Prologo: La noticia que sacudió el mundo

-Entonces, ¿qué hay de mi?- preguntó el maltrecho joven.

Su ahora antiguo jefe le miró de arriba abajo. Miró a aquel joven cubierto de heridas y polvo, a aquel hombre que se las había ingeniado para congraciarse con sus secuestradores, sobrevivir al ataque de unos mercenarios, conservar el disco que se le había confiado, y que aun así era capaz de mirarle a los ojos con tal ferocidad. Puede ser que lo hubiera juzgado mal.

-Ahora, señor Okajima, volvemos a casa- dijo el ejecutivo, dándose la vuelta y dirigiéndose a su limusina, donde otro de sus subalternos, responsable de aquel joven, le esperaba a la puerta.

-Creo que no va a ser posible. Verá, al parecer, estoy muerto. De manera que, lo siento, pero no puedo volver con ustedes- dijo el joven agarrando su corbata. Quitándosela de un tirón, dijo-: Y mi nombre es Rock.

Dedicó una última mirada al joven, y entro en el coche.

-¿En serio? Muy bien, es su decisión.- Tras acomodarse, se dirigió al subalterno que le acompañaba.- ¡Vámonos!

Una vez estuvieron todos en el coche, el conductor arrancó y se alejó de la zona. Mientras tanto, el señor Kageyama dedicó unos pocos de sus pensamientos a aquel joven japonés, que había decidido por voluntad propia quedarse en aquel agujero de mala muerte. Si así lo quería, por el no había problema. Después de todo, solo era una persona del montón.

¿Qué consecuencias podía acarrear su muerte?


Tres días después, Nueva York

Cuatro figuras oscuras se ocultaban al amparo de la noche en la azotea de uno de los rascacielos de la ciudad. Llevaban pasamontañas negros, con gafas de visión nocturna en sus ojos, y un traje negro que impedía diferenciar el sexo de su dueño. Atados a sus cuerpos llevaban varios cinturones, cada uno con varios bolsillos de diferente tamaño, mientras que unas pequeñas MP5 descansaban en sus espaldas, sujetas con una correa. Cada uno de ellos llevaba una pesada bolsa de deporte al hombro.

En aquellos momentos, el ambiente estaba un poco tenso.

-¡¿Cómo que va a tardar en venir?!- gritó una de las figuras, con una voz femenina, aunque amortiguada por el pasamontañas.

-Es lo que dice Roger- respondió otra de las figuras, un hombre esta vez. Llevaba un equipo de radio, y acababa de recibir un aviso de uno de sus compañeros-. Tardará aun 20 minutos.

-¡¿20 MINUTOS?! ¡En 20 minutos, estaremos todos en un coche patrulla, como no aparezca pronto ese idiota!

-Cálmate, ¿quieres?- dijo otro de los encapuchados, otro hombre-. Mientras la alarma siga desconectada, estaremos bien…- En ese momento, varios pisos por abajo, una estridente sirena empezó a sonar, cerrando a cal y canto todas las puertas del edificio, y poniendo sobre aviso a la policía.

En la azotea, la figura de voz femenina se llevó una mano a la cara, presa de la exasperación.

-¿Decías?- De pronto, pareció calmarse y se dirigió al encapuchado con el que estaba hablando-. Por cierto, recuérdame que le debo una paliza a Michel. Está claro que la ha cagado a la hora de apagar la alarma.- El encapuchado levantó el pulgar, obviamente contrariado por haber hablado de más delante de su jefa.

La cuarta figura se dirigió rápidamente a la puerta por la que habían accedido a la azotea, y trató de abrirla, pero no funcionó.

- D, déjalo- dijo la mujer con voz cansada-. El sistema está diseñado para que ninguna puerta se pueda abrir hasta que llegue la poli. Eso incluye la azotea.

-¿Y ahora qué hacemos?- preguntó uno de los encapuchados.

Su líder empezó a pensar en un plan, mirando a su alrededor por si veía algo que pudiera utilizar para sacar un par de minutos extra. Se encontraban en una azotea bastante grande. Una reja cubría el perímetro, permitiendo ver a través el paisaje nocturno de la ciudad. No era muy alta, y la parte superior no estaba protegida, de manera que se podría escalar. La puerta por la que habían entrado no era una opción. Cerrada como estaba, no disponían del equipo necesario para atravesarla, y aunque lo hiciera, se encontrarían metidos en lo alto de un edificio acuartelado y bloqueado. Solo el llegar hasta abajo les llevaría toda la noche, sin contar a los policías que, seguramente, estaba a punto de llegar, con furgones llenos de SWAT y helicópteros con focos. Unos equipos de ventilación y aire acondicionado cubrían una parte de la azotea, emitiendo una pequeña nube de humo al aire, con las hélices dando vueltas sin parar. Unos pocos de esos equipos se encontraban abiertos y apagados, seguramente a causa de algún problema de mantenimiento. Poco a poco, una loca idea cobró forma en su mente.

-B, pásame el pinganillo. C, ve con B a esos aparatos abiertos, y mirad a ver si podéis construirnos una cobertura. Los usaremos para ocultarnos por si vienen helicópteros. D, conmigo.

B le pasó a su jefa su radio portátil, y fue con C hacia donde estaban los equipos de ventilación. D y la joven se dirigieron hacia el extremo noroeste de la azotea, mientras la jefa se colocaba el equipo y sacaba un cable muy largo.

-Roger, aquí A, ¿me recibes?- Durante un rato, no se escuchó nada, hasta que…

-A, aquí Roger, te recibo.

-Bien. Primero, te pienso meter tal patada en el culo cuando lleguemos a la base que vas a poder saborear mi bota con la lengua.- La única respuesta por la radio fue una seca risa de Roger-. Lo segundo, hay un cambio de planes. Dirígete a mi señal al extremo sudeste del edifico, y quédate a la altura de la azotea. ¿Entendido?

-Si jefa, cambio y corto.

A se quitó el pinganillo, y se dirigió a D.

-¿Te quedan explosivos?

-Si- dijo D, sacando un pequeño dispositivo de uno de sus bolsillos-, ¿para qué…?

-No preguntes, y átate esto- dijo A arrebatándole el explosivo, y pasándole un extremo del cable que había sacado. Mientras se dirigía a la verja, se ató el otro extremo con un mosquetón a su cintura, y empezó a escalarla. Cuando llego a la punta, le hizo una seña a D, quien acabó de asegurar la cuerda y levantó un pulgar, mostrando que estaba listo. A empezó a descender por la cara externa del edificio, impulsándose con las piernas haciendo rapel. Tras bajar varios pisos, sacó el explosivo que D le había dado, y lo instaló en el exterior del cristal, donde se quedó fijo emitiendo una débil luz roja. Mientras se preparaba para ascender, A se permitió unos segundos para contemplar la ciudad a sus pies.

Era magnifica. Los altos edificios rodeándola como montañas de cristal, las luces de los coches atravesando las calles velozmente, las miles de luces y señales que decoraban la ciudad, como un enorme cofre del tesoro brillante. Con gusto se hubiera quedado allí a contemplar tal maravilla, pero el sonido de una sirena en la distancia la urgió a darse prisa. Subió rápidamente a la azotea, donde D la ayudó a pasar la verja.

-Vamos con los demás- dijo mientras recogía el cable. Junto a los equipos del aire acondicionado, B y C acabaron de montar su escondite. Habían quitado la mayoría de piezas de dentro de la carcasa, y las habían disimulado lo mejor posible junto a al resto de maquinas. El resultado había sido una enorme carcasa vacía, lo bastante grande como para que los cuatro cupieran dentro, aunque no sería fácil, ni cómodo.

-Bien, vamos al otro extremo de la azotea.- Los cuatro agarraron la carcasa, y empezaron a moverse hacia el extremo del edificio.- Cuando lleguen los helicópteros, llamaremos su atención usando los explosivos. Entonces, atravesaremos la verja y saltaremos al helicóptero de Roger, quien nos sacara de aquí.

-Espera… ¿Saltar?- preguntó B con miedo-. Como en… ¿¡SALTAR DESDE AQUÍ!?

-No seas gallina, B- dijo C.- Además, ¿se te ocurre algo mejor?- B tragó saliva, pero no dijo nada. Una vez estuvieron en posición, se ocultaron dentro de la carcasa vacía.

Momentos más tarde, el sonido de unas hélices indicó al grupo que la policía acababa de llegar. Encendieron sus focos, y empezaron a barrer con ellos la superficie de la azotea, buscando a cualquier figura sospechosa, mientras que seguramente a la puerta varios coches patrulla y furgones de fuerzas especiales empezaban a entrar en el edificio. Por suerte, la carcasa cumplió su cometido, y el cuarteto se mantuvo oculto, hasta que la radio de A empezó a emitir un mensaje.

-Jefa, estoy en posición, pero no puedo acercarme con todos esos helicópteros cerca.

-Tranquilo. En cuanto se alejen, ven a buscarnos. Tendremos que ir rápido.- De uno de sus bolsillos, A sacó un pequeño detonador-. ¿Todos listos?- El resto del grupo asintió- …3…2…1…- y activó el detonador.

Varios pisos por debajo, el explosivo dio un corto pitido en respuesta, y explotó con fuerza, destrozando el cristal y todo cuanto estuviera cerca de él, emitiendo una nube de humo oscuro ascendente. Rápidamente, los helicópteros de la policía se movieron, intentando descubrir que había pasado, y sumiendo la azotea en la oscuridad una vez más.

-¡Ahora!- dijo A, mientras el grupo volcaba la carcasa y se dirigían a la verja. A lo lejos, mientras corrían, un solitario helicóptero de negro se acercaba hacia ellos, deteniéndose de lado junto a la azotea. Una puerta se abrió en el lateral del helicóptero, y se vio a una figura vestida con ropas más casuales que las del grupo, haciéndoles gestos para que saltaran. Abrieron un agujero en la verja con unas tenazas, y empezaron a saltar al helicóptero por turnos. Cuando uno saltaba, el hombre del helicóptero les agarraba y les ayudaba a entrar en el helicóptero. En poco tiempo, estuvieron todos a salvo en el interior del mismo.

-¡Vamos, vamos, vamos!- dijo A una vez estuvo sentada y con el cinturón puesto. El helicóptero se alejó con rapidez de la escena del crimen. Uno o dos de los helicópteros de la policía les habían visto irse, pero habían conseguido bastante ventaja inicial, de manera que pudieron perderles fácilmente en la oscuridad del cielo nocturno.

Dentro del helicóptero, todos soltaron un suspiro de alivio, mientras se quitaban las mascaras y celebraban el éxito del trabajo. A se quitó el pasamontañas, revelando una larga cabellera negra de pelo liso, y un rostro bello y joven, con unos ojos castaños que contemplaban la escena con una mezcla de orgullo por el trabajo cumplido, y cansancio, por la misma razón. Apoyó la cabeza en el asiento, y se dispuso a dormir un rato hasta que llegaran a la guarida.

-Reiko, tengo malas noticias.- Charlie, el copiloto de Roger, que era quien les había ayudado a subir al helicóptero, se acercó a la joven con su móvil en la mano. Parecía preocupado por algo.

-¿Qué te tengo dicho de usar nuestros nombres cuando estamos trabajando, Charlie?- preguntó Reiko con voz cansada, y con los ojos aun cerrados. Estaba un poco harta de repetirse. ¿No se suponía que esos tíos eran profesionales?

-Esto es importante, Reiko. Importante para ti.- Ante la insistencia de Charlie, Reiko decidió incorporarse y prestarle un poco de atención.

-A ver, ¿Qué pasa?

-Es…tu hermano, Reiko- dijo Charlie con dificultad-. Ha…ha muerto.

Todos en el helicóptero se callaron de golpe, fijando sus miradas en Reiko.

Reiko se quedó muda al instante, procesando lo que acababa de oír, mientras notaba como las lagrimas empezaban a brotarle de los ojos.

Rokuro…


Dos días más tarde, en algún lugar de Rusia.

-(Ruso) Te lo digo yo, ese tío me da mal rollo.- Dos hombres, vestidos con uniformes blancos de enfermeros, recorrían los pasillos de un iluminado manicomio, transportando una bandea con comida, mientras en el exterior una tormenta hacía temblar las ventanas del edificio, que resaltaba con su luz en la oscuridad de la noche-. Odio tener que ir a su celda, sea por la razón que sea.

-(Ruso) ¡Vamos, no seas gallina!- dijo su compañero, riéndose de la cobardía de su amigo-. El tío está sujeto a la pared, y drogado a más no poder. No podría hacerte daño ni aunque le dieras una paliza. Yo a veces le doy un par de hostias, solo para desquitarme, y fíjate… ¡Sigo vivo!

-¿Has olvidado quien es ese loco? ¿Lo que ha hecho?- El enfermero tragó saliva.- No duermo bien desde que me lo contaron. Ese hombre es un animal.

-Te preocupas demasiado, Tovarish.- Los enfermeros llegaron a un ascensor, que les llevó varias plantas hacia abajo, descendiendo por los pisos del manicomio y adentrándose en la tierra, mientras el sonido de algún alma torturada ululaba por los pasillos del recinto. Los enfermeros estaban acostumbrados. Algunos de sus pacientes eran muy ruidosos, pero nada que dos partes de drogas y una de palizas no pudieran resolver. Sin embargo, a quien iban a ver era una excepción. A pesar de estar encerrado, aun imponía bastante miedo al resto de internos, tanto a los locos como a los que trabajaban allí. Los primeros días que había pasado allí, habían cometido el error de dejarle a su aire, y la cosa había acabado con más muertes que en un accidente de autobús. Desde entonces, lo habían encadenado a la pared, y le metían drogas diariamente como para tumbar a un elefante. Lo mantenían incomunicado, nadie tenía permitido acercarse a él, a excepción de algunos trabajadores del recinto, aunque esto no resultaba un problema. Nadie quería estar demasiado cerca de un monstruo como aquel hombre. No, un monstruo no.

Un demonio.

Llegaron al último piso, la planta de máxima seguridad. Allí, un lugar donde no llegaba la luz del Sol, era donde encerraban a lo peor de lo peor, monstruos con aspecto humano, que no tenían ninguna posibilidad real de curarse de su locura. El manicomio los mantenía allí, vivos, pero encerrados de por vida, incapaces de liberarlos en el mundo de los hombres. Los enfermeros salieron del ascensor, y se dirigieron al mostrador de seguridad de la planta. Allí, mostraron sus pases a los guardias, que controlaban cada rincón de la planta con numerosas cámaras y monitores de seguridad.

-(Ruso) ¿Para quién es eso?- preguntó uno de los guardias. Se acercó a los enfermeros, y cogió el postre de la bandeja, un pequeño flan de vainilla, que empezó a comérselo delante de ellos. El enfermero le sonrió.

-Interno 2158.- El guardia escupió el bocado que se estaba comiendo de la impresión.

-¿¡Para el caníbal?! ¿Por qué no me lo has dicho antes?- dijo el guardia, mientras el enfermero que había hablado se doblaba de la risa.

-Quería ver la cara que se te ponía, jajajaja- Molesto, el guardia dejó el resto del flan en la bandeja, y volvió a su puesto.

Les abrieron la robusta puerta, que separaba el mostrador del resto de la planta, y la pareja de enfermeros se adentró por los pasillos.

A ambos lados de los largos pasillos, numerosas puertas de acero reforzado les separaban de los locos que se encontraban al otro lado. A pesar de la hora que era, muchos seguían muy despiertos, golpeando la puerta y las paredes con los puños, o gritando sin sentidos al aire, como si pudieran sentir la presencia del par de enfermeros. Muchos de los locos, pero, continuaron durmiendo, y esos eran los peores de todos, en opinión de los enfermeros. Un loco que grita y se mueve sin sentido es una cosa, pero alguien que está igual de mal, y que es capaz de fingir estar cuerdo, es alguien muy peligroso, una bomba de relojería a punto de explotar. Era imposible razonar o tratar con alguien así, alguien que podía cambiar las reglas del juego a su antojo, alguien a quien no se le podía controlar.

A medida que se fueron adentrando por los pasillos, las celdas se fueron volviendo cada vez mas silenciosas, indicación de que sus internos seguían durmiendo, y finalmente llegaron a su destino. Se encontraban delante de una celda de castigo, llamada así porque estaba diseñada para retener a un paciente violento que presentara un comportamiento peligroso. A pesar de ser más amplia que las celdas normales, no contenía nada dentro. Ni una cama, ni una silla, ni siquiera un lavabo. Nada, de manera que su ocupante no dispusiera de nada con lo que hacerse daño o, peor aún, hacerle daño a nadie.

Uno de los enfermeros, el que no llevaba la bandeja, abrió una rendija en la puerta, mirando en el interior de la celda. Observó a su ocupante, encadenado como siempre a la pared, arrodillado en el suelo, y con numerosos tubos conectados a sus venas, suministrándole los tranquilizantes que le impedían moverse. Vestía un mono azul, idéntico al del resto de presos, sin zapatos, aunque él lo llevaba solo hasta la cintura, dejando su pecho y brazos, cubiertos de marcas y cicatrices, al descubierto. La única luz de la celda provenía de la rendija que el enfermero había abierto en la puerta, de manera que el rostro del prisionero (no había otra forma de describirlo) permanecía oculto en las sombras. En enfermero inspiró, aun un poco asustado.

-¿Quieres que te de la manita para entrar?-le picó el otro enfermero. Indignado, su compañero se decidió y abrió la puerta de la celda. Al entrar, las luces de la celda se encendieron, iluminando las blancas paredes de la habitación. A pesar de la luz, el hombre encadenado no reaccionó, y continuó en la misma postura que antes, con la cabeza agachada.

-¿Crees que sigue dormido?- El enfermero de la bandeja se lo pensó un momento, y le pasó la bandeja a su compañero. Se acercó al ocupante de la celda, y se acuclilló delante de él. Le agarró por la cabeza, afeitada y libre de todo pelo, y se la levantó, observando su rostro inerte de ojos cerrados. Soltándole la cabeza, se puso en pie de nuevo. Antes de irse, le propinó una fuerte patada en el estomago, lo cual hizo que el preso dejara escapar un corto gemido por la boca, pero no reaccionó.

-Si, diría que sigue dormido.- El otro enfermero estaba muerto de miedo. Ese tío era peligrosísimo, y su compañero acababa de darle una patada delante de sus narices. Daba igual que estuviera hasta las cejas de droga, eso era jugar con fuego.

-¿TE HAS VUELTO LOCO? ¿Qué hacemos si se despierta?

-Tranquilo, los calmantes le impiden moverse. Estamos a salvo, ¿verdad, súper asesino?- dijo el enfermero, dirigiéndose al paciente-. Bueno, ahora vamos a soltarte un brazo- el enfermero retiró las cadenas de uno de los brazos del paciente-, para que puedas comer un poco. Si fuera por mí, te lo meteríamos todo por vía intravenosa, pero…- toqueteó un poco la maquina, reduciendo un poco la cantidad de calmantes del paciente-…no me corresponde a mí decidir.

Al cabo de un rato, el paciente pareció despertarse un poco. Su brazo libre, que antes colgaba flácido de su tronco, empezó a moverse un poco, y su cabeza se levantó, mientras sus ojos trataban de adaptarse a la luz de la celda. Miró al enfermero de la bandeja, que dio un paso atrás instintivamente. El otro, al verlo, empezó a reírse de él.

-¡Venga ya, si solo te ha mirado! ¡No puedo creer que seas tan cagueta!- Se acercó a su compañero, y le quitó la bandeja.- Anda, trae. Ya se la daré yo.

Arrodillándose, dejó la bandeja cerca del preso, y colocó un cubierto de plástico en su mano. Se trataba de un pequeño utensilio que hacía las veces de tenedor y cuchara, que el preso trató de agarrar con la mano, y que se le cayó al suelo, incapaz de hacer ninguna fuerza con la mano.

-¡Vaya, parece que alguien necesita un poco de motivación para despertarse!- dijo el enfermero, antes de darle un puntapié en plena cara, y haciendo que el preso empezara a sangrar por un corte en la ceja. Después, recogió el cubierto, y se lo colocó en la mano al paciente.

-¿Sabes una cosa? No creo que seas tan duro como dicen. Si, se que has matado a un montón de gente ahí fuera, pero no eres especial aquí dentro. Me las he visto con gente que harían que te cagaras de miedo, y tú eres un mierda comparado con ellos. De hecho- el enfermero se puso de pie-, me das tanta pena, que voy a hacerte un favor. Veras, nos han dicho que no te comentemos esto, por miedo a como podrías reaccionar, pero está claro que no vas a hacer nada a efecto inmediato, de manera que ahí va…

-¿Estás loco? ¡Cállate!- El otro enfermero trató de sacar a su compañero de la celda, pero no lo consiguió antes de que el otro hablara.

-¿Recuerdas a ese hermano tuyo, que vive en Japón? Pues está muerto.- El otro enfermero sintió como se le helaba la sangre en las venas. ¿A qué demonios estaba jugando su amigo?- Le han matado cuando estaba en un viaje de negocios. Dicen que su cadáver no ha aparecido, que se ha hundido en el mar.

El preso no reaccionó. Siguió arrodillado en el suelo, con la mirada perdida, y el cubierto apenas sujeto en su mano. El enfermero que había hablado, sintiéndose seguro, se acercó nuevamente al preso.

-Es una pena. Dicen que era el hijo predilecto de la familia. Si hubieras sido tú, fijo que nadie hubiera llorado tu muerte. ¿Qué digo llorar…? ¡Habrían montado una puta fiesta!- Empezó a reírse, y se dio la vuelta para irse, con su compañero ya esperándole en la puerta. De repente, creyó oír un susurro detrás de él, y se dio la vuelta en dirección a su origen. Parecía que el preso trataba de decir algo.

-¿Qué dices, amiguito? No te oigo, habla más alto.- El enfermero se acercó de nuevo al preso, mientras su compañero entraba nuevo en la celda detrás de él. Aunque estaba asustado, lo cierto es que tenia curiosidad por saber qué es lo que diría tras saber la noticia, estando en el estado en el que estaba.

-…S…so…- decía susurrante el preso. El enfermero se acercó más, quedándose a un palmo del interno. Llevándose una mano al oído, se acercó con gesto cómico al preso, tratando de distinguir qué era lo que estaba diciendo.

-¿So…so?- Preguntó el enfermero sarcásticamente. Sin que él lo viera, el preso cerró la mano libre con fuerza, asegurando el cubierto.

-So…so…-continuó diciendo el preso en voz baja. De repente, levantó la cabeza, con los ojos abiertos y una sonrisa de tiburón en la cara.

- Sorpresa- dijo con voz clara.

Antes de que el enfermero pudiera reaccionar, le clavó con fuerza el cubierto en el cuello, haciendo que empezara a brotar una gran cantidad de sangre, y que el enfermero cayera al suelo convulsionando. El otro, al ver lo que había pasado, empezó a correr hacia la puerta. Sin embargo, el preso agarró la bandeja, volcando su contenido al suelo, y se la arrojó como un frisbee al enfermero, golpeándole con fuerza en la nuca y tirándolo al suelo. Rápidamente, estiró su brazo en dirección al enfermero más cercano, que trataba de contener su herida con las manos. Agarrándole por el cinturón, tiró de él para acercárselo, y a continuación empezó a registrar sus bolsillos hasta encontrar lo que andaba buscando: un manojo de llaves.

-Gracias, Tovarish- dijo el preso, mientras se soltaba el otro brazo y se quitaba el resto de cadenas. Se sacó las agujas que le inyectaban el anestésico de un tirón, y se puso en pie por primera vez después de mucho tiempo. Estiró las piernas, con sus doloridos músculos pidiendo un poco de movimiento, después de pasar tantos meses postrado en el suelo. Dedicó unos instantes a mover cada parte de su cuerpo, disfrutando en silencio de la sensación de poder moverse con libertad una vez más. Hizo crujir cada una de sus falanges y vertebras, moviendo las cervicales con calma, para no hacerse daño por la falta de costumbre. En ello, reparó por fin en la tarrina de flan que había tirado al suelo. Cogiéndola, buscó con la mirada algo con lo que pudiera comérselo, pero no encontró nada. Finalmente, se acercó al enfermero herido, que estaba cerca de morir. De un tirón, le arrebató el ensangrentado cubierto, que se había mantenido intacto a pesar del impacto. A pesar de la sangre que lo cubría, el preso lo usó para ir comiéndose el flan, mientras se dirigía a la puerta.

El otro enfermero se arrastró hacia la puerta, tratando de huir de aquella celda antes de que el preso le matara a él también. Con la mano temblándole de puro terror, consiguió abrir la puerta de la celda. Antes de que pudiera atravesarla, sintió como alguien le agarraba la cabeza por detrás, y le golpeaba la cabeza con fuerza contra la puerta. El impacto le atontó y le robó la fuerza del cuerpo, provocando que cayera al suelo. Antes de quedar inconsciente, alcanzó a ver al preso, ahora libre, mientras salía de la celda, comiendo una mezcla de flan y sangre mientras sonreía, sin prestarle más atención después de golpearle. Finalmente, la oscuridad se lo tragó.

El preso recorrió el pasillo en dirección al ascensor, mientras disfrutaba de su postre. La dulzura del flan se contraponía a la amargura de la sangre, creando un sabor un tanto intoxicante, que el preso disfrutó cuanto pudo. A medio camino, la alarma empezó a sonar. "Ya tardaban", pensó el preso tirando el envase ya vacio del flan a un lado, y empezó a correr hacia la puerta, con el sonido de sus pies descalzos resonando por los pasillos. Antes de alcanzar la puerta, se detuvo ante un panel de control, situado en medio del pasillo. Probó unas cuantas de las llaves que le había quitado al guardia, y finalmente consiguió abrirlo. Probó a pulsar unos cuantos botones, lo cual provocó que la temperatura subiera y bajara, que las luces se encendieran y se apagaran, y que las puertas de las celdas se abrieran todas a la vez. Sonrió. Esto iba a ser divertido.

…..

-(Ruso) ¿QUÉ DEMONIOS ESTA PASANDO?- Preguntó uno de los guardias. Otro, observando los monitores, se giró para responderle.

-Fuga masiva en la planta de máxima seguridad, señor. Los presos están subiendo.

-¡Llamad a los equipos de respuesta! ¡Que todo el personal se ponga en alerta máxima! ¡Autorizo el uso de fuerza letal a discreción! ¡Repito, si les veis, disparadles!

En la planta principal, numerosos grupos de guardias, todos armados con pistolas, se posicionaron enfrente de las escaleras y los ascensores que llevaban a los niveles inferiores. Cargaron sus armas con eficiencia, preparándose para la horda de locos que corría en su dirección. Encima de los ascensores, un número en negativa iba cambiando, a medida que los ascensores iban subiendo las plantas. Desde las escaleras, un temblor provocado por el paso de una marea de gente iba en aumento, con la adición de los gritos y alaridos de aquellos locos, dispuestos a matar a quien fuera con tal de escapar de allí.

Los segundos se estiraron hasta que parecieron horas, y finalmente el ascensor llegó a su planta. Con un pitido, las puertas empezaron a abrirse, revelando la silueta de un hombre. Antes de que las puertas se abrieran por completo, los guardias abrieron fuego sobre ella, llenándole el cuerpo de balas. En solo tres segundos, cada guardia había disparado a la figura por lo menos cinco veces, abriéndole numerosos agujeros y matándola al instante. A pesar de todo, el cuerpo no cayó. De repente, los guardias fueron conscientes de a quien habían disparado: se trataba de uno de los guardas del mostrador de la planta de máxima seguridad. Detrás de él, el preso fugado dejó que el cuerpo que le había servido de escudo cayera al suelo, y antes de que nadie pudiera reaccionar, arrojó varios pedazos de vidrio a los guardias que tenía enfrente. Los afilados trozos de vidrio se clavaron en sus cuerpos como si de estrellas ninja se trataran, y tres guardias cayeron al suelo muertos, con trozos de cristal clavados en sus ojos y garganta. El preso corrió hacia los cuerpos de los guardias, y les arrebató dos de sus pistolas, mientras el resto del grupo trataba de acertar a tan veloz objetivo. Sin detenerse un momento, el preso huyó por el pasillo, disparando a todo aquel que apareció delante de él, ya fuera un guardia armado o un enfermero. Los otros guardias fueron en su búsqueda, pero no llegaron lejos, ya que la horda que seguía al preso apareció por las escaleras y les pilló por detrás. Con sus números mermados, no pudieron impedir que los locos les sobrepasaran, y murieron a causa de la avalancha de golpes que les propinaron.

El preso alcanzó la parte principal del complejo, y se escondió en una esquina. Asomándose, vio que varios grupos muy numerosos de guardias, armados con armas automáticas, custodiaban la puerta principal del manicomio, la salida de aquella cárcel.

Riéndose, el preso salió de su escondite, con una pistola en cada mano, caminando tranquilamente en dirección a los guardias. Estos, al verle, le apuntaron rápidamente con sus armas.

-(Ruso) Se acabó, japonski. Tira las armas, o abriremos fuego. Somos treinta contra uno.

El japonés se limitó a seguir riendo alegremente, y sonrió amenazadoramente a los guardias, que a pesar de la superioridad numérica y armamentística, sentían miedo de aquel hombre.

-(Ruso) Wow, está claro que las mates no son lo tuyo, ruski.

-¿Qué quieres decir?- preguntó el guardia que había hablado antes, con un ligero tono de miedo en la voz.

-¿Treinta contra uno?- preguntó el preso. Detrás de él, el sonido de una muchedumbre a la carrera iba en aumento, a medida que se acercaban.- Yo más bien diría que sois treinta contra cien.

De todas partes, una horda de locos apareció a la carrera, lanzándose contra el grupo de guardias, que abrieron fuego contra ellos. Las primeras filas cayeron presa de las balas, pero poco a poco, a medida que pasaban por encima de los cuerpos de sus caídos, los locos consiguieron alcanzar a los guardias, quienes fueron presa de su furia contenida por mucho tiempo. En pocos minutos, todos los guardias estuvieron muertos. En los pisos superiores, los pocos guardias que quedaban fueron atrapados y asesinados por los locos, que no tardaron en controlar el edificio.

-¡Hermanos, lo hemos logrado!- exclamó uno de los internos, provocando que el resto levantara los brazos en señal de apoyo, gritando de alegría.- Ahora, volveremos al mundo exterior, y haremos pagar a quienes nos desterraron a este infierno.- Muchos asintieron ante esas palabras, deseosos de acabar con quienes habían decidido encerrarles en aquel agujero durante tanto tiempo, y algunos empezaron a dirigirse hacia la salida. De repente, unas pesadas persianas de hierro bajaron del techo, bloqueando las puertas, y haciendo que el grupo de locos se callara. A un lado, el preso que les había liberado se alejaba de un panel de control, donde había pulsado los botones que les habían encerrado allí.

-¡TU! ¿QUÉ HAS HECHO?- preguntó un loco cercano. El preso japonés le miró extrañado.

-¿No es obvio? He echado el cierre. No quería que os fuerais sin participar en el último evento de la noche.

-¿Qué evento?- preguntó otro interno.

-¿No. Es. Obvio? Deja que te lo explique- dijo el preso, mientras se abría paso por en medio de la muchedumbre, que furiosa le escuchaba en silencio.- Veréis, si salimos todos de aquí a la vez, a la gente de afuera les va a entrar el pánico. Se activaran controles de carretera, mandaran helicópteros a vigilar por las alturas, soltaran a los perros,… Básicamente, acabaríamos muertos o encerrados en cuestión de días.

-Sin embargo- el preso alcanzó el centro del grupo, y se subió al pedestal junto al loco que había soltado su breve discurso a los demás-, si solo sale UNO de nosotros, la poli lo tendría más difícil para buscarle. De hecho, si creen que aun no se ha escapado, o que ha muerto, ni siquiera se molestaran en buscarle.

-¿Y cómo planeas hacer eso?- preguntó el loco que estaba junto a él.

-Muy sencillo, amigo mío…- dijo el japonés agarrando por los hombros al hombre que acababa de hablar, y le propinó un fuerte rodillazo en el estomago. Aprovechando que se había doblado, le rodeó la cabeza con un brazo, y le partió el cuello de un tirón, lanzando el cuerpo a la muchedumbre de abajo-… matando al resto de presos.- El resto de internos dio un paso atrás, mirando anonadados el cuerpo y a aquel que había matado a aquel tipo-. El que quede vivo al final de la noche, ganará su libertad y una coartada, ya que solo para reconocer a todos los muertos las autoridades tardaran un par de días, tiempo de sobra para alejarse de aquí. ¿Os apuntáis?

Todos se miraron los unos a los otros. Por extraño que pareciera, la idea era buena. Además, todos estaban locos. ¿Podían fiarse de sus compañeros? No. Solo eran obstáculos en su huida. Los puños se cerraron, los dientes se apretaron, y las miradas se endurecieron. Encima del pedestal, ahora solitario, el japonés se acuclilló y preparó sus dos pistolas. Sonrió. Verdaderamente, esa noche estaba resultando ser muy divertida.

…..

Una hora más tarde, las persianas de hierro se levantaron, y las puertas principales se abrieron. Del interior del manicomio, salió un solo interno: el japonés. Cubierto de sangre, y con un par de heridas superficiales, se dirigió silbando una alegre tonada a uno de los coches que se encontraban en el aparcamiento. Rompiendo la ventanilla, manipuló un par de cables, y el coche cobró vida. Mientras se alejaba de aquel lugar, vio por el retrovisor como el fuego que había iniciado rompía las ventanas del recinto, mientras gruesas nubes de humo salían de cada agujero del lugar, quemándolo todo y a todos lo que aun seguían en su interior (tanto a los vivos, como a los numerosos cuerpos de la entrada). El japonés prosiguió su camino entre la lluvia, conduciendo a través del viento y la oscuridad de la noche, hasta que el manicomio en llamas fue solo un brillo en la lejanía. Aparcando, salió del coche, y empezó a caminar, mientras la lluvia limpiaba la sangre de su cuerpo. Ya no sonreía. Ahora que la diversión había acabado, solo un pensamiento ocupaba su mente.

Su hermano había muerto.

Levantando la vista al cielo, empezó a gritarle a la tormenta, rugiendo con furia, un grito de dolor y tristeza. Cayó al suelo de rodillas, mientras las lágrimas que salían de sus ojos se mezclaban con la fría lluvia que le cubría el rostro.

Cerró los puños, ardiendo de rabia en su interior, alimentada por su pena.

Alguien lo iba a pagar…

Menudo prologo más largo…

Este será el inicio de mi tercer fanfic, uno en el que voy a hacer un par de cambios respecto a la serie principal. Para empezar, Rock ya no tendrá un solo hermano mayor, como en la serie inicial, ni tampoco tendrá un puesto político. En su lugar, he creado a dos hermanos, cuya relación con Rock será un tanto complicada. También introduciré un pasado diferente para Rock, y es posible que, a diferencia de lo que pasa en la serie original, sí que aparezcan su padre y su madre, aunque no como se daban a entender en la serie original. Espero que os guste, y comentad lo que os ha parecido.