Hola querido lector! ;)
Soy nueva por estos lares, y he decidido aportar mi pequeño granito de arena con esta historia que llebo un tiempo escribiendo.
Espero que sea de vuestro agrado, y dejéis reviews, todos serán bien recibidos para ayudarme a mejorar mi escritura todo lo que pueda ;)

Título: La leyenda del dragón

Autor: Kanon Hiwatari-Kinomiya

Pareja: Kai/Takao

Advertencia: Shounen-ai, Lemon

Trama: El reino de Eideen (Regente del fuego), está en peligro, el reino de las sombras lo amenaza, pero Eideen tiene una esperanza, una antigua profecía medio olvidada que está próxima a cumplirse. El príncipe Kai, el elegido por el oráculo de la profecía, debe encontrar al dragón de la leyenda, el único dragón vivo, para que este lo ayude a vencer a la oscuridad. Kai, junto a un cómico grupo, vagarán para encontrar al dragón, pero, ¿Que pasará cuando el tiempo se agote y el peculiar grupo de viaje no haya logrado encontrar al dragón? ¿Y si el dragón siempre hubiera estado allí? Yaoi. [Kai/Takao - Rei/Max]


La leyenda del dragón
Kanon Hiwatari-Kinomiya

Glutklamm, Eideen, 1522

El sol brillaba orgulloso en el cielo de la capital, iluminándolo todo con sus potentes rayos, sin dejar ni un solo rincón de oscuridad entre sus calles. Los hombres pasturaban sus rebaños, labraban las tierras o abrían sus pequeños negocios, mientras las mujeres cocinaban, iban al mercado, o se hacían cargo de la casa, los niños y los mayores, ya debilitados y enfermos para seguir trabajando. Algunos niños jugaban por las calles, sin preocuparse por nada, mientras algunos otros atendían en la escuela de la ciudad.

Era un día normal en Glutklamm, y la preciosa ciudad, rodeada por las fuertes y antiguas murallas, que tantas batallas habían visto y defendido, daba la bienvenida al nuevo día. Los soldados patrullaban sobre las murallas por orden directa del teniente, y se respiraba un aire tranquilo y apaciguado.

El soldado Yamashita tenía 21 años, una mujer embarazada con la que acababa de contraer matrimonio, y una pequeña casa que mantener. Pero no tenía trabajo. Así que había buscado un oficio en el que pudiera comenzar a cobrar al instante y les garantizase protección, y el único que encontró fue el ejército del rey. Se alistó, y al momento, su familia pasó a ser protección del reino, nunca les faltaría comida, ni un techo bajo el que dormir. No le gustaba la idea de ser un soldado, estaba en contra de las guerras y las luchas, pero era lo único que había podido encontrar, y su Mariam valía la pena… Además, hacía tiempo que el reino no entraba en conflicto, el rey siempre conseguía la paz con todos los reinos que intentaban entrar en guerra con ellos, así que dudaba que en algún momento tuviera que coger una espada e ir a defender el honor de su patria.

En aquel momento se encontraba apoyado sobre los muros de piedra de la muralla, justo a la derecha de la entrada principal de la ciudad, aguantando con gesto aburrido su lanza y escudo, sin perder de vista el horizonte. Su compañero, que había ocupado el lado izquierdo de la puerta, se había marchado hacía escasos 5 minutos, y ahora estaba solo. Pero estaba tranquilo, no se veía nada peligroso o sospechoso acercarse a la ciudad desde donde su vista alcanzaba, y los soldados que patrullaban montados sobre la muralla tampoco daban aviso de ver nada. Así que estaba esperando a que pasase el tiempo para ir a comer algo a su casa con su querida Mariam.

Mariam era una jovencita de 20 años, piel aleña, cabello pelirrojo y mirada soñadora. Ambos habían sido comprometidos poco después de nacer, y ninguno de los 2 tuvo objeción alguna con el pasar de los años. Ambos crecieron juntos, conociéndose mutuamente y amándose con devoción, hasta finalmente engendrar juntos su primer y esperado retoño.

Kane suspiró embobado pensando en su esposa, cuando de pronto se dejaron escuchar unos rítmicos golpes secos de campana, Kane identificó el sonido como aquel que debían hacer los soldados de la muralla al ver aparecer algo sospechoso en lo que ellos considerarían los límites de la ciudad. Kane se desperezó de la muralla de pronto, agarrando con furor su lanza, sin perder de vista el paisaje que se abría ante él, de un momento a otro debería ver algo…

Y ese algo apareció, vio una bandera vertical de color negro con un dibujo que no lograba distinguir desde la lejanía, debía ser un escudo de alguna familia o reino, puesto a la cabeza de la marcha para que fuese rápido de identificar de quienes se trataba. Y tras él, venía una gran muchedumbre de a pie y a caballo. Esperó a que estos se acercasen más, sin saber que debía hacer exactamente, hasta que de pronto reconoció el escudo que lideraba la procesión. Parpadeó confundido – Es nuestro escudo…

Al escucharse a si mismo diciendo esas palabras, volteó hacia la gran fortificación, viendo como por las rendijas de la muralla asomaban algunos cañones de escopetas, esperando el momento idóneo para atacar. Se apresuró a entrar dentro de la protección de la muralla, donde todos los soldados acataban ordenes obedientemente, y se arrodilló ante el teniente que vociferaba mandatos por doquier – Señor, los que se acercan traen nuestro escudo. – Explicó, a lo que el teniente frunció el ceño.

- ¿Estás seguro muchacho? – El chico asintió con la cabeza sin modificar su postura. El teniente se llevó una mano a la barbilla con confusión - Parece ser que el príncipe ha vuelto antes de lo esperado… - Luego hizo levantar a Kane del suelo – ¡Ve a avisar a su majestad el rey!

Kane asintió respetuosamente – Sí señor. – Y partió presuroso para cumplir con su comando. Se dirigió a los establos más cercanos que el ejercito tenía para sí, y agarró el primer caballo que encontró, poniendo rumbo hacia el imponente castillo, que se alzaba majestuoso sobre un pequeño montículo.

* / * / * / *

El gran porticón de madera estaba echado, permitiendo que la legión de expedición, liderada por el hijo del rey, entrase sin problemas a la capital de la región siendo vitoreada a cada paso que daba, adentrándose más en la ciudad, rumbo al castillo. Tan buen punto el soldado de exteriores Kane avisó en palacio de lo que habían avistado por la puerta norte, la puerta principal, el rey ordenó prepararlo todo para recibir a su hijo y su ejército con todos los honores. Se habían pasado más de 2 años dando tumbos por toda la extensión del reino de Eideen, en busca de posibles puntos débiles de su reinado que pudiese desfavorecerles ante el reino de las sombras, que estaba próximo a atacarles por el dominio de sus tierras. Todo el pueblo estaba en las calles, aclamando complacido el retorno de su joven príncipe sano y salvo.

A la cabeza de la cuadra de soldados iba un muchacho con porte elegante, ataviado con una capa negra y granate que lo cubría completamente de pies a cabeza, y en la cabeza, ocultando sus cabellos, llevaba un casco que se la cubría, dejando a la vista únicamente los ojos, la nariz y la boca. Montaba en su caballo, un purasangre negro, cruzado de brazos, con las riendas cogidas ligeramente con una mano, mostrando claramente que él era quien llevaba el control de la situación, y con los ojos cerrados en señal de molestia por todo el ajetreo que lo rodeaba. A su lado, un pelinegro algo azorado, saludaba de vez en cuando a la muchedumbre, tras él algunos de sus súbditos de a caballo lo imitaban. De vez en cuando, alguno de ellos se encontraba con la mirada de algún familiar y sonreían emocionados, aunque siempre sin abandonar la fila, leales a lo que se les había ordenado. Tras ellos viajaba una carroza de guerra, y aun más atrás, algo más alejados, los soldados de a pie.

Después de una media hora, los caballeros entraron por las puertas del palacio, dejando atrás a la muchedumbre emocionada tras las puertas de acero inexpugnable que se alzaban soberbias junto a las murallas de roca caliza y rodeaban los jardines de palacio. Kilómetros y kilómetros de vegetación que solo los habitantes del castillo podían pisar. Nada más entrar, los guardianes de palacio cerraron las puertas acallando así a los vasallos que se quedaron fuera. Algunos siervos se acercaron presurosos a ayudar a descabalgar a sus superiores, guardar y pulir las armas, y llevar los caballos a las caballerizas. Un hombre vestido con caros ropajes dorados y una corona de oro y diamantes, se acercó unos pasos, adelantándose a los que habían salido de palacio con él, con los brazos abiertos – Hijo mío! Celebro ver tu regreso a nuestras tierras sano y salvo!

El muchacho de la capa y el casco, ya a pie, lo observó, cerró el puño derecho y lo chocó contra su palma izquierda, justo frente a su pecho, inclinando ligeramente la cabeza, saludando así respetuosamente al anciano – Celebro veros con vida, padre! - Se aproximó a él tranquilamente hasta estar a escasos centímetros de distancia de él, y entonces, el hombre, con una sonrisa emocionada lo atrajo hacia él, propinándole un fuerte abrazo. El muchacho prácticamente no se movió, dejándose abrazar por el anciano.

Cuando este al fin se dio por satisfecho y lo soltó, el muchacho se echó unos pasos hacia atrás con las mejillas sonrosadas y el entrecejo fruncido, todavía sin abrir los ojos, no le gustaban las muestras de afecto en público pero tampoco podía ponerse a gritarle improperios a su padre, el rey, delante de tanta gente. Su padre alzó ambos brazos al aire con una sonrisa plasmada en la cara, dirigiéndose a todos. - ¡Escuchadme! Quiero que todos volváis a casa a descansar con vuestras familias por este largo viaje! – Los soldados comenzaron a murmurar silenciosamente, felices ante la idea de ver a sus familias por fin después de dos años – Y vosotros! – Exclamó el rey, mirando a los siervos que estaban arrodillados a su espalda esperando ordenes – Quiero que llevéis las cosas del príncipe y su leal a sus aposentos y lo preparéis todo… - Sonrió amablemente a su hijo y al muchacho que descansaba arrodillado respetuosamente a su lado – Estoy seguro de que los muchachos están deseando descansar…

Los sirvientes, que habían estado arrodillados, se levantaron en seguida, y sin decir una palabra, partieron con pasos apresurados a cumplir con lo que su rey había pedido. El príncipe pareció recordar algo de repente, abrió los ojos con sorpresa, y dio un paso adelante - ¡Padre! – Avisó, luego desvió la mirada un segundo hacía el carruaje – En la prisión móvil llevamos un… ser extraño que capturamos en Aengzan… - Volvió a mirar al rey – Que lo lleven a una prisión y lo encierren solo, y ordena que nadie hable con él. – Cerró los ojos de nuevo – Que le lleven comida y agua 3 veces al día, pero que nadie se atreva a mirarlo a la cara y a contestar a ninguno de sus discursos… - Entrecerró los ojos, dejándolos en dos estrechas líneas - Es tremendamente astuto y conseguiría embaucar hasta al más precavido para salir… - Luego miró a su acompañante, el guerrero joven que había ido siempre a su lado - Más adelante iremos a interrogarlo…

El rey asintió imperceptiblemente con la cabeza – Está bien hijo, como gustes! – Volteó a ver a unos soldados de los de palacio – Ya habéis escuchado a vuestro príncipe! – Apuntó al carruaje con la mano izquierda – Llevad el carro hacia las mazmorras y encerrad en ellas al prisionero, completamente solo.

Uno de los soldados se alzó, dando un golpe en el suelo completamente erguido – Sí su majestad! – Otros dos soldados lo siguieron, y agarrando las riendas de la pareja de perdigones que arrastraban el carruaje, lo hicieron desplazarse por los jardines, hasta perderse al girar en una esquina del palacio, dirigiéndose a la parte trasera.

El rey entonces sonrió a los dos muchachos que aguardaban frente a él, y dando media vuelta, se aproximó a las puertas de palacio, siendo seguido por los dos chicos. Tras ellos, una serie de siervos y soldados, los que aun no habían recibido órdenes, los siguieron cabizbajos a la espera de recibir sus mandatos.

Una vez hubieron entrado dentro, fueron recibidos por los mayordomos y mujeres del hogar, que esperaban en fila, arrodillados en el largo recibidor. El rey dio un par de palmas, captando la atención de todos los allí presentes – Volved a vuestros quehaceres humildes gentes! Nuestros recién llegados van a descansar… - Cuando todos hubieron desaparecido de su vista, a excepción de los guardias y sacerdotes que siempre lo acompañaban, el rey se giró hacia su hijo con mirada seria – Cuando hayas descansado, me gustaría que me buscaras… hay algo que me gustaría tratar contigo…

El príncipe asintió con la cabeza, para después partir junto al muchacho pelinegro por el pasillo que les quedaba justo enfrente y que los llevaría a las escaleras del castillo.

El rey suspiró al verlos partir, y luego caminó lentamente por el pasillo que quedaba a su derecha. Luego tendría que hablar con su hijo de un tema que sabía que no iba a gustarle…

* / * / * / *

El muchacho pelinegro se observaba sentado en un taburete frente al enorme espejo, mientras se secaba, frotando con ambas manos la larga melena negra con una toalla de lino – Acabamos de regresar a casa después de tanto tiempo… - Suspiró pesaroso, mientras miraba hacia su compañero con el entrecejo fruncido, dejando la toalla húmeda reposar sobre sus hombros - Podrías alegrarte un poco más…

A su derecha, dentro de una enorme bañera de agua humeante, un chico de cabellos bicolor, gris y negro, se relajaba, apoyado con el brazo en uno de los lados. Abrió un ojo y miró a su acompañante – Estoy todo lo alegre que puedo estar… - Volvió a cerrar los ojos, relajándose.

El pelinegro rodó los ojos – Estoy seguro de que tu prometida sabrá como alegrarte. – Le dijo con mirada sarcástica, cogiendo un cepillo hecho de cristal, con el que comenzó a peinarse el cabello.

El muchacho peli grisáceo dejó ir un gruñido, mientras intentaba no ahogarse con el agua de la bañera ante el sobresalto por lo escuchado – Rei… - Advirtió con voz oscura – Si sabes lo que es bueno, mantén esa boca callada…

El otro comenzó a reír – Ay Kai… - Hizo un gesto con la mano – No me lo esperaba de ti… ¿Me amenazas?

El mentado rodó los ojos, esbozando una microscópica sonrisa – Tómatelo como quieras… - Tras esto, se levantó de la bañera, dejando su desnudez al aire, y cubriéndose con una toalla la cintura, mientras con otra se zarandeaba el pelo para secarlo cuanto antes, se acercó al otro - ¿Cuándo quieres que bajemos a hablar con el chico?

Rei lo miró por el espejo, sin dejar de peinarse sus finas y largas hebras negras – Cuando a su majestad le vaya bien… - Bromeó.

Kai gruñó – Hablo en serio…

El otro lo miró unos segundos sin perder la sonrisa – Y yo también…

Kai lo observó lo que pareció una eternidad, hasta que finalmente cerró los ojos – Hmph… - Contestó al fin - En ese caso iremos mañana…

El pelinegro sonrió, mostrando sus perfectos dientes blancos – Perfecto! – Se levantó del asiento con majestuosidad, dejando el cepillo en el mueble – Gracias por dejarme usar tus toallas y tu peine! Ahora me voy a mi habitación a acabar de recogérmelo, antes de que la gente comience a malentender la situación y corran los rumores.

Kai, sin moverse un milímetro, con los brazos cruzados, sintió una de sus cejas temblar – Hm… Pero si tu eres el que los origina y el primero que no los niega… - Le espetó.

El muchacho pelinegro llevó el dorso de su mano hasta su boca, comenzando a reír estrepitosamente – Jojojojojojo. Es que me encantan las reacciones de Hiromi. Se pone tremendamente celosa.

Kai frunció el ceño, encaminándose a su habitación, donde le esperaban las ropas que había dejado previamente preparadas una criada – Hiromi no tiene porque sentirse celosa.

Rei frunció el ceño, siguiendo al muchacho fuera del lavabo – Claro que sí. ¡Es tu prometida Kai!

- Me es indiferente…

Rei suspiró con frustración – Eres un caso perdido Kai… - Luego sonrió – En fin, te esperaré en el pasillo para bajar juntos a cenar. – Abrió la puerta, y antes de salir, le guiñó un ojo – No tardes! – Y dicho esto, salió presuroso del dormitorio, dejando al príncipe a solas.

Kai suspiró frustrado, miró las ropas que la esclava había dejado en su habitación, y después de darse un último repaso con las toallas, las dejó caer al suelo, permitiendo al aire tocar su suave piel blanquecina mientras comenzaba a vestirse.

Primero se calzó unos calzones blancos, que en aquella época eran mucho más anchos que los que conocemos hoy en día, y llegaban hasta la rodilla, donde un nudo del cordel de las más finas telas, lo mantenía sujeto a las rodillas, y otro lo sujetaba a la cintura. Después de ajustarse la prenda interior, se colocó también un camisón interior de seda blanca. Una vez acabado, cogió unos pantalones color negro algo ajustados, que se puso por encima del calzón, y una vez hecho esto, se puso una preciosa camisa negra. La camisa estaba adornada por unas bonitas figuras de fuego granate que ocupaban tan solo la parte superior. Estaba dividida en dos partes, y se unían en su pecho con unos cordeles negros que zigzagueaban entre sí, acabados en unos broches que se unían en el cuello. Justo de donde salían dos enormes y hermosas hombrereras rellenas de gasas, que hacían ver su figura de manera noble. Una vez vestido, se sentó en la cama y se puso unos zapatos que nunca había visto, pero que la sirvienta le había dejado allí preparados y perfumados.

Habiendo acabado ya, se perfumó un poco, peinando sus rebeldes cabellos, y entonces, se permitió mirarse al espejo de tamaño completo que tenía en la habitación, observando su aspecto.

Su reflejo le devolvía una mirada desafiante, mientras se permitía observarse por un segundo antes de salir para reunirse con su padre. Tenía una figura delgada y musculosa, una constitución fibrosa que le permitía infundir respeto. Bastante alto, algunos hombres eran más altos que él, pero él era más alto que otros muchos hombres. Tenía la clásica piel que gozaban todos los miembros de la realeza, pieles poco castigadas por el sol, y suaves al tacto, por el poco trabajo duro ejercido durante los años. Sus cabellos eran unas de las cabelleras más extrañas y bonitas de todo el reino. Lo tenía puntiagudo, y le pasaba por unos centímetros los hombros, de color negro en la parte trasera, y gris en la parte delantera, ofreciendo una mezcla de colores exquisita. Y sus ojos… Sus ojos eran los culpables de que el 99% de la población de su reinado, tanto hombres como mujeres, se derritieran por tan solo una mirada de estos. Tenía unos enormes ojos color rojo, unos perfectos rubíes de mirada penetrante, delineados por unas marcadas pestañas. Una estilizada nariz surgía en mitad de su rostro, y bajo esta, unos carnosos labios que escondían una fila de blancos dientes. En cada mejilla, tenía 2 franjas color azul que él mismo se pintaba, y le daban un aspecto de lo más exótico y cautivador.

Miró hacia la cama, donde reposaba la capa que había llevado durante esos 2 años de expedición, y cerrando los ojos, sin darle un segundo vistazo, se dirigió a la puerta, no necesitaba ponerse la capa en su propia casa…

Abrió la puerta, y se encontró de frente con Rei, el muchacho que había estado incordiándolo hacía un rato, que esperaba de brazos cruzados apoyado sobre la pared. Lo observó un instante. El muchacho era unos pocos centímetros más bajo que él, con el cabello azabache largo enfundado en una larguísima cinta blanca que solo dejaba ver la negrura de sus cabellos en la cabeza, de cuyo cogote salía una de las puntas de la cinta y en cuya otra punta, que rozaba sus rodillas, salía el final de su cabello. Un perfecto cabello curtido y cuidado. A ambos lados de su pálida cara, sobresalían los cabellos más cortos, que enmarcaban su rostro de rasgos felinos a la perfección. Rei no era de Eideen, y aquello se notaba claramente con mirarlo a la cara. Su piel era igual de pálida que la de Kai, sin embargo, su rostro era mucho más afilado, sus ojos más alargados, de color dorado solo comparable con el dorado del sol, y sus dientes tenían unos colmillos mucho más pronunciados que los del resto de la población de Eideen, incluida la realeza, lo que le daba un aspecto felino cautivador. En la frente, sobresalía entre los cabellos una blanquísima cinta con un extraño dibujo que solo él entendía. Igual que sus ropas. Pese a vivir en Eideen, Rei siguió vistiendo las ropas típicas de su tierra, el reino del oeste, Thurdeen. Llevaba unos pantalones abombados color negro que le llegaban hasta los tobillos, donde unos zapatos negros sin ningún tipo de decoración, rodeaban sus pies. Sobre su trabajado pecho, llevaba una camisa blanca que le llegaba hasta los muslos, y que se ataba en el lado derecho, ocultando los broches tras un borde negro. A la cintura, sujetando la camiseta y marcando su figura, llevaba un cinto color negro anudado al frente, y que bajaba en dos tiras por entre sus piernas. Sus brazos, fuertes y duros, estaban libres de telas hasta las muñecas, donde unos guantes negros, ataviados con el mismo símbolo extraño que la cinta que llevaba atada a la frente, cubrían sus manos, dejando al aire libre los dedos.

Después del escrutinio al que sometió al chico, Kai cerró los ojos – Hm… Menos mal que no tengo que esperarte, bajemos a cenar… - Y sin fijarse en si lo seguía o no, comenzó a caminar por el pasillo.

Rei sonrió, mostrando sus colmillos y se puso a la par – En cambio yo he tenido que esperarte…

- Hn…

- Sí, sí… - Se quejó Rei cruzándose de brazos, como si el otro le hubiese contestado alguna osadía – Llegará el día en que alguien te haga esperar a ti… y ten por seguro que yo estaré allí para verlo y reírme de ti…

- … - En esta ocasión Kai ni se molestó en contestar.

El felino negó con la cabeza mientras atravesaban el interminable pasillo repleto de cuadros, alfombras, armaduras y algunos muebles con figuras, rumbo a las escaleras que antes habían subido – ¡Kai! – Exclamó, haciendo que el otro temblara por un breve segundo.

- Hn… Deja de gritar como un vulgar… - Le espetó, a lo que el otro, simplemente, frunció el ceño. - ¿Qué quieres?

Bajaban las escaleras en ese momento - ¿Qué crees que quiere hablar contigo tu padre?

- No lo sé.

- ¿Ninguna idea?

- No.

- ¡¿Nada? – Exclamó hastiado – Jo Kai, alguna cosa te habrás imaginado… - Miró hacia el techo del castillo, y de pronto, una idea cruzó su mente, haciendo que juntase ambas manos con emoción – ¡Quizás quiere ascenderme!

- Hn… Si hace eso me mudaré de reino.

Rei sintió desinflar su pequeño saco de ilusión – Eres cruel conmigo!

Kai simplemente rodó los ojos, adentrándose en la sala donde normalmente comían, y sentándose en la silla donde habitualmente se sentaba, aguantando con mirada impertérrita la retahilica conversación del otro muchacho, esperó a que su padre los acompañase para empezar la cena.

* / * / * / *

El hombre paseaba nervioso la mirada por todo el salón, esperando a su hijo. Después de la cena, Rei se había excusado, partiendo hacia las mazmorras para controlar la estancia del importante prisionero que habían hecho. Él y el muchacho se habían retirado los primeros de la mesa, dejando al príncipe acabar de degustar su cena, y ahora se encontraba en su estudio, esperando a que su hijo apareciese con los nervios a flor de piel. En ese momento, escuchó la puerta corredera abrirse, y al dirigir su vista hacia allí, se encontró con la mirada desafiante que siempre portaba encima su hijo. Este cerró la puerta a su espalda, dejando atrás a todos los siervos y hombres de confianza que él mismo, el rey, había ordenado que esperasen fuera, la conversación que debían mantener era privada.

Ambos se observaron unos segundos, y finalmente, Kai, haciendo una leve inclinación, habló - ¿Me hicisteis llamar padre?

El hombre asintió, nervioso – Toma asiento hijo… - Señalando un sillón que permanecía en mitad de la estancia, junto a un enorme sofá que él mismo ocupó. Una vez ambos estuvieron sentados, el rei cogió aire, no podía retrasar más el momento – Kai… - Comenzó – Las fuerzas del mal están debilitándonos… - Comenzó a explicar, bajo la atenta mirada de su hijo – Por los informes que nos fuisteis mandando sabemos que aun no han conquistado ninguno de nuestros terrenos, pero están contaminando a nuestras gentes…

Kai entrecerró los ojos, tratando de adivinar lo que su padre trataba de decirle - ¿Quieres que vaya al frente?

- No hijo… - El hombre suspiró incomodo, sabiendo lo que venía ahora – El pueblo está nervioso, y todos conocen la profecía… - Finalizó con un silencio, esperando que el más pequeño entendiese el mensaje.

Kai levantó una ceja – La profecía… - Repitió, para luego cerrar los ojos y cruzarse de brazos – Deberías quitarle al pueblo esa estúpida idea de la cabeza, eres el rey, pon un poco de cordura en sus insulsas mentes…

El hombre frunció el ceño, debía mostrarse duro o Kai no obedecería – Kai, las profecías de nuestros sacerdotes siempre se han cumplido. Y tú has sido el elegido. Te guste o no te guste… lo quieras o no lo quieras… lo harás. – Sentenció.

Kai lo encaró enfurecido - ¡¿Pretendes obligarme a ir a buscarlo? – Exclamó preso de la ira - ¡Me alejarás de la batalla para ir en la búsqueda de un monstruo que ni siquiera existe! – Antes de que el hombre pudiera replicar, Kai se levantó de su asiento de un salto - ¿Es que te has vuelto loco? ¿Qué es más importante para ti, tu pueblo y su seguridad, o una estúpida leyenda?

El hombre no contestó nada, lo enfrentó con la mirada, diciéndoselo todo con los ojos.

Kai apretó los puños con rabia, tratando de contener su cólera, luego intentó relajarse para volver a hablar – Haré lo que me pides, porque el eres el rey y debo obedecerte… pero has de saber que no lo encontraré por más que busque, porque esa historia nunca ha sido real. – Hizo una pausa - Volveré al reino con las manos vacías y no habré podido ayudar en la guerra defendiéndonos… Espero que te pese en la conciencia cuando nos veas perecer… - Dicho esto, se acercó a la puerta para salir, pero antes de que lo hiciera, el rey volvió a hacerse escuchar.

- Eso no es todo hijo… - Avisó, levantándose de su asiento, haciendo que el otro detuviese su paso, sin voltearse a verlo – Es posible que durante la guerra yo muera y tu heredes el trono que te corresponde… - El muchacho lo volteó a ver con el entrecejo fruncido – Pero, también es posible que ambos fallezcamos durante tu viaje…

Kai apretó la mano en torno al manubrio que sujetaba, entendiendo a que se estaba refiriendo su padre, más no dijo ni una palabra - …

- Quiero que antes de que partas… contraigas matrimonio con tu prometida, y compartáis lecho para asegurar un heredero en caso de que ambos faltemos.

- No pienso casarme con esa niñata, y mucho menos compartir mi cama con ella! – Exclamó de pronto, sorprendiendo al padre ante la frialdad con la que había articulado las palabras. – Juraste ante mamá que no me vería obligado a contraer matrimonio hasta los 20… y aun tengo 19…

El rey comenzó a titubear – Lo sé Kai, pero las circunstancias…

Kai frunció el ceño – Sin peros… Las circunstancias no cambian mi edad ni tampoco la promesa… No me casaré hasta el año que viene… - Suspiró abriendo la puerta – Hasta entonces, muchas cosas pueden cambiar, padre… - Luego sonrió irónico – Ahora dime, ¿Qué es más importante, Hiromi y nuestro compromiso, o tu pueblo y su estúpido bicho?

Una vez dicho esto, y ante el silencio del hombre, el muchacho salió de la estancia, cerrando la puerta tras él, y el rey se dejó caer de nuevo en su asiento y hundió el rostro entre sus brazos, había conseguido que el muchacho accediese a cumplir con la profecía, pero a cambio, su hijo se había enfadado con él y no había consentido adelantar la boda. Sabía lo difícil que había sido para Kai aceptar aquello… hacía años que había dejado de creer en la leyenda, pero sin embargo… Suspiró, dirigiendo la mirada hacia la ventana, desde la que podía ver el cielo de un negro carbón impoluto, sintió la desesperación acudir a él – Hazlo entrar en razón, por favor… - Se dirigió al cielo, luego dejó ir un gemido lastimero – Ayúdalo…

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Kai atravesaba los pasillos de palacio desprendiendo ira por cada poro de su piel, haciendo que todos y cada uno de los que se lo cruzaban, se apartasen de su camino sin siquiera preguntarle el porqué de su enojo… Por todos era sabido que el carácter del príncipe, ya de por si frío, se volvía insoportable al estar enfadado. A los pocos minutos, llegó a su habitación, y se encerró en ella, dando un sonoro portazo que retumbó por todo el palacio. Kai se quitó la ropa, lanzando las prendas con furia al suelo, pegándoles patadas y pisándolos, para luego echarse sobre la cama. Ya había descargado parte de su ira…

Con su pecho desnudo, pero con los pantalones aun en su sitio, puso ambas manos tras su cabeza, y se apoyó en la almohada, ahora necesitaba pensar las cosas con más claridad. Había sido injusto con su padre, sabía que el hombre hacía todo lo que hacía simplemente pensando en su bien, pero él quería tener control sobre su vida…

Dejó que su mirada recorriese toda la habitación, hasta detenerse sobre una figura que descansaba sobre su mesilla de noche, la figura de un dragón alado azul y negro de un tamaño considerable, sus ojos se entristecieron al acariciar la figura con nostalgia – Mamá…

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FLASHBACK

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Glutklamm, Eideen, 1507 (15 años antes)

Kai, con tan solo 4 años de edad, lloraba desconsolado sobre la alfombra de la habitación de sus padres, donde su madre se arreglaba para la fiesta que se celebraba aquella noche en palacio.

- Kai, cariño… - Lo cogió en brazos y lo sentó sobre la cama, arrodillándose ella en el suelo, quedando a su altura – Deja de llorar, tu cara se pone fea… - Trató de bromear, pero el pequeño solo acrecentó más su llanto.

- Mami… Yo quiero salir a la calle y jugar con los demás niños… - Se abrazó a ella sin cortar su amargo llanto - ¿Por qué papá no me deja?

La mujer lo abrazó comprensiva – Tesoro, papá no lo hace para que estés triste… - Le acarició una mejilla con suavidad – Eres el príncipe, el futuro rey de Eideen, y mucha gente podría intentar hacerte daño si salieras a la calle a jugar…

El niño hinchó los mofletes – Pero yo no quiero ser rey… Se lo regalo a quien quiera…

La mujer sonrió ante la inocencia de su pequeño – Pero, si no vas a ser rey, entonces no puedes ser príncipe… y entonces yo no puedo ser tu madre… - La mujer sonrió aun más al sentir el abrazo estricto al que la sometió el pequeño – Además, piensa que solo los miembros de la realeza pueden montar un dragón.

El niño la miró extrañado - ¿Un dragón? ¡Yo no quiero ningún dragón!

La mujer sonrió, se sentó en la cama, y se puso al pequeño Kai sobre sus piernas – Pero sí que quieres salir del palacio, ¿no?

El pequeño asintió con la cabeza, y la mujer volvió a sonreír.

- Los dragones pueden volar. Podría sacarte volando del castillo, y desde el cielo nadie podría hacerte daño.

Al niño le brilló la mirada al imaginarse a sí mismo, volando en el cielo. – ¿Lo haría? – Preguntó, y la mujer asintió contenta, pero entonces, el pequeño frunció el ceño – Pero, yo no sé cómo es un dragón…

La mujer sonrió, sacó una caja de debajo de la cama, la abrió, y con cuidado sacó una figurilla de cristal azulado y negro que le tendió al más pequeño – Esto es un dragón. Es un recuerdo que me traje de mi tierra cuando me casé con tu padre… pero ahora tú puedes quedártelo.

El niño sonrió abrazando con fuerza la figura - ¿Este será mi dragón? – Luego lo miró con inocencia – Pero es muy pequeño… No podrá cargar conmigo…

La mujer rió – Claro que no cariño, esto es solo una figura para que sepas que forma tienen… - Luego acarició los cabellos del pequeño - Los dragones de verdad son más grandes que las carrozas que tiene papá en el establo… - El pequeño Kai abrió los ojos con sorpresa, imaginando la magnificencia de uno de esos dragones – Hay muy pocos dragones en el mundo, se están extinguiendo por culpa de las acciones malvadas de las personas… Pero los pocos que quedan se ofrecen a servir a los reyes de los diferentes reinos, ofreciéndoles su lealtad…

Se estableció un silencio cómodo entre los dos, antes de que la reina de Eideen se decidiera a volver a hablar – Los dragones reconocen la lealtad y la bondad en los corazones de la realeza… Si cuando crezcas y te conviertas en rey, sigues teniendo esta bondad en tu corazón, estoy segura de que el dragón descenderá de los cielos, te ofrecerá su compañía y hará todo cuanto le pidas que haga…

El niño sonrió contento, abrazando con fuerza a su madre y a la figura del dragón - ¿Y nunca me dejará?

La mujer le dio un beso en la mejilla mientras se ponía de pie para acabar de arreglarse, ahora que había conseguido calmar a su pequeño retoño – No, los dragones son inmortales, acompañan a su rey hasta la muerte… Siempre y cuando este no se vuelva malvado… Y aun así hay veces que se quedan con él para intentar que la bondad vuelva a su corazón…

El pequeño Kai rió desde la cama, tumbándose en esta mientras observaba a su madre acabar de recogerse los cabellos – Cuando tenga un dragón – Le dijo – No dejaré que se vaya nunca…

La mujer sonrió, mirando a través del espejo al niño, había hecho bien contándole parte de la profecía…

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FIN FLASHBACK

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Suspiró, si su madre estuviera allí, seguro que sabría que decirle para tranquilizarlo, y seguro que se hubiese opuesto a ese absurdo compromiso con la hija de los Tachibana…

Suspiró recordándola, allí, frente al espejo… Como la echaba de menos…

Despertó del trance al que lo habían sometido sus recuerdos, al escuchar un respetuoso golpe en la puerta, suspiró – Adelante! – Cedió el pasó a quien quisiera entrar a la habitación.

Nada más dar el permiso, la puerta se abrió, revelando a un Rei con mirada seria y penetrante, y enseguida Kai captó que había algo mal – Rei, ¿Qué pasa?

Rei dudó un segundo, sus ojos parecieron sopesar la idea de darse media vuelta y no preocupar al heredero, pero ya era demasiado tarde, cuando Rei no hacia bromas, Kai sabía que algo serio ocupaba su mente, y no iba a dejarlo marchar hasta que se lo explicase – Kai… Hmmm… - Dudó sobre como continuar – Los soldados… han perdido al prisionero de Aengzan…

Kai abrió los ojos con sorpresa sin creer haber escuchado bien - ¿Cómo?

Rei dirigió los ojos un segundo al suelo – El prisionero de Aengzan… Se ha escapado… Y nos ha dejado un mensaje en su jaula…

Kai enseguida cogió sus ropas, se calzó con ellas en un santiamén, y dejó que Rei lo guiara por los pasillos hasta la jaula.

Continuará...


¿Y bien?

¿Que os ha parecido?

Espero vuestros reviews con ansias ;)

Un beso!