¡Hola! Mis lectores probablemente me manden a la mierda por haber empezado otro fic sin terminar los demás xD (Perdón)
De verdad, prometo terminarlos todos, pero esta noche he soñado con esta historia y no he podido resistirme a escribirla. Tarde o temprano todos tendrán un capítulo final, sólo necesito tiempo :')
Bueno, para que sepan un poco cómo va la cosa, este fic en realidad es un dos en uno... Osea, que habrá dos historias diferentes. Si quieren entenderme, mejor que lean el cap :D
Espero que les guste mucho mucho y faveen y folloween y revieween :P
Todo lo que reconozcan, pertenece a JKR, of course.
Una historia, Emma y Tom.
1. Cursilerías varias.
Hermione agradeció enormemente que su familia se hubiera marchado a una hora razonable.
Sus padres debían tomar un vuelo a Australia a la mañana siguiente, su tía se quejaba constantemente de su artritis y sus primos tenían prisa por salir de fiesta aquella noche del 31 de diciembre. Agradeció también que aceptaran su negativa a su invitación y no insistieran demasiado en que les acompañase.
Ella no era una chica de mucha fiesta. De hecho, le escandalizaban los lugares atestados de gente que te daban codazos para pasar por tu lado sin ni siquiera disculparse. Para Hermione, su espacio personal era sagrado, y le molestaba sobremanera que lo invadieran sin permiso previo.
Ella prefería quedarse en su modesto apartamento y ver una película romántica, escuchar música de la antigua o leer un buen libro. Y a poder ser, sola.
Le gustaba la soledad, su soledad. Se sumergía en ella con gusto, era como un mundo aparte entera y exclusivamente suyo, donde nadie (o casi nadie) la molestaba.
Resopló sonoramente cuando la puerta se cerró tras su último invitado, y se giró para encarar la mesa plegable en el centro de su pequeña sala de estar, atestada de platos y vasos sucios sobre ella. La fuente en la que su tía había traído la ensaladilla, rancia según Hermione, pero deliciosa según sus hijos, sobresalía del filo de la mesa y amenazaba con caerse.
Rápidamente, Hermione se apresuró a empujarla hacia el centro de la misma. Su tía nunca le hubiera perdonado que le hubiera roto algún cacharro de su cocina. Todavía recordaba el día que habían ido a su casa de visita, en el que, con seis años, se le resbaló de las manos el vaso de agua del que bebía. Se estremeció al recordar ese momento… Si aquella mirada cargada de ira que su tía le había dedicado hubiera tenido el poder de matar, ella llevaría exactamente 15 años criando malvas.
Rodeó la mesa, fingiendo que no estaba allí para no tener que recogerla, y se dirigió a su dormitorio.
Aquellas cuatro paredes eran su santuario, y la cama del fondo, su refugio.
Allí se metía cuando no tenía ganas de enfrentarse al mundo, cuando se sentía demasiado cansada para fingir que era una chica normal.
Porque la verdad era que, indudablemente, no lo era. Ninguna chica de 21 años habría cenado con su familia en nochevieja vistiendo una sudadera dos tallas más grande y unos vaqueros viejos y medio rotos. Eran sus vaqueros favoritos, los que le regaló su padre cuando cumplió 17 años y los que seguía llevando a todas partes, a pesar de las muchas peticiones que su madre le hacía cada vez que la veía con ellos puestos para que los tirara de una vez por todas.
Y, por supuesto, ninguna chica de 21 años estaría esa noche enfundada en un pijama violeta de franela a las doce y media.
"Sólo las que le haya sentado mal la cena", pensó Hermione.
Pero ella se sentía perfectamente, más ahora que se había quedado a solas.
Volvió a dirigirse a la sala de estar, y volvió a resoplar amargamente, mirando con resignación el caos que había dejado su familia en aquella pequeña estancia. Desde luego, ponerse a fregar todos esos platos no era lo que más le apetecía en aquel momento.
"Tengo que comprarme un lavavajillas", se dijo.
"¿Con qué dinero?", cuestionó su razón.
Atentó contra el perfeccionismo que siempre le había caracterizado al decidir ignorar el desorden y sentarse en su sillón favorito, con el portátil en el regazo.
Lo encendió.
Tamborileó los dedos sobre el reposabrazos, esperando pacientemente que aquella cafetera apantallada arrancara.
Hermione quería ser escritora, aunque no lo supiera nadie.
Lo llevaba en secreto porque, por una parte, consideraba que sus ideas no eran lo suficientemente buenas como para conseguir que una editorial quisiera publicarlas, y por otra, le daba vergüenza.
No sabía por qué, pero le daba pavor imaginar a alguien leyendo sus historias. Era como si el lector pudiera ver su cuerpo desvestido en cada palabra, su alma desnuda en cada frase.
Había escrito de todo, aunque las historias que más le gustaban, a pesar de no haber tenido novio nunca y a pesar de no creer en ello, eran las de amor.
Se sentía libre de poder fantasear con ese tema, aunque consideraba que era tan real como podía serlo una historia de ciencia ficción.
La cafetera por fin encendió, y Hermione escribió la contraseña para acceder al escritorio, atestado de documentos sobre la contabilidad y las cuentas de la empresa en la que trabajaba.
Se dispuso a abrir el archivo Word que contenía la última historia que estaba escribiendo, que trataba de dos jóvenes que iban al mismo instituto y que estaban locamente enamorados.
Para la protagonista, una muchacha de cabello castaño y ondulado, tan parecida a ella en todos los sentidos, había escogido el nombre que, desde pequeña, siempre había dicho que le pondría a su hija… Emma. Sin embargo, eso fue antes de que Hermione creciera y decidiera que, realmente, no quería tener hijos.
Se llamaba Emma y se apellidaba Watts. Aquello era un pequeño, aunque bonito gesto con su abuela materna, a la que nunca había conocido. Había decidido honrar su apellido de soltera.
Él, un apuesto chico de pelo negro como el azabache y tez oscura, se llamaba Jack… Jack Dawson. Sí, como el de la película de Titanic, pero el día en que empezó a escribir la historia no estaba demasiado inspirada en eso de los nombres, y como acababa de ver (por enésima vez) dicha película, decidió que ese nombre sería más que adecuado para su otro protagonista.
De todos modos, no creía que su historia fuera a convertirse en un Best Seller ni nada por el estilo, más bien estaba convencida de que se quedaría en el disco duro de su ordenador como todas sus otras novelas, así que no tendría problemas con los derechos de autor.
Buscó la historia con la mirada entre tantos archivos, e, inevitablemente, pensó en el señor Malfoy, y en lo que diría si supiera que su empleada se dedicaba a escribir unas estúpidas historias de amor en vez de terminar el informe que le encargó antes de las vacaciones.
"Sólo será un momento", se excusó, como si su jefe pudiera leer su pensamiento, y se sumergió de lleno en la historia de Emma y Jack…
Jack era tan apuesto, que a veces me quedaba sin respiración cuando lo miraba.
Aquella mañana, intentaba con todas mis fuerzas concentrarme en la lección de historia, pero me resultaba totalmente imposible.
Sentía mi acelerado corazón latiendo estrepitosamente dentro de mi pecho, y me sorprendió que nadie más pudiera escucharlo.
Jack se había sentado a mi lado voluntariamente, y a duras penas podía redimir mis ganas de lanzarme a su cuello cual vampiro de Crepúsculo.
"Mmm, tal vez me he pasado un poco". Hermione borró las últimas palabras y continuó.
Cual hembra en celo.
"No, tampoco". Volvió a borrar aquello, y tras pensar unos pocos minutos una comparación que no sonara tan estúpida como la primera ni tan desesperada como la segunda, decidió que no podía existir algo que quedara bien después de un "y a duras penas podía redimir mis ganas de lanzarme a su cuello", así que borró aquello también y puso un punto después de la palabra "voluntariamente".
Lo miré por el rabillo del ojo, y no pude evitar dar un respingo al descubrir que él también me miraba… Pero él lo hacía descaradamente, como si no le importara que los demás vieran que se fijaba en mí.
¿Acaso tenía pasta de dientes en la cara? ¿O es que se acordaba de cuando nos liamos la noche anterior, en aquel botellón al aire libre?
Si la respuesta era afirmativa para la primera hipótesis, me moriría de vergüenza.
Si lo era para la segunda, también me moriría de vergüenza, pero esta vez literal.
Jack sonrió levemente ante mi expresión que, sin duda, sería de espanto, y yo tuve que recordar que respirar formaba parte de las acciones que el cuerpo debía hacer para seguir con vida.
—¿Y bien, señorita Watts?
—¿Eh? —respondí, levantando la cabeza de inmediato, saliendo de mi aturdimiento repentinamente.
Mis ojos se encontraron con un más que enfadado profesor Binns, que me miraba con desaprobación.
—Le preguntaba, señorita Watson, si sería capaz de dar su opinión sobre la Guerra de Secesión.
—Disculpe profesor —dije, sintiendo todas las miradas fijas en mí y poniéndome colorada como un tomate—. Todavía no he leído ese tema.
—Ese tema, señorita Watts, es el que acabo de explicar mientras usted se distraía mirando a su compañero.
Quise morirme, que me tragara la tierra, que nos invadieran los extraterrestres en ese preciso instante, que una bomba nuclear hiciera estallar el planeta Tierra en millones de pedazos y que todas las criaturas que la habitáramos nos convirtiéramos en polvo.
"Jo, qué bien me ha quedado eso".
Lamentablemente, nada de eso sucedió, y yo tuve que disculparme con el profesor y con la clase por haberme distraído con semejante monumento que se había plantado a mi lado.
Sin embargo, me consoló saber que le habría pasado a cualquier chica que hubiera tenido la suerte de estar tan cerca de él.
Hermione siguió escribiendo, dejando que sus dedos flotaran libres sobre las teclas de su anticuado ordenador portátil, y describió cómo en la hora del almuerzo, Jack le hacía ojitos a Emma.
Después de escribir aquello, le dio un poco de hambre, así que se levantó y merodeó alrededor de la mesa, picando algunas patatas fritas y otras sobras de la cena.
Se desperezó y miró la hora en el reloj de la cocina, que curiosamente era la misma habitación que la sala de estar. Su madre llamaba a aquello algo poco higiénico y cutre, ella prefería pensar que su apartamento era de concepto abierto.
"La una y media, tal vez debería irme a dormir".
Pero no fue capaz de seguir su consejo. Volvió a acomodarse en su sillón, y siguió tecleando y dando forma a la historia.
Después de clase, Jack se ofreció a llevarme a casa en su coche, y yo no pude más que aceptar aquella invitación tan interesante.
Tal vez sí que se acordaba de la noche anterior, quizá no estaba tan borracho.
Sinceramente, me había sentido un poco culpable al aprovecharme de su estado de embriaguez para besarlo, aunque había sido él el primero en hacerlo mientras yo cargaba con él como podía para evitar que se cayera al suelo.
—¿Cómo te lo pasaste anoche? —preguntó de repente, cogiéndome con la guardia baja.
—¿Eh? Ah, muy bien —respondí torpemente. Las palabras se atropellaban unas a otras mientras hablaba, y quise morirme otra vez por parecer tan tonta—. Sí, genial.
Jack se río, y yo no supe si era debido a mi desafortunado trabamiento con las palabras o que le había resultado gracioso algo que había dicho.
—Yo también me divertí mucho —añadió, fijando la vista al frente.
Sin embargo, yo no pude apartar la mía de él, por más que me lo propuse.
Me mordí el labio instintivamente al pensar que quizá podía gustarle, que por fin había descubierto que existía.
—Espero que no haya nadie que se enfade por lo que pasó anoche —dijo de repente, sacándome de mis cavilaciones.
—¿Cómo? —me sentía tonta, realmente estúpida, pero no entendía a lo que se refería.
—Ya sabes… alguien que se sienta ofendido por que te besara ayer —dijo, mirándome de soslayo y provocando que me diera un vuelco al corazón —. Debí haberte preguntado si tenías novio.
—¿Novio? —sentí la sangre fluyendo a borbotones bajo la piel de mis mejillas, y la idea de tirarme del coche en marcha para no tener que responder a esa pregunta me pareció de lo más sensato. Sin embargo, aguanté el tipo, y con voz entrecortada, dije—. No te preocupes, no tengo novio.
—¿No? Lo intuía.
¿Por qué lo intuía? ¿Acaso era demasiado fea como para tener novio? Me sentí ofendida.
Lo cierto era que sólo me había besado con un par de chicos,
"Más que yo"
pero nunca había tenido novio… Sin contar el marido que tuve en prescolar, claro. Nuestro noviazgo había durado medio recreo.
"Qué casualidad, exactamente igual que yo"
—¿Puedo saber por qué? —dije con un tono un tanto acusador.
Jack se detuvo en un semáforo y aprovechó para mirarme con expresión divertida. Su sonrisa era tan bonita y perfecta que me dieron ganas de partírsela de un puñetazo.
"Hermione, esto es una historia de amor", tuvo que recordarse, y se apresuró a borrar sus últimas palabras, aunque soltó una sonrisa ante su genial ocurrencia.
"Tengo que recordar esto para encajarlo de una u otra manera… Tal vez metiendo a una ex novia molesta", divagó consigo misma.
que me dieron ganas de besarlo.
—Porque eres tan bonita que intimidas a los hombres —respondió él.
Hermione siguió escribiendo cursilerías por el estilo, tan empalagosas y ridículas que hasta a ella misma le repulsaron.
"Creo que como siga así me voy a atragantar con tanto arcoíris".
Al llegar a mi casa, Jack se apresuró a salir del coche para abrirme la puerta del copiloto
"Como si fuera manca"
y yo me sonrojé todavía más. Salí del coche y levanté la mirada para darle las gracias.
"Y salir corriendo sin mirar atrás"
Jack volvió a sonreír mientras ponía una mano sobre mi cabeza y me atraía a él, como hizo la noche anterior.
Mi corazón volvió a volverse loco cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando. Sus labios se encontraban tan cerca de los míos que podía sentir su respiración en mi rostro.
De repente, nuestros labios se volvieron a encontrar y
¡RIIIIIIN!
Hermione dio tal brinco en el sillón que casi se le cae el ordenador del regazo.
Echó una rápida ojeada al reloj de la cocina mientras buscaba el condenado móvil.
¿Quién diablos podía llamar a las tres menos cuarto de la madrugada?
¡RIIIIIIN!
—¡Voy! —gritó Hermione, como si eso acallara el estridente sonido de aquel cacharro, que a saber dónde estaba.
¡RIIIIIIN!
Corrió de un lado a otro aguzando el oído para descubrir dónde diantres estaba el malnacido aparato.
Por fin lo localizó en la encimera de la cocina, entre un plato de gambas y una barra de chóped que había sacado para la ocasión. Su sueldo no le daba para más.
Se abalanzó sobre él, y se quedó de piedra al leer en la pantalla el número que le llamaba.
"Señor Malfoy".
—¿Qué querrá éste a estas horas? —dijo en voz alta, antes de presionar la tecla verde y responder a su llamada—. ¿Sí?
Pero al otro lado no se escuchaba otra cosa que un jaleo tremendo. Gente gritando, música tan fuerte que era imposible enterarse de la letra, y ruido de copas chocando entre ellas.
—¿Jefe? —preguntó Hermione, como si albergara la esperanza de que pudiera escucharla.
Sin embargo, pudo distinguir un atisbo de su voz entre tanto caos, diciendo algo así como ¿qué haces?
Y luego colgó, dejándola a ella tan desconcertada como perpleja.
