Por el robo

Mao sigue hablando con C.C. en su gran desesperación. Se da cuenta de que ha cometido un error imperdonable. Los bastardos de Britania: tantos pensamientos superficiales a la vez. Similares. ¿Cómo iba a distinguir que ese sería especialmente perjudicial en su confusión?

Quizás habría encontrado una manera de salvarse. No acercándose a esa mente enfermiza, que era quieta como un campo de batalla teñido en sangre, justo después de que el último soldado enemigo dejara de respirar, con solo un sobreviviente del opuesto vencedor, sonriendo con lascivia, un corazón literalmente estrujado en sus dementes dedos. Pero a pesar de la agudeza de su Geass, no pudo reconocer el terreno hasta que ya lo había pisado. Y al igual que una trampa, este lo identificó a su vez. Cruzaron miradas.

Le habían retirado sus anteojos a Mao, que maldijo en al menos tres idiomas que se sabía al dedillo y le eran tan propios como la bilis. Cuando un hombre de poder se siente amenazado, negocia o desafía a su enemigo a su vez. Con todo lo que tiene. ¿Pero él? Cada color se le fue del rostro cuando Mao delató saber lo que pensaba, alzando una ceja como quien se encuentra con algo vergonzoso e irritante que no le pertenece. Una de muchas cosas, en realidad. Solo entonces. Como levantar un objeto del suelo que resulta ser una granada, ni más ni menos, y que explotará de inmediato.

Al comprender lo que tenía entre manos al estar inmovilizado en una oscura celda a su merced, Mao analizó sus opciones. Se aferró más que nunca a la esperanza de volver a ver a C.C. En sueños ella le hablaba, haciéndole sugerencias que eran soluciones más que perfectas pero que por desgracia olvidaba él ni bien abría los ojos.

Ahora, el afamado Vampiro de Britania está ante el telépata discreto pero visado por la Orden, sin duda.

-No te ejecutaré solo por placer y sentido del deber, pues me lo han mandado. Será un trabajo artesanal porque has osado…

Luciano Bradley temblaba al hablar pero cualquiera que no fuese un experto en heridas de cuchillos, habría supuesto que en la víctima (el prisionero…) los cortes numerosos, delicados y profundos en su limpieza, denotaban firmeza y sangre fría, más que una pasión en ebullición indignada y contenida por su manía de hacer bien las cosas que tanto amaba.

Tenía sus razones para portarse de esa manera. Un hombre tan perfectamente heterosexual como él no quiere ni que un demente sepa…

-…estaba bajo mi responsabilidad…-lo acusó Suzaku Kururugi al enterarse del destino de uno de sus protegidos, entre tantos otros liquidados por Bradley, reprimiendo sus impulsos violentos al respecto, como cada vez que se enfrentaban en encuentros cada vez más agresivos, al menos desde la pasividad molesta que el Enumerado mostraba. Luciano encontraba deleite en esas atenciones, por motivos inquietantes que Mao descubrió sin posible margen de error.