360º

El brillo del sol. La imagen gira 180º atravesando las escasas nubes hasta enfocarnos sobre nuestro personaje. Por su atuendo se trata de un hombre rubio que corre por la acera en la mañana, parece que va tarde al trabajo, tal vez a una cita, la chaqueta ondea en su cintura y nos revela su género: una mujer de cabello corto. Casas adelante, se detiene en la primera esquina, un par de autos atraviesan a mediana velocidad, continúa su carrera bajo el follaje de un árbol que nos hace perderla de vista un segundo. Al llegar a la siguiente calle, con la mirada recorremos la avenida, hay locales comerciales en las aceras, los autos circulan en ambos sentidos. Ella espera su turno para cruzar. Semáforo en rojo, los autos se detienen, la vemos correr sobre la línea peatonal. En la acera gira a la izquierda, el tránsito se reanuda y continúa corriendo, pasa frente a una tienda, frena de golpe, regresa unos pasos y mira dentro. En el aparador los maniquís modelan su desnudez, carecen de detalle y se aprecian las líneas de ensamble, se limitan a imitar la figura humana. Alguien la observa, no se había dado cuenta de su presencia, una mujer de cabello aguamarina y vestido azul la mira desde dentro. La rubia se paraliza y su rostro denota vergüenza, va a partir pero repara en la mujer, no se mueve, ni siquiera parpadea, está tan inmóvil como los maniquís, le mira de cerca, sí, es uno de ellos, pero este es diferente, rebosa en detalle, tiene rasgos delicados, limpios, sin líneas ni marcas, sus ojos son azules, cristalinos y profundos, sus labios rosados, su cabello ondulado y sedoso, tan fino que parece real, no, sin duda no puede ser real, una mujer tan bella no puede existir, es una escultura, ¡es una obra de arte! Pero esperen, hay algo más, algo en su mirada le atrae y le provoca acercarse, sí, es casi perfecta, sólo le falta la vida para serlo. Clava la mirada en sus pupilas, parece que ha encontrado algo en ellas, y por un instante permanece callada, inmóvil, pétrea.

—¿Michiru? —Dijo una voz sacando del trance a la aguamarina frente al aparador, la mujer del vestido azul se gira hacia su amiga de cabello castaño que le llama a unos cuantos pasos sobre la acera delante de la tienda.

—Sí, ya voy —respondió dudosa, el andrógino y rubio maniquí dentro del aparador le causó una extraña sensación, es casi real, como si la mirara de verdad. Contempló esos cristales verdes una vez más y quedó tan quieta como el muñeco que la observa.

Nos movemos con la etérea forma de un fantasma y atravesamos el muro de la tienda. Nos detenemos en el centro y vemos a ambas mujeres mirarse a los ojos a través del cristal, seguimos nuestro recorrido y la rubia mira el maniquí aguamarina de un lado, atravesamos el muro de regreso y la aguamarina mira el maniquí rubio del otro.

—¡Michiru! Se hace tarde —insistió la castaña.

La confusa aguamarina aparta los ojos al mismo tiempo que la rubia continúa su camino en el otro extremo.

. . .

. .

.

"Hay otros mundos, pero están en este."

Paul Eluard