Nombre del fic: Control Alt Delete
Autora: Mirith Griffin
Traductora: Lilu's Michiefs
Fandom: Sherlock
Pareja: Sherlock Holmes /John Watson
Resumen: Si pudieras eliminarlo todo excepto lo que realmente es importante, ¿lo harias? Sherlock y John analizan la pregunta, y también, el uno al otro. Clasificación M por hombres entrando en acción y algunas escenas muy oscuras. Inspirado en la temporada uno.
Disclaimer: Los personajes originales le pertenecen a Arthur Conan Doyle, esta versión le pertenece a Steven Moffatt y Mark Gatiss.
Capítulo 1: Sherlock proporciona una demostración
NdT: Este es uno de los mejores Johnlock que he leido... Espero que les guste tanto como a mi. Gracias Runa que me está ayudando con el beteo de este también. Sus review son más que bienvenidos, muock.
Llevaban dos meses viviendo juntos cuando John lo descubrió haciéndolo por primera vez.
John Watson estaba terminando de lavar la vajilla usada aquella noche cuando escuchó un extraño canturreo. Era profundo y gutural, como algo que emanaría del recinto de los gatos grandes en el zoológico. Fuera lo que fuera, estaba golpeando la caja torácica de John y haciéndola palpitar. Dejó caer una taza medio enjabonada y siguió el silvestre sonido hacia la sala de estar.
Allí encontró a Sherlock, tendido de espaldas en el sofá, con sus interminables piernas colocadas encima del lejano apoyabrazos y su cabeza inclinada hacia arriba, dejando su garganta expuesta y vibrando bajo la tenue luz. Está ronroneando, y sus dedos de los pies están flexionándose lánguidamente, como si estuvieran dirigiendo a una orquesta invisible. Las manos de Sherlock están enraizadas en su cabello y está acariciándose lentamente, gentiles círculos en sus sientes con las yemas de sus pulgares. John tiene que admitir mentalmente que hay algo sensual en la forma en la que está poniendo sus manos sobre sí mismo, como si fuera un violín.
Sherlock deja que su cabeza caiga hacia un lado.
—John —dice, sin volverse a ver a su compañero de piso.
—¿Uhm? Acabo de terminar de ordenar —John no ha, de hecho, terminado. En gran parte porque Sherlock hizo estallar el lavaplatos la semana pasada, pero no va a volver a eso ahora. No tiene idea de qué está haciendo Sherlock, pero sea lo que sea, es más convincente que una vajilla de té con incrustaciones. Espera que su interés no sea tan obvio mientras se deja caer en el sillón rojo para conseguir un asiento en primera fila.
—Eliminando —contesta Sherlock, en respuesta a la pregunta que John no había formulado.
Debería ya estar acostumbrando, pero las casuales intrusiones de Sherlock en su cabeza aún lo hacían parpadear.
—Oh —dice—. Claro.
Se hace un silencio. John levanta con cuidado una edición manchada con café del Diario de la Toxicología Analítica de una pila de revistas que cubre el suelo. Abre un artículo sobre metabolitos en el plasma humano tras la administración subcutánea de la cocaína, luego frunce el ceño y se frota una mano sobre su barbilla sin afeitar. Está dando su mejor impresión de un hombre poseído por el espíritu de la investigación académica y no, rotundamente no, tiene deseo de estudiar al hombre que duerme en la planta baja, si es que alguna vez duerme.
—Continua —dice John, con lo que espera que haya sido un gesto de mano particularmente indiferente. Fija sus pupilas en la parte superior de la página, donde puede ver el texto y al mismo tiempo mantener la capacidad de reorientar su mirada a Sherlock, en caso de necesidad—. No dejes que te detenga.
—Mmm, como quieras. —Las palabras fueron dichas con pereza, con ese acento barítono que va directamente al núcleo de John.
¿Cómo quiera? ¿Desde cuándo le importa un comino lo que yo quiera? ¿Y desde cuando he querido mamársela a mi compañero de piso sólo por el hecho de existir? Oh, cierto, desde el día en el que me mudé.
John no necesita mirar a Sherlock. Puede escucharlo sonreír de lado. Tan pronto como Sherlock vuelve a tocarse la cabeza, John regresa su mirada a él.
Interesante.
Sherlock comienza insertando las yemas de sus dedos en los orificios detrás de sus ojos y por encima de sus pómulos, justo en el punto donde el hueso esfenoide se une con el temporal. Lentamente, con gran precisión, traza patrones allí… elipses, espirales, símbolos de infinito. Sus labios se abren y empieza a ronronear nuevamente.
Sin preocuparse más por ser atrapado mirando, John simplemente lo mira fijamente, tomando todo de él. Su largo y esbelto cuerpo. La subida y bajada de su pecho. La manera en la que su bata se aferra a muchos ángulos y pocas curvas. Sherlock a menudo se ve arrogante o entretenido o penetrantemente inteligente, pero acariciándose su cabeza con las manos, se ve abandonado y desgarbado, y ridículamente follable. John, de hecho, se ahoga por un momento. A pesar de haber tenido cinco años de formación médica, acababa de olvidar como respirar.
Los ojos de Sherlock están cerrados y su cabeza está recostada indecentemente sobre los cojines del sofá.
—Ohhh, sí —respira, y luego vuelve a ronronear.
Dirige sus dedos largos y pálidos por la mata oscura de su cabello, y por un momento John piensa en un piano: teclas blancas moviéndose en contra de las negras. Al principio, Sherlock es gentil, aplicando solamente la suficiente presión para estimular a los folículos. Después se abrió paso tirando y luego apretando. En el momento que empezó a follarse el cabello con las manos, Johnestaba furiosamente sonrojadoy el cabello de su propia cabeza estaba poniéndose de punta. Era algo que ocasionalmente le sucedía cuando estaba excitado. La última vez que sucedió fue cuando estaba en un jeep en Kandahar y una coronel canadiense llamada Anna estaba dándole una mamada en el asiento trasero.
Oh jodida mierda.
John se toma un momento para hacerse una rápida auto-comprobación de sexualidad. La primera vez que realizó un diagnóstico diferencial sobre su inclinación sexual fue a los trece años y descubrió ser firmemente heterosexual. Haciendo a un lado los dos últimos meses, las décadas pasadas nunca le habían dado una razón real por la cual cuestionar su conclusión inicial. Es capaz de saber si un hombre es apuesto, de manera teórica, pero nunca se le insinuaría a uno. No cuando las mujeres son preciosas, tienen curvas, tienen buen olor y son muy improbables de detonar electrodomésticos.
Y, sin embargo, allí está tendido Sherlock, su camiseta recogida en un lado por haberse estado retorciendo; la piel suave de una cadera angular revelada, y John tiene que dejar que sus piernas se abran sólo para restablecer su circulación. Nunca había estado tan duro en su vida.
Entonces, el aliento de Sherlock lo atrapa y sus dedos se detienen a mitad de las caricias. Como si hubiera encontrado algo bajo su piel, algo pequeño y duro como una canica o una perla. Se muerde el labio inferior en concentración, sólo lo suficiente como para enrojecerlo. John puede ver que Sherlock ha encontrado algo que quiere eliminar, y va a ir detrás de ello.
John gime en voz alta. El Diario de Toxicología Analítica cae al piso, contribuyendo, una vez más, al desorden general. Está demás mencionar que en este punto, a John le importa un carajo.
Sherlock, por el amor de Dios, no puedes hacer eso. No puedes usar las yemas de tus dedos para reasignar partes de tu red neuronal que te hacen parecer "subóptimamente configurado". No es anatómicamente posible, Sherlock…
A diferencia de su compañero de piso, John tiene práctica en no decir todo lo que se le viene a la cabeza, y ahora está dando un buen uso de ello. Si tuviera que hacer su argumentación en contra de la eliminación, existía un ligero pero presente riesgo de que Sherlock escuchara su opinión médica por primera vez y dejara de hacer lo que sea que estaba haciendo; y nunca lo intentaría nuevamente, al menos no en frente de una audiencia. John decide que si Sherlock quiere poner a prueba los límites de lo que la biología permite, estaría maldito si él, John Watson, luchara contra los avances de la ciencia.
Sherlock está aplicando más presión ahora, sus dedos sujetan sus sienes. De pronto, sus dedos vuelan hacia afuera y embiste sus pulgares dentro de los orificios superiores de sus pómulos. Gime y empieza a mecerlos hacia adentro y hacia fuera, la piel sumergiéndose en piel, convexo contra cóncavo. Está no terrenal y extraño, e inimaginablemente hermoso, como si un arcángel de alabastro hubiera aterrizado forzosamente en el sofá; y los sonidos que emitía esa garganta perlada estaban haciendo débil a John.
¿Qué carajos está haciendo? Dejó claro donde Ángelo que no estaba remotamente interesado en el sexo, y ahora está dándose una qué… ¿Follada cerebral? ¿Masturbación cerebral? ¿Cómo es posible que esto esté sucediendo? John se muerde el labio con tanta fuerza que sangra.
Y ahora esta particular sinfonía está llegando a un crescendo. Jadeando, Sherlock continua trabajando sobre sus sienes con sus pulgares. Sus ojos se sacuden y dan vueltas debajo de sus párpados cerrados, como si estuviera naufragando y soñando. Hay una fina capa de sudor en las partes de su cuerpo que John puede ver… su dulce y blanca garganta; sus elegantes manos; esa maldita cadera… y está temblando en todas partes. Una de sus piernas cae del apoyabrazos al piso, pero no parece siquiera estar consciente de ello. Está perdido, y sacude sus pulgares con fuerza y rápido.
Nnngh. Simplemente joder nnngh en un plato con patatas fritas encima. Oh Dios, Sherlock…
De repente, Sherlock arquea su cuello, levanta sus caderas, embute un puño en su boca (espera, no, ¿todo el puño?), grita una vez, y entonces, en frente de su dolorosamente excitado compañero de piso, cae gastado y laxo sobre el sofá.
John observa aturdido como Sherlock inclina su cabeza en su dirección, y entonces, abre sus ojos, sus pupilas enormes y negras como una noche sin estrellas. El pecho del detective aún sigue agitado, y hace uso del oxígeno extra que ha sido liberado por el hecho de que John olvidó respirar nuevamente.
—John —jadea—. John.
Una vez que se le pasa la conmoción de sentir a su pene soltar líquido pre-seminal por la manera en la que Sherlock dijo su nombre, John tiene una sensación, mitad pánico y mitad aturdimiento de que el hombre el frente suyo le pregunte si es que tiene un cigarrillo. O peor aún, le haga conseguir un cigarrillo, probablemente del bolsillo de sus pantalones de pijama. Los ojos de John bajan al mencionado pijama, el cual se ve sorprendentemente seco.
Entonces... ¿no se vino? ¿O se vino pero no eyaculó? Tantas cosas que podrían ser: eyaculación retrógrada, próstata inflamada, estenosis de las vesículas seminales. O, ehm, "uso excesivo". Tener orgasmos tan seguidos que no hay tiempo para que el líquido se acumule. Espera, ¿con qué frecuencia...
—¿Ayudaría si te recuerdo que mi rostro está aquí arriba? —pregunta Sherlock, desconcertado. Maniobra sentarse con las piernas cruzadas. Ahora que ha acabado, es dificultoso y objetivo nuevamente; y verlo incorporarse es como ver una pieza de origami espontáneamente convertirse en algo consciente.
—Sólo me pregunto si estás... bien. Si deseas una opinión médica, yo podría...
—Sí, estoy seguro de que podrías —dice Sherlock secamente—. Gracias. Estoy bien. Soy perfectamente capaz de eyacular, pero no solamente a través del estímulo cerebral —pasa una mano exploradora sobre su sien izquierda—. Por lo general —continúa. Su voz es como un chelo cubierto de chocolate y John comienza a asfixiarse nuevamente.
Por favor. Por el amor a Dios, no hagas algo después del acto. No abraces ni acaricies ese lado de tu cabeza mientras le murmuras cosas dulces durante quince minutos para ayudarle a descender después del sexo, o voy a tener un ataque cardiaco en frente tuyo; y tan pronto como pongas tu boca en la mía para hacerme RCP, te lo prometo, moriré.
—Sí —dice John, después de tragar saliva un par de veces—. Por supuesto, es sólo que... ¿qué fue eso?
Sherlock suelta el gemido atormentado de un genio a quien se le ha pedido que se repita a sí mismo.
—Te lo dije. Estaba eliminando. Mira, sabemos lo que sabemos por las vías que se unen a nuestras neuronas, ¿verdad?
—Sí.
—Y cada vez que aprendemos algo, se crean nuevas vías, ¿correcto?
—Correcto.
—Bueno, la gran mayoría de cosas que aprendemos son basura. Son inútiles, irrelevantes o simplemente erróneas. Aun así, nuestro cerebro está muy feliz de crear nuevas vías al servicio de todo tipo de basura; vías que, metafóricamente hablando, nos llevan a un pantano o acantilado o, Dios nos ayude, al apartamento de Anderson. Por supuesto, si nuestro cerebro fuera infinito en volumen y en velocidad de búsqueda, las irrelevancias no serían un problema. Solamente las falsedades rotundas serían un problema. Sin embargo, el cerebro humano tiene aproximadamente el tamaño de un melón. Así que, si descubrieras un método por el cual podrías remover todas las vías innecesarias del estado real de tu cerebro, y liberar espacio para usos más productivos, ¿no lo harías?
—No —dice John.
Sherlock lo mira con curiosidad.
—¿Por qué no?
—Porque los seres humano no siempre son capaces de reconocer qué es importante. Algunas veces lo que es importante sólo nos parece irritante o frustrante, o fuera de lugar. Por ejemplo, ¿qué hubiera sucedido si después de haberme dicho mi vida entera e invitado a que venga donde la Sra. Hudson, y luego, guiñado el ojo… lo cual, por cierto, no es una manera apropiada de concluir una entrevista de un posible compañero de cuarto… qué hubiera sucedido si yo simplemente hubiera eliminado toda esa interacción tan pronto como sucedió?
—Bueno, se puede suponer que, aún tendrías acceso a un lavaplatos funcional.
John coge el cojín con la bandera del reino unido y la arroja hacia él. Dándole un golpe satisfactoriamente directo en el pecho.
—Hmm, violencia doméstica —dice Sherlock, inspeccionando el cojín por pistas—. Puede ser peligroso.
—Más te vale creer que soy peligroso —dice John, cruzándose de brazos.
Sherlock simula estar aterrorizado por dos segundos antes de aburrirse y mandar el cojín con la bandera británica nuevamente al agresor.
—Entonces, cuando eliminas —se atreve John—, ¿siempre lo haces... así?
—¿Cómo así? —pregunta Sherlock. John se vuelve rojo como una granada.
—Oh —dice Sherlock—, las contorsiones y arqueamientos. No, no necesito hacerlo así. Puedo ser inmóvil, silencioso y rápido, si deseo, aunque ayuda mover mis dedos. Simplemente es... así como aprendí a hacerlo primero, y a veces, es interesante regresar a eso.
John medita la nueva información.
—Entonces, tienes otras formas de reconfigurar tu disco duro. Y elegiste esta...
El detective inclina una ceja inocente hacia el cielo.
—¿Por tu beneficio? Sí.
