Desde la posición en la que estaba tumbada en la cama podía ver la sucia pared blanca y el sillón. Hacía rato que se había quedado sola, pero seguía sin moverse. ¿Para qué? La fuerza la abandonaba también. Recordó los últimos minutos antes de que él se fuera y le dolió. Aún así no lloró. Había aprendido a no llorar y ser fuerte, a no mostrar debilidad, a callárselo todo.
¿Cómo había llegado hasta ahí?
Cerró los ojos intentado olvidar. ¿De qué servía? No podía borrar su memoria por más que lo desease. ¿Qué era lo que la retenía allí? Todo. Nada. Pero ella no se iría. Nunca.
Los volvió a abrir. Otra vez la misma imagen. ¿Por qué se quejaba? Ahora tenía todo lo que había deseado en la vida. Pero ella no lo quería de esa manera. No era feliz.
De nada servía enfadarse. Sólo ella era la única culpable.
