Iruka levantó la cabeza, irritado. Era la duodécima vez que Kakashi pasaba por delante de la oficina y cada vez que le atrapaba mirándolo, el otro intentaba disimular sin mucho éxito haciendo como que estaba muy interesado en tal o cual conversación o que se afanaba en concluir su informe. A la decimotercera, Iruka maldijo para sí y salió de allí, no sin antes poner a otro ninja a cargo de todo aquello con la promesa de no tardar en volver. Divisó a Kakashi a pocos pasos de él y sin mediar palabra, le arrastró por todo el pasillo, agarrándole del chaleco hasta hacerle salir.

-¿Qué buscas?

Kakashi se encogió de hombros. Idiota, pensó Iruka. Condenado idiota. Se acercó a él con el objetivo de… bueno, golpearle o algo así, ¿qué si no? Pero entonces, simplemente, sucedió. La máscara no estaba y allí donde antes había tela negra, ahora estaba su rostro. Y oh, Kami, Iruka pudo sentir como su boca se llenaba de saliva sin poder evitarlo, como sus labios se entreabrían ligeramente, como su cerebro se desconectaba. Así. Simplemente por eso.

Y un segundo después, el rostro estaba borroso y no podía enfocarlo bien aunque lo intentase pero tampoco era como si fuese a empeñarse demasiado cuando estaba siendo besado de forma suave pero demandante y ya no lo veía nítido pero podía oler a Kakashi, podía tocarlo, saborearlo.

Un silbido hizo que todo volviese a su ser, Kakashi se incorporó perezosamente para mirar a su alrededor con la máscara de vuelta a su sitio e Iruka sintió cómo le ardían las mejillas. Como, por un momento, hacía demasiado calor.

-Tú, condenado idiota…

El golpe resonó por toda Konoha. Kakashi le miró desde el suelo, sin dejar de sonreír con ese ojo idiota suyo. Imbécil, rematado imbécil. Iruka maldijo de nuevo.

-Ni se te ocurra volver a hacer eso. Nunca más.

-.-.-

Iruka aprendió pronto a que la palabra nunca no figuraba en el vocabulario de Kakashi. Pero tampoco iba a quejarse por ello… No demasiado, al menos.