Hola a todos. ¡Feliz año nuevo!
Aquí vengo a dejar una tragedia que se me ocurrió para un ``reto´´. Quiero decir que, personalmente yo admiro y quiero más al personaje de Ran que al de Shinichi, a pesar de que aquí la que recibe daño es ella.
Esto constará en principio de dos partes, sin más, espero que agrade.
Dislaimer: Los personajes de DC no me pertenecen, solo me dedico a crear tramas extrañas con ellos.
Maniquí
La nieve caía sobre la ciudad de Tokio.
Una joven de cabello castaño cerraba las puertas de aquella pequeña fabrica que desde no hacía demasiado tiempo se había convertido en su lugar de trabajo.
No podía decir que le gustara aquel trabajo, ya que no era así. Odiaba todo lo que la ataba a aquel edificio, así como también odiaba los maniquís que allí había, todos hechos a imagen y semejanza de una sola persona.
Veía en los escaparates aquellas figuras con una peluca oscura hecha con cabello natural, para que así pareciera más real. El ligero color bronceado cubría todas las partes donde se suponía que debía de haber piel, y los ojos…Unos ojos de plásticos, que aunque no llegaban a ser de ese color azul zafiro que siempre amó, era muy similar, haciendo que frente a ella viera a aquel detective que junto con ella se había criado. Habían crecido juntos, luchado por un futuro en común…Pero, finalmente ese futuro que ambos buscaban no estaba estando uno al lado del otro.
Lo esperó durante siglos, y aún así, finalmente él se fue con aquella chica a la que por un tiempo consideró su amiga. No podía odiarla, ya que ella también se merecía una felicidad, y si Shinichi la había elegido a ella sería por algo.
Habían pasado más de diez años desde aquello, ¿por qué aún no lo superaba?
Ella misma se había casado hacía ocho años, aunque bien sabía que no amaba a Tomoaki Araide, pero, no podía seguir mintiéndose así misma, creyendo que él volvería algún día.
Él incluso había tenido ya tres hijos, mientras que ella, por el contrario no deseaba tenerlos. De pequeña siempre pensó que de mayor querría muchos hijos, pero, sinceramente no quería tenerlos sabiendo que no podría mirarles a la cara y sonreírles sinceramente.
Caminó por las calles de la ciudad, y sus pasos la guiaron de nuevo hacia el mismo lugar, aquel parque donde Shinichi la defendió de aquellos niños que la marginaban por no tener su flor de cerezo.
Esbozó una sonrisa triste y se adentró en el lugar, mirando que en un banco algo alejado estaba aquel detective, rodeando con su brazo a la castaña oscura, mirando a sus hijos jugar en la arena.
Se ocultó tras uno de los árboles, y sus lágrimas comenzaron a caer de nuevo.
¿Por qué le costaba tanto verlos juntos? ¿No era acaso a lo que se había acostumbrado desde la universidad?
No podía evitar querer ser ella la afortunada que el detective tenía entre sus brazos, pero bien sabía que jamás sería así, que tuvo suerte de ser poseedora alguna vez de sus sentimientos, de sus besos y sus caricias. Esos eran los tiempos que extrañaba vivir, los momentos que deseaba repetir una vez tras otra. Volver a despertar entre los brazos del detective, y no entre los del castaño.
Deseaba ser Ran Kudo, no Ran Araide.
Sin poder aguantar más, salió corriendo de allí, siendo vista por el ojiazul que la miraba tristemente.
— ¿Ocurre algo amor? — cuestionó la mujer que descansaba a su lado.
— Nada, cariño, nada — manifestó sintiendo como ella volvía a abrazarse a él.
Ojala aquel día no hubiera ocurrido aquello. Ojala Ran se hubiera dado cuenta de por qué estaba con Sera, y por qué, aún sin querer hacerlo, la dejo ir.
Solo si aquella persona no amenazara su vida…Si hubiera matado a Ano Kata a tiempo, este no sería el que estuviera ahora junto a Ran.
Ojala hubiera matado a Araide Tomoaki aquel día.
Ran corría por las calles, y de nuevo llegó hasta aquella tienda, viendo como el maniquí seguía allí, impasible.
Cayó al suelo y comenzó a llorar de nuevo, deseaba morir, no podía negarse más que aquello la superaba de sobre manera.
— ¿Qué haces en el suelo amor? — cuestionó una voz a sus espaldas, se secó las lágrimas con rapidez, y encaró al hombre castaño que estaba frente a ella.
— No es nada, solo se me cayó algo — respondió rápidamente.
— ¿El qué? — preguntó sin creer su mentira.
— Una orquilla — contestó de nuevo, esta vez más segura de si misma.
— No deberías tirare en el suelo por una orquilla, tienes montones en casa — comentó él sonriendo — Será mejor que te lleve a casa Ran — dijo acercándose a su rostro besándola apasionadamente, sin que ella pusiera resistencia alguna.
— Sí, será lo mejor — aceptó volviendo a dar una última mirada a la figura del escaparate, tomando la mano que caballerosamente su marido le ofrecía.
— ¿Sabes? Creo que debemos intentarlo — musitó el de gafas sorprendiendo a la chica, que le pedía explicación con la mirada — Tener un hijo, a fin de cuentas, llevamos bastante tiempo casados ya.
La joven simplemente asintió sin dar su brazo a torcer como en anteriores ocasiones. ¿Para qué negarse? Por muchas pegas que pusiera, nada haría ver que decía la verdad.
Dos meses después de aquello, en la residencia Araide un predictor se puso rosa, a la vez que aquel hombre malvado sonreía perversamente, sabiendo que al fin tendría al heredero para la organización, hijo de aquella mujer a la cual el detective que se atrevió a desafiarlo, amaba.
Ran no sonreía, jamás lo había hecho en aquella casa. Como mucho, había ofrecido sonrisas falsas a las visitas, que ya no eran destinas para ella, puesto que todos se había ido de su lado, dejándola sola.
Ahora, con un hijo en el vientre se sentía miserable, mes a mes su vientre se hinchaba, y a pesar de eso, Tomoaki seguía sin dejar de tener relaciones con ella, pero no era por amor ni mucho menos, ya que aquello que hacían no era ni sexo ni amor, era simplemente un acto, en el que él disfrutaba imaginando a su querido detective sufriendo por Ran, y ella, que todo era una pesadilla.
