Disclaimer: The Vampire Diaries no me pertenece. Los personajes son creación de la escritora L.J Smith.
Resumen: Se arrepentiría más adelante de la decisión que había tomado, eso lo sabía. Escogió mal, fue egoísta. ¿Pero quién iba a culparla? La realidad dolía. La muerte de Liz había dejado un corte profundo en su alma y en su corazón, uno por el que no estaba dispuesta a seguir sangrando.
Palabras usadas: 500.
Este fic participa en el Reto Especial "Todos tenemos un lado oscuro" del foro The Vampire Diaries: Dangerous Liaisons.
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Reality cuts deep.
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Estaba devastada.
Más que eso, Caroline no era más que un juguete roto. Un juguete el cual la única persona capaz de reparar se había ido para siempre. Ya no volvería. Su madre, la mujer que la había levantado cada mañana cuando era pequeña para llevarla al colegio, la que la recibía cada mañana con una sonrisa y le tenía preparado en la mesa un vaso de leche junto a una caja de sus cereales favoritos. Eran cosas pequeñas y comunes, esas que no son precisamente las primeras que solemos imaginar cuando pensamos en alguien querido. Pero ahora, Caroline recordaba todos esos pequeños detalles, y de pronto echó de menos esos tontos reproches cuando Liz calentaba la leche demasiado para su gusto.
Liz fue más que una buena madre. Asumió el papel de padre cuando Bill las abandonó por otro hombre, llenó con su amor ese pequeño vacío que la partida de su padre había dejado en su corazón.
Una parte de ella aun no lo asimilaba, que la mujer que la crió y enseñó los valores de la vida se había ido para siempre.
Su madre no volvería.
No volvería a verla sonreír, jamás se reiría por una de sus bromas. Nunca más volvería a abrazarla mientras repetía una y otra vez la misma frase ''todo estará bien, Care'' esas palabras que, aunque ella sabía que eran mentira, no por eso impedían que por un momento la creyera y se relajara en sus brazos mientras la abrazaba con cariño y le transmitía su calidez y apoyo maternal.
Sí, su madre estuvo con ella en todo momento. Extrañamente, ese pensamiento solo pudo destrozarla más.
Ella no había estado ahí en el momento en que su vida llegó a su fin.
La culpa se unió al dolor, y eso dio paso a la desesperación, a la agonía. Cuando llegó el momento de máxima vulnerabilidad, cuando el dolor se hizo insoportable, Caroline no se detuvo a pensar en como esa decisión afectaría su futuro, en si la rompería más de lo que ya estaba, y sobretodo, en las vidas que se perderían en el camino por su culpa.
Se convertiría en la imagen que habitaba en sus pesadillas, esa replica de si misma que no sentía ni se preocupaba absolutamente de nada ni de nadie.
No sentir nada. Eso era justo lo que necesitaba, la opción más fácil, más cobarde y definitivamente, más egoísta.
Caroline no lo pensó dos veces, y lo hizo. Anuló su humanidad, y con eso, el sufrimiento desapareció. Pero Caroline aquel día no solo dejó de sentir dolor, sino que también perdió la capacidad de sentir emoción alguna.
Nada.
Ya no sentía absolutamente nada. En su interior solo quedaba un vacío absoluto. Ya no había culpa. Ya no había dolor. Ya no quedaba ningún espacio para los remordimientos.
Y se sentía bien. Se sentía muy bien.
Era liberador.
Caroline sonrió ese día mirando su reflejo en el espejo.
Por una vez en su vida, se permitió ser egoísta.
