No todo será mantener los ojos abiertos hasta que los párpados nos ardan. Porque cuando la combustión llegue a su fin; ese momento en el que decidamos terminar de vernos, volveremos a cerrarlos como si jamás hubieran muerto entre llamas.

...

Y se abrirán, de nuevo para mí en soledad. Y arderán con más fuerza, una y otra vez, llegando a su fin cuando tú los cierres y me des la espalda.

Entonces no podré abrir los míos. Tantearé el terreno conocido junto a lo que siempre ocurre al otro lado de estos ojos; mis ojos que ya no arden, que no ven el mundo. Que no suben con la ligereza de unas invisibles y negras alas que están a punto de perderse contigo.

Vendrás, de nuevo junto a mí primero. Y me dirás que intente subirlos; lo haré pero ya no hay nada que pueda quemarme.

Puedo abrirlos porque tú no estás de espaldas. Trataré de hacer un segundo tanteo sin el fuego; el calor de las llamas no existe ni siquiera en tus propios orbes. El fuego no se encuentra con el fuego. El vacío se encuentra con el vacío y formamos una nueva paradoja.

Te irás, de nuevo dejándote sin mí en último lugar. Harás que cierre la ventana a un mundo que perdí, inevitablemente, con tus alas.