Última llamada
En rojo.
Si la vida fuera una ruleta a ella le habían tocado siempre rojo. No solo porque el rojo era su color preferido en el Instituto, el color del traje de porrista que tanto amó en ese tiempo. Si no porque siempre le parecía que estaba en rojo. Siempre. Como al limite.
Con 17 se había conformado con ser la que mira desde afuera, más por no elegir el camino difícil que porque se viera obligada. Con 15 había torturado escorias sociales con el ímpetu de una gata persiguiendo a ratones condenados. Con 16 había aprendido parte de la lección pero aún le quedaba la mitad de la letra por memorizar y cuando menos se dio cuenta se dedicaba a la persecución de un solo roedor, una pequeña y morena "ratita", que si la pensaba así le daba más ternura que deseos de matar. Eso debía haberle advertido algo pero ella se contentaba pensando que debería tener un hamster de mascota y que Rachel Berry usaba unos atuendos que eran dignos de reprobación social. Se lo merecía. Con 17 se tuvo que enfrentar a lo que realmente quería evadir durante tantos años.
Su relación con Berry había mejorado soberanamente durante los últimos meses, gracias a la intervención de la morena en su situación con Beth. Incluso, a que fue la única realmente interesada en ella cuando decidió desvincularse de todos y pintarse el pelo. Pero eso fue demasiado. El momento en que la encontró entrando a aquel lavabo supo que lo que le podría querer contar no le gustaría.
"Finn me propuso que me case con él"
"¿Qué le has dicho?"
"Que tenia que pensarlo"
¿A cuántas personas les puede quedar claro el hecho de que quizás si algo hay que pensarlo es porque es demasiado precipitado? Mucho más si es esto. No es que una no pueda necesitar asimilar cosas para encontrar una respuesta apropiada. Pero si pensarlo requiere comentarlo con tu "casi" amiga es que hay algo en ti que no está demasiado seguro. Y no estar demasiado seguro de casarse a los 17 es tan normal como una señal de advertencia: suelo resbaladizo en la carretera. Al menos para Quinn. No se equivocó en pensar que todo era demasiado pronto y precipitado, más aún con lo que sucedió luego. Ella no podía dejar de pensar en cómo persuadir a Berry del error que cometía, aunque no estaba segura porque necesitaba tanto persuadirla. Le dijo que era un error, y luego que si la apoyaría, para finalmente salir pitando justo antes de la ceremonia. Enfadada por verla dar vueltas ante ella vestida de novia, nerviosa por casarse con el idiota de Finn Hudson. El porqué de repente el muchacho por el que había peleado con Rachel denodadamente se había convertido en el idiota, era algo que prefería no preguntarse.
En la carretera y con el corazón en añicos, combatía a muerte con las emociones que la obligaban a querer regresar a la capilla e impedir la maldita boda. Maldita boda. Maldita. Estaba tan enfadada y Rachel no se la ponía fácil. Desde que salió del recinto no paro de enviarle mensajes, uno tras otro, pidiéndole, rogándole, suplicándole que volviera con los argumentos más perversos, según Quinn. Pero había tocado fondo cuando le dijo que no podía ni quería casarse sin ella. ¿Qué demonios quería decir eso? Le rechinaron los dientes igual que rechinaron los neumáticos cuando dio la vuelta hacia donde Rachel y su pataleta pro-Quinn ponía a prueba la paciencia de Finn Hudson. Todo acabo en una práctica tragedia que evito a la fuerza lo que Quinn quería evitar al girar el coche y decidir frenéticamente que iba a sacar a Berry de aquella capilla antes de que cometiera el error más grande de su vida. El error lo cometió ella al despistarse pero esa falacia terminó por salvarla de tener que tomar una decisión que cambiaría su destino de los siguientes años, compulsivamente. Un destino que luego, cuando ya estaba fuera del hospital, dejo fluir por comodidad. Igualmente, Rachel nunca llegó a casarse por mucho intentos que Hudson hiciera. Y ella se sentó cómodamente a ver como todos movían sus fichas. Con el corazón roto y tóxico de algo aferrado a sus sombras. Con el mismo color del ayer. Rojo. Tan rojo como todo lo que paso luego y ella simplemente se negó a ver.
Si ahora se pone a pensar en todo lo que sucedió en los días antes del accidente, no lo entiende. No entiende cómo es que Rachel y ella, o alguien alrededor, no notará como todo gritaba algo que ella ahogaba a fuerza de silencios. Algo que probablemente Rachel ahogara a fuerza de duetos y promesas de amistad. Algo que cantaba a las claras que al menos una de las dos estaba perdiendo pie en su cometido. Pero claro, no podía culpar a nadie por elegir no ver cuando ella había sido la primera en hacerlo.
El whisky que se sirvió al llegar a casa le quemaba en la garganta tanto como reconocer aquello que había vivido en clandestinidad universal durante tantos años. Siete habían pasado desde la primera propuesta. Siete desde el accidente. Y en siete años había pasado lo impensado. A veces agradable, a veces simplemente punzante. Sobre todo los últimos 2 años, a partir de los cuales de a poco se había ido convirtiéndose en una ermitaña demasiado parecida a Russel, incluso para su misma desazón. Bufó después del siguiente trago. Los primeros 5 años antes del letargo habían contenido una serie de hechos que podrían llamarse importantes, porque lo eran básicamente Se había acostado con Santana, su mejor amiga. Para probarse quizás que podía soportar perfectamente el hecho de que a unos metros Rachel estuviera con Finn. ¿Cómo no lo vio antes? Era más fácil dedicarle la hazaña al alcohol que a su propio despecho. Incluso el alcohol era una señal pero cómo ver lo que esta tapado por un velo que una misma sostiene con violencia con sus uñas.
Ni el whisky pudo con la primera lágrima. Otra vez el alcohol, aunque casi era una constante en los últimos 2 años. Santana, aunque aún no lo sabía, había abierto una puerta para Quinn, una que no intento siquiera cerrar ni una sola vez. Después de ella no volvió a acostarse con hombres nunca más. Ni siquiera Puck había logrado convencerla emborrachandola como aquella deplorable primera vez. Lo único que había conseguido es que la rubia terminará empapando su hombro con lágrimas que no quiso explicar. Él nunca volvió a intentar lo de siempre, apenas se concentró en intentar ayudarla luego, saber como se encontraba. Pero ella había construido un muro alrededor de su fragilidad.
Después de aquella noche con Santana, y en el más absoluto de los mutismos, por su cama habían pasado una compañera de Yale, una de sus colegas de prácticas y, quién más había resistido a sus condiciones, Kate. En Yale había estudiado Leyes y algo de Finanzas, pero además había podido profesionalizar su afición por fotografiar cosas. Y había organizado algunas exposiciones conjuntas, nada relevante pero si muy satisfactorias. En un pos-exposición conoció a Kate, mientras bebía para celebrar la primera vez que la prensa se había hecho presente. La morena era algo mayor y se acercó casi inmediatamente habían cruzado miradas. Le gustaba y no dudo en hacerselo saber. Al poco se enteró que era detective de la policía y una muy buena. Encantadora en cualquier punto de su manera de vivir. Duraron lo que duran la primavera y el verano. Se terminó cuando Kate se cansó de ser la anónima que Quinn no se atreve a llevar a sus cenas con los chicos del Glee Club, o a casa con su madre, o a cualquier sitio lejos de New Haven. No pudo culparla cuando con una sonrisa le obsequió la mejor de las críticas y cerró la puerta tras ella. "Aún tienes mucho que asimilar, Quinn, pero no arrastres a nadie más antes de que no estés lista para tener algo que ofrecer". Kate la llama cada jueves para saber que tal le va. Una sonrisa desdeñosa de medio lado fue la respuesta a un pensamiento que le decía que había demasiada gente preocupada por su perdición inclemente. Pero ella no lo pedía, no lo deseaba. Aún así había gente del otro lado. Cuando estaba en New Haven estaba ahí, ahora que esta en San Francisco, mas y menos, siguen. San Francisco. Hasta ahí se tuvo que ir cuando todo le pareció demasiado tóxico en New York. Demasiado venenoso para un corazón rojo y roto.
Hacia 2 años que la misma noche le había jurado la peor de las batallas y ella había perdido con creces. Santana la había convencido de vivir en New York mientras hacia las últimas prácticas de leyes. Así que cuando menos quiso verlo venir termino en el departamento de sus 3 ex compañeros, viviendo el día a día de la ascendente estrella de Broadway Rachel Berry. Poco tiempo pasaría antes de que fueran a aplaudir desde las primeras filas de uno de los teatros más importantes a la ya consagrada revelación del mundo del teatro. Lo que Quinn no preveía aquel sábado era que acabaría lanzando a la papelera el ramo de rosas rojas con el que iba a obsequiarle su admiración a su amiga. No lo había planeado así pero justo cuando se dirigía a felicitar a Rachel detrás de la escena, a la que tenía acceso gracias a la misma Rachel, vería a Finn Hudson abrazando y besando a "su Rachel".
Lanzar el ramo era lo menos que quería hacer. Huir lejos lo más. Cómo el destino es así de perverso cuando no podemos dominar el timón, su padre la llamó aquella noche. Russel y Quinn habían mejorado su relación al punto de soportarse primero, y luego de preocuparse un poco. Él y Judy no había vuelto pero lograron un acuerdo para poder vincularse un poco mejor con sus hijas. Así es como Russel había viajado a New York en algunas ocasiones y cenado con su hija menor, enterándose de sus progresos. Con cierto orgullo había recibido la noticia de la pronta graduación de Quinn. Aquel sábado, ajeno a cualquier tipo de circunstancia que envolviera a Quinn, marcó su número con una propuesta que pensaba que sería rechazada de plano y para su asombro (y regocijo interno) lo que encontró fue un "Ok". Su compañía necesitaba guía financiera y él quería que su hija tomará las riendas. Lo cual sucedió.
Cuando al día siguiente, Rachel regresó a casa después de posiblemente pasar su noche con Finn, encontró a Quinn con las maletas listas y haciendo unas llamadas para confirmar que podía continuar con las prácticas en San Francisco. Aunque preguntó que sucedía y por qué, Quinn no le dijo más que las mismas excusas que dijo a los otros dos, quienes de ser interrogados las habrán repetido sin más. Daba igual cuanto hubieran teorizado luego sobre la partida intempestiva de la rubia hacia el otro lado del país, nunca sabrían que lo que Quinn no podía era soportar otra vez a Finn con Rachel. No podía y no iba a resistirlo. Quizás era un buen momento para entender que esa rabia que sentía era la señal de que debía quedarse y no huir. Pero Kate tenía razón. Aún no estaba lista. Rachel quiso detenerla luego de verla pulular y de recibir el frío beso que le dio antes de partir.
"Quinn espera... necesito hablarte de algo..."
"Ya me lo dirás Rachel... llámame al teléfono en unas horas..."
"Pero es que no puedes irte..."
"¿Por qué no? Nada me retiene aquí..."
No iba a oír como Rachel le volvía a contar como tantas veces antes asuntos relacionados a Finn y sus sentimientos. Se negaba rotundamente. Un avión podría verse como algo radical pero para Quinn era necesario sentirse lejos, más lejos que nunca. Y de tanto quedarse lejos, se fue quedando sola sin darse cuenta.
En rojo. Cómo a veces algunas de las cuentas que tenía que llevar. Era la compañía de papá la que la mantenía menos atormentada, a base de problemas. Russel y ella fueron a mejor en su relación, al punto que un día su padre la detuvo en el pasillo luego de que le gritará a unos cuentos energúmenos de sus empleados y con los ojos inquietos le dijo: "Quinn, te empiezas a parecer demasiado a mí y eso no es algo bueno... hay mucho más que esto en el mundo...". Su hija le respondió con un "Déjame Russel" y se marchó ofuscada a su oficina. Todo para terminar saliendo una hora después con los ojos rojos y una silenciosa disculpa que se consumo en un abrazo sincero. Y en una cena en un restaurante mexicano. Algo que Russel había descubierto que disfrutaba bastante. Judy los acompañó aprovechando que estaba visitando a su niña y Quinn vio con cierto agrado cómo a su madre le brillaron los ojos con algunas bromas que Russel acostumbraba a hacer cuando iban allí y con el trato que mantenía con el camarero. Russel había cambiado mucho. Casi como Quinn, pero para bien.
Los 2 años pasaron despacio y no tanto. Al poco de partir Quinn, Rachel abandonó el piso y se fue a vivir a un sitio más grande. Quiso llevarse a los chicos pero ni Santana ni Kurt quisieron abandonar aquel sitio que tanto les gustaba. Al poco Finn se instalo con ella en su piso de Manhattan. Su carrera fue su principal prioridad, grabó un disco que Quinn compró el día que salió y que ella presentó a los 3meses en su ciudad. Fueron ella y su padre y la aplaudieron sin cesar. Pero Quinn se negó a ver a Rachel alegando demasiado trabajo y obligaciones. Apenas se habían hablado un par de veces por teléfono En realidad, ni siquiera había hablado mucho con Santana, ya que cada vez que lo hacia su mejor amiga la ponía negra pidiéndole explicaciones que no podía darle. Y peleaban al punto de cortarse mutuamente. Pero cada tanto se dedicaban 5 minutos, 5 enfadados minutos. Para Quinn era una forma de comunicación similar a aquella bofetada con la que cada una opinó a su gusto sobre la otra.
Volvió a llenar el vaso con el alcohol y lo bebió de un trago. Con el sobre en sus rodillas. Sabía lo que era y no se atrevía a abrirlo para comprobarlo. La confirmación de lo que decían los medios las ultimas semanas. Además las llamadas repetidas de Rachel eran un buen sensor de que algo iba a suceder y pronto. Reprimió el sollozo cuando se obligó a romper el borde. "No puede ser, no, por favor". Suplicó con más angustia que fe a un dios que dicen omnipresente. "Que no sea verdad, por favor...". Pisando los 25 años ahora era consciente de que todo lo que la estaba atormentando era un amor no admitido. Un amor que se había prohibido a sentir por alguien que no era ni conveniente ni alcanzable. "Por favor...". El borde dorado de lo primero visible era la coronación de sus temores. "Rachel y Finn" se leía a 30 centímetros de distancia y con los ojos llenos de lágrimas que, estaba claro, no cesarían por ahora. Lloró amargamente sobre aquel sobre con las manos en la cara, con el llanto audible en cualquier rincón de su piso de 4 plazas. Audible para la soledad dolorosa y terrible que la aquejaba. Cada vez que Rachel y Finn decidían casarse dolía peor. Más. Todo porque se había negado a luchar. Por un montón de viciadas costumbres que a nadie le importaban.
Apretó en un puño todo lo que contenía el sobre y se dispuso a coger una brutal borrachera antes de irse a dormir. Aunque mañana la cabeza se le partiera de dolor, daba igual. Tendría de aquí en más los peores días de su vida. Ya lo sabía. Miró la fecha y bufó, 2 semanas desde hoy. Maldita Rachel y su precipitación. Ni siquiera le daba tiempo a nada. No sabia a qué pero en 2 semanas no había mucho que pudiera hacer más que morderse a si misma en su miseria. "Mierda". Los últimos años le habían obsequiado la capacidad de insultar sin culpabilidad. "Mierda, mierda de vida". Lanzó lo más lejos que pudo el sobre, no podía soportar ni siquiera sostenerlo. Se aferró a la pequeña mesa cerca, donde reposaba la botella, para que su cuerpo dejara de temblar por el llanto. Cuando apagó levemente las lágrimas apuró el vaso otra vez. Paseó sus ojos por la habitación preguntándose cuando había decidido empezar a dejarse morir. Todo tenía un aspecto tan fúnebre, o quizás era que se sentía muriendo esta noche. Muriendo del todo, latido a latido. Una agonía que duraría 14 largos días y dejaría sus huellas por siempre. Porque no se veía capaz de hacer nada más que morir. Todas sus oportunidades las había lapidado su cobardía. Qué dramática había resultado ser después de todo.
Sus ojos se posaron allí donde el objeto que le quemaba antes en las manos había ido a parar. El fuego de la chimenea iluminaban el sobre, la invitación y las indicaciones que brillaban especialmente por sus motes dorados. Quito la mirada con rapidez pero la regresó al cabo de unos segundos. Allí, donde el dorado se confundía había un pequeño papel doblado sobre si mismo un par de veces. Uno que no brillaba y parecía escondido en su sobriedad. Su cuerpo se movió por inercia y atacó al montón de sueños "Hudson-Berry" empujándolos más lejos y quedándose solo con lo que le interesaba. Era un trozo de hoja muy delgado y había algo escrito en él. Lo abrió mientras tragaba saliva y sus ojos reconocieron la caligrafía perfecta de Rachel. Era una carta para ella. Rachel había adosado una carta personal en medio de todo el salvaje tintinear que era la invitación a su boda. Pensó que sería lo de siempre. "Ven Quinn, Finn y yo estaremos encantados de verte... vernos mientras sufres con tu corazón rompiéndose en mil pedazos...". Vale, probablemente hasta el "verte". Al leer la primera linea supo que estaba equivocada.
Quinn
Yo no sé... no sé porque te escribo esto... puede que nunca abras la invitación y nunca veas mi carta... Todo este tiempo he hecho lo imposible por volver a verte, por hablar contigo pero no por teléfono, no sin poder verte a los ojos... no quería... y estoy aquí, soltando una perorata sin sentido en una carta, que tú probablemente, por tu trabajo o tus obligaciones, no leerás...
Me caso Quinn, ni siquiera se si quiero pero lo hago... Miento, si que se lo que quiero pero solo eso... Es todo tan difícil. Lo único que sé, que siento, es que deseo verte, con todas las fuerzas que me nacen en el corazón quiero verte Quinn... ¿No lo entiendes verdad? Seguro que no... a veces ni yo lo entiendo
Lo escribiré una vez y lo meteré en el sobre, y se lo daré a mi asistente para que lo envié urgente a San Francisco. Son 5 minutos, y cuando decida arrepentirme será tarde. Pero es que estoy cansada de arrepentirme.
Quinn, ven, por favor, ven... se que puedes, no me digas que no... No puedo ni quiero casarme sin ti... No quiero que no estés, quiero que vengas y me dejes cometer este error si es eso lo que debo hacer...
Rachel Barbra Berry
Claro que no entendía nada pero quería porque su tóxico corazón se había sobresaltado. Rachel no estaba segura y la necesitaba a ella para saber qué hacer. No quiso ponerse a pensar demasiado sobre esa carta que decía a las claras que Rachel estaba pasando por un momento de debilidad tan duro como ella. Que la necesitaba para tomar una decisión que no se atrevía a tomar. Sintió que la misma Rachel le daba una oportunidad. La última. Cuando menos necesitaba entender esa carta y también darse la posibilidad de ser autentica. De decirle lo que tantas veces se había obligado a callar, involuntaria o voluntariamente.
Marcó aquel número con resolución.
-¿Quinn?
-Si, hola San...
-¿Qué quieres?
-¿Puedes darme alojamiento las próximas semanas?
-¿Vienes a New York?
-Si
-¿Por qué?
-¿Puedes o no?
-No hasta que respondas a mis preguntas...
Suspiró antes de contestar. Igualmente cómo mucho podría retrasarlo un poco más y no valía la pena realmente.
-¿Qué quieres saber? - concedió.
-¿Por qué te fuiste? - la eterna pregunta.
-Huía...
-¿De quién? - interrogó Santana.
-... De mi...
Santana rió con ironía.
-Déjame decirte rubia que nunca has sido muy inteligente pero aquí te has pasado un poco, por si no lo sabes, te llevaste contigo...
Quinn tuvo que reír y asentir mientras tanto.
-Eso ya lo sé... pero creí que resultaría...
-¿Por qué ahora?
-Digamos... - meditó como decirlo – digamos que hoy he decidido leer mi correo...
-¿Has recibido la invitación entonces?
-Si...
Pensó que tendría que explicarle a Santana todo lo que pasaba pero para su sorpresa todo termino antes de lo esperado.
-Te estaremos esperando – dijo la chica y cortó la comunicación, dejando a Quinn balbuceando un "Adiós" al tono de llamada.
Muy bien. Solo restaban dos asuntos más, hablar con su padre y comprar un billete. Mañana estaría camino a New York. Estaba al limite otra vez. En rojo. Pero había oído justo a tiempo la última llamada.
Se admiten insultos, siempre que no se metan con mi madre o mi hermana... XDDDDDDD Se aceptan y exigen críticas... Besos a las que se hayan tomado el ratito para leer...
