A Sam le pareció extraño que la casa se hallase tan callada. Por lo general, se oían a las niñas gritando desde los rincones, a Victor refunfuñando y a Patty cantando.
Pero hoy no se oía nada. Y ese era el problema.
De pronto el silencio se hizo a un lado dando lugar a un sollozo y silencioso se dirigió a él.
Era Patty. Patty Halliwel, la bruja buena, la fuerte, la independiente. Y estaba llorando, tendida en el suelo contra la pared mientras se tapaba la cara con las manos.
-¿Patty? –y se sintió tonto preguntando pues era seguro quien estaba allí. Pero estaba demasiado sorprendido. El tipo de chicas de Patty nunca lloraba.
-Se fue Sam –gimió, con la voz entrecortada.-Se ha ido.
Y no vio necesario preguntar quién. Víctor se había ido. Y no se lo reprochaba, y no porque fuera un luz blanca.
-Patty tranquila, volverá –le susurró, sentándose a su lado
-No volverá, Sam –repetía mientras volvía a llorar-Por culpa de lo que soy le he perdido. Es una maldición que desearía no haber tenido nunca…
Y como si le doliese hacerlo, levantó los ojos y clavó la mirada en Sam. Puede que Patty llevase el rímel corrido, la cara roja y los ojos vidriosos, pero para él, ella estaba más bella que nunca. De hecho, pasara lo que pasara siempre sería hermosa. Y ya no se culpaba de lo que sentía. Se había enamorado de su protegida. Una mujer que lloraba la partida del esposo al que amaba, una madre, de tres grandes futuras brujas. Pero la amaba, y esa certeza no tenía lugar en su cuerpo porque ella estaba llorando.
Y casi como un autómata, dirigió sus labios, buscando otros labios. Y por sorpresa de él, ella no se movió. Se dejó besar, cansada de llorar. Cansada de sentirse mal por lo que es. Cansada de renegar su linaje. Y los labios se amoldaron en uno solo, dejándose llevar. Puede que fuera la sorpresa de encontrarla allí tirada o la tristeza que le embarga al pensar en Víctor, pero por ese día se dejaron querer.
Porque sí, Patty Halliwel era la mujer más hermosa del mundo, con sus idas y venidas. O al menos, eso pensaba Sam de ella.
