, diría yo–Le echó una ojeada divertida a su hermano, que ahora parecía más contento–. Como Albus, en suma: con lo único que gana es con su actitud.
–Eso me habría dolido si viniera de otra persona, pero tú eres diabólica–Sentenció el chico, volviendo a ofenderse. Lily soltó una carcajada, y le dio un abrazo.
–Sabes que estoy jugando. Amo a Patricio. Aunque nos conozcamos hace tan poco tiempo.
– ¡Yo también quiero conocerlo! –Exclamó Rose, y Albus sonrió orgulloso–Tienes que dejarme verlo.
–Ven, te lo mostraré. Lo tiene mi mamá–Albus tomó a Rose por la muñeca y la arrastró donde su madre. Lily los contempló marchar con una sonrisa divertida–. ¡Mamá, Rose quiere sostener a Patricio!
–Hola, Rose–La saludó Ginny, tan hermosa como su hija–. Está obsesionado con este gato–Comentó, tendiéndole a la joven, tal y como había dicho Lily, una bola gorda y peluda, de espeso pelaje negro. Patricio la miró con un par de incandescentes ojos verdes, y Rose se giró hacia Albus con asombro fingido.
–Vaya, Lily tenía razón: en verdad se te parece–Comentó, provocando las risas generales–. Pero ya, en serio, es encantador, como…abrazable.
–No quiero ser aguafiestas–Intervino Harry, sonriendo bondadosamente, tanto con los ojos como con los labios–, pero ya van a ser las once. Si no suben ahora…
–Sí, sí, sí, papá, tienes razón–Lily se apresuró a tomar su valija e intentó subirla por su cuenta, pero su padre acabó ayudándola.
–Rose, puedo subir la tuya si quieres–Le dijo Albus al ver a la muchacha pelear con su maleta–. Sólo sostenme a Patricio.
–No te preocupes, Albus, le diré a papá–Repuso Rose con sencillez–. Pero igual quiero sostener a Patricio.
Ron se acercó a su hija, subiendo su valija en apenas unos momentos. Rose mimó a Patricio entre sus manos, haciéndolo ronronear, y decidió que compraría un gato a la primera oportunidad. Uno naranjado, quizá, imitando la idea de Albus y también escogiéndolo parecido a ella misma. Aunque claro, no creía que Albus lo hubiera hecho a propósito. Una vez terminaron de subir todo al tren, Rose se acercó a los adultos para las despedidas.
–Abrígate mucho, que Hogwarts es ventoso–Le dijo Hermione, acomodándole el cuello de la camisa–. Y recuerda que el sexto año es el más intenso, quizá después del séptimo, así que no debes descuidar los deberes–Su madre se acercó un paso, indecisa, y la abrazó en un gesto fortuito, provocando que Rose abriera los ojos de par en par, sorprendida–. Ten mucho cuidado.
–Claro, mamá–Con cierta vacilación, Rose le devolvió el abrazo a su madre de forma breve–. Lo haré.
Cuando se acercó a su padre, éste la estrujo entre sus brazos hasta casi dejarla sin aliento.
–Quiero que seas una niña buena y no te acerques a los muchachos–Le dijo en medio del abrazo, despeinándola en el proceso.
–Ay, papá…–Se quejó ella, aunque se reía.
–Bueno, puedes juntarte con Albus de vez en cuando.
– ¡Eres insoportable! –Se quejó Rose, empujándolo para zafarse de su agarre, y darle un beso en la mejilla. Ron sonrió.
–Te quiero, mi niña.
–Yo también–Rose lo dejó y se subió al tren.
Todavía sentía esa ligera nostalgia mezclada con emoción antes de regresar al colegio. Se asomó a la ventana, y los contempló de pie en el andén. Su mirada viajó inevitablemente hacia Harry y Ginny, abrazados sonriéndoles a sus hijos, y no pudo evitar compararlos con sus padres, uno de pie junto al otro, una distancia pequeña y al mismo tiempo abismal. Los vio tomarse de las manos, un gesto tibio que la reconfortó un poco e hizo que se ordenara dejar de crearse películas imaginarias en su cabeza. El tren dio un recodo, y pronto desaparecieron entre el vapor y la distancia.
– ¿En qué estás pensando? –La voz entusiasta de Albus la sacó de su ensimismamiento.
–En nada–Rose sonrió, volviéndose a mirarlo. Fijó la vista en el gato que su primo llevaba en brazos, para que Albus no distinguiera la mentira en sus ojos.
– ¿Te importaría ir buscando un compartimento? –Le sugirió él con una sonrisa ilusionada–Quiero que Cathy conozca a Patricio primero.
–Ah, claro. Está bien–Rose alzó la vista y miró por la ventana, borrando cualquier expresión de su rostro. Sin embargo, su tono alicaído era por demás delatador.
– ¿Qué? –Albus enarcó las cejas, comprendiendo al instante– ¿Todavía sigues con eso?
–No, claro que no. Ve–Mintió Rose como tantas otras veces, todavía negándose a mirarlo.
–Sí. Sigues con eso. Y no entiendo por qué–Albus en verdad parecía no entenderlo.
–No importa–Dijo Rose en voz baja, todavía con los ojos fijos en la ventana.
–Claro que importa–Albus suspiró–. Ya hemos tenido esta conversación. Cathy nunca te ha hecho nada, así que no tiene sentido que no te agrade.
–No es que no me agrade–Exclamó, volviéndose a mirarlo. Albus enarcó una ceja–. Después de todo…no la conozco lo suficiente como para poder…–Suspiró ante la mirada cada vez más y más incrédula de su primo–Sí, tienes razón. No me agrada tu novia.
– ¿Por qué no?
–Es que es tan…–Rose torció el gesto, frustrada–Sólo…es…me cae mal.
– ¿Qué quieres decir con eso? –Inquirió Albus, ahora sí a todas luces descontento.
–No sé, digo…–Rose titubeó, pero finalmente acabó por soltarlo. No solía tener reservas con Albus, al menos casi, y no iba a tenerlas con un tema como aquel–Creo que no me soporta. No es…muy linda conmigo que digamos.
–Oh, basta ya–Albus sacudió la cabeza, exasperado–. Tú le agradas, Rose–Aquí ella le echó una mirada completamente escéptica–. Bueno, a ti tampoco te agrada, así que no veo cuál es el problema. De todas formas puedes quedarte tranquila, que no va a viajar en nuestro compartimento–Añadió con cierta amargura.
–Si vas a ir al suyo de todas formas–Le espetó Rose ahora con un dejo claro de amargura–. Después de todo ella es más importante, ¿No? Es tu novia.
–No intentes manipularme–Albus la apuntó con un dedo acusador, al tiempo que Rose lo miraba con el entrecejo fruncido.
–No intento tal cosa. Sólo digo la verdad.
–Escúchame–Albus alzó una mano, dándole a entender que se calmara–Voy a ir a saludar a Cathy y pasaré la primera mitad del viaje con ella; y luego vendré contigo y pasaremos juntos la segunda parte. ¿Qué te parece eso?
–Suena justo–Murmuró. Mientras menos tiempo tuviera que pasar con Cathy, mejor.
Miró a Albus, quien en ese momento esbozaba una enorme sonrisa, tan genuina, que Rose no pudo evitar imitarlo, incluso en medio de la frustración que sentía. Albus se echó a reír, alborotándole el pelo.
–Te veo en un rato, Rose–Le dijo mientras se alejaba por el pasillo, arrastrando su baúl consigo–. ¡Fíjate si encuentras a alguna de tus amigas por ahí!
Rose lo contempló marchar, sintiendo una ligera desazón en la boca del estómago. Si bien Albus y ella nunca habían sido lo que se dice inseparables, sí era el miembro de su familia con quien elegía pasar más tiempo. A la hora de ir a Hogwarts, Albus se había apoyado en Rose, y Rose se había apoyado en Albus. Habían encarado al mundo los dos juntos, al menos en ese sentido, y pese a que tenían intereses completamente distintos, siempre había habido momentos de sus vidas que eran ineludiblemente compartidos. Viajar en el expreso de Hogwarts, por ejemplo. Sin embargo, apenas Albus se había puesto de novio con Cathy a finales del curso pasado, Rose había tenido la corazonada de que las cosas ya no iban a ser como siempre. Y había tenido que llegar a una inquietante conclusión: o se hacía amigos nuevos, o se conseguía un novio. Habría que tomar medidas drásticas, no le quedaba alternativa.
Rose no había quedado con ninguna de sus amigas por el simple hecho de que siempre viajaba con Albus, y no pensaba ponerse a buscarlas por todo el tren, por lo que se decidió por un compartimento vacío y, no sin cierto esfuerzo, dejó su baúl allí.
Se sentó en uno de los asientos, y se preguntó cómo iba a hacer para matar todo el tiempo que tenía por delante. Suspiró, y a falta de algo mejor, buscó un papel en el bolsillo de su abrigo.
En uno de sus lapsos de inspiración acerca del porvenir, Rose había confeccionado una cuidadosa lista con sus deseos personales para aquel año que se venía, con once "peticiones" en ella, cantidad que iba aumentando cada tanto. La había escrito varias veces, una de ésas en aquel pergamino que llevaba en el bolsillo:
un libro nuevo,
tener una mascota,
aprender a cocinar (cualquier cosa),
asistir a una fiesta,
probar alcohol,
hacer algo arriesgado,
hacer amigos,
pasar más tiempo con papá,
llevarme mejor con mamá,
que Albus deje a Cathy,
conocer a un chico interesante.
Rose suspiró, llegando a la conclusión de que los únicos deseos que podría hacer realidad con seguridad eran el libro nuevo y conseguir una mascota, ambas cosas en la primer salida a Hogsmeade. A falta de algo mejor que hacer, decidió entonces que por el momento podía empezar por cambiarse. Dejó el papel sobre el asiento, y estaba quitándose el suéter por la cabeza cuando oyó el golpe violento de la puerta al ser abierta y azotada contra la pared. Rose le dio velozmente la espalda, azorada.
– ¡Jamás entres a una habitación sin tocar! –Le gritó al desconocido– ¿Qué tu madre nunca te ha enseñado nada?
–Mi madre se murió, así que más no va a poder enseñarme, lamentablemente–Dijo él, porque había resultado ser un chico, y Rose se atrevió a mirarlo por encima del hombro. Abrió los ojos como platos al reconocerlo–. Y lo siento, no fue mi intención asustarte, pensé que estaba vacío. No hay otros. Sólo…
– ¡Sal de aquí–Exclamó sin dejarlo terminar, volviendo a darle la espalda–y déjame vestirme!
–Estás vestida.
Rose agachó el rostro, mirándose la camiseta y los pantalones, y suspiró con pesadez. ¿Por qué no podía simplemente marcharse? Estaba demasiado espantada incluso para sentirse culpable por lo grosera que había sido.
–Sí–Reconoció con reticencia, volviéndose a mirarlo–. Es cierto.
Scorpius Malfoy era un muchacho alto, espigado, y tenía unos ojos de mirada inteligente, de color gris oscuro. Del gris oscuro de las tormentas. Era parecido a su padre, quizá más endeble en la postura y en los labios, algo más difuso, menos duro. Era como Albus, sólo que al revés: mientras su primo exacerbaba las características de Harry, Scorpius era un todo más impreciso.
Acababan de llegar a la estación de King Cross, y Rose bullía de excitación ante el brillante porvenir. Aquel era su primer año en Hogwarts, y ése su primer viaje en tren, un momento tan importante en su vida que sentía que no estaba a la altura, que todo le quedaba demasiado grande. Su padre la apartó de aquel estado de efervescencia constante para señalarle a un grupo de personas fácilmente olvidables, ordinarias, y que sin embargo le quedarían en la memoria para siempre. Igual que las palabras de su padre.
–Pero no te hagas demasiado amiga suya, Rosie.
Parecía que hablaba en broma, de hecho, todo el mundo, hasta su madre, lo había creído así. Pero Rose conocía a Ron incluso mejor que Hermione. Y sabía que detrás de cualquier broma de su padre, se escondía una gran verdad. Y él estaba hablando muy en serio.
Era curioso. Rose no había sabido nada de Scorpius por aquel entonces, y ahora que lo sabía su actitud para con Malfoy no había cambiado en nada: lo quería lejos. Muy lejos.
– ¿Entonces puedo quedarme? –Preguntó él de repente, sacándola de sus pensamientos. Rose dio un respingo.
– ¿Qué? –Inquirió, más espantada todavía, al darse cuenta de lo que Malfoy acababa de preguntarle.
–Te decía que no hay otros compartimentos vacíos–Explicó Scorpius con paciencia–. Y ya que tú estás aquí sola…
Rose tomó el baúl, azorada, y casi corrió al pasar junto a él para salir por la puerta que había dejado abierta.
–Quédatelo–Le dijo al cruzar el umbral, empezando a andar velozmente por el pasillo.
–Pero…–Masculló confundido, también saliendo al corredor– ¡Espera! ¡No era para que…! –La vio mezclarse con una marea de estudiantes, y pronto la perdió de vista–. No era para que te marcharas. Mierda.
