::::Quizá debió llover un poco más::::
¿Por qué el tiempo pasaba tan rápido? Sentí que esas vacaciones duraron tan sólo horas, y no los dos meses de los que apenas caía en cuenta. Era hora de tu partida.
Salimos por última vez. Teníamos muchas cosas por decir, o mejor, por prometer. Quizá un beso, un abrazo, una caricia o un "Te Amo", un último recuerdo, antes de que partieras a Alemania, como era costumbre desde hacía algún tiempo. Pero claro, esta vez sería totalmente distinto. Ya había algo por lo que volver y esperar.
Caminamos despacio por el largo sendero que conducía a la colina apartada, en el parque. Hacía frío, la brisa era suave y helada, como un roce gélido sobre la copa de los árboles. Tenías mi mano entre la tuya, y no éramos capaces de decir nada, aún no era el momento. Tal vez no habría "momento", pero el tiempo apremiaba y era hora de despedirse.
Detuviste la marcha y te ubicaste frente a mí. Tu mirada sugería palabras, pero las mías no querían volar, no se atrevían porque sabían que era el final. Al fin pude hablar y con un gesto de obligada resignación agregué:
-Alemania te espera.
-¿Y es muy impaciente, sabes?
Ambos sonreímos.
-¿Y ahora que sigue?- continué.
-Eso depende de ti. Pero siendo sincero, espero poder decir en Alemania: "Gabriela me espera"- Nuevamente dejaste ver tu sonrisa. Era obvio que estabas nervioso.
-Y lo haré. Siempre lo he hecho. Es sólo que sé que ahora es distinto. Porque no sólo estaré esperando por ti, estaré esperando todo lo que traerás contigo: mi felicidad, tus besos, los abrazos al amanecer- me fui acercando hasta que mi boca quedó separada sólo unos centímetros de la tuya.
Justo en ese instante, el leve rocío que antes nos acompañaba, se volvió un gran aguacero. Permanecimos quietos en el lugar. Sonreíste nuevamente y apretaste tus labios contra los míos, en un suave beso. La lluvia aumentaba y en cuestión de segundos estábamos empapados. Era perfecto, para mí, el escenario de ese momento. Si hubiera tenido la oportunidad de pedir un deseo, sin duda estar así para siempre, hubiera sido el mío.
-Ya es hora- dije en un susurro.
Asentiste, y en un movimiento quitaste tu gorra mojada para colocarla en mi cabeza. Un gesto increíble, a decir verdad, porque no hallaba en el mundo cosa más valiosa para ti que tu gorra.
-Te amo, pequeña- dijiste en mi oído, una vez me envolviste entre tus brazos.
¿Sabes? Hoy, mucho tiempo después, siento que debió llover un poco más… Si, quizá debió llover un poco más.
Gabriela.
