Buenas~ Es lunes y está lloviendo, llovía, llovió... Anyway, eso significa necesidad de escribir. Aunque esto lo escribí hace días a eso de las 4 am mientras hacía un aburrido informe de administración (xD).

Ah cierto, decir que esto se me ocurrió hace como un año tirada en la cama con una amiga viendo MTV, si me acuerdo del nombre de la canción la pongo (aunque fue el video lo que inspiró). Este es el n°52 de la lista de 100 Themes de dA.

Disclaimer: ¿De verdad es necesario hacer esto? Los personajes de MGLN no me pertenecen, solo los pongo en historias que deseo contar.


PRÓlOGO

El viento se puede definir como una "corriente de aire producida en la atmósfera por el encuentro de diferentes presiones de áreas distintas" pero para ella era más que eso. El viento era su compañero, su guía, su camino.

Inspiró profundamente para llenar sus pulmones de vida, esa sensación era lo mejor que podía existir, estaba segura. Estar de pie en medio de una ruta, sin importar cuánto avances sigue habiendo camino al frente, dejas recuerdos atrás y nuevos te esperan adelante… El viento acompañándola, acariciándola, meciendo su rubia melena… La vida es un viaje y ella nació para viajar.

Unas aves cantarinas llamaron su atención. Se encontraba en una carretera un tanto estrecha y no muy concurrida, delineada por frondosos árboles que la refugiaban de los fuertes rayos del sol y servían de reposo para aves viajeras, como ella. Vio a unos gorriones corretearse entre las ramas, sonriendo, las hojas bailaban al son de la brisa que les imponía el ritmo, provocando un sonido del que, creía, nunca se aburriría.

Esa era su vida. Viajar era su vida. Y esos, sus compañeros inseparables; la brisa, las aves, su motocicleta…

Suspiró y fijó la vista en su cromada amiga, fría como el metal que componía sus partes, muerta bajo su agarre. No estaba segura de cuántos kilómetros habían pasado desde que dio su último suspiro, negándose a continuar por su cuenta y teniendo que ser guiada por sus enguantadas manos.

Volteó a ver a su espalda, girando medio cuerpo en el proceso debido a que la guitarra que traía colgada no le permitía mucha movilidad; todo un mundo dejado atrás, lugares, personas, recuerdos, vivencias… Miró hacia delante; un largo trecho por recorrer, otro mundo que visitar.

De pronto se sintió abrumada por la soledad del silencio. El mundo parecía un lugar enorme y más aterrador sin la compañía del motor de su moto, el sonido del asfalto bajo las ruedas, sin su reconfortante calor que le indicaba que su transporte estaba vivo, como ella, ansioso por llevarla, acompañarla, hasta el rincón más escondido, y el viento golpeando su rostro, cortado por el casco, como una barrera protectora de lo desconocido y un excitante incentivo a traspasarla… Cerró los ojos para dejar que la corriente se llevara sus preocupaciones y miedos, como siempre.

El viento corría a su favor, empujándola, indicándole que continuara. Y así lo hizo.

No pasó mucho tiempo más de caminata antes de que sintiera la vibración inconfundible de un vehículo acercándose bajo sus pies. Había decido no prestarle atención, pues había suficiente camino para que pasara a un costado, pero el sonido de la fricción de las llantas en el cemento le indicaron que el conductor aminoraba la marcha. Se detuvo y miró a su costado izquierdo para encontrarse una gran camioneta roja, un tanto oxidada y bastante sucia, frenando a su lado.

El conductor, un hombre de mediana edad de cabello y ojos oscuros, le sonrió amigablemente. Alzó el brazo que tenía recostado en el borde de la puerta y la saludó, a lo que ella correspondió sin el gesto de mano.

—Parece que necesita ayuda, señorita —dijo el hombre amablemente—. ¿Qué le ocurre a esa belleza? —Señaló con un gesto de cabeza la moto.

—En realidad no lo sé —respondió la joven mirando su máquina—. Todavía le quedaba gasolina para dos días…

—Bueno, entonces no queda más que averiguarlo. —Salió de la camioneta y le sonrió con amabilidad—. Subámosla atrás. La llevaré a mi taller.

—¿De verdad? —cuestionó, entre sorprendida y agradecida.

—Por supuesto. —La chica le sonrió, permitiéndole guiar la moto a la parte trasera—. Tienes suerte de haberte encontrado con el mejor mecánico de toda la zona —dijo irguiendo el pecho con una sonrisa confiada, pero libre de malicia—. Y no es porque sea el único del pueblo —agregó divertido. La viajera sonrió con alivio.

—La verdad es que no sabía que había un pueblo cerca… Pensé que estaba varada en medio de la nada.

—Pues estamos un poco perdidos en el mapa —rió de buena gana.

La rubia sonrió, agradeciendo haber encontrado un hombre tan amable en su camino. Era otra de las cosas de viajar; siempre te encuentras gente curiosa en el trayecto y para su fortuna, frecuentemente encontraba personas dispuestas a echar una mano.

El hombre subió la motocicleta sin mucho problema, indicándole que lo esperara en el asiento del copiloto mientras la aseguraba. La chica hizo lo comandado, tomando la caja que había en el espacio de los pies y dejándola a un costado, para acomodar cuidadosamente su guitarra en medio de sus piernas. Se sorprendió al ver que, a pesar del aspecto antiguo de la camioneta, el interior era bastante cómodo, con asientos recién tapizados y un agradable aroma dulce. Fijó su vista en un muñeco que colgaba del espejo, parecía ser una miniatura del hombre hecha a mano, sin mucho oficio en las terminaciones, le hizo recordar que una vez le habían dicho que todas esas cosas eran como amuletos con un significado especial y se preguntó cuál sería el de ese. Tan perdida estaba en la sonrisa del pequeño, que se sobresaltó cuando el real se subió casi de un salto, cerrando con brusquedad la puerta media descuadrada.

—Es mi compañero de viaje —dijo el hombre dando un toque al títere que lo hizo balancearse—. Mi hija me lo dio —agregó ajustándose el cinturón—, para asegurarse de que "siempre regreses a casa".

—Oh —soltó. No se le ocurría qué más decir, en realidad, ella no creía en cosas que la ataran a un lugar.

Le dedicó una divertida sonrisa a su miniatura y lo acomodó, para luego encender el motor que rugió al primer contacto. Indicó a la joven que asegurara su cinturón y partió.

—Es una gran máquina —comentó el hombre una vez que estuvieran en camino—, algo difícil de estropear —añadió con una leve sonrisa, mirando a su compañera de reojo.

—Bueno… —se sonrojó ligeramente, agachando la cabeza—. No llevamos mucho tiempo viajando juntos y… a veces me cuesta entender qué trata de decirme.

—Eso se gana con la experiencia, por supuesto, una vez que te acostumbres a ella podrás leerle la mente —sonrió con entusiasmo, ella le correspondió—. ¿Mucho tiempo viajando?

—…Toda la vida —respondió con aire nostálgico, observando fijamente la ruta que se extendía adelante.

El hombre sonrió y ninguno de los dos dijo nada más, decidiendo dejar que el sonido estereofónico de la radio los envolviera el resto del camino.

Tal como había dicho el caballero, el pueblo estaba un poco escondido, únicamente conectado a la carretera por un camino de tierra que se perdía en el bosque. Al llegar, se dirigieron casi al final del lugar. Las casas no tenían más de dos pisos, hechas de madera y ladrillo, no había cemento en las calles, solo tierra y unos cuantos manchones de pasto. Era un lugar bastante acogedor, decidió la joven, al menos hasta llegar a su destino; una especie de terreno de desechos que rodeaba una bodega, llantas tiradas, motores, autos estropeados y desarmados, tuercas, tubos…

—Esta es mi zona de juego —informó el hombre con orgullo, estacionando la camioneta.

La rubia sonrió divertida por el brillo en los ojos del hombre —parecía un niño— y en parte lo entendió; era su pasión y el lugar lo denotaba: estaba algo desordenado, pero para nada se veía abandonado.

Entraron en la bodega y el señor instaló la moto para revisarla, mientras la chica curioseaba en las miles de herramientas que habían, colgadas y en grandes mesones. Logró distinguir varias, algo sabía de mecánica, al menos lo suficiente para tratar su antigua moto, pero la nueva… todavía era todo un misterio. Volteó a ver al hombre que analizaba el transporte con expresión crítica y sonrió, algo le decía que sería otra de las personas de las cuales terminaría aprendiendo mucho.

Después de un rato, el hombre se incorporó y palmeó las manos para dar a entender que estaba listo.

—No es nada serio, pero necesitaré algunos repuestos —anunció, limpiándose las manos con un paño— y los de las Harley no son tan fáciles de conseguir…

—Entiendo… —hizo una mueca, afligida.

—Tranquila, estará lista en unos cuantos días, mientras puedes quedarte en nuestra casa —le sonrió amablemente para reconfortarla.

—¿Eh? —alzó la cabeza sorprendida—. No, no quisiera ser una molestia…

—Jaja no es molestia —le dio unas palmaditas en el hombro—. ¿Qué clase de buen pueblerino sería si no ayudo a un viajero en problemas? —guiñó un ojo.

La joven sonrió con gratitud, asegurándole que le pagaría el favor. El hombre le aseguró que no era necesario, que ese era su pasatiempo, porque después de todo en el pueblo la mayoría se desplazaba en caballo. Estaba comentando algo de que saber poner herraduras dejaba más dinero, cuando una voz se escuchó afuera.

—¡Papá! —llamó una joven— ¿Papá, estás aquí?

Ambos voltearon a la puerta entreabierta, el hombre con una mueca complicada —como sabiendo que le esperaba un problema— y la joven extrañada ante su expresión. Le dedicó una mirada de disculpa y ella asintió con una sonrisa.

—Sí, ¿qué pasa? —contestó el hombre saliendo a su encuentro.

—Se supone que ibas a conseguir piezas para reparar el horno, ¿las trajiste? —oyó que decía la chica con claro reproche.

—¡Pues claro que las traje! —se defendió.

—¿Entonces qué haces aquí y no en la cafetería arreglándolo?

—Ah, verás…

En ese momento la rubia decidió que era mejor mostrarse y se acercó a la entrada, apareciendo a un costado del hombre. La chica, que aparentemente era la hija, alzó una ceja ante la presencia de la extraña.

—Oh, aquí estás… —se alcanzó a escuchar la voz del hombre, antes de que el viento dejara de correr.

Sus miradas se cruzaron y ambas se sorprendieron por la sensación que las embargó, como si de pronto hubieran encontrado algo que buscaban hace mucho, pero que habían olvidado. La verdad es que el viento no había dejado de correr, ni los sonidos se habían apagado de pronto, solo fue que ellas se transportaron a otro lugar… o más bien todo lo otro se fue y solo existía esa mirada.

Hay muchas frases sobre encuentros, una habla de conocer a alguien que te mueva el piso. A la rubia no le sucedió, sino todo lo contrario; por primera vez en la vida sentía que no quería moverse, estaba a merced de esa mirada y el frágil momento que podía romperse en cualquier segundo. Se perdieron unos instantes en los ojos de la otra, tratando de descifrar el misterio de lo que su presencia les ocasionaba a cada una, la lugareña admirando el exótico color de la forastera, y ésta descubriendo los matices diferentes en el conocido azul de la otra, ambas reflejándose en las pupilas de la chica que tenían enfrente.

Un extraño sentimiento de euforia la recorrió, haciendo que una sonrisa se formara en sus labios sin ser ella consciente —la otra chica hizo lo mismo—, y ese sentimiento sí lo conocía; la emoción a lo desconocido, lo divertido de lo incierto, lo interesante del peligro… Una aventura que la aguarda…

—…Me encontré a esta viajera en el camino que tenía problemas con su moto —explicó de pronto el hombre, devolviéndole el sentido del tiempo.

La rubia se obligó a pestañear y mirar a otro lado para salir del trance en que se encontraba. ¿Llevaba mucho tiempo hablando? ¿Había dicho algo más? ¿Cuánto tiempo pasó perdida en los ojos de esa chica? Se esforzó en focalizarse en el hombre que seguía hablando.

—…Entonces la traje para ver qué tenía y me entretuve un rato en ello, lo siento —dijo con una sonrisa culpable. La rubia esbozó una sonrisa apenada a la otra chica—. Ella es mi hija, Nanoha.

—Ah, mucho gusto, disculpe las molestias —se adelantó para inclinar ligeramente la cabeza, ya completamente espabilada. La cobriza también parecía salir de una hipnosis.

—Uhm, no, descuida, sé cómo se pone papá con estas cosas —le sonrió calmada y estiró una mano—. Mucho gusto, ehm…

—Fate —respondió ella, correspondiendo la sonrisa y saludo—. Puedes decirme Fate.

—Mucho gusto, Fate-chan —sonrió ampliamente.

—Igualmente, Nanoha.

Una suave brisa acarició sus manos unidas, sin interrumpir la conexión de sus miradas, intenso borgoña en suave azul.

En el camino conoces a muchas clases de personas, diferentes culturas y creencias, hay tantos tipos de saludos como lugares y probablemente llegues a experimentarlos todos si continúas moviéndote, éstos quedarán en tus recuerdos; algunos como encuentros pasajeros, otros… inolvidables.


Debo decir que dudé mucho si subirlo o no porque apesto haciendo prólogos y porque sentía que "algo falta", arreglé un poquito la parte del encuentro pero no sé si habrá sido suficiente, así que ya saben, críticas constructivas son apreciadas :3

Al final decidí subirlo ahora porque me di cuenta de que mañana tengo una revisión de un proyecto importante (que debería estar arreglando ahora~), exámenes y reuniones para el resto de la semana, así que era ahora o nunca y bueno, pensé que los lunes podía ser mi día de actualización (i) ya que el fin de semana es mi único rato (relativamente) libre. Yeah, esperemos que resulte esto de la actualización semanal. Nos vemos~